miércoles, 14 de marzo de 2018

El Padre Tilo en el pensamiento de su amigo San Óscar Romero


California (Usulután), 14 de noviembre de 2016

Tema: El P. Rutilio Grande en el pensamiento de Mons. Romero.

Prologo.

Buenas noches a todos.

Hace algunos días me tomó por sorpresa que la comisión encargada de la jornada cultural del seminario Mons. Óscar A. Romero me haya permitido este año dirigirme a cada uno de ustedes con el tema: el P. Rutilio Grande en el pensamiento de Mons. Óscar Romero, en verdad no me lo esperaba.

 Sinceramente puedo decir que para mí es un gozo, porque reflexionar y hablar de nuestros mártires es actualizar las preguntas-respuestas de San Juan en el apocalipsis:

«Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: “¿Quiénes son y de dónde han venido ésos que están vestidos de blanco?»  Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Ésos son los que llegan de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.” » (Ap. 7, 13-17)

En efecto, a través del pensamiento de Mons. Romero queremos responder unas preguntas: ¿Quién es Rutilio Grande? ¿De dónde viene Rutilio Grande? ¿Cuál fue su verdadera misión en la historia de la Iglesia de El Salvador? ¿Hacia dónde va? En cierto sentido queremos hacer una lectura vital de su persona desde Cristo.

Este proceso de asimilación no es nuevo dentro de la Iglesia. Esto lo hacían los primeros cristianos con su Señor y con sus mártires, sin dejar de ser conscientes de las causas históricas de su muerte (que algunos llaman lectura sociológica), un ejemplo de esto lo podemos encontrar en los Hechos de los Apóstoles:

«Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» (Act. 2, 36)[1]

Este ejercicio reflexivo nos ayuda a entender que el paradigma joánico-apocalíptico sobre la persecución de la Iglesia a través del tiempo-cronos por parte de los poderosos se cumplió en la vida y muerte del Padre Tilo: lo que nos lleva a pensar que su martirio se convierte en anuncio transformador y liberador y en denuncia tenaz contra el mundo concreto de pecado.

Esto implica ver su martirio, no desde el odio de sus verdugos, sino desde la fe del mártir-víctima y de la realidad histórica de su entorno; saber que el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra, sino Dios quien extiende su mano sobre las víctimas para saciarlas, confortarlas y consolarlas eternamente.

Queremos dar razón de nuestra esperanza: con Mons. Romero y el Padre Tilo comprendemos que Dios enjugará sus lágrimas, al igual que las del Padre Neto, del padre Octavio, del Padre Napo, del padre Alfonso, del Padre Rafa, Padre Marcial, la de las hermanas  Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, y la de cientos de víctimas y mártires del siglo XX en el Salvador y en el mundo entero.

Pero debemos superar una aporía. Cuando reflexionamos o predicamos sobre nuestros mártires desde la esperanza que inspira el pensamiento del beato Óscar Romero no se tenemos por objetivo adormecer a las multitudes empobrecidas históricamente o tender hacia un horizonte espiritualista. Sería una falsa acusación.  

Todo lo contrario. Para nosotros significa crear un pensamiento cristiano y una memoria martirial que promueva a los pobres y oprimidos como autores de su propia historia, o sea que terminen siendo artífices de un mundo más humano, solidario y justo, pasar del pensamiento a la acción como dijeron los obispos de América Latina en 1968 en Medellín:

«No basta por cierto reflexionar, lograr mayor clarividencia y hablar; es menester obrar. No ha dejado de ser esta la hora de la palabra, pero se ha tornado, con dramática urgencia, la hora de la acción. Es el momento de inventar con imaginación creadora la acción que corresponde realizar, que habrá de ser llevada a término con la audacia del Espíritu y el equilibrio de Dios. .» (Medellín, Introducción, nº 3)

Estamos hablando de un impulso para transformar el mundo históricamente con la fuerza de los valores y principios que nos propone la recta razón y el evangelio y extender el Reino de Dios que ya está en medio de nosotros, sin la ilusión de paraísos terrenales definitivos, inexistentes e imposibles, cómo decía Mons. Romero.

 Lo que no es una ilusión es el sueño del P. Tilo: la utopía de una vida más plena, digna y humana a través del trabajo de las organizaciones sociales que luchan por sus justas reivindicaciones, la de esa mesa cósmica en donde todos, especialmente los pobres y excepto los acaparadores, tienen un puesto y una misión.

En los sesenta-setenta la Iglesia en El Salvador suscitó hombres y mujeres que se atrevieron a ser diferentes. En este sentido, a través de la mirada del beato Óscar Romero queremos explicar que sabemos con certeza que el Padre Tilo hizo suyas las palabras del Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Gaudium et Spes:

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (G.S 1)

El P. Tilo rompió los esquemas de su realidad eclesial y la de su congregación religiosa: optó por los pobres. Esto nos enseña que es un icono de aquella Iglesia en El Salvador que estaba en un lento, doloroso y tediosos proceso de metamorfosis suscitado por el Vaticano II y Medellín. Nos referimos concretamente a:

a)                  Una parte de la Iglesia que recibe tarde, de mala gana y con desconfianza los lineamentos teológicos, doctrinales y pastorales del Vaticano II y Medellín. Hablamos que se empezaron a aplicar hasta el año 1970, los principales ausentes en las jornadas de asimilación fue el episcopado salvadoreño.[2]

b)                 Una arquidiócesis de San Salvador que gracias a Mons. Luis Chávez fue pionera en lo que respecta a promoción humana, adelantándose a su tiempo. Nos referimos a una Iglesia particular que introdujo de manera gradual y con creatividad pastoral ideas y acciones para un verdadero cambio eclesial y social en 54 cartas pastorales de su arzobispo.[3]

c)                  Al entusiasmo de los sacerdotes jóvenes, sobre todo los que pertenecían a la arquidiócesis de San Salvador, asimismo de los diversos sectores de la pastoral diocesana que con fe y esperanza veían con buenos ojos la reforma y la renovación eclesial que se avecinaba.[4]

d)                 Unas semanas de pastoral (1970 y 1976) que significaron el punto de partida concreto para la aplicación del Vaticano II y Medellín. Estas jornadas provocaron un fenómeno común con otras iglesias del mundo: la división entre los detractores de los cambios conciliares, los que aceptaban con dolor la reforma y los que vivían una primavera eclesial.   

                No es una extrapolación leer esta vida desde una perspectiva económico-salvífica, esto significa que ver al P. Tilo a través de los ojos de Mons. Romero es descubrir una intervención oportuna de Dios entre nosotros, es decir, la historia de Rutilio es historia de salvación para El Salvador.

Sin duda, estamos ante una historia que se vuelve memorial, en donde todo se vuelve actual; precisamente, el P. Tilo no es una pieza de museo anquilosada en el tiempo, pues  resulta ser un eco para nosotros y las nuevas generaciones de aquel gran compromiso de la primera semana de pastoral:

«Nosotros, la Iglesia en El Salvador, seglares, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos, nos comprometemos a configurar en el país una Iglesia renovada que sea una comunidad de amor, servidora de la comunidad humana salvadoreña y que prefigure la comunidad entera» (1º semana nacional de pastoral, conclusiones).

Desde esta perspectiva, nuestra reflexión martirial nos hace una invitación: que la vida, pasión y muerte del P. Tilo no sean vano, por eso queremos hacer de él una viva memoria, para que la Iglesia en El Salvador haga un tipo de reciclaje eclesial desde la sangre de los mártires, o sea que repiense su historia, identidad y misión, pudiendo de esta manera responder a los tiempos actuales.  

I.                   Contexto Histórico del martirio del P. Tilo

1.                  Punto de partida: 12 de marzo de 1977

En este punto no es una investigación histórica sobre la vida del P. Tilo, sino una exposición de lo que Mons. Romero vio en aquellos días cuando fue martirizado su gran amigo. Si queremos datos científicos podemos consultar otras obras que hablan con rigor; por ejemplo: el libro “Historia de una esperanza” del Rodolfo Cardenal.

El 12 de marzo de 1977, el P. Rutilio Grande García fue asesinado por miembros del ejército salvadoreño cuando iba de camino a celebrar una Eucaristía al Paisnal, en el contexto de las fiestas patronales dedicadas a San José. Este hecho conmovió profundamente a Mons. Romero y de todo el clero salvadoreño.

Hasta entonces no se había visto algo parecido, a excepción del P. Nicolás Antonio Rodríguez Aguilar quien fue asesinado en 1970 bajo otras circunstancias,[5] pues a pesar de la amenazas, nunca se había llegado a concretar ningún hecho sangriento por acusaciones políticas, y lo peor de todo es que eran miembros del ejército salvadoreño.

Esto quiere decir que el trío del mal en El Salvador: gobierno, oligarquía y ejército estaban confabulados para mantener a toda costa sus intereses minoritarios en detrimento de la dignidad de la mayoría del pueblo salvadoreño, no importaba si para eso había que matar a sacerdotes y gente comprometida con la Iglesia.

Antes de marzo de 1977, la persecución contra la Iglesia se reducía a campañas de difamación o a las conspiraciones de silencio por parte de los que estaban en contra del quehacer de los obispos o sacerdotes; en este sentido, leamos lo que Mons. Romero escribió en un artículo de prensa en 1971:

«Con verdadera sorpresa hemos notado que, después de una insidiosa campaña de calumnias contra la Iglesia, en nuestra prensa diaria se está practicando una verdadera conspiración del silencio, faltando los "profesionales de la opinión pública", a su deber elemental de informar».[6]

En cambio, a partir del asesinato del P. Rutilio Grande, a la persecución de organizaciones populares y a las campañas de difamación contra la Iglesia, se le añade la pérdida del respeto piadoso que blindaba hasta entonces a los obispos y sacerdotes: nace la persecución sistemática contra la Iglesia.

En otras palabras, se pasó a los secuestros, torturas y asesinatos selectivos del clero y de laicos comprometidos con la pastoral de la Iglesia, acusados de pertenecer a agrupaciones revolucionarias de corte marxista, de soliviantar a los campesinos, y en algunos casos, en venganza por los asesinatos políticos que realizaba la extrema izquierda salvadoreña.

En este contexto, El P. Rutilio Grande y los dos campesinos que murieron con él  simbolizan los sufrimientos injustos y las muertes infligidas a las inmensas mayorías pobres de El Salvador. La ideología de la defensa nacional del estado salvadoreño había roto los límites éticos posibles.

Era evidente que la violación de los valores cristianos y de los derechos fundamentales de la persona se estaban agravando considerablemente, poniendo en peligro la convivencia social y la civilización en todo el país; sobre todo remarcamos las penosas consecuencias para los pobres y desposeídos. 

La misión de la Iglesia estaba siendo truncada con la persecución y asesinato de sacerdotes y laicos comprometidos con la línea pastoral arquidiocesana, pero todo era debido a malos entendidos. Pero en el ambiente se respiraba fidelidad a Jesús y a la Iglesia, había un deseo legítimo de interpretar correctamente por el Magisterio reciente.

2.                  Respuesta de Mons. Romero ante el martirio del P. Tilo

Mons. Romero, convencido de que tenía que estar cerca de las víctimas de la violencia y de la injusticia, se decidió a dar signos concretos de unidad y denuncia en contra de estos actos alta y socialmente pecaminosos. Estas fueron algunas de las medidas que inmediatamente adoptó:

a.       Primera, en señal de duelo y protesta suspendió durante tres días la actividad académica de los centros de estudio católicos de la arquidiócesis, tiempo que se ocuparía para la reflexión del momento presente. A lo mejor era una manera para hacer sentir la presencia de la Iglesia a nivel civil.

b.      Segunda, para el 20 de marzo de ese año, que era 4º domingo de cuaresma, suspendió todas las misas de las parroquias y capellanías de la arquidiócesis de San Salvador, y convocó a todos los párrocos y sacerdotes a que se unieran a una única celebración dominical en el atrio de la Catedral metropolitana.

c.       Tercera, determinó no participar en actos oficial del gobierno mientras no se esclarecieran los hechos. Ésta fue de las decisiones más duras y de repudio de parte de Mons. Romero, pero no podía ser de otra manera, porque de lo contrario significaría que la víctima se hace cómplice de los mismos asesinos y verdugos.

d.      Cuarta, mandó crear una comisión especial para que estuviera al tanto del desarrollo de los hechos y que se mantuviera bien informada a la población, disposición necesaria en medio de un sistema de medios de comunicación social altamente amañada.

Estas decisiones que tomó significaron un golpe de timón para la historia de la Iglesia en El Salvador. Antes de aquellos días parecía que había una relación Iglesia-Estado irrompible, aparte de parecer una propiedad más de la oligarquía. Desde aquel entonces se logró la tan ansiada autonomía ante el mundo. 

3.                  La influencia del martirio del P. Tilo en la vida del beato óscar A. Romero

Los liberacionistas de la Iglesia en el Salvador sostienen que Mons. Romero se convirtió con la muerte del Padre Rutilio Grande. Pero diferimos de tal afirmación, porque creemos que la palabra ‘conversión’ no describe correctamente lo que en verdad pasó, preferimos usar técnicamente a palabra ‘evolución’:

«Observa monseñor Rosa Chávez (…) ‘Sería más exacto afirmar que en monseñor Romero no hubo propiamente una conversión, sino una evolución (…) nacida de una pasión que siempre incitó el camino del arzobispo: descubrir los caminos de Dios y responder generosamente a sus llamadas».[7]

La evolución no fue de golpe. El caso del P. Tilo forma parte de un paso más entre tantos había dado hasta ese momento, aunque es el más significativo, de eso no hay duda, la muerte de su gran amigo le ayudaron a ver con claridad la realidad que estaba viviendo, o sea que las entrañas del Pastor habían sido tocadas profundamente.

En otras palabras, creemos oportuno subrayar que el P. Tilo no hizo que Mons. Romero dejara de ser él, no podemos permitir que la ingenuidad lleve a concluir que un hombre de sesenta años va a cambiar bruscamente sus estructuras fundamentales como persona:

«Romero no cambió sus convicciones profundas asumiendo el cargo de arzobispo de San Salvador. Permaneció firme en su raíz espiritual católica, fundada en la tradición y el magisterio».[8]

El P. Tilo suscitó en Mons. Romero una evolución cualitativa oportuna, no un cambio esencial. Al respecto, recuerdo muy bien que Mons. Ricardo Urioste usaba la imagen evangélica del ciego de Betsaida para describir lo que estamos explicando, lo que sugiere precisamente un proceso, no un salto repentino:

Cuando llegaron a Betsaida, le presentaron un ciego y le suplicaron que le tocase. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo y, tras untarle saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: « ¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pero los veo como árboles que andan.» Después, volvió a ponerle las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente. El ciego quedó curado, de suerte que distinguía de lejos claramente todas las cosas. Después lo envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.» (Mc 8, 22-26)

 Lo que Urioste quería decir es que el cambio de Mons. Romero no es una conversión paulina o agustiniana. Por otra parte, es de aceptar una carencia: no veía claramente la realidad, por lo tanto, algunos aspectos de su proceder pastoral, actitudes de desconfianza y exabruptos no todo el tiempo fueron atinados.

Desde esta perspectiva, pensamos que el P. Tilo hizo que Mons. Romero se adecuara a la realidad, se dejó interpelar por la verdad que significaba el martirio de su amigo, desde aquel entonces ya podía ver bien; pero a la base de su renovada línea pastoral transformadora y profética estaba su personalidad que le hacían coherente con sus convicciones:

«Sin el Romero sacerdote recto, observante, riguroso, exigente, que se esfuerza por convertirse al Concilio Vaticano II por obediencia a la Iglesia, probablemente no hubiera existido el romero arzobispo sensible, apasionado, carismático».[9]

La relación entre el P. Tilo y Mons. Romero tienen que estar libres del mito, debemos contemplarlos desde la verdad: ellos eran hombres siempre en conversión, pero entendamos el término en el contexto de la conversión permanente del cristiano que siempre quiere responder a Dios.

En suma, siempre estuvieron al lado de los pobres, campesinos y marginados; eran de los cristianos que no podían dejar de ver al hermano que necesita sin ayudar: siempre en actitud de entrega y sacrificio. Vivieron su ministerio con amor y fidelidad, como buenos pastores, de verdad lo fueron, pues dieron su vida por las ovejas a él encomendadas.

II.                P. Tilo: hombre, cristiano y sacerdote-mártir

1.                  Rutilo-hombre.

En el primer aniversario de la muerte del P. Tilo Mons. Romero hace un planteamiento antropo-teologico considera que la vida humana del P. Rutilio Grande forma parte de un designio particular de Dios:

«El hombre, ¡qué hermoso es escuchar la primera lectura aquí en El Paisnal! Cambiémosle el nombre, en vez de Belén, adonde es enviado Samuel a la familia de Jes, porque Dios ha escogido un niño que va a ser grande; el rey de Israel».[10]
           
En su pensamiento, el P. Tilo es un hombre sacado de entre los hombres para el bien de propio pueblo, a ejemplo del Rey David. Es escogido y ungido por el mismo Dios para una misión singular.

            Sostiene que la vivencia humana del ambiente rural, de la pobreza y de las dificultades será la riqueza moral que portará el espíritu del Padre Tilo durante toda su vida, porque en medio de los avatares de su entorno aprendió a rezar, amar a Dios y al prójimo y a responder al llamado que Dios le hacía a través del obispo que le invitaba a ser sacerdote: es cuando se va para el seminario, comenzando un camino que lo hará más hombre.

            Piensa que la grandeza humana del Padre Tilo consiste no en las ciudades que visitó o los títulos que obtuvo, sino en el esfuerzo por humanizarse cada día más, tanto así que lo contempla de regreso en su lugar de nacimiento, el Paisnal,

«En vísperas de un día de la fiesta patronal del pueblito, viene para acá, con el cariño del hombre que ha crecido en su corazón, pasando por universidades y por libros y estudios; aquel hombre ha comprendido que la verdadera grandeza donde lo ha conducido toda su inteligencia, su vocación, todo, no está en haberse ido de aquí para ser más rico en otro pueblo sino en volver a su pueblo, amando a los suyos, siendo más hombres. Esto es la verdadera grandeza.»[11]

En efecto, afirma que el verdadero desarrollo que el P. Tilo alcanzó no fue tener más sino ser más. Estamos ante la presencia de un hombre que comenzó a ‘ser’ en el Paisnal y terminó siendo (después de un lógico desarrollo) en el mismo lugar. Es tan hombre que puede ser confundido entre los demás hombres y sus pretensiones meramente terrenales.

2.                  Rutilio-Cristiano

Mons. Romero pasa de una visión humana a una perspectiva cristiana de la persona del Padre Tilo.

En su homilía de primer aniversario decía que el P. Tilo como hombre nada más hubiera muerto un año atrás, pero como cristiano no puede morir. Al contrario, con esperanza en el corazón lo contempla iluminado eternamente por Cristo, a quien aprendió a conocer, amar y servir durante toda su vida: en casa, en el seminario y en la vida religiosa.

Cómo cristiano lo compara con el ciego de nacimiento del evangelio. Lo imaginaba postrándose ante Cristo para pedirle luz en su doctrina cristiana, en su trabajo por la liberación basada en el evangelio y que su mensaje no fuera confundido con las ideologías materialistas de su tiempo.

A través de su mirada vemos que el Padre Tilo era un Cristiano que trabajaba por dar una verdadera esperanza a las mayorías desfavorecidas, no prometiendo paraísos terrenales, pero si un mundo mejor para vivir, aunque eso significar ser asesinado.

            Por consecuencia, no bastaba con el anunció, se volvió para él necesario la denuncia del mundo del pecado, lo que motivo a que lo mataran; sin embargó sucedió lo impensable:   

«Así se rieron, porque creyeron truncar toda su predicación cristiana; lo que no se esperaban es que la muerte de un cura suscita tempestades, suscita primaveras, como la que ha vivido El Salvador cristiano desde hace un año». [12]
               
            Mons. Romero ve en la escena martirial del Rutilo-cristiano las palabras de Tertuliano: “la Sangre de los Cristianos es semilla de nuevos cristianos”:

«Lo que no sabían es que ellos ponían en el surco una semilla que reventaría en grandes cosechas como decía Cristo: «El grano de trigo muere no para quedarse sepultado». No han triunfado sobre él. La cosecha de la persecución ¡cómo ha sido abundante!, hermanos»[13]

Ese día del aniversario agradeció a Rutilio-cristiano por su testimonio de vida, junto a los cristianos que murieron con él, porque según su criterio habían suscitado una ‘primavera eclesial’ descrita como una sacudida de alegre esperanza no registrada antes.

También hacia una invitación para que a la luz del evangelio sea el testimonio de Rutilio Grande el ejemplo cristiano a seguir en medio de las crisis de la historia, suscitando un verdadero movimiento cristiano de liberación abierto netamente a la trascendencia.

3.                  Rutilio  Sacerdote-Mártir

Mons. Romero quiso interpretar la memoria del P. Tilo desde la fe y esperanza, su pensamiento invita a que lo comprendamos  en su dimensión cristiana y sacerdotal.

Si tendríamos un retrato del contexto en el que vivió el P. Tilo, notaríamos la presencia de fariseos y escribas modernos que no entendieron el mensaje liberador de su praxis pastoral, por lo que desde la autosuficiencia y la discriminación le dieron sentencia de muerte.

En su homilía queda claro que sociológicamente la vejación contra el P. Tilo fue un crimen, por lo tanto, un acto en sí mismo no querido por Dios, porque truncó la vida y esperanza que un buen hombre debió seguir ofreciendo a la Iglesia y a los pobres. En ningún momento se intentó edulcorar su asesinato, en su contexto era imposible, pero debe quedar claro para que las próximas no pasen por alto la dimensión criminal de su muerte.

La otra cosa evidente es la lectura de fe que se hace de su muerte, lo que involucra un lenguaje sapiencial que conecta la teología del martirio con la teología del sacerdocio cristiano católico: o sea que Rutilio es el sacerdote-mártir.

Según su pensamiento, en primer lugar el P. Tilo es Jesuita, decía que como buen hijo de San Ignacio de Loyola supo preguntarse en todo momento: « ¿Qué he hecho por Cristo?, ¿qué hago por Cristo?, ¿qué debo de hacer por Cristo?»,[14] lo que nos lleva a pensar que era un sacerdote en constante discernimiento, esto explicaría los caminos pastorales por lo que optó, encarnándose en la realidad de su sufrido pueblo, no importándole nadar contracorriente ante la sociedad, la Iglesia y su congregación religiosa. 

En el P. Tilo se cumple perfectamente el antiguo principio teológico que se suele aprender en las aulas del seminario: La gracia no sustituye la naturaleza. Ciertamente, la ordenación sacerdotal no le aportó de golpe el talante de pastor que tenía al final de su vida,  fueron los campesinos con quienes se sintió hombre encarnado, portaba al Cristo que había hallado en los pobres, ellos le enseñaron a ser cristiano y  pastor, verdadera imagen y testigo de Cristo en medio de los hombres.

No obstante, el P. Tilo por ser sacerdote-mártir tiene una triple unción, nos referimos a las unciones del bautismo, orden sacerdotal y la que se le confiere con el martirio:

«Y finalmente digo, hermanos, el sacerdote, el sacerdote que aquí recogió su vocación y que fue ungido no solamente con el óleo santo que nos ha ungido a todos nosotros, ministros del altar, sino que ahora lo veneramos ungido con el aceite del martirio, con su propia sangre como me pareció aquella noche cuando lo vi en la iglesia de Aguilares».[15]

            Está haciendo una comparación entre el signo explicativo de anonadamiento que hace el que se ordena sacerdote cuando se postra en el suelo y Rutilio sacerdote-mártir tendido muerto en el suelo en medio de los pobres, era como empezar a participar por medio del martirio de esa liturgia eterna del cielo:

“Tendido, muerto, como cuando el sacerdote se postra en el suelo para ser también ungido, para ser inmortalmente sacerdote, ser allá un mártir. Y su misa comenzaba a celebrarse ya en su cielo”. [16]

También, quería ver en la figura sacerdotal y martirial del P. Tilo la misma figura de Cristo luz del mundo y cumplidor de la voluntad del Padre que se dibuja en el pasaje del ciego de nacimiento que aparece en el evangelio según San Juan 9, 1-4, haciendo con esto un análisis comparativo que nos llevará a ver en este caso un martirio Jesuánico, pues se identifica mucho con el de Jesús. 

Ahora bien, el martirio del P. Tilo no es un hecho aislado, para Mons. Romero tienen una dimensión más amplia, porque afirma que hay una doble identificación: del pueblo con el P. Tilo, y la de éste con Jesús, el primer mártir.  Esto quiere decir que el P. Tilo como sacerdote-mártir se ha configurado con su Señor: el odio y la vejación criminal es una agresión directa contra Cristo; pero igualmente, su sangre está mezclada con la del pueblo pobre y oprimido

El martirio del P. Tilo invita a vencer el miedo y la vergüenza que puede generar las consecuencias de su mensaje liberador, que en realidad es la misma doctrina de Cristo que ha sido confiado a nuestra vida cristiana desde el mismo día del bautismo. Por tanto, el sacerdote en medio de la comunidad debería de ser luz y juez: su vida y mensajes debe volver ciegos a los que se jactan de poder ver y se creen autosuficientes, terminando de vivir una vida sin Dios y alejados del prójimo, una vida superficial y sin misericordia.

III.            Sobre su mensaje
           
Mons. Romero comprendió al P. Rutilio Grande no desde una clave económica, ideológica o sociológica, sino desde la fe y la esperanza.

1.                  Clave hermenéutica para entender su mensaje: Evangelii Nuntiandi

Mons. Romero evitó en las exequias del P. Rutilio hacer un elogio fúnebre, quiso hacer una lectura de fe:

“Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí -queridos hermanos- de unas relaciones humanas y personales con el padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida él estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para recoger de ese cadáver un mensaje para todos nosotros que seguimos peregrinando”[17]

Quería recoger ese mensaje cristiano del cadáver del mártir, signo escatológico en medio de la comunidad, al mismo tiempo un aliciente de la Iglesia peregrina para vivir con valor el evangelio en la historia.  Pero, a esta altura nos podemos hacer una pregunta: ¿Cómo interpretó la vida y la muerte del P. Rutilio? 

Pues en su homilía es evidente que hace una interpretación desde las palabras del beato Pablo VI recogidas en exhortación apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi,  específicamente los numerales 30, 33 y 38, en donde recoge la voz de todos los obispo del mundo, de manera especial la de los del tercer mundo, en donde se reflejaba la realidad pastoral de millones de personas que estaban siendo víctimas del empobrecimiento, la injusticia y opresión, y se habla sobre la complementaria e intrínseca relación del mensaje de la liberación y la tarea evangelizadora de la Iglesia:

“El mensaje quiero tomarlo de las palabras mismas del Papa (…)  El mensaje de Paulo VI, cuando nos habla de la evangelización, nos da la pauta para comprender a Rutilio Grande. « ¿Qué aporta la Iglesia a esta lucha universal por la liberación de tanta miseria? (…) la Iglesia no puede estar ausente en esa lucha de liberación; pero su presencia en esa lucha por levantar, por dignificar al hombre, tiene que ser un mensaje, una presencia muy original, una presencia que el mundo no podrá comprender, pero que lleva el germen, la potencia de la victoria, del éxito.”[18]

Ese mensaje de liberación del que habla Evangelii Nuntiandi y que parte del clero, religiosos y laicos habían asumido responsable y valientemente marcan un antes y un después en lo que se refiere a la persecución sistemática de la Iglesia en El Salvador.

2.                  La inspiración de su mensaje: la fe

Mons. Romero considera que el P. Tilo es signo de una Iglesia sacramento de la presencia del amor de Dios en el mundo y que hace posible la utopía de una humanidad nueva en donde los hombres viven a plenitud la fraternidad.

Por esta razón, su  ministerio sacerdotal tenía que distinguirse de cualquier ideología materialista y meramente terrenal. Dejó claro que todas las acciones que hacia estaban inspiradas una fe que nos habla y hace participar de una vida eterna; o sea, que la fe que inspiraba al P. Tilo le impulsaba a predicar una liberación que comienza con el arrepentimiento del pecado, sigue con la liberación que se apoya en Cristo y termina en la felicidad eterna con Dios. De hecho, remarcaba que él ya gozaba de esa plenitud en Cristo en la vida eterna.

3.                  El contenido de su prédica: la Doctrina Social de la Iglesia.

Por otra parte, Mons. Romero se resiste a pensar que la predica del P. Tilo sea horizontal, individual y espiritualista, olvidándose de esa manera de la miseria de la inmensa mayoría de salvadoreños.

Al contrario, según su pensamiento el talante espiritual que poseía el P. Tilo era un mirar a Dios, y desde Dios mirar a los demás como hermanos, cumpliendo las palabras de evangelio: «todo lo que hiciereis a uno de éstos a mí lo hicisteis».

Consideraba que ese era el enfoque social correcto para evitar que las organizaciones sociales no fracasaran o se limitaran a las cosas terrenales.

En este sentido, el P. Tilo era signo de un justo y sano equilibrio querido por Dios, es decir, una vida en conversión permanente e iluminada por una doctrina social inspirada por la fe para transformar el mundo según el designio salvífico de Dios. De lo contrario, todo será vano, pasajero y violento.

«Ninguna de esas cosas son cristianas, sino lo que se anima es la verdadera doctrina que la Iglesia propone a los hombres. ¡Qué iluminado estaría el mundo si todos pusieran a la base de su acción social, a la base de su existencia, de sus compromisos concretos, en sus mismas atracciones políticas, en sus mismos quehaceres comerciales, la doctrina social de la Iglesia!  Era eso lo que predicó el padre Rutilio Grande; y porque muchas veces es incomprendida hasta el asesinato, por eso murió el padre Rutilio Grande».[19]

La sentencia de muerte para el P. Tilo fue que se confundió la doctrina social de la Iglesia (inspirada en la fe) con una doctrina político-ideológica amenazadora

IV.           Lectura martirial de Mons. Romero sobre P. Tilo

1.                  El martirio cómo apertura escatológica de la Iglesia y los cristianos

Lejos de querer una concentración política o ideológica, Mons. Romero consideró que la celebración de la misa exequial del P. Rutilio y de los dos campesinos (Manuel  y Nelson) que murieron con él, fue una epifanía de la Iglesia Universal:       

“Pocas veces, como en esta mañana, me parece la Catedral el signo de la Iglesia Universal. Es aquí la convergencia de toda la rica pastoral de una Iglesia particular que engarza con la pastoral de todas las diócesis y de todo el mundo, y sentimos entonces que la presencia no sólo de los vivos, sino de estos tres muertos, le dan a esta figura de la Iglesia su perspectiva abierta al Absoluto, al Infinito, al más allá: Iglesia Universal, Iglesia más allá de la historia, Iglesia más allá de la vida humana”.[20]

En estas palabras se hace presente el dogma cristiano de la comunión de los santos contra el misterio de la iniquidad que había tratado de amedrentar a la parte de la Iglesia en El Salvador que había optado por ser fiel al Vaticano II y a Medellín.

En efecto, la persecución contra la Iglesia en El Salvador era real, el mismo Mons. Romero constata su génesis. Lo ubica a principios de la década de los setenta, nos referimos a una denuncia concreta que hizo contra una campaña sucia anticlerical que algunos órganos de prensa favorecían para desprestigiar al clero y los obispos.[21]

Hablaba de verdaderos enemigos de la Iglesia, que tenían un afán por defender posiciones económicas o políticas de corte liberal, sistema que había demostrado ser caduco, ya que no había resuelto el gran problema de las injusticias y la miseria de la inmensa mayoría de los salvadoreños.

También dijo que la persecución se debía a que algunos obispos y presbíteros cumplían su labor pastoral y predicaban la justicia social, de acuerdo a las líneas de los documentos del Vaticano II y Medellín, por lo que se les acusaba de comunistas o de tener posiciones extremistas, imputaciones que rechazó rotundamente, a pesar de aceptar que había parte del clero que se declaraba abiertamente marxista y de estar organizados en movimientos revolucionarios, pero decía que de allí a aceptar que la Iglesia es comunista había una gran diferencia.[22]

Mons. Romero y el P. Rutilio  fueron de los que consideraban al liberalismo y al marxismo como dos sistemas que habían demostrado históricamente ser sistemas inútiles e incapaces de resolver los problemas de la humanidad.

Al mismo tiempo tenían claro que los pobres cada vez tenían más conciencia de sus derechos y de sus necesidades, reconociendo como legítimo el deseo de salir de la situación lamentable en la que vivían; en este sentido, tuvieron cuidado en precisar que la Iglesia no era enemiga de los ricos, pero tampoco cómplice de sus intereses lo que le llevó a afirmar que la Iglesia no podía quedarse callada ni permanecer como una simple espectadora ante las injusticias y la desgracia de los pobres.[23]

Siguiendo con la homilía.

Mons. Romero estaba declarando que el P. Rutilio, Nelson y Manuel no habían desaparecido del todo de la comunidad, en sus exequias era la Iglesia terrenal la que los encomendaba a la Iglesia celestial.

Precisamente ésta es la Iglesia cuerpo de Cristo, la que une a los vivos y difuntos en una misma realidad espiritual de comunión, no por eso sin consecuencias en la vida del hombre concreto que desarrolla su existencia en la historia.

Esa mañana la catedral se había vuelto en un punto de convergencia entre la pastoral de la arquidiócesis con la pastoral de las diócesis del mundo entero, pero esta manifestación de comunión es completada con la memoria martirial del P. Rutilio, abriendo a la asamblea una perspectiva escatológica, la cual será clave para entender la posición del de la Iglesia en el mundo.

Desde la perspectiva escatológica que aporta la memoria del martirio del P. Rutilio, la comunidad cristiana es Iglesia pueblo de Dios que peregrina en el mundo pregustando los bienes futuros, hasta  que haya una manifestación plena de Jesucristo, y nosotros junto con él; por eso, se puede afirmar categóricamente que la Iglesia universal es la Iglesia más allá de la historia y de la vida humana.

2.             Muere amando

Mons. Romero piensa que el P. Rutilio Grande porta el amor de Dios en su vida y en su muerte. La Imagen de su martirio junto a dos humildes campesinos es signo de amor por la Iglesia. Él es un sacramento de un Cristo pastor que camina con su pueblo enseñándoles la Palabra y alimentándolos con el banquete de la Eucaristía, precisamente en esa misión cae acribillado por lo que odiaban la fe que vivía y predicaba. Todo esto hace que su martirio sea una inspiración de amor para las nuevas generaciones de la Iglesia:

«El amor del Señor inspira la acción de Rutilio Grande. Queridos sacerdotes, recojamos esta herencia precisa. Quienes lo escuchamos, quienes compartimos los ideales del padre Rutilio, sabemos que es incapaz de predicar el odio, que es incapaz de azuzar la violencia»[24]

También, dijo que quizás Dios por esa vida colmada de amor Dios lo había escogido para ese martirio; igualmente, afirma que murió amando, porque está seguro que de sus labios nunca salieron un mensaje violento, de odio o venganza, al contrario, se imagina que incluso cuando estaba siendo asesinado perdonó a sus verdugos

Epilogo.

Los casos que hemos mencionados en el epígrafe anterior son solamente emblemáticos, pues, representan a muchos agentes de pastoral que fueron perseguidos y martirizados de igual manera. Por esta razón, las palabras de Mons. Romero sobre la persecución y el martirio abarcan a todos estos fieles, tanto sacerdotes, religiosos (as) como laicos, que han lavado sus vestiduras con la sangre del cordero.

En una ocasión, manifestó que estaba convencido de que la persecución y el martirio de los cristianos por parte de los poderes de este mundo era una característica o nota esencial de la misma Iglesia, diciendo que la razón fundamental se debía a que la verdad siempre ha sido perseguida, incluso el mismo Jesucristo había profetizado: «Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros». Esa vez, recordó una pregunta que le hicieron al Papa León XIII: "¿cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia católica verdadera? Siendo su respuesta: “una, santa, católica y apostólica. Agreguemos otra, perseguida”".

Por lo que concluía que era imposible que la Iglesia que cumple su deber no sea perseguida y martirizada, pero su sugerencia siempre será la fidelidad a la identidad y misión de la Iglesia de predicar la verdad, porque es un mandato de Dios, al igual que los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban la verdad frente a los embustes históricos, injusticias y abusos de su tiempo, aunque eso significara estar condenado a muerte.

También dijo que la persecución y el martirio es signo de fidelidad; ponía de ejemplo la teología del martirio del libro de los Macabeos, una visión muy necesaria para un pueblo que necesitaba mantenerse firme en la fe cristiana que profesaban, ya que es un testimonio que la ley de Dios tiene que cumplirse antes de obedecer las leyes de los hombres que profanan la ley y el derecho del Señor, incluso si esto comportaba perder la propia vida. Ciertamente, fue una convicción hasta el último momento de su ministerio episcopal, cuando llamó a los hombres del ejército que no tenían por qué obedecer una orden de matar que diera un hombre, cuando un mandamiento de Dios dice "no matar".
En otra ocasión, Mons. Romero habló de cómo la Iglesia era Pueblo de Dios que camina en el mundo en medio de las tentaciones y las tribulaciones, según lo dicho en Concilio Vaticano II, y de como se ve confortada con el poder de la gracia divina prometida por el mismo Señor para que se mantuviera en actitud de fidelidad perfecta ante las debilidades de la carne y el mundo; es decir, para que perseverara como la esposa digna del cordero, como un cuerpo insuflado por el poder del Espíritu Santo que la renueva permanentemente bajo la luz del signo pascual de la cruz y de la resurrección. De hecho, él hizo una comparación, que la autenticidad de la misión de la Iglesia puede ser probada, al igual que los plateros prueban la plata o el oro con una piedra especial, y que la piedra de toque para nosotros era la propia cruz; era allí en donde sabes si suena a cobardía, miedo o traición, o al contrario, si sonaba a fidelidad y testimonio.

Asimismo, dirá que la persecución y el martirio son una denuncia: no son solamente un signo de fidelidad y testimonio evangélico, sino que son una denuncia contra el pecado y la idolatría del mundo. Puso de ejemplo a Cristo, que cuando confesó que era Hijo de Dios, lo tomaron por blasfemo y lo condujeron hasta la muerte. En este sentido, la Iglesia seguía confesando la divinidad del Señor, excluyendo tajantemente la idea de que pueda haber más dioses. En esta línea, resulta lógico que cuando la humanidad está de rodillas ante estos dioses, la Iglesia les resulta molesta e inoportuna, por lo que decide darle muerte o perseguirla, todo con el objetivo de callar su voz que dice que sólo hay un Dios. Además, fue muy concreto, esos ídolos tienen nombre, dinero y poder, y la misión de la Iglesia es derribarlos y proclamar que sólo Cristo es el Señor.

Cabe agregar que para Mons. Romero el mensaje liberador de los mártires no debe confundirse con los horizontes ultraterrenos permeados con las ideologías de este mundo, porque los mártires dan testimonio de la buena nueva del Reino de Dios y su justicia. Por esta razón, sería absurdo confundir la vida de todos esos hombres y mujeres, que no tuvieron miedo de profesar su fe en medio de una sociedad que estaba postrada ante los ídolos del dinero y el poder, con una predicación de orden económico, político o sociológico; el grito de toda la Iglesia es un rotundo NO a los objetivos difamatorios de los que reconstruyen la historia desde parámetros ultraterrenos, porque los mártires de El Salvador son de Cristo y de la Iglesia, por lo que no son enemigos de la derecha ni amigos de la izquierda.

Huelga decir que usó la imagen del beduino que trabaja de guía del desierto, indicando siempre el camino, pero los peregrinos guiados por su sabiduría y conocimiento, arremeten irracionalmente contra él, y que éste muere mostrando siempre el trayecto.

En este sentido la sangre de los mártires indica el camino de la Iglesia verdadera, la que siempre apunta hacia Cristo el Señor, la que no permite que nos perdamos en el camino de la idolatría, donde se adoran a dioses sanguinarios e implacables. Han sido hombres y mujeres, que nos han demostrado que la fe de verdad se puede vivir, aunque se nade contracorriente, aunque el mundo quiera ahogar el testimonio de los cristianos.

En fin, que nos ayudan, a afrontar las bestias de este mundo que están en contraposición del Reino de la vida.

P. Judá García 


[1] El subrayado es nuestro.
[2] Cf. Rodolfo, Cardenal, "La recepción del Vaticano II en la Iglesia salvadoreña", Revista latinoamericana de teología 89 (2013), 109-112. 
[3] Cf. Ramón, Vega, “Las 54 cartas pastorales de Monseñor Chávez”, San Salvador 1997, 27.  
[4] Cf. Ibíd.
[5] Walter Guerra (Dir.)  — Benito Tobas —Reino Moran— Efraín Villalobos, Testigo de la fe en El Salvador, San Salvador 2007.  
[6] Cf. MONS. ROMERO, ¿Una conspiración del silencio? http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion (03/10/2014). 
[7] Roberto, Della Rocca, ‘La controvertida identidad de un obispo’, en Roberto, Della Rocca (Ed), Óscar Romero, un Obispo entre la Guerra Fría y la Revolución, Madrid 2003, 16.  
[8] Ibíd., 41.
[9] Ibíd., 41.
[10] Mons. Romero, Primer aniversario del P. Rutilio Grande, homilía 05/0371978.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.
[17] Mons. Óscar Romero, homilía de la misa exequial del P. Rutilio Grande, 31.
[18] Ibíd., 32-34.
[19] Mons. Romero, Homilía 14/03/1977
[20] Mons. Óscar Romero, Una motivación de amor, homilía de la misa exequial del P. Rutilio Grande 14/03/1977, Tomo I, UCA Editores, San Salvador 2005, 31.  
[21] Cf. MONS. ROMERO, Brotes de anticlericalismo http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion?start=15 (03/10/2014). 
[22] Cf. MONS. ROMERO, Defendiendo Intereses http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion?start=15 (03/10/2014). 
[23] Cf. Ibíd. 
[24] Mons. Óscar Romero, homilía de la misa exequial del P. Rutilio Grande, 31.


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