miércoles, 2 de septiembre de 2015

1º Parte: ¿Por qué permanezco en la Iglesia? Joseph Ratzinger (1971)

Existen hoy muchos y opuestos motivos para no permanecer en la Iglesia. En nuestros días están tentados de volver la espalda a la Iglesia no sólo aquellos a quienes se les ha hecho extraña la fe de ésta, a quienes aparece demasiado retrógrada, demasiado medieval, demasiado hostil al mundo y a la vida, sino también aquellos que amaron la imagen histórica de la Iglesia, su liturgia, su independencia de las modas pasajeras, el reflejo de lo eterno visible en su rostro.

Estos tienen la impresión de que la Iglesia está a punto de traicionar su especificidad, de venderse a la moda del tiempo y de este modo perder su alma. Están desilusionados como el amante traicionado y por eso piensan seriamente en volverle la espalda.

Por otra parte también existen motivos contradictorios para permanecer en la Iglesia. Permanecen en ella no sólo los que creen firmemente en su misión o quienes no quieren abandonar una antigua y entrañable costumbre aunque hagan poco uso de ella, sino sobre todo y especialmente quienes rechazan toda su realidad histórica y combaten abiertamente el contenido que sus ministros tratan de darle y de conservar. A pesar de querer eliminar lo que la Iglesia fue y es, no intentan salir fuera de ella, porque esperan transformarla en lo que a su juicio debe ser.

1. Reflexiones preliminares sobre la situación de la Iglesia. 

Confusionismo:

De todo esto resulta que la Iglesia se encuentra en una situación de confusionismo, en la que los motivos a favor o en contra no sólo se entremezclan de la manera más extraña, sino que parece imposible llegar a un entendimiento. Reina la desconfianza sobre todo porque el permanecer en la Iglesia no tiene ya el carácter claro e inequívoco de antes y nadie cree en la sinceridad de los demás. 

Las palabras llenas de esperanza de Romano Guardini en 1921 -"un acontecimiento de gran importancia ha comenzado: la Iglesia despierta en las almas"- aparecen anacrónicas. Al contrario, hoy habría que cambiar la frase de este modo: "un acontecimiento de gran importancia ha comenzado: la Iglesia se apaga en las almas y se disgrega en las comunidades". En medio de un mundo que tiende a la unidad, la Iglesia se dispersa en resentimientos nacionalistas, en la exaltación de lo propio y en la denigración de lo ajeno. Entre los defensores de la secularidad y la reacción de quienes están demasiado apegados al pasado y a lo externo, entre el desprecio de la tradición y la fidelidad exagerada a la letra parece que no existe ninguna posibilidad de equilibrio; la opinión pública asigna inexorablemente a cada uno su propio puesto; tiene necesidad de posiciones claras y precisas y no puede entretenerse en ninguna clase de matices: quien no está a favor del progreso está contra él; o se es conservador o progresista.

Gracias a Dios, la realidad es distinta: entre estos dos extremos existen también hoy creyentes silenciosos y casi sin voz, quienes con toda sencillez realizan la verdadera misión de la Iglesia incluso en este momento de fusión: la adoración y la paciencia de la vida cotidiana, la palabra de Dios. Sin embargo, en la imagen que se tiene de la Iglesia éstos no tienen sitio; esa verdadera Iglesia no es invisible, pero está profundamente escondida a las maniobras de los hombres.

De este modo queda esbozada una primera indicación sobre el contexto en donde se sitúa la pregunta: ¿por qué permanezco en la Iglesia? Para dar una respuesta adecuada debemos analizar en primer lugar ese contexto, en el que la palabra «hoy» entra de lleno en el tema, y posteriormente profundizar en los motivos de la situación actual.

¿Cómo se ha podido llegar a una tan extraña situación de confusión en el momento en que se esperaba un nuevo pentecostés? ¿Cómo ha sido posible que precisamente cuando el concilio parecía recoger los frutos maduros de los últimos decenios, esta plenitud haya dado paso de repente a un vacío desconcertante? ¿Qué ha sucedido para que del gran impulso hacia la unidad haya surgido la disgregación? Quisiera intentar responder recurriendo en principio a una comparación que puede hacernos descubrir cuál es nuestra tarea y, al mismo tiempo, dejar entrever los motivos que hacen posible un sí o un no. Parece como si en nuestro esfuerzo por llegar a una comprensión de la Iglesia, siguiendo las huellas del concilio que ha luchado denodadamente por ello, nos hubiéramos acercado tanto a la Iglesia, que ya no fuéramos capaces de verla en su conjunto; como si los primeros edificios nos impidieran ver la ciudad y los primeros árboles nos estorbaran para abarcar con nuestra mirada todo el bosque. La situación a la que nos ha llevado la ciencia a propósito de muchos aspectos de la realidad, se repite también ahora con la Iglesia. Vemos los detalles tan cercana y minuciosamente que no somos capaces de contemplar el todo. Lo que hemos ganado en precisión lo hemos perdido en verdad. Cuando observamos al microscopio un trozo de árbol, lo que vemos es sin duda exacto, pero podría a la vez esconderse la verdad si se olvidase que un detalle no es sólo un detalle, sino que existe en un todo, que aunque no sea visible al microscopio, es igualmente verdadero, incluso más verdadero que el detalle tomado aisladamente.

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