viernes, 16 de marzo de 2018

La Nueva Alianza obrada por Jesucristo


V Domingo de cuaresma, Ciclo B


- Jer 31, 31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré los pecados.
- Sal 50. R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
- Heb 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió en autor de salvación eterna.
- Jn 12, 20-33. Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.


La antífona de entrada de hoy marca el ritmo y la tonalidad del sentimiento de este punto de la cuaresma: Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa, contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado, porque tú eres mi Dios y mi fortaleza. El sentimiento del salmista es de angustia ante el peligro de las persecuciones, sufrimiento y muerte; efectivamente, Jesús esta a punto de entrar a Jerusalén para dar su vida por la humanidad, sabe que lo van a matar, los sentimientos de Jesús-hombre son los mismo del salmista, pero el salmo no se detiene a centrarse en los sentimientos del salmista, sino en el salto de abandono y confianza que da en las manos de Dios: sálvame, porque tú eres mi Dios y Salvador. Esto ya es una figura de lo que Jesús hará el Viernes Santo en el momento de experimentar el abandono: en tus manos encomiendo tu espíritu.

La Iglesia pide en la oración colecta de este domingo hacia el mismo amor que movió a Jesucristo a dar la vida por nosotros. Precisamente, las practicas cuaresmales del ayuno, la oración y limosna no son actos de masoquismo, sino ejercicios que nos conducen a lo verdaderamente importante: la caridad. El amor de Jesús es la medida que nuestro amor debe alcanzar, un amor sin medida, hasta el extremo. Queridos hermanos, esforcémonos por perfeccionarnos en el amor.

Las lecturas de este domingo están en armonía temática con los domingos anteriores: la alianza. Pero ¿qué es una alianza? El beato Óscar Romero nos lo dice:  

Es una comunión de vida, es una historia que se va desarrollando en comunión de vida con aquel que es la plenitud de la vida. El hombre siente que no adora a un Dios sólo por un mandato teórico que cumple unas leyes, no porque las manda el Decálogo; que deja de hacer cosas porque son inmorales, sino que, todo eso: Lo inmoral, lo moral, lo santo, lo verdadero, lo falso, conceptos teóricos, pasan a ser una relación vital, una interrelación personal. Siento que Dios ha hecho conmigo, y yo con él, una alianza. (B. Óscar Romero 01/04/79)

El autor de esa alianza es Jesucristo. Por eso hemos dicho en algunas ocasiones que el cristianismo no es la religión del libro, sino la religión de una persona, la del Hijo de Dios hecho hombre. La alianza que logramos con Jesucristo no está escrita en un papel o en una piedra sino en el corazón: Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.  Estamos hablando de una nueva existencia humana, de una renovación total de la persona, que no tiene nada que ver con un perfeccionamiento ascético-moral, recordemos que la revelación y la redención no es iniciativa propia, sino de Dios que nos ama hasta el extremo:

El Evangelio de hoy prosigue haciéndonos ver cómo este antiguo anhelo de vida plena se ha cumplido realmente en Cristo. Lo explica san Juan en un pasaje en el que se cruza el deseo de unos griegos de ver a Jesús y el momento en que el Señor está por ser glorificado. A la pregunta de los griegos, representantes del mundo pagano, Jesús responde diciendo: "Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado" (Jn 12, 23). Respuesta extraña, que parece incoherente con la pregunta de los griegos. ¿Qué tiene que ver la glorificación de Jesús con la petición de encontrarse con él? Pero sí que hay una relación. Alguien podría pensar -observa san Agustín- que Jesús se sentía glorificado porque venían a él los gentiles. Algo parecido al aplauso de la multitud que da "gloria" a los grandes del mundo, diríamos hoy. Pero no es así. "Convenía que a la excelsitud de su glorificación precediese la humildad de su pasión" (In Joannis Ev., 51, 9: PL 35, 1766). (Benedicto XVI, 25 de marzo de 2012)

El Salmo 50 nos hace caer en cuenta cual debe ser nuestra actitud ante el don de Dios: humildad para reconocer nuestros pecados. Dios da gratuitamente la salvación, pero es necesaria nuestra colaboración, nos tenemos que acercar a la fuente de la gracia para poder recibir su redención. El Papa Benedicto XVI nos lo dice esta manera:

Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas. De este modo, el salmista puede decir convencido al Señor: "Volverán a ti los pecadores" (Sal 50, 15). Y, hacia el final del salmo, dará una explicación que es al mismo tiempo una firme confesión de fe: "Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias" (v. 19).

El camino de Jesús es también nuestro camino, o sea la entrega y obediencia total a Dios: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. El paso que debemos de dar en este tiempo de cuaresma es poner nuestra confianza total en el señor y ponernos en camino de la cruz.

Feliz domingo para todos.

P. Judá García 

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