domingo, 13 de septiembre de 2015

El Beato Oscar Romero habla sobre los seguidores del verdadero Mesías


«Después llamó a la gente... el que quiera venirse conmigo...»

¡Son todos ustedes, queridos hermanos! «Después llamó a la gente aparte -dice San Marcos- y comenzó a instruir cómo debe ser el verdadero seguidor suyo». Y les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y síganme». Tres incisos verdaderamente difíciles como una montaña.

«Negarse a sí mismo» es no darse gusto uno, no seguir sus caprichos, decirles no, a mi propio yo.

«Tomar su cruz». Leí un comentario muy bonito: no es precisamente la cruz en que murió Cristo. Eso ya era una reflexión cristiana. Pero antes de Cristo, los judíos marcaban con una tau, con una T, la frente o marcaban con un fierro que quemaba la piel con una especie de cruz para indicar -en sentido religioso- el arrepentimiento de un pecado o el seguimiento, la consagración a una persona, a un rey, a alguien, a quien seguían. Cuando Cristo dice: «Tomar su cruz» parece que quiere decir, no precisamente tomar la cruz material y cargarla, o simplemente cumplir el deber de llevar el sacrificio, sino que quiere dejar también, dejarse marcar por mi ideología cristiana. Algo así como se marca un esclavo con un fierro para que no se pierda de vista. Así como se lleva una marca en la frente que no se puede borrar. Marcarse con la cruz como arrepentimiento, como conversión a Dios y como pertenencia a Dios del cual no me quiero desprender. Esto es seguir la cruz.

«Y sígame» ¡Qué hermoso es saber que cada sacrificio que yo haga, Cristo va delante de mí! Leí en la catequesis una pequeña historia que me conmovió mucho, cuando dice que un rey de Francia muy santo llamaba a su pajecito que lo acompañaba en noches de invierno a ir a visitar los templos, porque era muy fervoroso. Pero el pajecito, el sirviente, sentía frío en los pies en aquellas noches de invierno. Y que le dijo el rey: «Mira, procura poner tus piecesitos donde yo pongo los míos». Y lo que sintió el sirviente es que había un calorcito agradable; donde el rey iba poniendo los pies no sentía frío, sino que sentía el cálido humor de alguien que hacía un milagro. ¿Será milagro, será leyenda?, pero en Cristo es pura verdad. Ver y seguirlo, ir en pos, ir siguiendo sus pasos. Donde yo pongo mis pies sé que ya los puso Cristo y ha dejado un gran calor de amor; porque aunque vea ahí señales de sangre, de espinas, de escupidas, de polvo, de dolor, sé que son los pasos del amor que va donde el Señor, y que todo aquel que lo sigue no va siguiendo a un tirano, va siguiendo al Salvador, al verdadero Mesías. Esto es lo que Cristo dice de sus cristianos: «Niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame».

-El que quiera salvar su vida

Y como comentando lo de Pedro les dice: «El que quiera salvar su vida la perderá. Pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará». Ésta es una frase profunda de Cristo que nos dice como él avisora en la existencia humana un horizonte escatológico. Tu vida no terminará con la muerte, tu vida no se circunscribe solamente a la historia, más allá de la historia está lo principal. El que sabe ganarse ese horizonte escatológico, vale la pena que arriesgue hasta su propia vida porque no la perderá. En cambio el que no la arriesgue, el que quiera estar demasiado bien, el que quiera salvar su vida, eso quiere decir la expresión: estar bien, salvar la vida, no comprometerse, no meterse en líos, en problemas, pues ése la va a perder. Hermanos, y ésta es una sentencia de Cristo. Yo creo que vale la pena pertenecer a una Iglesia.

Yo quiero terminar mi reflexión homilética con esta palabra que siempre me ha conmovido mucho en el Concilio Vaticano II. Cuando habla de la Iglesia, pueblo de Dios: «Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios, se anonadó así mismo, tomando la forma de siervo, y por nosotros se hizo pobre, siendo rico. Así, también, la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también, con su propio ejemplo». Y al final dice: «La Iglesia, pues, va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga. Está fortalecida con la virtud del Señor resucitado para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos».

El verdadero Mesías todavía no se ha revelado. El Mesías que conocemos es en la fase de la historia, al que la Iglesia trata también de imitar en el sufrimiento y en la pobreza. La verdadera gloria del Mesías será cuando Dios recoja todo lo glorioso que ha dejado en la historia y bote todo lo superfluo, el pensamiento de hombre nada más, para hacerse el rey glorioso, que con su Iglesia gloriosa se gloriará para siempre en la felicidad ¡Ojalá, hermanos! Éste es mi afán: hacer una Iglesia que verdaderamente responda a las ansias de Jesucristo, que cuando se sintió proclamado Mesías, él aclaró cuál es el verdadero mesianismo y denunció los falsos mesianismos.


¿Será así nuestra Iglesia?

(Homilía 16/09/1979)

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