Lecturas:
Núm 11. 25-29
Sgo 9, 38-43. 47-48
Lc 16, 19-31
Hay una tendencia en cada uno de nosotros que es casi inevitable: ser mezquinos. Si no aceptamos de estrada esa afirmación veamos a nuestros alrededor como esta el mundo, nuestro país, nuestras familias y nuestros corazones; todo apunta al caos, porque cada quien mira por su propio bien, y mira con rabia el bien del prójimo.
La liturgia de este Domingo tiene un trasfondo inconfundible: la misericordia de Dios versus la mezquindad de las personas.
En la antífona de entrada pedimos al Señor: Pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu abundante misericordia (Dn 3, 42). Es una oración confiada a ese rostro misericordioso de Dios que supera cualquier temor por el castigo merecido de nuestros pecados y por el bien que hemos dejado de hacer, la salvación es gracias a que él es bueno, no nosotros.
Efectivamente, miramos en la oración colecta que la Iglesia afirma de Dios algo muy importante: Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; por lo que terminamos pidiendo que derrame su gracia sobre nosotros para que deseemos sus promesas y alcancemos los bienes del cielos. Esto quiere decir que confiar en la misericordia y el perdón de Dios inyecta en nuestro corazones una dimensión de trascendencia que abre infinitamente el horizonte de nuestra existencia. Decía el beato Óscar Romero: Trascendencia, como lo he repetido varias veces, es la perspectiva no
sólo a la mirada terrenal, sino a los horizontes del Creador, del Señor, y es
allí donde nos invita a mirar las lecturas de hoy, sobre todo.¡Ah, si pensáramos que transitorias son las cosas de la tierra!, no
sería alienación, si no sería darle el justo valor relativo a los bienes de la
tierra para comprar con ellos -como dice el evangelio- las amistades del cielo
y no para hundirse con ellos en las mazmorras del abismo.
El evangelio de este domingo ilumina el misterio de la misericordia que estamos contemplando. Pareciera que se este poniendo la misericordia de Dios contra la mezquindad de las personas: Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mi (Mc 9, 38-39). El beato Óscar Romero comenta este pasaje:
La respuesta
magnánima de Jesús es la que vamos a aprender: «No se lo impidáis, porque uno
que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está
contra nosotros está a favor nuestro. El carisma, dones maravillosos que Dios da para el bien
de toda su Iglesia no los debe de monopolizar nadie. Nadie debe sentirse
mezquino porque hay otro que predica mejor, por que hay alguien que tiene dones
del Señor. Sería la mezquindad más absurda querer cortar, querer mutilar lo que
Dios está dando, tal vez, al más insignificante. Qué hermosa la respuesta de
Jesús: «Si hace milagros en mi nombre, aunque a ustedes les parezca que no está
con nosotros, está con nosotros». (Homilía 30/09/1979).
A la luz de estas palabras podríamos deducir (como propuesta de reflexión) que no vivir la misericordia, es decir, el ser mezquinos puede ser causa de escándalo en este mundo, sobre todo para los más pequeños que siempre son los más afectados de por las actitudes egoístas de la humanidad, eh allí la advertencia de Jesús: Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar (Mc 9, 42). y como consecuencia nos invita a cortar todo aquello que nos hace pecar, o sea, todo aquello que nos hace mezquinos y escandalosos a los demás: el pecado tiene como raíz un egoísmo mezquino y desordenado, hay que cortarlo de raíz.
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