«LA RELIGIÓN AGRADABLE A DIOS»
¿Cuál es la religión verdadera? Religión falsa es esa que hemos dicho. Y
Puebla dice: lo más horroroso de esos estados de fuerza regidos bajo la
ideología de la seguridad nacional, es que se crean que ellos son cristianos y
defensores del cristianismo del Occidente. ¡No hay hipocresía más grande que,
en nombre del mismo cristianismo, se esté apuñalando al hombre y al pueblo
cristiano! En cambio, la religión verdadera, la que no es vacía de
interioridad, de revelación, ni de obras, es ésta.
a) Interioridad. En el evangelio de hoy cuando Cristo dice: «lo que entra de fuera no
mancha si el corazón no lo recibe». Siempre, otra vez, ¡la interioridad!
Hermanos, si no sabemos encontrarnos con Dios en el interior de nuestra
conciencia, no hemos conocido la verdadera religión. Y qué fácil es, hasta los
alcohólicos anónimos tienen en una de sus reglas: «ir ganando en conciencia del
trato con Dios». Esto lo diría a mis queridos cristianos: «Vayamos ganando cada
día más en la conciencia de que puedo platicar y de veras platicó con mi Señor
y Dios, con mi Padre. Ésa es la interioridad que inspirará mi sinceridad. ¿Cómo
podrá engañar a otros, aunque hable en la Asamblea Legislativa, el que no trata
de engañarse a sí mismo? No se engaña a sí mismo el que ora con Dios nuestro
Señor. Por eso dicen los santos: «El
que ora, vive bien; y el que no ora, vive mal». Si mucha gente en El Salvador
vive mal, aquí está la causa: falta de interioridad, falta de oración.
b) Otra condición de
la ley de la verdadera religión: «cumplir la ley de Dios antes que las
tradiciones de los hombres». La ley de Dios es tan hermosa, tan
fácil, tan sencilla, que ahí estaría compendiado todo, en vez de tantos códigos
penales, civiles, constituciones, etc., que no se cumplen para nada. Bastarían
diez mandamientos de la ley de Dios y El Salvador se transformaría. La religión
verdadera cumple la Ley de Dios y no tanto las tradiciones y los enredos que los
hombres hacen con sus legalidades, con sus legalismos.
c) Condición que nos
pone la segunda lectura de hoy: que haya obras que prueben la fe: visitar a la
viuda, socorrer al huérfano. Es decir, hacer obras buenas, sobre
todo, en sentido de caridad y de amor, con verdadero sentido de igualdad
humana. Nadie se sienta superior a otro, porque si a ti te sobra es porque Dios
te lo ha dado a ti, y, por tu medio, se lo quiere dar al otro. ¡Siéntelo como
hermano!
d) Condición:
elementos de una religión sobrenatural, nos propone hoy Santiago en su segunda
carta. Yo quisiera -ya que estoy hablando a un auditorio católico: muchas
religiosas, muchos laicos comprometidos con la Iglesia, a las comunidades que
me escucharán por radio- decirles, queridos hermanos cristianos, que nuestra
religión no sólo se contenta con esas tres cosas: de interioridad, de ley de
Dios y de obras buenas. Tenemos todavía un horizonte más divino, es la vida
sobrenatural: la trascendencia.
-La gracia: Donde Santiago hoy nos dice: «El Padre, por propia
iniciativa, nos engendró para el amor y nos ha hecho como primicia de sus
criaturas». Quiere decir aquí: el que está en gracia de Dios, está como
engendrado directamente por Dios. No basta la vida que me dieron mis padres.
Ésa es una vida natural que, desde Adán, viene privada de la gracia de Dios.
Como decíamos el domingo pasado: lo más hermoso de mi vida cristiana es que,
sobre esa vida que me dieron mis padres, tal vez muy agradable, inteligente,
capaz de todo lo humano, le falta, diríamos, un segundo piso. Es la gracia, lo
que Dios te quiere dar: el perdón de tus pecados y hacerte hijo suyo, heredero
de su gloria, que cuando mueras lo puedas ir a poseer eternamente. Éste es el
primer elemento: vivir en gracia de Dios.
-La palabra de la verdad. Nos engendró en la palabra de la verdad.
Santiago no exhorta hoy a «aceptar dócilmente la palabra que ha sido plantada y
es capaz de salvarnos». Sólo esta palabra es capaz de salvarnos. Creer,
esperar, esta es la gracia del cristiano en nuestro tiempo. Cuando muchos
desesperan, cuando les parece que la patria ya no tiene salida, como que todo se acabó, el cristiano dice: No, si todavía no
hemos comenzado, todavía estamos esperando la gracia divina que, ciertamente,
ya se comienza a construir en esta tierra, y seremos una patria feliz y
saldremos de tanto crimen. Habrá una hora en que ya no haya secuestros, habrá
felicidad, podremos salir a nuestras calles y a nuestros campos sin miedo a que
nos torturen y nos secuestren. ¡Vendrá ese tiempo! Canta nuestra canción: «Yo
tengo fe que todo cambiará». Ha de cambiar si de veras creemos en la palabra
que salva y en ella ponemos nuestra confianza.
Para mí, éste es el honor más grande de la misión que el Señor me ha
confiado: de estar manteniendo esa esperanza y esa fe en el pueblo de Dios, y
decirle: «Pueblo de Dios, sean dignos de ese nombre».
Pueblo de Dios no equivale a pueblo de El Salvador. En el pueblo de El
Salvador están ustedes como pueblo de Dios. Ustedes son una selección, ustedes
son como -lo que ha dicho aquí Santiago- la primicia de la salvación. El pueblo
de Dios, los bautizados que formamos comunidades, los que hacemos Iglesia
tenemos que hacer honor a esa elevación de esperanza, de fe, de gracia, de
filiación divina, para no dejarnos perder en la confusión de las cosas de
abajo, que aunque sean religiosas pero muchas veces se tornan falsas religiosas
y se torna muchas veces confusión y hasta en la misma religión como comenzamos
diciendo, hasta en los mismos templos puede haber falsa adoración del Señor. En
cambio, esto no equivoca: arrepentirse del pecado, vivir en gracia de Dios,
poner la confianza en el Señor, esto es lo que hace al pueblo de Dios su
característica más propia, la que lo hace pueblo de esperanza.
Yo quisiera que mi Iglesia, mi Arquidiócesis, mis comunidades queridas,
mis sacerdotes, mis religiosas, todos fuéramos de verdad una expresión de esta
vida divina, de esta trascendencia, de esta esperanza que está más allá de
nuestra historia, y que ya en esta historia comenzará a hacerse realidad en la
medida en que nosotros vivamos esa realidad trascendente. Por eso no nos pueden
entender los que no entienden la trascendencia. Cuando hablamos de la
injusticia aquí abajo y la denunciamos, piensan que ya estamos haciendo
política. Es en nombre de ese reino justo de Dios que denunciamos las
injusticias de la tierra y en nombre de aquel premio eterno que les decimos a
los que todavía trabajan en la tierra: «Trabajen, pongan al servicio de la
Patria todo su esfuerzo, sus capacidades técnicas, profesionales, políticas,
para dar a El Salvador una Patria que no sea ya el producto de tantos corazones
podridos; sino que sea de verdad la política santa, la profesión y la justicia
tal como la debían de hacer los hijos de Dios manejando la política de la
tierra.
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