California (Usulután), 14 de noviembre de 2016
Tema: El P. Rutilio Grande en el pensamiento de
Mons. Romero.
Prologo.
Buenas noches a todos.
Hace algunos días me tomó por sorpresa que la comisión
encargada de la jornada cultural del seminario Mons. Óscar A. Romero me haya
permitido este año dirigirme a cada uno de ustedes con el tema: el P. Rutilio
Grande en el pensamiento de Mons. Óscar Romero, en verdad no me lo esperaba.
Sinceramente puedo decir que para mí es un gozo,
porque reflexionar y hablar de nuestros mártires es actualizar las
preguntas-respuestas de San Juan en el apocalipsis:
«Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: “¿Quiénes
son y de dónde han venido ésos que están vestidos de blanco?» Yo le
respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Ésos son los que llegan de
la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día
y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda
sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni
bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y
los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda
lágrima de sus ojos.” » (Ap. 7, 13-17)
En efecto, a través del pensamiento de Mons. Romero
queremos responder unas preguntas: ¿Quién es Rutilio Grande? ¿De dónde viene
Rutilio Grande? ¿Cuál fue su verdadera misión en la historia de la Iglesia de
El Salvador? ¿Hacia dónde va? En cierto sentido queremos hacer una lectura
vital de su persona desde Cristo.
Este proceso de asimilación no es nuevo dentro de la
Iglesia. Esto lo hacían los primeros cristianos con su Señor y con sus
mártires, sin dejar de ser conscientes de las causas históricas de su muerte
(que algunos llaman lectura sociológica), un ejemplo de esto lo podemos
encontrar en los Hechos de los Apóstoles:
«Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis
crucificado.» (Act. 2, 36)[1]
Este ejercicio reflexivo nos ayuda a entender que el
paradigma joánico-apocalíptico sobre la persecución de la Iglesia a través del
tiempo-cronos por parte de los poderosos se cumplió en la vida y muerte del
Padre Tilo: lo que nos lleva a pensar que su martirio se convierte en anuncio
transformador y liberador y en denuncia tenaz contra el mundo concreto de
pecado.
Esto implica ver su martirio, no desde el odio de sus
verdugos, sino desde la fe del mártir-víctima y de la realidad histórica de su
entorno; saber que el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra, sino
Dios quien extiende su mano sobre las víctimas para saciarlas, confortarlas y
consolarlas eternamente.
Queremos dar razón de nuestra esperanza: con Mons.
Romero y el Padre Tilo comprendemos que Dios enjugará sus lágrimas, al igual
que las del Padre Neto, del padre Octavio, del Padre Napo, del padre Alfonso,
del Padre Rafa, Padre Marcial, la de las hermanas Ita
Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, y la de cientos de
víctimas y mártires del siglo XX en el Salvador y en el mundo entero.
Pero debemos superar una aporía. Cuando reflexionamos
o predicamos sobre nuestros mártires desde la esperanza que inspira el
pensamiento del beato Óscar Romero no se tenemos por objetivo adormecer a las
multitudes empobrecidas históricamente o tender hacia un horizonte
espiritualista. Sería una falsa acusación.
Todo lo contrario. Para nosotros significa crear un
pensamiento cristiano y una memoria martirial que promueva a los pobres y
oprimidos como autores de su propia historia, o sea que terminen siendo
artífices de un mundo más humano, solidario y justo, pasar del pensamiento a la
acción como dijeron los obispos de América Latina en 1968 en Medellín:
«No basta por cierto reflexionar, lograr mayor
clarividencia y hablar; es menester obrar. No ha dejado de ser esta la hora de
la palabra, pero se ha tornado, con dramática urgencia, la hora de la acción.
Es el momento de inventar con imaginación creadora la acción que corresponde
realizar, que habrá de ser llevada a término con la audacia del Espíritu y el
equilibrio de Dios. .» (Medellín, Introducción, nº 3)
Estamos hablando de un impulso para transformar el
mundo históricamente con la fuerza de los valores y principios que nos propone
la recta razón y el evangelio y extender el Reino de Dios que ya está en medio
de nosotros, sin la ilusión de paraísos terrenales definitivos, inexistentes e
imposibles, cómo decía Mons. Romero.
Lo que no es una ilusión es el sueño del P.
Tilo: la utopía de una vida más plena, digna y humana a través del trabajo de
las organizaciones sociales que luchan por sus justas reivindicaciones, la
de esa mesa cósmica en donde todos, especialmente los pobres y excepto los
acaparadores, tienen un puesto y una misión.
En los sesenta-setenta la Iglesia en El Salvador
suscitó hombres y mujeres que se atrevieron a ser diferentes. En este sentido,
a través de la mirada del beato Óscar Romero queremos explicar que sabemos con
certeza que el Padre Tilo hizo suyas las palabras del Concilio Vaticano II en
la constitución dogmática Gaudium et Spes:
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en
Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre
y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La
Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de
su historia» (G.S 1)
El P. Tilo rompió los esquemas de su realidad eclesial
y la de su congregación religiosa: optó por los pobres. Esto nos enseña que es
un icono de aquella Iglesia en El Salvador que estaba en un lento, doloroso y
tediosos proceso de metamorfosis suscitado por el Vaticano II y Medellín. Nos
referimos concretamente a:
a) Una
parte de la Iglesia que recibe tarde, de mala gana y con desconfianza los
lineamentos teológicos, doctrinales y pastorales del Vaticano II y Medellín.
Hablamos que se empezaron a aplicar hasta el año 1970, los principales ausentes
en las jornadas de asimilación fue el episcopado salvadoreño.[2]
b) Una
arquidiócesis de San Salvador que gracias a Mons. Luis Chávez fue pionera en lo
que respecta a promoción humana, adelantándose a su tiempo. Nos referimos a una
Iglesia particular que introdujo de manera gradual y con creatividad pastoral
ideas y acciones para un verdadero cambio eclesial y social en 54 cartas
pastorales de su arzobispo.[3]
c) Al
entusiasmo de los sacerdotes jóvenes, sobre todo los que pertenecían a la
arquidiócesis de San Salvador, asimismo de los diversos sectores de la pastoral
diocesana que con fe y esperanza veían con buenos ojos la reforma y la
renovación eclesial que se avecinaba.[4]
d) Unas
semanas de pastoral (1970 y 1976) que significaron el punto de partida concreto
para la aplicación del Vaticano II y Medellín. Estas jornadas provocaron un
fenómeno común con otras iglesias del mundo: la división entre los detractores
de los cambios conciliares, los que aceptaban con dolor la reforma y los que
vivían una primavera eclesial.
No
es una extrapolación leer esta vida desde una perspectiva económico-salvífica,
esto significa que ver al P. Tilo a través de los ojos de Mons. Romero es
descubrir una intervención oportuna de Dios entre nosotros, es decir, la
historia de Rutilio es historia de salvación para El Salvador.
Sin duda, estamos ante una historia que se vuelve
memorial, en donde todo se vuelve actual; precisamente, el P. Tilo no es una
pieza de museo anquilosada en el tiempo, pues resulta ser un eco
para nosotros y las nuevas generaciones de aquel gran compromiso de la primera
semana de pastoral:
«Nosotros, la Iglesia en El Salvador, seglares,
religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos, nos comprometemos a configurar
en el país una Iglesia renovada que sea una comunidad de amor, servidora de la
comunidad humana salvadoreña y que prefigure la comunidad entera» (1º semana
nacional de pastoral, conclusiones).
Desde esta perspectiva, nuestra reflexión martirial
nos hace una invitación: que la vida, pasión y muerte del P. Tilo no sean vano,
por eso queremos hacer de él una viva memoria, para que la Iglesia en El
Salvador haga un tipo de reciclaje eclesial desde la sangre de los mártires, o
sea que repiense su historia, identidad y misión, pudiendo de esta manera
responder a los tiempos actuales.
I. Contexto
Histórico del martirio del P. Tilo
1. Punto
de partida: 12 de marzo de 1977
En este punto no es una investigación histórica sobre
la vida del P. Tilo, sino una exposición de lo que Mons. Romero vio en aquellos
días cuando fue martirizado su gran amigo. Si queremos datos científicos
podemos consultar otras obras que hablan con rigor; por ejemplo: el libro
“Historia de una esperanza” del Rodolfo Cardenal.
El 12 de marzo de 1977, el P. Rutilio Grande García
fue asesinado por miembros del ejército salvadoreño cuando iba de camino a
celebrar una Eucaristía al Paisnal, en el contexto de las fiestas patronales
dedicadas a San José. Este hecho conmovió profundamente a Mons. Romero y
de todo el clero salvadoreño.
Hasta entonces no se había visto algo parecido, a
excepción del P. Nicolás Antonio Rodríguez Aguilar quien fue asesinado en 1970
bajo otras circunstancias,[5] pues a pesar de la amenazas, nunca se
había llegado a concretar ningún hecho sangriento por acusaciones políticas, y
lo peor de todo es que eran miembros del ejército salvadoreño.
Esto quiere decir que el trío del mal en El Salvador:
gobierno, oligarquía y ejército estaban confabulados para mantener a toda costa
sus intereses minoritarios en detrimento de la dignidad de la mayoría del
pueblo salvadoreño, no importaba si para eso había que matar a sacerdotes y
gente comprometida con la Iglesia.
Antes de marzo de 1977, la persecución contra la
Iglesia se reducía a campañas de difamación o a las conspiraciones de silencio
por parte de los que estaban en contra del quehacer de los obispos o
sacerdotes; en este sentido, leamos lo que Mons. Romero escribió en un artículo
de prensa en 1971:
«Con verdadera sorpresa hemos notado que, después de
una insidiosa campaña de calumnias contra la Iglesia, en nuestra prensa diaria
se está practicando una verdadera conspiración del silencio, faltando los
"profesionales de la opinión pública", a su deber elemental de
informar».[6]
En cambio, a partir del asesinato del P. Rutilio
Grande, a la persecución de organizaciones populares y a las campañas de
difamación contra la Iglesia, se le añade la pérdida del respeto piadoso que
blindaba hasta entonces a los obispos y sacerdotes: nace la persecución
sistemática contra la Iglesia.
En otras palabras, se pasó a los secuestros, torturas
y asesinatos selectivos del clero y de laicos comprometidos con la pastoral de
la Iglesia, acusados de pertenecer a agrupaciones revolucionarias de corte
marxista, de soliviantar a los campesinos, y en algunos casos, en venganza por
los asesinatos políticos que realizaba la extrema izquierda salvadoreña.
En este contexto, El P. Rutilio Grande y los dos
campesinos que murieron con él simbolizan los sufrimientos injustos
y las muertes infligidas a las inmensas mayorías pobres de El Salvador. La
ideología de la defensa nacional del estado salvadoreño había roto los límites
éticos posibles.
Era evidente que la violación de los valores
cristianos y de los derechos fundamentales de la persona se estaban agravando
considerablemente, poniendo en peligro la convivencia social y la civilización
en todo el país; sobre todo remarcamos las penosas consecuencias para los
pobres y desposeídos.
La misión de la Iglesia estaba siendo truncada con la
persecución y asesinato de sacerdotes y laicos comprometidos con la línea
pastoral arquidiocesana, pero todo era debido a malos entendidos. Pero en el
ambiente se respiraba fidelidad a Jesús y a la Iglesia, había un deseo legítimo
de interpretar correctamente por el Magisterio reciente.
2. Respuesta
de Mons. Romero ante el martirio del P. Tilo
Mons. Romero, convencido de que tenía que estar cerca
de las víctimas de la violencia y de la injusticia, se decidió a dar signos
concretos de unidad y denuncia en contra de estos actos alta y socialmente
pecaminosos. Estas fueron algunas de las medidas que inmediatamente adoptó:
a. Primera, en
señal de duelo y protesta suspendió durante tres días la actividad académica de
los centros de estudio católicos de la arquidiócesis, tiempo que se ocuparía
para la reflexión del momento presente. A lo mejor era una manera para hacer
sentir la presencia de la Iglesia a nivel civil.
b. Segunda, para el
20 de marzo de ese año, que era 4º domingo de cuaresma, suspendió todas las
misas de las parroquias y capellanías de la arquidiócesis de San Salvador, y
convocó a todos los párrocos y sacerdotes a que se unieran a una única
celebración dominical en el atrio de la Catedral metropolitana.
c. Tercera,
determinó no participar en actos oficial del gobierno mientras no se
esclarecieran los hechos. Ésta fue de las decisiones más duras y de repudio de parte
de Mons. Romero, pero no podía ser de otra manera, porque de lo contrario
significaría que la víctima se hace cómplice de los mismos asesinos y verdugos.
d. Cuarta, mandó
crear una comisión especial para que estuviera al tanto del desarrollo de los
hechos y que se mantuviera bien informada a la población, disposición necesaria
en medio de un sistema de medios de comunicación social altamente amañada.
Estas decisiones que tomó significaron un golpe de
timón para la historia de la Iglesia en El Salvador. Antes de aquellos días
parecía que había una relación Iglesia-Estado irrompible, aparte de parecer una
propiedad más de la oligarquía. Desde aquel entonces se logró la tan ansiada
autonomía ante el mundo.
3. La
influencia del martirio del P. Tilo en la vida del beato óscar A. Romero
Los liberacionistas de la Iglesia en el Salvador
sostienen que Mons. Romero se convirtió con la muerte del Padre Rutilio Grande.
Pero diferimos de tal afirmación, porque creemos que la palabra ‘conversión’ no
describe correctamente lo que en verdad pasó, preferimos usar técnicamente a
palabra ‘evolución’:
«Observa monseñor Rosa Chávez (…) ‘Sería más exacto
afirmar que en monseñor Romero no hubo propiamente una conversión, sino una
evolución (…) nacida de una pasión que siempre incitó el camino del arzobispo:
descubrir los caminos de Dios y responder generosamente a sus llamadas».[7]
La evolución no fue de golpe. El caso del P. Tilo
forma parte de un paso más entre tantos había dado hasta ese momento, aunque es
el más significativo, de eso no hay duda, la muerte de su gran amigo le
ayudaron a ver con claridad la realidad que estaba viviendo, o sea que las
entrañas del Pastor habían sido tocadas profundamente.
En otras palabras, creemos oportuno subrayar que el P.
Tilo no hizo que Mons. Romero dejara de ser él, no podemos permitir que la
ingenuidad lleve a concluir que un hombre de sesenta años va a cambiar
bruscamente sus estructuras fundamentales como persona:
«Romero no cambió sus convicciones profundas asumiendo
el cargo de arzobispo de San Salvador. Permaneció firme en su raíz espiritual
católica, fundada en la tradición y el magisterio».[8]
El P. Tilo suscitó en Mons. Romero una evolución
cualitativa oportuna, no un cambio esencial. Al respecto, recuerdo muy bien que
Mons. Ricardo Urioste usaba la imagen evangélica del ciego de Betsaida para
describir lo que estamos explicando, lo que sugiere precisamente un proceso, no
un salto repentino:
Cuando llegaron a Betsaida, le presentaron un ciego y
le suplicaron que le tocase. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del
pueblo y, tras untarle saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «
¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pero los veo como
árboles que andan.» Después, volvió a ponerle las manos en los ojos y comenzó a
ver perfectamente. El ciego quedó curado, de suerte que distinguía de lejos
claramente todas las cosas. Después lo envió a su casa, diciéndole: «Ni
siquiera entres en el pueblo.» (Mc 8, 22-26)
Lo que Urioste quería decir es que el cambio de
Mons. Romero no es una conversión paulina o agustiniana. Por otra parte, es de
aceptar una carencia: no veía claramente la realidad, por lo tanto, algunos
aspectos de su proceder pastoral, actitudes de desconfianza y exabruptos no
todo el tiempo fueron atinados.
Desde esta perspectiva, pensamos que el P. Tilo hizo
que Mons. Romero se adecuara a la realidad, se dejó interpelar por la verdad
que significaba el martirio de su amigo, desde aquel entonces ya podía ver
bien; pero a la base de su renovada línea pastoral transformadora y profética
estaba su personalidad que le hacían coherente con sus convicciones:
«Sin el Romero sacerdote recto, observante, riguroso,
exigente, que se esfuerza por convertirse al Concilio Vaticano II por
obediencia a la Iglesia, probablemente no hubiera existido el romero arzobispo
sensible, apasionado, carismático».[9]
La relación entre el P. Tilo y Mons. Romero tienen que
estar libres del mito, debemos contemplarlos desde la verdad: ellos eran
hombres siempre en conversión, pero entendamos el término en el contexto de la
conversión permanente del cristiano que siempre quiere responder a Dios.
En suma, siempre estuvieron al lado de los
pobres, campesinos y marginados; eran de los cristianos que no podían dejar de
ver al hermano que necesita sin ayudar: siempre en actitud de entrega y
sacrificio. Vivieron su ministerio con amor y fidelidad, como buenos pastores,
de verdad lo fueron, pues dieron su vida por las ovejas a él encomendadas.
II. P.
Tilo: hombre, cristiano y sacerdote-mártir
1. Rutilo-hombre.
En el primer aniversario de la muerte del P. Tilo
Mons. Romero hace un planteamiento antropo-teologico considera que la vida
humana del P. Rutilio Grande forma parte de un designio particular de Dios:
«El hombre, ¡qué hermoso es escuchar la primera lectura
aquí en El Paisnal! Cambiémosle el nombre, en vez de Belén, adonde es enviado
Samuel a la familia de Jes, porque Dios ha escogido un niño que va a ser
grande; el rey de Israel».[10]
En su pensamiento, el P. Tilo es un hombre sacado de
entre los hombres para el bien de propio pueblo, a ejemplo del Rey David. Es
escogido y ungido por el mismo Dios para una misión singular.
Sostiene
que la vivencia humana del ambiente rural, de la pobreza y de las
dificultades será la riqueza moral que portará el espíritu del Padre Tilo
durante toda su vida, porque en medio de los avatares de su entorno aprendió a
rezar, amar a Dios y al prójimo y a responder al llamado que Dios le hacía a
través del obispo que le invitaba a ser sacerdote: es cuando se va para el
seminario, comenzando un camino que lo hará más hombre.
Piensa
que la grandeza humana del Padre Tilo consiste no en las ciudades que visitó o
los títulos que obtuvo, sino en el esfuerzo por humanizarse cada día más, tanto
así que lo contempla de regreso en su lugar de nacimiento, el Paisnal,
«En vísperas de un día de la fiesta patronal del
pueblito, viene para acá, con el cariño del hombre que ha crecido en su
corazón, pasando por universidades y por libros y estudios; aquel hombre ha
comprendido que la verdadera grandeza donde lo ha conducido toda su
inteligencia, su vocación, todo, no está en haberse ido de aquí para ser más
rico en otro pueblo sino en volver a su pueblo, amando a los suyos, siendo más
hombres. Esto es la verdadera grandeza.»[11]
En efecto, afirma que el verdadero desarrollo que el
P. Tilo alcanzó no fue tener más sino ser más. Estamos ante la presencia de un
hombre que comenzó a ‘ser’ en el Paisnal y terminó siendo (después de un lógico
desarrollo) en el mismo lugar. Es tan hombre que puede ser confundido entre los
demás hombres y sus pretensiones meramente terrenales.
2. Rutilio-Cristiano
Mons. Romero pasa de una visión humana a una
perspectiva cristiana de la persona del Padre Tilo.
En su homilía de primer aniversario decía que el P.
Tilo como hombre nada más hubiera muerto un año atrás, pero como cristiano no
puede morir. Al contrario, con esperanza en el corazón lo contempla iluminado
eternamente por Cristo, a quien aprendió a conocer, amar y servir durante toda
su vida: en casa, en el seminario y en la vida religiosa.
Cómo cristiano lo compara con el ciego de nacimiento
del evangelio. Lo imaginaba postrándose ante Cristo para pedirle luz en su
doctrina cristiana, en su trabajo por la liberación basada en el evangelio y
que su mensaje no fuera confundido con las ideologías materialistas de su
tiempo.
A través de su mirada vemos que el Padre Tilo era un
Cristiano que trabajaba por dar una verdadera esperanza a las mayorías desfavorecidas,
no prometiendo paraísos terrenales, pero si un mundo mejor para vivir, aunque
eso significar ser asesinado.
Por
consecuencia, no bastaba con el anunció, se volvió para él necesario la
denuncia del mundo del pecado, lo que motivo a que lo mataran; sin embargó
sucedió lo impensable:
«Así se rieron, porque creyeron truncar toda su
predicación cristiana; lo que no se esperaban es que la muerte de un cura
suscita tempestades, suscita primaveras, como la que ha vivido El Salvador
cristiano desde hace un año». [12]
Mons.
Romero ve en la escena martirial del Rutilo-cristiano las palabras de
Tertuliano: “la Sangre de los Cristianos es semilla de nuevos cristianos”:
«Lo que no sabían es que ellos ponían en el surco una
semilla que reventaría en grandes cosechas como decía Cristo: «El grano de
trigo muere no para quedarse sepultado». No han triunfado sobre él. La cosecha
de la persecución ¡cómo ha sido abundante!, hermanos»[13]
Ese día del aniversario agradeció a Rutilio-cristiano
por su testimonio de vida, junto a los cristianos que murieron con él, porque
según su criterio habían suscitado una ‘primavera eclesial’ descrita como una
sacudida de alegre esperanza no registrada antes.
También hacia una invitación para que a la luz del
evangelio sea el testimonio de Rutilio Grande el ejemplo cristiano a seguir en
medio de las crisis de la historia, suscitando un verdadero movimiento
cristiano de liberación abierto netamente a la trascendencia.
3. Rutilio Sacerdote-Mártir
Mons. Romero quiso interpretar la memoria del P. Tilo
desde la fe y esperanza, su pensamiento invita a que lo
comprendamos en su dimensión cristiana y sacerdotal.
Si tendríamos un retrato del contexto en el que vivió
el P. Tilo, notaríamos la presencia de fariseos y escribas modernos que no
entendieron el mensaje liberador de su praxis pastoral, por lo que desde la
autosuficiencia y la discriminación le dieron sentencia de muerte.
En su homilía queda claro que sociológicamente la
vejación contra el P. Tilo fue un crimen, por lo tanto, un acto en sí mismo no
querido por Dios, porque truncó la vida y esperanza que un buen hombre debió
seguir ofreciendo a la Iglesia y a los pobres. En ningún momento se intentó
edulcorar su asesinato, en su contexto era imposible, pero debe quedar claro
para que las próximas no pasen por alto la dimensión criminal de su muerte.
La otra cosa evidente es la lectura de fe que se hace
de su muerte, lo que involucra un lenguaje sapiencial que conecta la teología
del martirio con la teología del sacerdocio cristiano católico: o sea que
Rutilio es el sacerdote-mártir.
Según su pensamiento, en primer lugar el P. Tilo es
Jesuita, decía que como buen hijo de San Ignacio de Loyola supo preguntarse en
todo momento: « ¿Qué he hecho por Cristo?, ¿qué hago por Cristo?, ¿qué debo de
hacer por Cristo?»,[14] lo que nos lleva a pensar que era
un sacerdote en constante discernimiento, esto explicaría los caminos
pastorales por lo que optó, encarnándose en la realidad de su sufrido pueblo,
no importándole nadar contracorriente ante la sociedad, la Iglesia y su
congregación religiosa.
En el P. Tilo se cumple perfectamente el antiguo
principio teológico que se suele aprender en las aulas del seminario: La gracia
no sustituye la naturaleza. Ciertamente, la ordenación sacerdotal no le aportó
de golpe el talante de pastor que tenía al final de su vida, fueron
los campesinos con quienes se sintió hombre encarnado, portaba al Cristo que
había hallado en los pobres, ellos le enseñaron a ser cristiano
y pastor, verdadera imagen y testigo de Cristo en medio de los
hombres.
No obstante, el P. Tilo por ser sacerdote-mártir tiene
una triple unción, nos referimos a las unciones del bautismo, orden sacerdotal
y la que se le confiere con el martirio:
«Y finalmente digo, hermanos, el sacerdote, el
sacerdote que aquí recogió su vocación y que fue ungido no solamente con el
óleo santo que nos ha ungido a todos nosotros, ministros del altar, sino que
ahora lo veneramos ungido con el aceite del martirio, con su propia sangre como
me pareció aquella noche cuando lo vi en la iglesia de Aguilares».[15]
Está
haciendo una comparación entre el signo explicativo de anonadamiento que hace
el que se ordena sacerdote cuando se postra en el suelo y Rutilio
sacerdote-mártir tendido muerto en el suelo en medio de los pobres, era como
empezar a participar por medio del martirio de esa liturgia eterna del cielo:
“Tendido, muerto, como cuando el sacerdote se postra
en el suelo para ser también ungido, para ser inmortalmente sacerdote, ser allá
un mártir. Y su misa comenzaba a celebrarse ya en su cielo”. [16]
También, quería ver en la figura sacerdotal y
martirial del P. Tilo la misma figura de Cristo luz del mundo y cumplidor de la
voluntad del Padre que se dibuja en el pasaje del ciego de nacimiento que
aparece en el evangelio según San Juan 9, 1-4, haciendo con esto un análisis
comparativo que nos llevará a ver en este caso un martirio Jesuánico, pues se
identifica mucho con el de Jesús.
Ahora bien, el martirio del P. Tilo no es un hecho
aislado, para Mons. Romero tienen una dimensión más amplia, porque afirma que
hay una doble identificación: del pueblo con el P. Tilo, y la de éste con
Jesús, el primer mártir. Esto quiere decir que el P. Tilo como
sacerdote-mártir se ha configurado con su Señor: el odio y la vejación criminal
es una agresión directa contra Cristo; pero igualmente, su sangre está mezclada
con la del pueblo pobre y oprimido
El martirio del P. Tilo invita a vencer el miedo y la
vergüenza que puede generar las consecuencias de su mensaje liberador, que en
realidad es la misma doctrina de Cristo que ha sido confiado a nuestra vida
cristiana desde el mismo día del bautismo. Por tanto, el sacerdote en medio de
la comunidad debería de ser luz y juez: su vida y mensajes debe volver ciegos a
los que se jactan de poder ver y se creen autosuficientes, terminando de vivir
una vida sin Dios y alejados del prójimo, una vida superficial y sin
misericordia.
III. Sobre
su mensaje
Mons. Romero comprendió al P. Rutilio Grande no desde
una clave económica, ideológica o sociológica, sino desde la fe y la esperanza.
1. Clave
hermenéutica para entender su mensaje: Evangelii Nuntiandi
Mons. Romero evitó en las exequias del P. Rutilio
hacer un elogio fúnebre, quiso hacer una lectura de fe:
“Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí -queridos
hermanos- de unas relaciones humanas y personales con el padre Rutilio Grande,
a quien siento como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida él
estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan; pero el momento no es
para pensar en lo personal, sino para recoger de ese cadáver un mensaje para
todos nosotros que seguimos peregrinando”[17]
Quería recoger ese mensaje cristiano del cadáver del
mártir, signo escatológico en medio de la comunidad, al mismo tiempo un
aliciente de la Iglesia peregrina para vivir con valor el evangelio en la
historia. Pero, a esta altura nos podemos hacer una pregunta: ¿Cómo
interpretó la vida y la muerte del P. Rutilio?
Pues en su homilía es evidente que hace una
interpretación desde las palabras del beato Pablo VI recogidas en exhortación
apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi, específicamente los
numerales 30, 33 y 38, en donde recoge la voz de todos los obispo del mundo, de
manera especial la de los del tercer mundo, en donde se reflejaba la realidad
pastoral de millones de personas que estaban siendo víctimas del empobrecimiento,
la injusticia y opresión, y se habla sobre la complementaria e intrínseca
relación del mensaje de la liberación y la tarea evangelizadora de la Iglesia:
“El mensaje quiero tomarlo de las palabras mismas del
Papa (…) El mensaje de Paulo VI, cuando nos habla de la
evangelización, nos da la pauta para comprender a Rutilio Grande. « ¿Qué aporta
la Iglesia a esta lucha universal por la liberación de tanta miseria? (…) la
Iglesia no puede estar ausente en esa lucha de liberación; pero su presencia en
esa lucha por levantar, por dignificar al hombre, tiene que ser un mensaje, una
presencia muy original, una presencia que el mundo no podrá comprender, pero
que lleva el germen, la potencia de la victoria, del éxito.”[18]
Ese mensaje de liberación del que habla Evangelii
Nuntiandi y que parte del clero, religiosos y laicos habían asumido responsable
y valientemente marcan un antes y un después en lo que se refiere a la
persecución sistemática de la Iglesia en El Salvador.
2. La
inspiración de su mensaje: la fe
Mons. Romero considera que el P. Tilo es signo de una
Iglesia sacramento de la presencia del amor de Dios en el mundo y que hace
posible la utopía de una humanidad nueva en donde los hombres viven a plenitud
la fraternidad.
Por esta razón, su ministerio sacerdotal
tenía que distinguirse de cualquier ideología materialista y meramente
terrenal. Dejó claro que todas las acciones que hacia estaban inspiradas una fe
que nos habla y hace participar de una vida eterna; o sea, que la fe que
inspiraba al P. Tilo le impulsaba a predicar una liberación que comienza con el
arrepentimiento del pecado, sigue con la liberación que se apoya en Cristo y
termina en la felicidad eterna con Dios. De hecho, remarcaba que él ya gozaba
de esa plenitud en Cristo en la vida eterna.
3. El
contenido de su prédica: la Doctrina Social de la Iglesia.
Por otra parte, Mons. Romero se resiste a pensar que
la predica del P. Tilo sea horizontal, individual y espiritualista, olvidándose
de esa manera de la miseria de la inmensa mayoría de salvadoreños.
Al contrario, según su pensamiento el talante espiritual
que poseía el P. Tilo era un mirar a Dios, y desde Dios mirar a los demás como
hermanos, cumpliendo las palabras de evangelio: «todo lo que hiciereis a uno de
éstos a mí lo hicisteis».
Consideraba que ese era el enfoque social correcto
para evitar que las organizaciones sociales no fracasaran o se limitaran a las
cosas terrenales.
En este sentido, el P. Tilo era signo de un justo y
sano equilibrio querido por Dios, es decir, una vida en conversión permanente e
iluminada por una doctrina social inspirada por la fe para transformar el mundo
según el designio salvífico de Dios. De lo contrario, todo será vano, pasajero
y violento.
«Ninguna de esas cosas son cristianas, sino lo que se
anima es la verdadera doctrina que la Iglesia propone a los hombres. ¡Qué
iluminado estaría el mundo si todos pusieran a la base de su acción social, a
la base de su existencia, de sus compromisos concretos, en sus mismas
atracciones políticas, en sus mismos quehaceres comerciales, la doctrina social
de la Iglesia! Era eso lo que predicó el padre Rutilio Grande; y
porque muchas veces es incomprendida hasta el asesinato, por eso murió el padre
Rutilio Grande».[19]
La sentencia de muerte para el P. Tilo fue que se
confundió la doctrina social de la Iglesia (inspirada en la fe) con una
doctrina político-ideológica amenazadora
IV. Lectura
martirial de Mons. Romero sobre P. Tilo
1. El
martirio cómo apertura escatológica de la Iglesia y los cristianos
Lejos de querer una concentración política o
ideológica, Mons. Romero consideró que la celebración de la misa exequial
del P. Rutilio y de los dos campesinos (Manuel y Nelson) que
murieron con él, fue una epifanía de la Iglesia Universal:
“Pocas veces, como en esta mañana, me parece la
Catedral el signo de la Iglesia Universal. Es aquí la convergencia de toda la
rica pastoral de una Iglesia particular que engarza con la pastoral de todas
las diócesis y de todo el mundo, y sentimos entonces que la presencia no sólo
de los vivos, sino de estos tres muertos, le dan a esta figura de la Iglesia su
perspectiva abierta al Absoluto, al Infinito, al más allá: Iglesia Universal,
Iglesia más allá de la historia, Iglesia más allá de la vida humana”.[20]
En estas palabras se hace presente el dogma cristiano
de la comunión de los santos contra el misterio de la iniquidad que había
tratado de amedrentar a la parte de la Iglesia en El Salvador que había optado
por ser fiel al Vaticano II y a Medellín.
En efecto, la persecución contra la Iglesia en El
Salvador era real, el mismo Mons. Romero constata su génesis. Lo ubica a
principios de la década de los setenta, nos referimos a una denuncia concreta
que hizo contra una campaña sucia anticlerical que algunos órganos de prensa
favorecían para desprestigiar al clero y los obispos.[21]
Hablaba de verdaderos enemigos de la Iglesia, que
tenían un afán por defender posiciones económicas o políticas de corte liberal,
sistema que había demostrado ser caduco, ya que no había resuelto el gran
problema de las injusticias y la miseria de la inmensa mayoría de los
salvadoreños.
También dijo que la persecución se debía a que algunos
obispos y presbíteros cumplían su labor pastoral y predicaban la justicia
social, de acuerdo a las líneas de los documentos del Vaticano II y Medellín,
por lo que se les acusaba de comunistas o de tener posiciones extremistas,
imputaciones que rechazó rotundamente, a pesar de aceptar que había parte del
clero que se declaraba abiertamente marxista y de estar organizados en
movimientos revolucionarios, pero decía que de allí a aceptar que la Iglesia es
comunista había una gran diferencia.[22]
Mons. Romero y el P. Rutilio fueron de los
que consideraban al liberalismo y al marxismo como dos sistemas que habían
demostrado históricamente ser sistemas inútiles e incapaces de resolver los
problemas de la humanidad.
Al mismo tiempo tenían claro que los pobres cada vez
tenían más conciencia de sus derechos y de sus necesidades, reconociendo como
legítimo el deseo de salir de la situación lamentable en la que vivían; en este
sentido, tuvieron cuidado en precisar que la Iglesia no era enemiga de los
ricos, pero tampoco cómplice de sus intereses lo que le llevó a afirmar que la
Iglesia no podía quedarse callada ni permanecer como una simple espectadora
ante las injusticias y la desgracia de los pobres.[23]
Siguiendo con la homilía.
Mons. Romero estaba declarando que el P. Rutilio,
Nelson y Manuel no habían desaparecido del todo de la comunidad, en sus
exequias era la Iglesia terrenal la que los encomendaba a la Iglesia celestial.
Precisamente ésta es la Iglesia cuerpo de Cristo, la
que une a los vivos y difuntos en una misma realidad espiritual de comunión, no
por eso sin consecuencias en la vida del hombre concreto que desarrolla su
existencia en la historia.
Esa mañana la catedral se había vuelto en un punto de
convergencia entre la pastoral de la arquidiócesis con la pastoral de las
diócesis del mundo entero, pero esta manifestación de comunión es completada
con la memoria martirial del P. Rutilio, abriendo a la asamblea una perspectiva
escatológica, la cual será clave para entender la posición del de la Iglesia en
el mundo.
Desde la perspectiva escatológica que aporta la
memoria del martirio del P. Rutilio, la comunidad cristiana es Iglesia pueblo
de Dios que peregrina en el mundo pregustando los bienes futuros,
hasta que haya una manifestación plena de Jesucristo, y nosotros
junto con él; por eso, se puede afirmar categóricamente que la Iglesia
universal es la Iglesia más allá de la historia y de la vida humana.
2. Muere
amando
Mons. Romero piensa que el P. Rutilio Grande porta el
amor de Dios en su vida y en su muerte. La Imagen de su martirio junto a dos
humildes campesinos es signo de amor por la Iglesia. Él es un sacramento de un
Cristo pastor que camina con su pueblo enseñándoles la Palabra y alimentándolos
con el banquete de la Eucaristía, precisamente en esa misión cae acribillado
por lo que odiaban la fe que vivía y predicaba. Todo esto hace que su martirio
sea una inspiración de amor para las nuevas generaciones de la Iglesia:
«El amor del Señor inspira la acción de Rutilio
Grande. Queridos sacerdotes, recojamos esta herencia precisa. Quienes lo
escuchamos, quienes compartimos los ideales del padre Rutilio, sabemos que es
incapaz de predicar el odio, que es incapaz de azuzar la violencia»[24]
También, dijo que quizás Dios por esa vida colmada de
amor Dios lo había escogido para ese martirio; igualmente, afirma que murió
amando, porque está seguro que de sus labios nunca salieron un mensaje violento,
de odio o venganza, al contrario, se imagina que incluso cuando estaba siendo
asesinado perdonó a sus verdugos
Epilogo.
Los casos que hemos mencionados en el epígrafe
anterior son solamente emblemáticos, pues, representan a muchos agentes de pastoral
que fueron perseguidos y martirizados de igual manera. Por esta razón, las
palabras de Mons. Romero sobre la persecución y el martirio abarcan a todos
estos fieles, tanto sacerdotes, religiosos (as) como laicos, que han lavado sus
vestiduras con la sangre del cordero.
En una ocasión, manifestó que estaba convencido de que
la persecución y el martirio de los cristianos por parte de los poderes de este
mundo era una característica o nota esencial de la misma Iglesia, diciendo que
la razón fundamental se debía a que la verdad siempre ha sido perseguida,
incluso el mismo Jesucristo había profetizado: «Si a mí me persiguieron,
también os perseguirán a vosotros». Esa vez, recordó una pregunta que le
hicieron al Papa León XIII: "¿cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia
católica verdadera? Siendo su respuesta: “una, santa, católica y apostólica.
Agreguemos otra, perseguida”".
Por lo que concluía que era imposible que la Iglesia
que cumple su deber no sea perseguida y martirizada, pero su sugerencia siempre
será la fidelidad a la identidad y misión de la Iglesia de predicar la verdad,
porque es un mandato de Dios, al igual que los profetas del Antiguo Testamento
que anunciaban la verdad frente a los embustes históricos, injusticias y abusos
de su tiempo, aunque eso significara estar condenado a muerte.
También dijo que la persecución y el martirio es signo
de fidelidad; ponía de ejemplo la teología del martirio del libro de los
Macabeos, una visión muy necesaria para un pueblo que necesitaba mantenerse
firme en la fe cristiana que profesaban, ya que es un testimonio que la ley de
Dios tiene que cumplirse antes de obedecer las leyes de los hombres que
profanan la ley y el derecho del Señor, incluso si esto comportaba perder la
propia vida. Ciertamente, fue una convicción hasta el último momento de su
ministerio episcopal, cuando llamó a los hombres del ejército que no tenían por
qué obedecer una orden de matar que diera un hombre, cuando un mandamiento de
Dios dice "no matar".
En otra ocasión, Mons. Romero habló de cómo la Iglesia
era Pueblo de Dios que camina en el mundo en medio de las tentaciones y las
tribulaciones, según lo dicho en Concilio Vaticano II, y de como se ve
confortada con el poder de la gracia divina prometida por el mismo Señor para
que se mantuviera en actitud de fidelidad perfecta ante las debilidades de la
carne y el mundo; es decir, para que perseverara como la esposa digna del
cordero, como un cuerpo insuflado por el poder del Espíritu Santo que la
renueva permanentemente bajo la luz del signo pascual de la cruz y de la
resurrección. De hecho, él hizo una comparación, que la autenticidad de la
misión de la Iglesia puede ser probada, al igual que los plateros prueban la
plata o el oro con una piedra especial, y que la piedra de toque para nosotros
era la propia cruz; era allí en donde sabes si suena a cobardía, miedo o
traición, o al contrario, si sonaba a fidelidad y testimonio.
Asimismo, dirá que la persecución y el martirio son
una denuncia: no son solamente un signo de fidelidad y testimonio evangélico,
sino que son una denuncia contra el pecado y la idolatría del mundo. Puso de
ejemplo a Cristo, que cuando confesó que era Hijo de Dios, lo tomaron por
blasfemo y lo condujeron hasta la muerte. En este sentido, la Iglesia seguía
confesando la divinidad del Señor, excluyendo tajantemente la idea de que pueda
haber más dioses. En esta línea, resulta lógico que cuando la humanidad está de
rodillas ante estos dioses, la Iglesia les resulta molesta e inoportuna, por lo
que decide darle muerte o perseguirla, todo con el objetivo de callar su voz
que dice que sólo hay un Dios. Además, fue muy concreto, esos ídolos tienen
nombre, dinero y poder, y la misión de la Iglesia es derribarlos y proclamar
que sólo Cristo es el Señor.
Cabe agregar que para Mons. Romero el mensaje
liberador de los mártires no debe confundirse con los horizontes ultraterrenos
permeados con las ideologías de este mundo, porque los mártires dan testimonio
de la buena nueva del Reino de Dios y su justicia. Por esta razón, sería
absurdo confundir la vida de todos esos hombres y mujeres, que no tuvieron
miedo de profesar su fe en medio de una sociedad que estaba postrada ante los
ídolos del dinero y el poder, con una predicación de orden económico, político
o sociológico; el grito de toda la Iglesia es un rotundo NO a los objetivos
difamatorios de los que reconstruyen la historia desde parámetros
ultraterrenos, porque los mártires de El Salvador son de Cristo y de la
Iglesia, por lo que no son enemigos de la derecha ni amigos de la izquierda.
Huelga decir que usó la imagen del beduino que trabaja
de guía del desierto, indicando siempre el camino, pero los peregrinos guiados
por su sabiduría y conocimiento, arremeten irracionalmente contra él, y que
éste muere mostrando siempre el trayecto.
En este sentido la sangre de los mártires indica el
camino de la Iglesia verdadera, la que siempre apunta hacia Cristo el Señor, la
que no permite que nos perdamos en el camino de la idolatría, donde se adoran a
dioses sanguinarios e implacables. Han sido hombres y mujeres, que nos han
demostrado que la fe de verdad se puede vivir, aunque se nade contracorriente,
aunque el mundo quiera ahogar el testimonio de los cristianos.
En fin, que nos ayudan, a afrontar las bestias de este
mundo que están en contraposición del Reino de la vida.
P. Judá García
P. Judá García
[1] El subrayado es nuestro.
[2] Cf. Rodolfo, Cardenal, "La
recepción del Vaticano II en la Iglesia salvadoreña", Revista latinoamericana
de teología 89 (2013), 109-112.
[3] Cf. Ramón, Vega, “Las 54 cartas
pastorales de Monseñor Chávez”, San Salvador 1997, 27.
[4] Cf. Ibíd.
[5] Walter Guerra (Dir.) —
Benito Tobas —Reino Moran— Efraín Villalobos, Testigo de la fe en El
Salvador, San Salvador 2007.
[6] Cf. MONS. ROMERO, ¿Una
conspiración del silencio? http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion
(03/10/2014).
[7] Roberto, Della Rocca, ‘La
controvertida identidad de un obispo’, en Roberto, Della Rocca (Ed), Óscar
Romero, un Obispo entre la Guerra Fría y la Revolución, Madrid 2003, 16.
[8] Ibíd., 41.
[9] Ibíd., 41.
[10] Mons. Romero, Primer
aniversario del P. Rutilio Grande, homilía 05/0371978.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.
[17] Mons. Óscar Romero, homilía de la
misa exequial del P. Rutilio Grande, 31.
[18] Ibíd., 32-34.
[19] Mons. Romero, Homilía 14/03/1977
[20] Mons. Óscar Romero, Una
motivación de amor, homilía de la misa exequial del P. Rutilio Grande
14/03/1977, Tomo I, UCA Editores, San Salvador 2005, 31.
[21] Cf. MONS. ROMERO, Brotes de
anticlericalismo http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion?start=15
(03/10/2014).
[22] Cf. MONS. ROMERO, Defendiendo
Intereses http://www.romeroes.com/monsenor-romero-su-pensamiento/prensa-escrita/semanario-orientacion?start=15
(03/10/2014).
[23] Cf. Ibíd.
[24] Mons. Óscar Romero, homilía de la
misa exequial del P. Rutilio Grande, 31.
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