POBREZA 14.- POBREZA DE LA IGLESIA -
I. REALIDAD LATINOAMERICANA
1 El Episcopado Latinoamericano no
puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en
América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa
pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria.
2 Un sordo clamor brota de
millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de
ninguna parte. "Nos estáis ahora escuchando en silencio, pero oímos el
grito que sube de vuestro sufrimiento", ha dicho el Papa a los campesinos
en Colombia [Pablo VI, 23/08/68]. Y llegan también hasta nosotros las quejas de
que la Jerarquía, el clero, los religiosos, son ricos y aliados de los
ricos.
Al respecto debemos precisar que con
mucha frecuencia se confunde la apariencia con la realidad. Muchas causas han
contribuido a crear esa imagen de una Iglesia jerárquica rica. Los grandes
edificios, las casas de párrocos y de religiosos cuando son superiores a las
del barrio en que viven; los vehículos propios, a veces lujosos; la manera de
vestir heredada de otras épocas, han sido algunas de esas causas.
El sistema de aranceles y de pensiones
escolares, para proveer a la sustentación del clero y al mantenimiento de las
obras educacionales, ha llegado a ser mal visto y a formar una opinión
exagerada sobre el monto de las sumas percibidas. Añadamos a esto el exagerado
secreto en que se ha envuelto el movimiento económico de colegios, parroquias,
diócesis; ambiente de misterio que agiganta las sombras y ayuda a crear
fantasías.
Hay también casos aislados de
condenable enriquecimiento que han sido generalizados. Todo esto ha llevado al
convencimiento de que la Iglesia en América Latina es rica.
3 La realidad de muchísimas
parroquias y diócesis que son extremadamente pobres y de tantísimos obispos,
sacerdotes y religiosos que viven llenos de privaciones y se entregan con gran
abnegación al servicio de los pobres, escapa por lo general a la apreciación de
muchos y no logra disipar la imagen deformada que se tiene. En el contexto de pobreza
y aun de miseria en que vive la gran mayoría del pueblo latinoamericano, los
obispos, sacerdotes y religiosos tenemos lo necesario para la vida y una cierta
seguridad, mientras los pobres carecen de lo indispensable y se debaten entre
las angustias y la incertidumbre. Y no faltan casos en que los pobres sienten
que sus obispos, o sus párrocos y religiosos, no se identifican realmente con
ellos, con sus problemas y angustias, que no siempre apoyan a los que trabajan
con ellos o abogan por su suerte.
II. MOTIVACIÓN DOCTRINAL
4 Debemos distinguir:
a) La pobreza como carencia de
los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la
denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el
fruto de la injusticia y el pecado de los hombres;
b) La pobreza espiritual es el
tema de los pobres de Yavé [Cf. Sof 2, 3; Lc 1, 46-55]. La pobreza
espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo
espera del Señor [Cf. Mt 5, 3]. Aunque valoriza los bienes de este mundo, no se
apega a ellos, y reconoce el valor superior de los bienes del Reino [Am 2, 6-7;
4, 1; 5, 7; Jer 5, 28; Miq 6, 12-13; Is 10, 2 et passim].
c) La pobreza como compromiso,
que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este
mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual
frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo que hizo suyas todas
las consecuencias de la condición pecadora de los hombres [Cf Fil 2, 5-8] y que
"siendo rico se hizo pobre" [2 Cor 8, 9], para salvarnos.
5 En este
contexto una Iglesia pobre: - Denuncia la carencia injusta de los bienes de
este mundo y el pecado que la engendra; - Predica y vive la pobreza espiritual,
como actitud de infancia espiritual y apertura al Señor; - Se compromete ella
misma en la pobreza material. La pobreza de la Iglesia es, en efecto, una
constante de la Historia de la Salvación.
6 Todos los miembros de la Iglesia
están llamados a vivir la pobreza evangélica. Pero no todos de la misma
manera, pues hay diversas vocaciones a ella, que comportan diversos estilos de
vida y diversas formas de actuar. Entre los religiosos mismos, con misión
especial dentro de la Iglesia en este testimonio, habrá diferencias según los
carismas propios.
7 Dicho todo esto, habrá que
recalcar con fuerza que el ejemplo y la enseñanza de Jesús, la situación
angustiosa de millones de pobres en América Latina, las apremiantes
exhortaciones del Papa y del Concilio, ponen a la Iglesia Latinoamericana ante
un desafío y una misión que no puede soslayar y a los que debe responder con
diligencia y audacia adecuadas a la urgencia de los tiempos. Cristo nuestro
Salvador, no sólo amó a los pobres, sino que "siendo rico se hizo
pobre", vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres
de su liberación y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los
hombres. Siempre la Iglesia ha procurado cumplir esa vocación, no obstante
"tantas debilidades y ruinas nuestras en el tiempo pasado" ["Ecclesiam
suam" 50].
La Iglesia de América Latina, dadas las
condiciones de pobreza y de subdesarrollo del continente, experimenta la
urgencia de traducir ese espíritu de pobreza en gestos, actitudes y normas que
le hagan un signo más lúcido y auténtico de su Señor. La pobreza de tantos
hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y
superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada por
Cristo.
La situación presente exige, pues, de
obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, el espíritu de pobreza que
"rompiendo las ataduras de la posesión egoísta de los bienes temporales,
estimula al cristiano a disponer orgánicamente la economía y el poder en
beneficio de la comunidad" [Pablo VI, 23/08/68]. La pobreza de la Iglesia
y de sus miembros en América Latina debe ser signo y compromiso. Signo del
valor inestimable del pobre a los ojos de Dios; compromiso de solidaridad con
los que sufren.
III. ORIENTACIONES PASTORALES
8 Por todo eso queremos que la
Iglesia de América Latina sea evangelizadora de los pobres y solidaria con
ellos, testigo del valor de los bienes del Reino y humilde servidora de todos
los hombres de nuestros pueblos. Sus pastores y demás miembros del Pueblo de
Dios han de dar a su vida y sus palabras, a sus actitudes y su acción, la
coherencia necesaria con las exigencias evangélicas y las necesidades de los
hombres latinoamericanos. Preferencia y solidaridad
9 El particular mandato del Señor de
"evangelizar a los pobres" debe llevarnos a una distribución de los
esfuerzos y del personal apostólico que dé preferencia efectiva a los sectores
más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa, alentando y
acelerando las iniciativas y estudios que con ese fin ya se hacen. Los Obispos
queremos acercarnos cada vez más, con sencillez y sincera fraternidad a los
pobres, haciendo posible y acogedor su acceso hasta nosotros.
10 Debemos agudizar la conciencia del
deber de solidaridad con los pobres, a que la caridad nos lleva. Esta
solidaridad significa hacer nuestros sus problemas y sus luchas, saber hablar
por ellos. Esto ha de concretarse en la denuncia de la injusticia y la
opresión, en la lucha cristiana contra la intolerable situación que soporta con
frecuencia el pobre, en la disposición al diálogo con los grupos responsables
de esa situación para hacerles comprender sus obligaciones.
11 Expresamos nuestro deseo de estar
siempre muy cerca de los que trabajan en el abnegado apostolado con los pobres,
para que sientan nuestro aliento y sepan que no escucharemos voces interesadas
en desfigurar su labor. La promoción humana ha de ser la línea de nuestra
acción en favor del pobre, de manera que respetemos su dignidad personal y le
enseñemos a ayudarse a sí mismo. Con ese fin reconocemos la necesidad de la
estructuración racional de nuestra pastoral y de la integración de nuestros
esfuerzos con las otras entidades.
Testimonio
12 Deseamos que nuestra habitación y
estilo de vida sean modestos; nuestro vestir, sencillo; nuestras obras e
instituciones, funcionales, sin aparato ni ostentación. Pedimos a sacerdotes y
fieles que nos den un tratamiento que convenga a nuestra misión de padres y
pastores, pues deseamos renunciar a títulos honoríficos propios de otra época.
13 Con la ayuda de todo el Pueblo de
Dios esperamos superar el sistema arancelario, reemplazándolo por otras formas
de cooperación económica que estén desligadas de la administración de los
sacramentos. La administración de los bienes diocesanos o parroquiales ha de
estar integrada por laicos competentes y dirigida al mejor uso de la comunidad
toda [PO 17].
14 En nuestra misión pastoral
confiaremos ante todo en la fuerza de la Palabra de Dios. Cuando tengamos que
emplear medios técnicos buscaremos los más adecuados al ambiente en que deban
usarse y los pondremos al servicio de la comunidad [GS 69].
15 Exhortamos a los sacerdotes a dar
testimonio de pobreza y desprendimiento de los bienes materiales, como lo hacen
tantos, particularmente en regiones rurales y en barrios pobres. Con empeño
procuraremos que tengan una justa aunque modesta sustentación y la necesaria
previsión social. Para ello buscaremos formar un fondo común entre todas las
parroquias y la misma diócesis y también entre las diócesis del mismo país [PO
21]. Alentamos a los que se sienten llamados a compartir la suerte de los
pobres, viviendo con ellos y aun trabajando con sus manos, de acuerdo con el
Decreto "Presbyterorum ordinis" [PO 8].
16 Las comunidades religiosas, por
especial vocación, deben dar testimonio de la pobreza de Cristo. Reciban
nuestro estímulo las que se sientan llamadas a formar entre sus miembros
pequeñas comunidades, encarnadas realmente en los ambientes pobres. Serán un
llamado continuo para todo el Pueblo de Dios a la pobreza evangélica. Esperamos
también que puedan cada vez más hacer participar de sus bienes a los demás,
especialmente a los más necesitados, compartiendo con ellos no solamente lo
superfluo, sino lo necesario y dispuestos a poner al servicio de la comunidad humana
los edificios e instrumentos de sus obras [GS 69]. La distinción entre lo que
toca a la comunidad y lo que pertenece a las obras permitirá realizar todo esto
con mayor facilidad. Igualmente permitirá buscar nuevas formas para estas
obras, en que participen otros miembros de la comunidad cristiana, en su
administración o propiedad.
17 Estos ejemplos auténticos de
desprendimiento y libertad de espíritu, harán que los demás miembros del Pueblo
de Dios den testimonio análogo de pobreza. Una sincera conversión ha de cambiar
la mentalidad individualista en otra de sentido social y preocupación por el
bien común . La educación de la niñez y de la juventud en todos sus niveles,
empezando por el hogar, debe incluir este aspecto fundamental de la vida
cristiana. Se traduce este sentido de amor al prójimo cuando se estudia y se
trabaja ante todo como una preparación o realización de un servicio a la
comunidad; cuando se dispone orgánicamente la economía y el poder en beneficio
de la comunidad.
Servicio
18 No impulsa a la Iglesia ambición
terrena alguna sino que quiere ser humilde servidora de todos los hombres [GS
3; Pablo VI, 07/12/65] Necesitamos acentuar este espíritu en nuestra América
Latina. Queremos que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre de ataduras temporales,
de connivencias y de prestigio ambiguo; que "libre de espíritu respecto a
los vínculos de la riqueza", sea más trasparente y fuerte su misión de
servicio; que esté presente en la vida y las tareas temporales, reflejando la
luz de Cristo, presente en la construcción del mundo. Queremos reconocer todo
el valor y la autonomía legítima que tienen las tareas temporales; sirviéndolas
no queremos desvirtuarlas ni desviarlas de sus propios fines [GS 36]. Deseamos
respetar sinceramente a todos los hombres y escucharlos para servirlos en sus
problemas y angustias [GS 1-3]. Así la Iglesia, continuadora de la obra de
Cristo, "que se hizo pobre por nosotros siendo rico, para enriquecernos
con su pobreza" [2 Cor 8, 9], presentará ante el mundo, signo claro e inequívoco
de la pobreza de su Señor