IV
Domingo de Cuaresma, Ciclo B
2
Crónicas 36, 14-16. 19-23
Salmo
136
Efesios
2, 4-10
Juan
3, 14-21
El domingo IV domingo de cuaresma es conocido
como el domingo “Laetare” que quiere decir “alégrense”, esto se debe por la antífona
de entrada que dice: "Laetare,
Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia,
qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis
vestrae" (¡Congratulaos con
Jerusalén, regocijaos por ella todos los que la amáis; llenaos de alegría por
ella todos los que por ella hacíais duelo! Para que maméis y os saciéis del
consuelo de sus pechos). Esta antífona da la tónica litúrgica perfecta: La alegría
que anuncia la proximidad de las fiestas pascuales. Por eso la Iglesia pide al
Señor que sus fieles se apresuren a celebrar el Misterio Pascual con fe viva y
entrega generosa.
Los
tres domingo pasados vimos tres alianzas que Dios hizo con los hombres: La
primera fue la de Noé que hace una alianza cósmica, que vela por una armonía entre
el hombre y la naturaleza; la segunda es la de Abraham que hace una alianza con
Dios basados en una promesa, se trata de un amor predilecto de Dios hacia un
pueblo determinado; y la tercera alianza es la de Moisés que hace una alianza
con Dios a través del decálogo en el Sinaí, aquí ya no es una promesa, sino una
realidad. Lo importante de este domingo es afianzar la idea de “alianza” como
un signo de amor de Dios por la humanidad, pues, es la primera gran verdad que
nos revela las escrituras.
Este
domingo la Iglesia nos quiere enseñar la segunda gran verdad de la revelación
sobre el hombre: la verdad sobre el pecado. Si, la biblia nos revela el pecado,
como tal no es una verdad evidente, Dios nos ha tenido que decir que el pecado
nos aleja de él, que rompe nuestra relación con la humanidad y el resto de la
creación y causa un caos al interior del propio hombre. La Imagen del hombre caído
que se nos presenta hoy en la primera lectura es Babilonia, que para nosotros
no es un lugar geográfico, sino una realidad teológica: hemos roto la alianza con
Dios. El salmo responsorial nos describe la tristeza interior de estar lejos de
Dios: ¡como cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! La cuaresma es
una invitación para tomar consciencia de nuestro pecado, y de cómo éste no
tiene en una situación de entero desastre.
Pero
la revelación del pecado no tiene una finalidad condenatoria, sino redentora,
pues, Dios quiere que todos se salven, que el hombre humildemente reconozca su
pecado y se convierta para que pueda tener vida eterna y plena. Entonces, la alegría
precisamente radica en esto: Cristo está a punto de tomar la cruz y hacer todas
las cosas nuevas, su Misterio Pascual significa para nosotros la gran
liberación del pecado y sus consecuencias. Cristo suspendido en la cruz es el signo
de la salvación que provine de Dios, es icono de ese antídoto contra el veneno
del pecado, así lo dice el evangelio: Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Y aquí
hay una clave para entender tal entrega de Dios: El amor. Dice el evangelio de hoy también: Tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su hijo único, para que no parezca ninguno de los que creen en él, sino que
tengan vida eterna.
El
beato Óscar Romero nos invita cordialmente a que este amor y reconciliación que
nos ofrece Dios lo concretemos en nuestra propia vida a través del sacramento
del bautismo y la reconciliación: En este ambiente y antes de terminar esta
homilía con el tercer pensamiento que habla del Bautismo y de la Penitencia
como dos sacramentos cuaresmales, yo quiero hacer un llamamiento a los
bautizados y a todos los que necesitamos el sacramento del perdón; para que en
esta Cuaresma nos reconciliemos con Dios.
Todos
los bautizados dejaos reconciliar con Dios, id a confesaros a vuestra
parroquia.
Feliz
Domingo
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bendiga.
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