¡Son todos ustedes, queridos hermanos! «Después llamó a la gente aparte
-dice San Marcos- y comenzó a instruir cómo debe ser el verdadero seguidor
suyo». Y les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y síganme». Tres incisos verdaderamente difíciles como una montaña.
«Tomar su cruz». Leí un comentario muy bonito: no es precisamente la
cruz en que murió Cristo. Eso ya era una reflexión cristiana. Pero antes de
Cristo, los judíos marcaban con una tau, con una T, la frente o marcaban con un
fierro que quemaba la piel con una especie de cruz para indicar -en sentido
religioso- el arrepentimiento de un pecado o el seguimiento, la consagración a una persona, a un rey, a alguien, a quien seguían.
Cuando Cristo dice: «Tomar su cruz» parece que quiere decir, no precisamente
tomar la cruz material y cargarla, o simplemente cumplir el deber de llevar el
sacrificio, sino que quiere dejar también, dejarse marcar por mi ideología
cristiana. Algo así como se marca un esclavo con un fierro para que no se
pierda de vista. Así como se lleva una marca en la frente que no se puede
borrar. Marcarse con la cruz como arrepentimiento, como conversión a Dios y
como pertenencia a Dios del cual no me quiero desprender. Esto es seguir la
cruz.
«Y sígame» ¡Qué hermoso es saber que cada sacrificio que yo haga, Cristo
va delante de mí! Leí en la catequesis una pequeña historia que me conmovió
mucho, cuando dice que un rey de Francia muy santo llamaba a su pajecito que lo
acompañaba en noches de invierno a ir a visitar los templos, porque era muy
fervoroso. Pero el pajecito, el sirviente, sentía frío en los pies en aquellas
noches de invierno. Y que le dijo el rey: «Mira, procura poner tus piecesitos
donde yo pongo los míos». Y lo que sintió el sirviente es que había un
calorcito agradable; donde el rey iba poniendo los pies no sentía frío, sino
que sentía el cálido humor de alguien que hacía un milagro. ¿Será milagro, será
leyenda?, pero en Cristo es pura verdad. Ver y seguirlo, ir en pos, ir
siguiendo sus pasos. Donde yo
pongo mis pies sé que ya los puso Cristo y ha dejado un gran calor de amor;
porque aunque vea ahí señales de sangre, de espinas, de escupidas, de polvo, de
dolor, sé que son los pasos del amor que va donde el Señor, y que todo aquel
que lo sigue no va siguiendo a un tirano, va siguiendo al Salvador, al
verdadero Mesías. Esto es lo que Cristo dice de sus cristianos: «Niéguese a sí
mismo, tome su cruz, y sígame».
Y como comentando lo de Pedro les dice: «El que quiera salvar su vida la
perderá. Pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará». Ésta
es una frase profunda de Cristo que nos dice como él avisora en la existencia
humana un horizonte escatológico. Tu vida no terminará con la muerte, tu vida
no se circunscribe solamente a la historia, más allá de la historia está lo
principal. El que sabe ganarse ese horizonte escatológico, vale la pena que
arriesgue hasta su propia vida porque no la perderá. En cambio el que no la
arriesgue, el que quiera estar demasiado bien, el que quiera salvar su vida,
eso quiere decir la expresión: estar bien, salvar la vida, no comprometerse, no
meterse en líos, en problemas, pues ése la va a perder. Hermanos, y ésta es una
sentencia de Cristo. Yo creo que vale la pena pertenecer a una Iglesia.
Yo quiero terminar mi reflexión homilética con esta palabra que siempre
me ha conmovido mucho en el Concilio Vaticano II. Cuando habla de la Iglesia,
pueblo de Dios: «Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y
persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a
los hombres. Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios, se anonadó así
mismo, tomando la forma de siervo, y por nosotros se hizo pobre, siendo rico.
Así, también, la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su
misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la
humildad y la abnegación, también, con su propio ejemplo». Y al final dice: «La
Iglesia, pues, va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga. Está fortalecida
con la virtud del Señor resucitado para triunfar con paciencia y caridad de sus
aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo
fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en
todo el esplendor al final de los tiempos».
El verdadero Mesías todavía no se ha revelado. El Mesías que conocemos
es en la fase de la historia, al que la Iglesia trata también de imitar en el
sufrimiento y en la pobreza. La verdadera gloria del Mesías será cuando Dios
recoja todo lo glorioso que ha dejado en la historia y bote todo lo superfluo,
el pensamiento de hombre nada más, para hacerse el rey glorioso, que con su
Iglesia gloriosa se gloriará para siempre en la felicidad ¡Ojalá, hermanos!
Éste es mi afán: hacer una Iglesia que verdaderamente responda a las ansias de
Jesucristo, que cuando se sintió proclamado Mesías, él aclaró cuál es el
verdadero mesianismo y denunció los falsos mesianismos.
(Homilía 16/09/1979)
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