2. La
naturaleza de la Iglesia simbolizada en una imagen
Una Iglesia que
contra toda su historia y su naturaleza sea considerada únicamente desde un
punto de vista político, no tiene ningún sentido y la decisión
de permanecer en ella, si es puramente política, no es leal, aunque se presente
como tal.
Ante la
situación presente ¿cómo se puede justificar la permanencia en la Iglesia? En otros
términos: la opción por la Iglesia para que tenga sentido tiene que ser
espiritual. ¿Pero en qué puede apoyarse una opción espiritual?
Quisiera dar una primera respuesta utilizando una imagen y volviendo a los
términos que usamos al principio para describir la situación. Hemos dicho que
en nuestros estudios nos hemos acercado tanto a la Iglesia que no somos capaces
de verla en su conjunto.
Vamos a profundizar este pensamiento tomando una
imagen con la que los padres nutrieron su meditación simbólica sobre el mundo y
sobre la Iglesia. Los padres decían que en el mundo cósmico la luna era la
imagen de lo que la Iglesia representaba para la salvación del mundo espiritual.
Tomaban así un antiguo simbolismo constantemente presente en la historia de las
religiones -los padres no hablaron nunca de «teología de las religiones», pero
la han actuado concretamente- en el que la luna era el símbolo de la fecundidad
y de la fragilidad, de la muerte y de la caducidad de las cosas, pero también
de la esperanza en el renacimiento y en la resurrección, era la imagen
«patética y al mismo tiempo consoladora» (3) de la existencia humana.
El simbolismo
lunar y el telúrico se mezclan frecuentemente. Por su fugacidad y por su
reaparición la luna representa el mundo de los hombres, el mundo terreno
caracterizado por la necesidad de recibir y por su indigencia, y que obtiene su
propia fecundidad de otro, es decir, del sol. De este modo el simbolismo se convierte
en símbolo del hombre y de la naturaleza humana, como se manifiesta en la mujer
que concibe y es fecunda en virtud del semen que recibe.
Los padres han
aplicado el simbolismo de la luna a la Iglesia sobre todo por dos razones: por
la relación luna-mujer (madre) y por el hecho de que la luna no tiene luz
propia, sino que la recibe del sol sin el cual sería oscuridad completa. La
luna resplandece, pero su luz no es suya sino de otro (4). Es oscuridad y luz
al mismo tiempo. Aunque por sí misma es oscuridad, da luz en virtud de otro de
quien refleja la luz.
Precisamente por esto simboliza la Iglesia, que resplandece aunque de por sí sea obscura; no es luminosa en virtud de la propia luz, sino del verdadero sol, Jesucristo, de tal modo que siendo solamente tierra -también la luna solamente es otra tierra- está en grado de iluminar la noche de nuestra lejanía de Dios: «la luna narra el misterio de Cristo» (5).
Precisamente por esto simboliza la Iglesia, que resplandece aunque de por sí sea obscura; no es luminosa en virtud de la propia luz, sino del verdadero sol, Jesucristo, de tal modo que siendo solamente tierra -también la luna solamente es otra tierra- está en grado de iluminar la noche de nuestra lejanía de Dios: «la luna narra el misterio de Cristo» (5).
Mas no hemos de
forzar los símbolos; su eficacia está en la inmediatez plástica que no se puede
encuadrar en esquemas lógicos. Sin embargo en esta época nuestra de viajes
lunares surge espontáneamente profundizar esta comparación, que confrontando el
pensamiento físico con el simbólico evidencia mejor nuestra situación
específica respecto a la realidad de la Iglesia. La sonda lunar y los
astronautas descubren la luna únicamente como una estepa rocosa y desértica,
como montañas y arena, no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por
sí misma sólo desierto, arena y rocas. Sin embargo, aunque no por ella, por
otro y en función de otro, es también luz y como tal permanece incluso en
la época de los vuelos espaciales. Es lo que no es en sí misma. Pero esto
otro, que no es suyo, también es realidad suya. Existe la verdad física y
la simbólico-poética que no se excluyen mutuamente.
Este es el
momento de plantearnos la pregunta: ¿no es ésta una imagen exacta de la
Iglesia? Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna, descubrirá
solamente desierto, arena y piedras, las debilidades del hombre y su historia a
través del polvo, los desiertos y las montañas. Todo esto es suyo, pero no se
representa aún su realidad específica. El hecho decisivo es que ella, aunque es
solamente arena y rocas, es también luz en virtud de otro, del Señor: lo que no
es suyo es verdaderamente suyo, su realidad más profunda, más aún su naturaleza
es precisamente la de no valer por sí misma sino sólo por lo que en ella
no es suyo; existe en una expropiación continua; tiene una luz que no es suya y
sin embargo constituye toda su esencia. Ella es luna -mysterium lunae- y
como tal interesa a los creyentes porque precisamente así exige una constante
opción espiritual.
Como el
significado contenido en esta imagen me parece de una importancia decisiva,
antes de traducirlo en afirmaciones de principio, prefiero clarificarlo mejor
con otra observación. Después de la utilización de la lengua propia en la
liturgia de la misa, antes de la última reforma, encontraba siempre una
dificultad ante un texto que me parece esclarecedor para lo que estamos
tratando. En la traducción
del suscipiat se dice: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio... para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».
Siempre estuve tentado de decir «y el de toda nuestra
santa Iglesia».
Reaparece aquí todo el problema y el cambio
obrado en este último período. En lugar de su Iglesia hemos colocado la
nuestra, y con ella miles de Iglesias; cada uno la suya. Las Iglesias se han convertido en
empresas nuestras, de las que nos enorgullecemos o nos avergonzamos, pequeñas e
innumerables propiedades privadas, puestas una junto a otra, Iglesias solamente
nuestras, obra y propiedad nuestra, que nosotros conservamos o trasformamos a
placer.
Detrás de «nuestra Iglesia» o también de «vuestra Iglesia» ha
desaparecido «su Iglesia». Pero ésta es la única que
realmente interesa; si ésta no existe ya, también la «nuestra» debe
desaparecer. Si fuese solamente nuestra, la Iglesia sería un castillo en la
arena.
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