El
Salvador es considerado uno de los países más violentos de América Latina. Las
circunstancias cotidianas comprueban tan grave situación: según las
estadísticas aquí ocurren de 8 a 14 asesinatos diarios; a esto le sumamos la
enorme cantidad de abusos sexuales, violencia intrafamiliar, la violencia en la calle, rencillas personales e infinidad de ejemplos
macabros.
Asimismo,
no podemos olvidar la violencia que proviene de la institución gubernamental,
cristalizadas en políticas neoliberales que van en contra del bien común de los
salvadoreños, atropellando los derechos fundamentales de las mayorías, o en
leyes opresoras contra aquellos que exigen igualdad y respeto a sus necesidades
vitales. Es un país donde está imperando la mentira, la injusticia y la
opresión. Así también hay que reconocer un fenómeno que está ocurriendo
simultáneamente: la voz de nuestros pastores no tiene resonancia en nuestras
comunidades eclesiales ni en la sociedad en general, en buena parte es porque
no se le da impulso a los pronunciamientos de ellos, por otro lado, muchos de
los obispos callan ante tanta abominación de la violencia en nuestro país,
perdiendo así credibilidad.
La Iglesia es el cuerpo histórico de Jesucristo, es decir, es signo eficaz de la persona y misión de Jesús de Nazareth, y como tal, no puede vivir de espaldas a la situación de las personas humanas, sino que debe estar en el mundo y al servicio de los hombres, para que la construcción del Reino de Dios sea una realidad que esté presente en la historia de la humanidad. En esta línea, se sabe que la violencia en nuestro país es abominable, es sangre derramada que clama justicia al cielo. Y por ello la Iglesia se preocupa de tremendos horrores en contra de muchos en estas tierras cuscatlecas y siempre, por ello, ha tenido una palabra profética, que denuncia el pecado y anuncia la buena nueva, y no puede vivir sin hacerlo, tiene que responder siempre al “hoy” de Dios, pues esto corresponde a su sustrato real, verdadero y primigenio; Ella descubre a Cristo sufriente en el rostro del pueblo crucificado, injustamente violentado y totalmente desfigurado. Ante tal realidad, proclama un Reino que exige un cambio subversivo, es decir, que la situación del orden establecido de un reino de la muerte tiene que ser cambiado radicalmente por el Reino de la vida, construido históricamente, en total tensionalidad trascendente y escatológica.
Entonces, la Iglesia debe estar consciente de la opción fundamental por la persona y misión de Jesucristo, ya que él es el sustrato real de su identidad y misión, así también, no debe perder de vista la opción preferencial por los pobres, por los que sufren, por los marginados y malditos de la sociedad, ellos son bienaventurados y nos ayudan a ser bienaventurados, y en este sentido conviene que la Iglesia siempre tenga una praxis utópica y profética con respecto a la situación de violencia social en el Salvador, esto quiere decir lo siguiente:
Que los pastores de la Iglesia deben utilizar su ministerio episcopal a favor de los que sufren a causa de la violencia, ya sea en su palabra, como guía de la comunidad eclesial, o con la evangelización integral de toda su diócesis, la cual favorezca la conversión de los hombres y mujeres de este mundo, ya que sin la renovación de ellos no sirven todos los proyectos que se formen.
Los laicos necesitan comprometerse con la construcción de una sociedad más justa y solidaria, llevar la voz social de la Iglesia a las diferentes estructuras del país, y desde allí construir una alternatividad de proyectos que beneficien a al bien común de los salvadoreños.
La Iglesia y el estado debe custodiar y fortalecer la institución familiar, para que en ella se puedan fomentar los valores morales y religiosos que vayan en pro del bienestar personal y social de nuestro país.
Las estructuras gubernamentales y sociales deberían cambiar radicalmente sus políticas neoliberales, se deben humanizar su actuar y no velar por intereses minoritarios, sino por las grandes mayorías; asimismo los medios de comunicación social deben hacer un esfuerzo serio por promover la paz social.
En suma, la Iglesia tiene enorme cometido de impulsar una evangelización integral que vaya en pro de un país mejor, en el sentido que tiene el cometido de realizar la salvación de Jesucristo en la historia de la humanidad, en este caso debe luchar por todos los medios posibles para erradicar la violencia que oprime a muchos salvadoreños, ya sea iluminando la situación real de violencia en el salvador como renovando a los hombres y mujeres de nuestro país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario