viernes, 9 de marzo de 2018

La alegría de tener un Padre misericordioso


IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

2 Crónicas 36, 14-16. 19-23
Salmo 136
Efesios 2, 4-10
Juan 3, 14-21

El domingo IV domingo de cuaresma es conocido como el domingo “Laetare” que quiere decir “alégrense”, esto se debe por la antífona de entrada que dice:   "Laetare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae" (¡Congratulaos con Jerusalén, regocijaos por ella todos los que la amáis; llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo! Para que maméis y os saciéis del consuelo de sus pechos). Esta antífona da la tónica litúrgica perfecta: La alegría que anuncia la proximidad de las fiestas pascuales. Por eso la Iglesia pide al Señor que sus fieles se apresuren a celebrar el Misterio Pascual con fe viva y entrega generosa.

Los tres domingo pasados vimos tres alianzas que Dios hizo con los hombres: La primera fue la de Noé que hace una alianza cósmica, que vela por una armonía entre el hombre y la naturaleza; la segunda es la de Abraham que hace una alianza con Dios basados en una promesa, se trata de un amor predilecto de Dios hacia un pueblo determinado; y la tercera alianza es la de Moisés que hace una alianza con Dios a través del decálogo en el Sinaí, aquí ya no es una promesa, sino una realidad. Lo importante de este domingo es afianzar la idea de “alianza” como un signo de amor de Dios por la humanidad, pues, es la primera gran verdad que nos revela las escrituras.

Este domingo la Iglesia nos quiere enseñar la segunda gran verdad de la revelación sobre el hombre: la verdad sobre el pecado. Si, la biblia nos revela el pecado, como tal no es una verdad evidente, Dios nos ha tenido que decir que el pecado nos aleja de él, que rompe nuestra relación con la humanidad y el resto de la creación y causa un caos al interior del propio hombre. La Imagen del hombre caído que se nos presenta hoy en la primera lectura es Babilonia, que para nosotros no es un lugar geográfico, sino una realidad teológica: hemos roto la alianza con Dios. El salmo responsorial nos describe la tristeza interior de estar lejos de Dios: ¡como cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! La cuaresma es una invitación para tomar consciencia de nuestro pecado, y de cómo éste no tiene en una situación de entero desastre.

Pero la revelación del pecado no tiene una finalidad condenatoria, sino redentora, pues, Dios quiere que todos se salven, que el hombre humildemente reconozca su pecado y se convierta para que pueda tener vida eterna y plena. Entonces, la alegría precisamente radica en esto: Cristo está a punto de tomar la cruz y hacer todas las cosas nuevas, su Misterio Pascual significa para nosotros la gran liberación del pecado y sus consecuencias. Cristo suspendido en la cruz es el signo de la salvación que provine de Dios, es icono de ese antídoto contra el veneno del pecado, así lo dice el evangelio: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Y aquí hay una clave para entender tal entrega de Dios: El amor. Dice el evangelio de hoy también: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su hijo único, para que no parezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

El beato Óscar Romero nos invita cordialmente a que este amor y reconciliación que nos ofrece Dios lo concretemos en nuestra propia vida a través del sacramento del bautismo y la reconciliación: En este ambiente y antes de terminar esta homilía con el tercer pensamiento que habla del Bautismo y de la Penitencia como dos sacramentos cuaresmales, yo quiero hacer un llamamiento a los bautizados y a todos los que necesitamos el sacramento del perdón; para que en esta Cuaresma nos reconciliemos con Dios.

Todos los bautizados dejaos reconciliar con Dios, id a confesaros a vuestra parroquia.

Feliz Domingo

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