martes, 20 de febrero de 2018

La Homilía en América Latina


La homilía en  la Iglesia Latinoamericana

1.                  El contexto histórico de la Iglesia en América Latina

1.1              La realidad extra eclesial

La Iglesia latinoamericana ante los cambios del siglo XIX

La Iglesia en el continente latinoamericano en el siglo XIX tuvo que afrontar de golpe los cambios que en Europa se habían gestado y enfrentado desde siglos atrás. Nos referimos al nacimiento de los nuevos estados independientes que habían sido hasta entonces colonias españolas, inglesas y portuguesas. En aquel momento se habían introducido las ideologías del nacionalismo, el secularismo y la industrialización, en otras palabras, nace el estado laico y se instaura una manera pluralista de gobernar, lo que significó para el clero la perdida de privilegios eclesiásticos otorgados por el patronato del imperio hispánico, aunque al mismo tiempo, se propició una comunicación directa con Roma, Europa y el mundo entero. En este contexto, haciendo una mirada de fe, todo esto se traducirá en una entera libertad pastoral para los obispos de los tiempos venideros[1].

Ahora bien, la Iglesia empezará concretamente una nueva etapa significativa a partir del año 1899 con el Concilio Plenario para la América Latina. Este magno evento fue celebrado, auspiciado y sostenido por la Iglesia de Roma. En este sentido, debe quedar claro que el propósito es dar una respuesta definitiva sobre la acción del clero ante las nuevas situaciones de la región a nivel doctrinal, teológico y pastoral. A partir de aquí, se desencadenará en todos los países sínodos para asumir los lineamientos de dicho Concilio plenario, dando como frutos  el nacimiento de conferencias y secretariados, tanto a nivel general como provincial, del episcopado latinoamericano, lo que unifica criterios de la acción eclesial a nivel continental[2].

La Iglesia Latinoamericana ante los avatares históricos del siglo XX

Latinoamérica no fue testigo de las grandes guerras mundiales que sufrió Europa, pero era el escenario de la miseria, la injusticia y la opresión a gran escala.  La Iglesia, que gozaba de autonomía con respecto a los estados liberales pero que carecía de calidad cuantitativa y cualitativa de clero, se tuvo que debatir con la relación antagónica de regímenes dictatoriales militaristas y los movimientos de liberación marxista que cundían por todo el continente. 

Asimismo, ve angustiada el nacimiento de la teología de la liberación, la invasión protestante y las ideologías de la seguridad nacional, que parecían romper en dos a toda la región, dejando como frutos golpes de estado, masacres inimaginables, una incontrolable esquizofrenia contra la mancha roja y la pérdida de la ortodoxia católica. En verdad, era una época de ebullición a nivel social y eclesial, todos haciendo de la liberación una caricatura, pues, unos luchaban para alcanzarla y otros para defenderla.

            Ante lo arriba planteado, hemos de recordar que todos  los romanos pontífices en el siglo XX darán soporte e impulso a todas estas iniciativas, entendemos que con el objetivo de promover la buena formación del clero, la aplicación del Concilio  Vaticano II, el desarrollo de la evangelización y la ordenación optima de la pastoral; todo ello para indicar el camino de la Iglesia latinoamericana debería de tomar ante los desafíos que los signos de los tiempos les exigía. Sin duda alguna, a partir de esto, este organismo eclesial dará una nueva configuración al modo de ser Iglesia en el sentido de su dimensión magisterial, comunitaria y colegial[3].  

La Iglesia Latinoamericana ante el umbral del tercer milenio

En efecto, llegará el umbral del tercer milenio. A nivel continental celebrábamos los quinientos años de evangelización, evaluando las luces y sombras de ese encuentro de dos mundos totalmente diferentes, logrando de manera profética ver hacia el tema de una nueva evangelización que abarcara cada una de las dimensiones de nuestra realidad, es decir, en consonancia con esa vox populi clamábamos la búsqueda salvación integral de todo hombre y mujer. Debido a esto, la Iglesia se abría a una manera nueva de mostrar el evangelio al mundo; precisamente necesitaba mucha valentía y creatividad debido  a las nuevas problemáticas y desafíos, pero siempre con madurez de la vocación universal de ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.

1.2              La homilía ante la realidad de la Iglesia latinoamericana:

La Iglesia en América Latina estaba lejos de las grandes controversias teológicas de la reforma litúrgica del siglo XX, lo hemos visto claramente en el contexto histórico que hemos expuesto anteriormente, nuestros problemas eran totalmente otros; sin embargo, nos atrevemos a atestiguar que de una manera sutil la liturgia celebrada a lo largo y ancho del continente latinoamericano cada vez se convertía en un espacio propicio en donde la Palabra de Dios proclamada era la luz que iluminaba la realidad social y eclesial, a través de las homilías se hacía una lectura de los signos de los tiempos en clave de liberación, propiciando una transformación de sus raíces intrínsecas y extrínsecas de las injusticias que oprimían a millones de personas.

            En efecto, hablamos de una Iglesia que redescubre el derecho y deber de anunciar y realizar el Reino de Dios ante el mundo en el contexto de su historia, eran conscientes de que en sus predicaciones no se podían olvidar de la realidad del Pueblo de Dios. La homilía se convirtió en un instrumento de anuncio y denuncia, es decir, se insistió mucho en el carácter profético de la predicación. El clero latinoamericano estaba convencido que no podían vivir de espaldas al mundo, debían tomar parte en los avatares históricos de la sociedad.

            Igualmente, la Iglesia Latinoamérica tenía una clara sus opciones pastorales, la vida humana comenzó a tener importancia dentro de las homilías desde la reunión de Medellín, de manera especial la de los más pobres y necesitados del continente que clamaban gritando una justicia pronta y eficaz. Todo esto se iba a traducir que las homilías debía ser un alzar la voz en contra de todo aquello que atropellase la vida de los seres humanos, ya fueran acciones aisladas o públicas; asimismo, contra leyes inmorales e injustas que dañasen la dignidad de la persona humana en lo más básico y fundamental. Cabe aclarar, que en este sentido había líneas evangélicas de convivencia eclesial y social marcadas por el magisterio latinoamericano, es decir, la Iglesia estaba llamada a incluir en sus homilías lo que respectaba  a su competencia, evitando caer en tecnicismos y totalmente inspirados en los que marcaba la Palabra de Dios .

            Huelga decir que en América Latina toda la Iglesia quería asumir los lineamentos fundamentales que indicaba el Concilio Vaticano II, se sentía llamada a promover la verdad y la justicia como base de una auténtica paz. Ahora bien, debemos entender que se hizo una lectura de dicho magisterio desde una realidad en donde cundía la mentira, la injusticia y la mentira  institucionalizada, oprimiendo las grandes mayorías; entonces se veía de vital importancia que se estuviera a favor de la causa de los que sufrían a causa de esas estructuras de pecado. En este sentido, se puede terminar de entender que la homilía tratará de ser luz en medio de las tinieblas, a sabiendas que el misterio de la iniquidad seguramente se lanzara contra de ella, para destruirla y proteger asi su dinamismo maligno. Obviamente, esto llevo a que la homilía fuera calibrada por un criterio cuasi sociológico, en este sentido aceptamos la objeción de los que opinan que era muy difícil distinguir las influencias ideológicas y las inspiraciones netamente evangélicas a la hora de predicar en las eucaristías.

            Ahora bien, la realidad de la homilía en la actualidad ha cambiado rotundamente, pues, también hemos cambiado de época. En estos momentos la Iglesia se bate contra la realidad del consumismo, el secularismo, el problema ecológico y la globalización, entre otras. Hemos dicho anteriormente que la Iglesia está en una misión continental, se quiere que todos seamos discípulos y misioneros de Jesucristo.

En este contexto la homilía se convierte en un espacio propicio de animación misionera y de nueva evangelización, se valora mucho la presencia de la Palabra de Dios y la homilía de parte del sacerdote que celebra. 

En fin, se ha detectado una doble problemática: 

Primero, de parte de los fieles existe el peligro de desasociar Palabra de Dios, homilía y sacramento, es decir, pareciera que la predicación es el criterio para graduar la calidad de la celebración; incluso, muchos podrían ver como accesorio las demás partes de la eucaristía. 

El segundo problema radica en los ministros ordenados. A mi juicio existen enormes lagunas en cuanto al conocimiento básico de los principios teológicos sobre la homilía, pareciera que se da por supuesto que una vez salidos del seminario todos estuviesen preparados para estar tras el ambón realizando una homilía, cuando en verdad no existe la capacidad de llevarla a cabo, incluso hay considerables reservas de aprecio y compromiso a dicha labor de preparación integral al respecto.

Por lo tanto, creemos que este aspecto es una urgencia a la hora de planificar la formación de los futuros presbíteros, no valen los supuestos, sino las evidencias.

2.                  La homilía en la vida de la Iglesia:

2.1              Dei Verbum y Sacrosanctum Concilium: una homilía nutrida de la Palabra de Dios y de la liturgia

La Dei Verbum en su numeral 21 habla sobre la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, habla de cómo se ha venerado desde siempre al Igual que mismo Cuerpo del Señor, sobre todo dentro de la Sagrada liturgia, tanto así que se le considera como la norma suprema de fe, debido a su inspiración divina. En este contexto se invita a que a que omnis ergo praedicatio  ecclesiastica sicut ipsa religio christiana sacra Scriptura nutriatur et regatur oportet. En este sentido la homilía más que una predicación de la Sagrada Escritura es una predicación desde la Palabra de Dios, se trata actualizar esa presencia de Dios en medio de su pueblo, de hacer operante ese amor con la que el Señor se dirige a su Pueblo, de convertir en una acto vivo ese alimento que viene de los alto.

Asimismo, recordemos la novedad que nos trajo Sacrosanctum Concilium en los numerales 6-8, los cuales, están ubicados dentro de la exposición de sus principios generales en donde se sientan sus bases teológicas y eclesiológicas, al afirmar que la presencia de Cristo está en la Sagrada Escritura proclamada en la liturgia. A nuestro juicio la claves de interpretación es la categoría historia de la salvación, pues, de este modo a la liturgia se le está viendo como obra de la Trinidad pero operante en la historia de la humanidad, es decir, es presencia de Dios en la historia en tencionalidad escatológica. Por lo tanto, la homilía nutrida de esa Palabra de Dios viva y operante se convierte para la asamblea en el encuentro de Dios con los hombres.  

Resulta oportuno, subrayar un aspecto olvidado sobre la homilía, la Sacrosantum Concilium  marca en su numeral 35 dos afirmaciones importantes: cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia.

En primer lugar, aquí ilumina la problemática que indicamos con anterioridad, debemos superar la mediocridad ministerial en lo que se refiere al nuestro compromiso de predicar.

De la misma manera, la fuente de la homilía no se limita solamente a la Palabra de Dios sino que se extiende a la liturgia misma, al ritus et preces, pues, detrás de ellos están presentes también las maravillas de la historia de la salvación, es decir, son fuente inagotable de una fe celebrada y que realiza la obra de la redención en la historia de los hombres.

2.2              Verbum domini: La importancia de la homilía

El Papa Benedicto XVI escribe Verbum Domini casi 50 años después del Concilio Vaticano II, y pareciera que el tema de la homilía fuera una realidad que todavía está en sus inicios; de hecho, él dedica los numerales 59-60 para hablar sobre su importancia. 

Primero, ubica la tarea de realizar la homilía como un oficio propio de los ministros ordenados, después de esta  consideración trae a colación la necesidad de mejorar la calidad de ellas, pues, está íntimamente relacionada con la Palabra de Dios y la comprensión que los fieles tienen de esta. 

Segundo, deja por sentado que la homilía constituye una actualización del mensaje bíblico, por lo que se tiene la obligación de llevar a los fieles a descubrir la presencia salvadora de Dios en la propia vida. 

Tercero, la homilía también tiene el cometido de conectar la asamblea con el misterio que se está celebrando, entendemos que se refiere a que todo apunte a una participación activa, consciente y fructuosa de toda la celebración litúrgica.

 Cuarto, insiste en la centralidad cristocéntrica de la homilía y en la preparación óptima de la predicación, es decir, que seamos nosotros los que predicamos los primeros que nos dejemos interpelar por esa palabra de Dios, que tengamos una familiaridad con el texto sagrado, y solamente desde el aspecto intelectual, sino espiritual, que de verdad sea yo el primer creyente de esa palabra. 

En esta línea el Papa hace una propuesta concreta: la Lectio Divina, es decir, la lectura orante de la Palabra de Dios, asimismo manda a realizar un directorio homilético en donde hayan los suficientes recursos para que los ministros ordenados puedan preparar materialmente sus homilías.   

2.3              Evangelium Gaudium: La homilía como el dialogo de Dios con su Pueblo

El tema de la homilía sigue siendo una urgencia pastoral de la Iglesia en la actualidad. El Papa en Evangelium Gaudium dedica unos numerales a dicho tema, veamos de qué se trata. 

Primero, deja por sentado que la homilía no es una un momento de meditación, catequesis y ni mucho menos un espectáculo entretenido sino un espacio de dialogo de Dios con su Pueblo dentro del contexto de la celebración eucarística, lo que hace de este momento insuperable con otros aspectos que incluyan el aspecto de la predicación, y como tal, tiene la finalidad de conectar a la asamblea con la mesa de la palabra y con la mesa eucarística, pensamos de nuevo en la participación plena, activa y consciente de la liturgia.

 Segundo, exhorta a que la homilía sea breve, detrás de ellos están los principios de la pastoral litúrgica que velan por un equilibrio entre todas las parte de la celebración y por su centralidad cristológica. 

Tercero, se remarca el carácter dialogal en clave maternal de la homilía, es decir, no se trata de una clase teológica o de una predicación moralista, lo cual, desvirtuaba su naturaleza propia, sino, de la Iglesia que es madre y que dialoga con sus hijos para acercarlos al misterio de la presencia de Dios. 

Cuarto, también la homilía es vista como ese espacio propicio en donde lo más importante no es transmitir una verdad concreta, sino, el encuentro y el diálogo en sí mismo entre dos personas, se habla de la dimensión cuasi sacramental de la homilía. 

Quinto, se propone una camino para preparar las homilías

a) El culto a la verdad, aquí habla del estudio exegético y hermenéutico del texto, lo que requerirá tiempo y espacio de calidad y en cantidad 

b) personalización de la Palabra, superar el aspecto intelectualista de a comprensión del texto, apropiarse personalmente es lo óptimo para realizar una buena homilía 

c) lectura espiritual del texto, aquí se habla propiamente de la lectura orante con la palabra de Dios 

d) un oído el pueblo, el predicador debe saber cuál es la realidad el pueblo, saber qué es lo que la gente quiere escuchar e) los recursos pedagógico, se recomienda que el predicador vele por auxiliarse de recursos que le ayuden a transmitir el mensaje de la palabra de Dios.

En suma, la homilía no es una parte periférica o accesoria de la celebración eucarística, sino que forma parte de su estructura intrínseca, es decir, su importancia radica en su vinculación esencial con la Palabra de Dios y con la liturgia en sí misma, son sus fuentes indispensables, no se pueden obviar ni la una ni la otra sin dañar irremediablemente sus efectos óptimos. Por otro lado, se debe tener un equilibrio entre genialidad, gracia y practicidad, es decir, una homilía será eficaz gracias a la acción del Espíritu Santo, el esfuerzo personal y la forma en como pueda predicar delante de los demás. No olvidar, que la homilía es un espacio y un tiempo cuasi sacramental en donde Dios dialoga con su pueblo. 

3.                  Propuestas de acción para atender el tema de la homilía en América Latina  

La primera línea de acción que proponemos es ir a la raíz del problema, atender y optimizar la formación litúrgica de los seminarios mayores de América Latina. Esto no debería sorprender a nadie, pero estamos conscientes que las grandes deficiencias que de sobras se han señalados proviene de la formación sacerdotal básica de los ministros ordenados. 

Pero no basta una atención aislada, sino continental, la ventaja con este aspecto es que existe todo un aparataje institucional a nivel eclesiástico que podría propiciar la optimización de la formación liturgica de los seminaristas. Al reconocer y adquirir los principios fundamentales de la teología litúrgica, al adentrarse de una manera consciente, plena y activa  en la liturgia, cuando se configure en ellos una adecuada personalidad liturgica, sabrán darle contenido y sentido a las celebraciones litúrgicas  que en futuro ellos mismo presidirán como ministros ordenados. Desde ahora deben tener ese amor adecuado por la liturgia, pero al mismo tiempo que sean hombres que puedan celebrar adecuadamente.

La segunda línea de acción de nuestro trabajo es desarrollar en nuestros seminarios una formación homilética integral, que no sólo se limite a la teoría teológica que le corresponde, sino que sean provistos de una debida formación retórica, pedagógica y práctica del desarrollo que una homilía implica.  En este sentido, la homilética no puede ser un apéndice en la ratio studiorum del seminario, sino, según lo que hemos visto una materia sumamente importante. Esto implicaría que los futuros ministros ordenados sean también formados en vistas a que puedan tener un ojo crítico con la realidad que les rodean, para que el día de mañana al hacer una adecuada lectura de los signos de los tiempos pueda iluminar dicha realidad con la Palabra de Dios.

La tercera línea de acción que proponemos es propiciar una formación permanente en el clero, en vistas a que pueda mejorar su ministerio de predicación. En esta misma línea, proveer de un directorio homilético continental, regional o diocesano en donde todos los sacerdotes puedan acudir confiadamente cuando necesiten preparar sus homilías. Asimismo, de oficinas permanentes  de recursos litúrgicos, en donde haya lo necesario para preparar las celebraciones dominicales, incluso en lo que respecta a la preparación de las homilías.

Por último, creemos firmemente que necesitamos una conversión pastoral a todo nivel dentro de la Iglesia en América Latina.  Esto implica que los primero convencidos de la Palabra de Dios y de la maravillas realizadas por Dios en la liturgia son los pastores de almas; solamente de esta manera ellos serán testigo inigualables de esa palabra que están predicando. No se necesitan en el ambón exegetas ni retóricos, sino pastores competentes y convencidos del mensaje que predican.

P. Judá García 


[1] Cf. Dussel, Enrique. Historia de la Iglesia en América Latina, Madrid  1992,  135-136.
[2] Cf. Piccardo, Diego R., Historia del Concilio  Plenario Latinoamericano, en  Cuádrenos Doctorales, 59 (2012) 417-503
[3] Cf. Karlic, Estanislao Esteban. “perspectiva teológica en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano”, (Conferencia pronunciada en el marco del 50° aniversario del CELAM el 17 de mayo de 2005 en Lima Perú) Tomado de www.CELAM.org



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