domingo, 5 de julio de 2020

Manso, pero no menso...

Domingo XIV del T.O, Ciclo A. 

-Zac 9, 9-10. Mira a tu rey que viene a ti pobre.

- Sal 144. R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

- Rom 8, 9. 11-13. Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

- Mt 11, 25-30. Soy manso y humilde de corazón

Me quiero centrar en un punto del evangelio de este domingo: "aprended de mis, que soy manso y humilde corazón". Dos cosas ideas quiero compartir con vosotros: 

primero, Jesús nos invita a un proceso de aprendizaje, lo cual tiene tres momentos: cuando conozco el conceptos Evangelio, el procedimiento, es decir, cuando aprendo a vivir el Evangelio) y el actitudinal, que es cuando amo el Evangelio. Siempre en ese orden. Bien, ahora Jesús es bien especifico, porque nos dice que aprendamos dos virtudes que describen su vida: la mansedumbre y la humildad.

Segundo, normalmente cuando oímos a Jesús decir esas palabras, tenemos la tentación de imaginarnos a un Jesús edulcorado, porque tendemos a confundir la mansedumbre y la humildad con la torpeza y la pasividad, pero nada de eso, sino todo lo contrario. 

 La mansedumbre es una virtud que se enseña desde la antigüedad al militar, es decir, en pocas palabras se habla del dominio de sí mismo. hay dos cosas que son extremos de esta virtud: por exceso, podemos hablar de la agresividad o la cólera desproporcionada; no por gusto dice el dicho: "el que se enoja pierde". El otro extremo es por defecto, o sea la pasividad; en este caso el hombre es incapaz de sufrir o gozar, es indiferente a todo; por eso el dicho: manso, pero no menso. 

Marta Arrechea dice que la mansedumbre es la virtud de los fuertes que saben dominarse en aras de un bien mayor, los que saben soportar con paciencia las contrariedades y tienen dominio de sí por sobre las pasiones desordenadas y los impulsos violentos. Es una virtud muy importante que lima las asperezas cotidianas y contribuye enormemente a la armonía y a la paz familiar. Tiene mucho de paciencia y de fortaleza interior. El débil generalmente actúa con violencia para que no se descubra su debilidad (fruto muchas veces de su inseguridad). El débil llega a ser a veces duro y dominante con los débiles, pero cede ante los poderosos y se enoja sin motivo para demostrar una fortaleza que no tiene. El manso, al contrario, se domina, medita y frena sus reacciones hasta que el autocontrol se hace hábito y por lo tanto virtud.

En otras palabras, Jesús nos está enseñando a ser fuertes para vivir el Evangelio con valentía en medio de un mundo secularizado, sin Dios, en donde se necesitan cristianos con carácter, para dar testimonio con respeto, pero con determinación. Nos invita a no ser una veleta que se mueve a merced del viento, pero debemos evitar también a ser agresivos con lo que no piensan como nosotros, pero tampoco pecar de buenísimo, porque traicionaríamos la verdad y la justicia. 

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