martes, 25 de agosto de 2015

LA VERDADERA RELIGIÓN SEGÚN EL BEATO ÓSCAR ROMERO


«LA RELIGIÓN AGRADABLE A DIOS»

¿Cuál es la religión verdadera? Religión falsa es esa que hemos dicho. Y Puebla dice: lo más horroroso de esos estados de fuerza regidos bajo la ideología de la seguridad nacional, es que se crean que ellos son cristianos y defensores del cristianismo del Occidente. ¡No hay hipocresía más grande que, en nombre del mismo cristianismo, se esté apuñalando al hombre y al pueblo cristiano! En cambio, la religión verdadera, la que no es vacía de interioridad, de revelación, ni de obras, es ésta.

a) Interioridad. En el evangelio de hoy cuando Cristo dice: «lo que entra de fuera no mancha si el corazón no lo recibe». Siempre, otra vez, ¡la interioridad! Hermanos, si no sabemos encontrarnos con Dios en el interior de nuestra conciencia, no hemos conocido la verdadera religión. Y qué fácil es, hasta los alcohólicos anónimos tienen en una de sus reglas: «ir ganando en conciencia del trato con Dios». Esto lo diría a mis queridos cristianos: «Vayamos ganando cada día más en la conciencia de que puedo platicar y de veras platicó con mi Señor y Dios, con mi Padre. Ésa es la interioridad que inspirará mi sinceridad. ¿Cómo podrá engañar a otros, aunque hable en la Asamblea Legislativa, el que no trata de engañarse a sí mismo? No se engaña a sí mismo el que ora con Dios nuestro Señor. Por eso dicen los santos: «El que ora, vive bien; y el que no ora, vive mal». Si mucha gente en El Salvador vive mal, aquí está la causa: falta de interioridad, falta de oración.

b) Otra condición de la ley de la verdadera religión: «cumplir la ley de Dios antes que las tradiciones de los hombres». La ley de Dios es tan hermosa, tan fácil, tan sencilla, que ahí estaría compendiado todo, en vez de tantos códigos penales, civiles, constituciones, etc., que no se cumplen para nada. Bastarían diez mandamientos de la ley de Dios y El Salvador se transformaría. La religión verdadera cumple la Ley de Dios y no tanto las tradiciones y los enredos que los hombres hacen con sus legalidades, con sus legalismos.

c) Condición que nos pone la segunda lectura de hoy: que haya obras que prueben la fe: visitar a la viuda, socorrer al huérfano. Es decir, hacer obras buenas, sobre todo, en sentido de caridad y de amor, con verdadero sentido de igualdad humana. Nadie se sienta superior a otro, porque si a ti te sobra es porque Dios te lo ha dado a ti, y, por tu medio, se lo quiere dar al otro. ¡Siéntelo como hermano!

d) Condición: elementos de una religión sobrenatural, nos propone hoy Santiago en su segunda carta. Yo quisiera -ya que estoy hablando a un auditorio católico: muchas religiosas, muchos laicos comprometidos con la Iglesia, a las comunidades que me escucharán por radio- decirles, queridos hermanos cristianos, que nuestra religión no sólo se contenta con esas tres cosas: de interioridad, de ley de Dios y de obras buenas. Tenemos todavía un horizonte más divino, es la vida sobrenatural: la trascendencia.

-La gracia: Donde Santiago hoy nos dice: «El Padre, por propia iniciativa, nos engendró para el amor y nos ha hecho como primicia de sus criaturas». Quiere decir aquí: el que está en gracia de Dios, está como engendrado directamente por Dios. No basta la vida que me dieron mis padres. Ésa es una vida natural que, desde Adán, viene privada de la gracia de Dios. Como decíamos el domingo pasado: lo más hermoso de mi vida cristiana es que, sobre esa vida que me dieron mis padres, tal vez muy agradable, inteligente, capaz de todo lo humano, le falta, diríamos, un segundo piso. Es la gracia, lo que Dios te quiere dar: el perdón de tus pecados y hacerte hijo suyo, heredero de su gloria, que cuando mueras lo puedas ir a poseer eternamente. Éste es el primer elemento: vivir en gracia de Dios.

-La palabra de la verdad. Nos engendró en la palabra de la verdad. Santiago no exhorta hoy a «aceptar dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarnos». Sólo esta palabra es capaz de salvarnos. Creer, esperar, esta es la gracia del cristiano en nuestro tiempo. Cuando muchos desesperan, cuando les parece que la patria ya no tiene salida, como que todo se acabó, el cristiano dice: No, si todavía no hemos comenzado, todavía estamos esperando la gracia divina que, ciertamente, ya se comienza a construir en esta tierra, y seremos una patria feliz y saldremos de tanto crimen. Habrá una hora en que ya no haya secuestros, habrá felicidad, podremos salir a nuestras calles y a nuestros campos sin miedo a que nos torturen y nos secuestren. ¡Vendrá ese tiempo! Canta nuestra canción: «Yo tengo fe que todo cambiará». Ha de cambiar si de veras creemos en la palabra que salva y en ella ponemos nuestra confianza.

Para mí, éste es el honor más grande de la misión que el Señor me ha confiado: de estar manteniendo esa esperanza y esa fe en el pueblo de Dios, y decirle: «Pueblo de Dios, sean dignos de ese nombre».

Pueblo de Dios no equivale a pueblo de El Salvador. En el pueblo de El Salvador están ustedes como pueblo de Dios. Ustedes son una selección, ustedes son como -lo que ha dicho aquí Santiago- la primicia de la salvación. El pueblo de Dios, los bautizados que formamos comunidades, los que hacemos Iglesia tenemos que hacer honor a esa elevación de esperanza, de fe, de gracia, de filiación divina, para no dejarnos perder en la confusión de las cosas de abajo, que aunque sean religiosas pero muchas veces se tornan falsas religiosas y se torna muchas veces confusión y hasta en la misma religión como comenzamos diciendo, hasta en los mismos templos puede haber falsa adoración del Señor. En cambio, esto no equivoca: arrepentirse del pecado, vivir en gracia de Dios, poner la confianza en el Señor, esto es lo que hace al pueblo de Dios su característica más propia, la que lo hace pueblo de esperanza.

Yo quisiera que mi Iglesia, mi Arquidiócesis, mis comunidades queridas, mis sacerdotes, mis religiosas, todos fuéramos de verdad una expresión de esta vida divina, de esta trascendencia, de esta esperanza que está más allá de nuestra historia, y que ya en esta historia comenzará a hacerse realidad en la medida en que nosotros vivamos esa realidad trascendente. Por eso no nos pueden entender los que no entienden la trascendencia. Cuando hablamos de la injusticia aquí abajo y la denunciamos, piensan que ya estamos haciendo política. Es en nombre de ese reino justo de Dios que denunciamos las injusticias de la tierra y en nombre de aquel premio eterno que les decimos a los que todavía trabajan en la tierra: «Trabajen, pongan al servicio de la Patria todo su esfuerzo, sus capacidades técnicas, profesionales, políticas, para dar a El Salvador una Patria que no sea ya el producto de tantos corazones podridos; sino que sea de verdad la política santa, la profesión y la justicia tal como la debían de hacer los hijos de Dios manejando la política de la tierra.

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