miércoles, 11 de octubre de 2017

El banquete de la alegría y la libertad

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A. 

ISAIAS 25, 6-10
FILIPENSES 4, 12-12-19-20.
MATEO 22, 1-14.

En una fiesta, el comer entre familiares o amigos siempre es motivo de alegría y gozo. Sí lo vemos bien, se convierte en una ocasión profunda de comunión entre nosotros los seres humanos. Allí cesan por un breve momento las rivalidades y las diferencias: si comemos en la misma mesa nos hacemos iguales unos a otros.  

En la Biblia, sobre todo en el evangelio de hoy, la imagen de la fiesta y el banquete trata de representar el gran proyecto de Misterio, comunión y misión de Dios para con el hombre:

a) Misterio: porque quien ofrece el banquete es Dios, por iniciativa propia. Él Sale al encuentro del hombre para salvarlo. Esto significa que la presencia de Dios se vuelve patente entre nosotros como una luz que disipa las tinieblas. El banquete ofrecido por Dios para nosotros es verdad, belleza y majestad. Por lo tanto, Dios aparece en nuestro diario vivir y en lo cotidiano. Corremos el riesgo de perdernos en el ruido de la vida, de poner pretextos a la llamada de Dios. 

b) Comunión: porque la Imagen del banquete significa que entramos en profunda relación amistosa con Dios. Él invita a todos, aunque no todos responden positivamente. La llamada de Dios a entrar en comunión con él es universal y escandalosa: la lógica de Dios desconcierta la lógica de los hombres. Sin embargo, el Señor exige un traje de fiesta, sin el cual no podemos estar dentro, esto significa una actitud mínima de apertura a la gracias de Dios. No basta decir si, hay que abrir el corazón. 

c) Misión: el banquete no es algo que debe quedar sólo para nosotros, sino que hay que ponernos en disposición de salida e invitar a otros a que entren a la fiesta de bodas del Hijo. Es curioso que los súbditos del Rey salgan a todos lados sin excepción: centro y periferias. El Papa Francisco ha insistido mucho en eso: que quiere una Iglesia en salida, que invite al banquete, que vaya y anuncie la buena nueva en las periferias. 

Esta manera de proceder va en contra de los criterios del mundo, en donde los poderosos el lugar de ofrecer un banquete de fraternidad, acaparan los bienes que son destinados para todos. 

Por otra parte, las oraciones de la misa nos invitan a lo siguiente: 

a) En la oración colecta pedimos al Señor que dirija nuestros corazones para poder agradarle. La Iglesia es consciente que la conversión y la comunión con Dios son un don. Nosotros necesitamos del auxilia divino para poder dar gloria a Dios y recibir de Dios su gracia santificante. Por nosotros mismos somos frialdad, oscuridad y maldad. Hay que permanecer unidos a Dios. 

b) la oración sobre las ofrendas: nos indica que la Eucaristía es el gran banquete de salvación que Dios nos ofrece. El señor es mesa, banquete y anfitrión. Que gozo nos causa saber que  tenemos un Dios tan cercano y misericordioso. 

c) La Oración post-comunión: Nos indica la experiencia de vida que debemos tener con Dios, es una dicha tener tantos dones de Dios. Esto suscita en nosotros el agradecimiento y el temor de hijos hacia nuestro Padre del Cielo. 

Queridos hermanos, que al participar de la mesa de la eucaristía de este domingo podamos entrar en esta comunión intima con el Señor. También, destruya todas las divisiones que nos separar, y nos comprometamos a construir un mundo más humano y fraterno. Dios te bendiga. 

martes, 10 de octubre de 2017

El Culto Eucarístico fuera de la misa. Aspecto teológico: sobre el ritual propio.


1.            Aspecto teológico-litúrgico: 
Características generales del ritual del culto a la eucaristía fuera de la misa

¿Por qué recurrir a un ritual?

            El ritual es la parte central de todo libro liturgico, en sus rubricas y en sus nigricas podemos encontrar la Lex Orandi y la Lex Credendi de la Iglesia, por lo tanto, son fuente inigualable de theología prima desde la liturgia. En este sentido, los libros litúrgicos pueden ser sometido a diferentes métodos exegéticos, hermenéuticos y teológicos con el objetivo de profundizar en la fe que profesamos como cristianos.

            El Vaticano II hace surgir una novedad en los libros liturgico: la pre-notandas. Aquí se presentan elementos teológicos, litúrgicos y pastorales; al igual que datos de la historia de la salvación y de los sacramentos. Todo ello una síntesis de teología y una guía pastoral para lograr la reforma y el fomento de la liturgia dentro del ámbito eclesial como lo mandó SC.

            Por último, tenemos los apéndices en están los leccionarios propios que conviene a la celebración y oraciones diversas según los casos y los ambientes diferentes. Podemos decir con seguridad que la palabra de Dios y la ecología de los rituales son presencia de Cristo y fuentes de mistagogía, los cuales, nos ayudan a comprender el misterio y alimentarnos de él.  




Todos estos elementos nos ayudan al Ars Celebrandi, en ningún momento estamos hablando del rubricismo meramente, es decir, el objetivo es celebrar con sentido teológico: Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad.» (Jn4, 23-24). Los libros del vaticano II son la oración de la Iglesia y una expresión de la fe. Son una celebración de la vida de la Iglesia (lex credendi, orandi et vivendi). Por lo tanto, los teólogos no pueden prescindir de la liturgia. Sino será una fe muerta.

Los libros son medios importantes para la celebración, son una guía que marca la pauta, son libros pedagógicos al servicio de la celebración. Han de ser conocidos por la comunidad, pues, se aseguran que no se anden inventando cosas. Todos celebramos la misma liturgia católica. Nos abren el misterio, por lo tanto, hay que celebrarlos bien para que descubramos el Misterio de Cristo. nos hacen encontrar con el Señor Jesús. No se pueden prescindir de ellos.

Observaciones generales sobre el ritual

El ritual que contiene el culto eucarístico se llama “Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa” (=RSC) promulgado por el Papa Pablo VI el 23 de junio de 1973, en el marco de la solemnidad del Corpus Christi de ese año.

El ritual cuenta con el Decretum de la Sagrada Congregación para el culto Divino, el cual, hace oficial un libro litúrgico. Igualmente, en mi caso contiene una presentación de parte de la Conferencia Episcopal Española y unas observaciones previas.

El cuerpo del ritual está conformado por cuatro capítulos: el primero trata el tema de la sagrada comunión fuera de la misa; el segundo contiene todo lo referido a la comunión y el viatico llevado a los enfermos por un ministro extraordinario; el tercero se centra en las varias formas de culto a la sagrada eucaristía; y el cuarto es prácticamente un leccionario, himnario y eucologio para llevar a cabo los tres casos anteriores.

Cabe mencionar que en el apéndice en añade la instrucción Immensae Caritatis que versa sobre los ministros extraordinarios de la sagrada comunión y sobre algunas normas sobre la comunión. También, trae anexo algunos rituales para instituir ministros extraordinarios de la comunión.

Al observar el contenido de este ritual nos podemos dar cuenta que se da fiel cumplimiento con el propósito de SC en equilibrar la celebración de la Misa y la adoración eucarística fuera de la misa.

El ritual está enriquecido con la palabra de Dios, tiene lecturas del A.T, del N.T, salmos responsoriales y evangelios haciendo más comprensible los ritos; tiene un conjunto de himnos en latín y castellano que recogen las más variadas tradiciones sobre la devoción a la eucaristía, en donde se puede encontrar una determinada concepción teológica.

Lo mismo pasa con la eucología, tiene varias opciones de oración, tanto para después de comulgar como para orar delante del Santísimo. Existe también una gama extensa de antífonas o responsorios que dan la tónica perfecta para descubrir el sentido liturgico en cada ocasión, porque uno de las recomendaciones de SC es que cada celebración litúrgica tenga sus debidas acomodaciones o adaptaciones. 

domingo, 1 de octubre de 2017

Culto Eucarístico fuera de la misa. Aspecto histórico: segundo milenio

EL segundo milenio de la adoración a la Eucaristía 

Por diversos motivos en el segundo milenio ya había una separación entre liturgia y vida, lo que convirtió a la asamblea en meros espectadores de la Eucaristía y otros sacramentos, o sea, desaparece el carácter comunitario del culto cristiano.

Este fenómeno no se dio de la noche a la mañana, sino que fue un proceso que duró muchos siglos. Por ejemplo: la desaparición del catecumenado y la exclusividad del bautismo de niños; la imposición de la lengua latina en los países franco-germánicos; la desaparición del carácter público del sacramento de la penitencia; la privatización de la Eucaristía de parte del clero; el deseo de salvar el alma por miedo a la condenación eterna; y las famosas explicaciones alegóricas de las Santa Misa que no ayudaron en nada a la comprensión de la liturgia.[1]        

Entonces, surge en la espiritualidad cristiana un deseo de dialogar con el Señor Jesús, o sea de tener un contacto directo con la humanidad de Jesús, dejando atrás la relación con un Jesús Pantocrátor, emperador hierático de todo el universo por un Jesús humano de carne y hueso sufriente:
          
Sin duda, esto ayudó a que se desarrollara la adoración eucarística en occidente, aunque en oriente no tuvo el mismo efecto, porque los iconos suplieron esta necesidad.[2] Ahora bien, también la adoración eucarística tuvo varias etapas y diversas formas de culto a lo largo del milenio:

En un primer momento, las atenciones al Santísimo Sacramento estuvieron sustentadas por la resistencia algunos errores doctrinales que ponían en duda la presencia de Jesucristo en la hostia consagrada, por ejemplo, la doctrina de Berengario de Tours en el siglo IX, cuando surge mayor interés por la reserva eucarística, ya no podía contenerse en el Capsa (una cajita de la sacristía) en donde se conservaba la comunión para los enfermos.

De esta manera, nace el tabernáculo: en cuanto al nombre está inspirado en el velo que cubre el arca de la alianza, pero en cuanto a forma está inspirado en piezas del mobiliario litúrgico que habían estado en uso, como las torres del rito galicano para la super oblata o las palomas de los bautisterios para guardar el santo crisma. Estos nuevos muebles se distinguían por la seguridad.[3] Los primeros que empezaron a fomentar la devoción a la presencia de Cristo en la reserva eucarística fueron los monjes de la abadía de Cluny, estamos hablando de finales del siglo XI.

También, aquí nace la costumbre de encender una lámpara a la par del tabernáculo del Santísimo, la cual, debería permanecer encendida perpetuamente; aunque esta práctica no era nueva, porque se hacía lo mismo con las reliquias de los mártires. Algo que será confirmado y mandado por el Ritual Romano de 1614.

El deseo de ver la hostia consagrada tuvo gran importancia para los místicos y para todo el pueblo cristiano: debido a esto la introducción de elevación del pan y el vino en la plegaria eucarística en el siglo XIII cobró gran fuerza y popularidad, manifestando la piedad con campanas, luces, incienso y música de órgano.[4] 
 
Incluso, cuando los moribundos no podían comulgar se les llevaba la hostia par que la pudieran contemplar antes de morir, pero esta práctica por el Ritual Romano de Paulo V de 1614.

Uno de los hechos más importantes sobre el desarrollo de la devoción eucarística es la institución de la fiesta del Corpus Christi. Se comienza a celebrar en Lieja en 1246, extendiéndose para toda la Iglesia en 1264 por el Papa Urbano IV.[5]

De la festividad del Corpus Christi nacen las procesiones que debían terminar con la bendición con el Santísimo. En este mismo contexto aparecen las costumbres de exponer el santísimo sobre el altar y lo que conocemos técnicamente las cuarenta horas, con ello aparecen custodias, ostensorios y grandes retablos.[6] 

 Desde el Concilio de Trento hasta el siglo XIX la devoción a la eucaristía se desarrolló continuamente hasta llegar a poner el sagrario en el centro del altar mayor y considerar la eucaristía desde la óptica de la reparación, porque por la culpa del pecado ha sido hecho prisionero, humillado y encarnecido. [7]   

Cuadro nos ubicamos en el siglo XX se puede notar una cierta crisis en el culto eucarístico, pero hubo algunos detalles que empezaron a dar equilibrio entre celebración eucarística y culto a la eucaristía fuera de la Misa: nos referimos a las reflexiones del movimiento liturgico que fomentaron las bases para una renovación profunda. Cabe mencionar los aportes de Pio X que fomentó la comunión frecuente y Pio XII que permitió las misas vespertinas, modificando significativamente la práctica del ayuno eucarístico.    

Insisto, El problema durante casi mil años era el divorcio entre la celebración eucarística y la adoración del Santísimo fuera de la Misa, reduciendo la teología una teoría esencialista y apologética. O sea, que la gente prefería estar contemplando la hostia y no participar en la Misa.

El Concilio Vaticano II logró recuperar un sano equilibrio entre celebración eucarística y el culto a la eucaristía, hablamos del ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa promulgado el 21 de junio de 1973. Sobre todo, el capítulo tercero en donde se deja claro los tres actos de culto a la eucaristía reconocidos oficialmente: la exposición del Santísimo Sacramento, las procesiones y los congresos eucarísticos.

Otros documentos que han ayudado a la recta interpretación del culto a la eucaristía fuera de la misa son: Instrucción Eucharisticum mysterium (EM) de 1967; Encíclica Mysterium fidei (MF) del beato Pablo VI en 1965; Carta Dominicae caene (D.C) de San Juan Pablo II en 1980; instrucción Inaestimabile donum (I.D) de 1980; El Código de Derecho Canónico de 1983; Instrucción Redentoris Sacramentum de 2004; Exhortación apostólica Sacramentun Caritatis de Benedicto XVI en 2007.[8]

Resumen histórico:

Ø  En el primer milenio no hay rastros históricos que directamente hablen de una devoción eucarística como la concebimos el día de hoy. No hay sagrarios, ni hora santa ni velas perpetuas.

Ø  En el primer milenio hay conciencia de la presencia de Jesús en la eucaristía, pero desde la concepción sacramental de la patrística. No desde una mentalidad codificante ni esencialista.

Ø  En el segundo milenio, la devoción a la eucaristía tiene su origen en la devoción a la humanidad de Cristo en la Cruz. Esto en la edad media, debido a la privatización de la liturgia por parte del clero y la desaparición de su dimensión comunitaria.

Ø  En el segundo milenio, las expresiones más importantes de la devoción eucarística son: la elevación de la hostia durante la consagración, la procesión del Corpus Christi, la exposición del santísimo y la devoción de las cuarenta horas.

Ø  El problema histórico es un desequilibrio entre celebración eucarística y culto a la eucaristía fuera de la Misa. O sea, no hay conexión alguna entre celebración y adoración.

Ø  El Vaticano II ha recuperado el sano equilibrio, la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, siendo el culto a la eucaristía fuera de la misa un acto de piedad que prepara para la participación activa en la eucaristía.

[1] Cf. Basurko, X., Historia de la Liturgia, Barcelona 2006, 215-236.
[2] Cf. Abad, C., La comunión y el culto eucarístico fuera de la Misa, en CELAM, La celebración del Misterio Pascual. Los Sacramentos: signos del Misterio Pascual (Tomo III), Bogotá 2001, 266-267
[3] Cf. Cabié, R., Eucaristía, 552.
[4] Cf. Pecklers, K., Atlas histórico de la Liturgia, Madrid 2013, 122.
[5] Cf. Abad, C., La comunión y el culto eucarístico fuera de la Misa, 268.
[6] Ibíd.
[7] Cf. Cabié, R., Eucaristía, en Martimort, A. G., La Iglesia en oración, Barcelona 1992, 552.
[8] Cf. Paulus PP. VI, Litterae Encyclicae Mysterium Fidei, A.A.S 57 (1965) 753-774; Sacra Congregatio Rituum, Instuctio Eucharisticum mysterium, (13/04/1967), A.A.S (1967) 539-573; Ioannis Pauli PP. II, Epistula  Dominicae Cenae, (24/02/1980) A.A.S (1980) 113-148; Sacra Congregatio pro Sacramentis et cultu Divino, Instructio Inaestimabile donum, (03/04/1980), A.A.S (1980) 331-343; Codex Iuris Canonici, (25/01/1983), A.A.S 75 (1983) II; Congregatio de Culto Divino et Disciplina Sacramentorum, Intructio Redemptionis sacramentum,(25/03/2004) A.A.S 96(2004) 549-601; Benedicti PP. XVI, Adhortatio Apostolica Postsynodalis Sacramentum caritatis, (22/02/2007) A.A.S (2007)105-180.

La responsabilidad personal frente a la misericordia de Dios

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Ezequiel: 18, 25-28
Filipenses: 2, 1-11
Mateo: 21, 28-3

Todos conocemos personas que piensan que la idea de un Dios que castiga y excluye a los pecadores es cruel e injusta, la cual, lleva a un rechazo rotundo a ese Dios; o, por el contrario, piensan que están en lado de los buenos y queridos por Dios, siendo ellos mismos los que excluyen a los pecadores.

La liturgia de hoy, igual que el domingo pasado, resulta escandaloso para ese mosaico de hermanos nuestros que se creen buenos y excluyen a los demás. Hoy se nos invita a entender dos cosas: a Dios desde la misericordia y la esencial importancia de nuestra responsabilidad frente a él.

La antífona de entrada de hoy Daniel reconoce que el castigo venido de Dios es justo porque no se ha actuado de acuerdo con su voluntad, pero lo que debemos resaltar es algo que supera la justicia, la misericordia: pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu abundante misericordia. (Dan 3, 31. 29. 30. 43. 42). De hecho, una fe bíblica más madura nos revela que Dios disimula nuestros pecados esperando que nos convirtamos, porque no nos trata según nuestros pecados; siempre está dispuesto a acogernos, perdonarnos y limpiarnos.

La oración colecta nos revela algo muy reconfortante para los corazones afligidos: Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia. Esto es algo que no cabe en la cabeza de los puritanos y perfeccionistas, en el fondo no quieren a un Dios tan bueno, resulta escandaloso e incompatible. Se sienten mejor con un dios sangriento e implacable, pero ese no existe.

Que bueno que el Dios de Jesucristo sea tan bueno, nos permite entrar sin miedo al Reino de los Cielos, no nos sentimos ni obligados ni coaccionados por nadie. El amor y la misericordia de Dios son el mayor bien que nos atrae hacia sí: es la ley de la atracción, nos sentimos atraídos por su gracia.

La misericordia de Dios nos abre las puertas de toda bendición y salvación. La eucaristía es la celebración más palpable de esa misericordia, porque se hace presente el Misterio Pascual es máxima expresión. Allí es donde el cristiano se renueva en cuerpo y alma desde la gracia que proviene de la gracia de Dios, somo participes de la herencia del Hijo de Dios.

Pero la Palabra de Dios matiza nuestra relación con la misericordia de Dios: la responsabilidad personal. Quiero decir que, si bien Dios siempre es bueno y misericordioso, es responsabilidad nuestra acercarnos a su misericordia. En otras palabras, Dios no rechaza a nadie que se acerca a él con un corazón quebrantado y humillado; pero tampoco obliga a nadie a convertirse.

El ejemplo del llamado de Dios y de la respuesta del hombre la tenemos en la parábola de “los dos hijos” que tenemos en el evangelio. El hijo que dijo “si” pero no fue y otro que dijo “no” pero al final fue. ¿Qué significa esto? Que los hechos son más importantes que las palabras.

El contraste de los que se “creen buenos” y de los que son humildes y se convierten es patente en el evangelio: las prostitutas y los publicanos os precederán en el Reino, porque oyeron, creyeron y se convirtieron. Y los primeros no, su soberbia nos les permite convertirse. Estos casos abundan alrededor nuestro: los que llevan una vida de conversión y comunión (de verdad) y los que se llenan la boca hablando de Dios y nunca se convierten.

Que este domingo, al acércanos al altar, podamos encontrarnos con Dios que llama a trabajar por su Reino; que nuestro si al Señor sea acompañado por obras de verdad. Dios te bendiga.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Culto a la Eucaristía fuera de la misa. Aspecto histórico: primer milenio.


INTRODUCCIÓN:

Tenemos poco más de 50 años de haber clausurado el Concilio Vaticano II y da la sensación que todavía estamos en pañales en cuanto compresión y aplicación de su líneas doctrinales, teológicas y pastorales. A lo largo de estos años ha habido aciertos y desaciertos, hay que admitirlo con humildad y madurez si queremos lograr una autentica conversión pastoral como lo ha pedido Aparecida. En el fondo es una labor de reciclaje eclesial que necesitamos en cada una de las realidades pastorales de nuestra diócesis.

Siendo puntual, todos hemos sido testigos que uno de los fenómenos que se ha ido propagando a lo largo y ancho de nuestra provincia eclesiástica es la réplica y la multiplicación de actos religiosos que explotan el intimismo y el sentimentalismo, muchas veces con fines de lucro. Es una tendencia a hacer una amalgama religiosa entre corrientes pentecostales y fe católica.

El problema concreto que se ha observado es la práctica de algunos sacerdotes que se han inventado unas formas de hacer horas santas: realizan pseudo procesiones con el santísimo, rosan la custodia sobre las cabezas de las personas y lo peor de todo que cobrar por hacer eso. El grave peligro que genera eso es fomentar la superstición, desviar el verdadero sentimiento religioso y cosificar el sacramento de la eucaristía.

Está practica también a transgredido el lugar de la celebración. Ya no es necesaria la Iglesia como lugar de culto; ellos se permiten hacer sus eventos en hoteles, clubes o salas de té. Con ellos desvirtúan la dimensión sagrada de la eucaristía. Detrás de ellos está el negocio que corre el peligro de convertirse en simonía.

El presente documento que les presento son algunos apuntes históricos, teológicos, pastorales y jurídicos sobre el culto a la eucaristía fuera de la misa, con el objetivo de conocer los aspectos esenciales y correctos para lograr una verdadera celebración como lo ha querido el Vaticano II.

El primer punto que presento son aspectos históricos, en donde nos daremos cuenta del origen y el sentido de las diferentes formas de culto a la eucaristía. Esto nos ayudará a evitar errores medievales y a fomentar el verdadero sentido del culto.   Luego, toco algunas observaciones teológicas que hallamos en el propio ritual, para lograr una celebración con sentido teológico. Obviamente no es un manual de teología, son sólo punto de reflexión. Por último, hago algunas observaciones pastorales y jurídicas para lograr comprender la instrucción que ha sacado la Conferencia Episcopal de El Salvador.

1. Aspecto histórico:

Primer Milenio:

El culto a la eucaristía fuera de la misa como lo conocemos hoy no tiene referencias históricas directas en el primer milenio del cristianismo: no había horas santas, ni bendiciones con el santísimo o sagrario que visitar en los templos.

Hay que recordar que los templos dedicados al culto litúrgico propiamente dicho son de origen tardío en la historia de la liturgia: los cristianos no querían confundirse con las religiones paganas. De hecho, la liturgia en época apostólica y en la de la Iglesia primitiva se desarrollaba en casas particulares, estamos refiriéndonos al siglo I y II d. C.

 A partir del siglo III, el culto cristiano tuvo la disponibilidad de casas especiales de la gente más adinerada de la comunidad, las cuales, fueron llamadas en diferentes lugares Domus Ecclesiae (la casa de la Iglesia o la casa-iglesia) o en Roma que se llamaron Tituli (títulos), porque eran residencias privadas que llevaban el nombre del dueño de la casa.

Por último, después de la revolución constantiniana, nacen las Ecclesia Dei (la casa de Dios), estamos hablando del nacimiento de las grandes basílicas en el siglo IV d.C, que anteriormente eran lugares públicos: mercados, cortes judiciales o templos paganos: pero ese lugar sagrado seguía sin sagrario como lo conocemos hoy.

Ahora bien, cuando los cristianos entraban a la Iglesia para estar con Dios o los monjes al oratorio con la misma intención, su punto focal era el altar cristiano, el cual, era simbólicamente la presencia de Cristo y tenía una función central dentro del culto cristiano. Lastimosamente con el pasar del tiempo fue perdiendo importancia hasta llegar al grado de ser una mera tabla que tenía como base un gran retablo. Pero el Vaticano II recuperó su centralidad.[1]

Sin embargo, la Iglesia siempre ha tenido conciencia que la presencia de Jesús en el pan consagrado no se limita al momento de la Eucaristía, sino que se mantiene aún fuera de ella, tanto en occidente como en oriente.

por ejemplo: las genuflexiones de la asamblea ante el pan consagrado que es mostrado por el sacerdote bizantino en la puerta del iconostasio; o  la distribución de la comunión a los enfermos; o la santa reserva que se hacía en un anexo de los templos en oriente llamado pastofórion, sacrarium.[2]


[1] Cf. P. FARNÉS, Construir y adaptar las iglesias, Barcelona 1989, pp. 24-36: El altar. Lecciones de la historia.
[2] Cf. Cabié, R., Eucaristía, en Martimort, A. G., La Iglesia en oración, Barcelona 1992, 550-551.

La bondad de Dios que escandaliza...

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A



Isaías 55, 6-9 
Filipenses 1, 20c-24, 27a
Mateo 20, 1-16

El evangelio de Jesucristo siempre pondrá en crisis a la Iglesia. A lo largo de los siglos siempre ha existido la tentación de no tener como centro el Reino de Dios, sino los valores que el mundo ofrece; es cuando el Espiritu Santo toma la escoba y se pone a barrer la casa, para apartar toda la porquería que pueda haber por dentro.

En la antífona de entrada pone la tónica perfecta para poder entender el evangelio de hoy: Yo soy la salvación del pueblo -dice el Señor-. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé, y seré para siempre su Señor. Si nos fijamos bien, aquí sobresalen dos títulos divinos: salvador y señor. Esto nos puede ayudar qué tipo de Dios es el del reino.

Cuando le llamamos a Dios salvador estamos diciendo que él nos libera del todo mal. El peor y principal mal del que Dios nos libera es el del pecado. No puede haber peor desgracia en el ser humano que el pecado: porque nos deshumaniza y nos destruye. El pecado nos aleja de Dios y de los hermanos; pero la misericordia de Dios no tiene límites, y nos limpia e ilumina para dejarnos limpios y bien dispuestos para recibir en nuestras vidas la salvación. El evangelio nos va indicar que la bondad de Dios es tan grande, que hasta puede escandalizar.

Cuando le llamamos Señor estamos diciendo que el rige los corazones de los redimidos. O sea, Dios reina desde el interior de las personas; es una invitación a que lo pongamos como centro de las vidas. Basta con decir que sí a la gran invitación que el Padre nos hace a que tengamos una nueva vida en él y desde él. Esto significa renunciar a las idolatrías de la vida y al asumir los valores del reino de Dios.

La oración colecta nos indica que ese sí que le damos al Señor se resume en el amor a Dios y al prójimo. Aquí está la plenitud de la ley y el requisito para entrar el reino de Dios. Claro, en el amor hay salvación y plenitud, allí está la verdadera felicidad.

La primera lectura nos está acordando que El Dios salvador y Señor nos está esperando con los brazos abiertos, tenemos que buscarlo: Buscad al Señor mientras puede ser hallado. Por supuesto, el buscar a Dios no es una imposición, sino una inspiración del Espíritu Santo. Igualmente, San Agustín nos explicaba que Dios nos atrae hacia sí porque es el bien supremo que sacia nuestra sed infinita de felicidad. Pero la llamada de Dios no es neutral, exige conversión: que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes, y no es una amenaza, sino una exhortación de un padre que ama a sus hijos y no quiere que se pierdan para siempre. Lo que se destaca en esta lectura es la misericordia de Dios: que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Aprovechemos la oferta de Dios bueno y misericordioso.

El evangelio reafirma esta bondad. Pero aquí el movimiento es distinto. Ya no es el hombre el que debe buscar a Dios, sino que es Dios quien sale a buscar a sus hijos. Él nos está llamando en todos los momentos de nuestra vida, no importa si es el último momento. Basta un si al Señor para que él derrame su bondad y perdón sobre nosotros. Es tan grande la bondad de Dios que escandaliza a otros. Pero si a Dios no le importa, mucho menos a nosotros; basta decir sí a la propuesto de salvación de Dios y él nos da sobreabundante su gracia y su perdón.

Sea como sea, busquemos a Dios o dejémonos encontrar por Dios, la lógica de la misericordia de Dios es que nosotros entremos en esta comunión de vida y salvación. San Pablo nos lo dice de una manera peculiar: Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo. Esa es la vocación de todos los cristianos, eso es tener en el centro el reino de Dios. Dios te bendiga.

viernes, 15 de septiembre de 2017

El perdón que sana y reconcilia

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Eclesiástico 27, 33-28, 9
Romanos 14, 7-9
Mateo 18, 21-35

En la antífona de entrada con Sirácides pedimos al Señor un don tan preciado: Señor, da la paz a los que esperan en ti. Cuando los domingos en la Eucaristía glorificamos a Dios expresamos ese deseo de paz: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres. En efecto, al igual que la vida, la paz es un don de Dios. La palabra hebrea “shalom” (paz), de hecho, es intraducible. Pero podríamos decir que significa plenitud y armonía entre las relaciones Dios-hombre y hombre-hombre. Una paz como la máxima aspiración humana y realizada en su plenitud por el orden establecido por Dios.

La primera lectura plantea el grave problema de la del odio y la venganza como fruto de las pasiones humanas y del hombre pecador. La reflexión sapiencial que se hace parece para nosotros como algo actual: los pueblos de la tierra están regidos por el odio, el rencor y la venganza. No hace falta buscar mucho para comprobar esta afirmación; basta que escuchemos los tambores de guerra que los poderosos del mundo hacen todos los días. Lastimosamente detrás de todo ese lógico mundano hay detrás grandes intereses económicos, inspirado por el espíritu de Satanás. Pero eso que vemos en grande, lo vivimos en lo cotidiano y ordinario de la vida. La mayoría de gente lo que más les agobia en su vida interior son los resentimientos, hay una epidemia de esta enfermedad espiritual. En el fondo, el odio y la violencia rompen el sueño más querido por Dios: el amor y la concordia.

La propuesta de solución que el Señor nos da este domingo es el perdón. El evangelio nos propone como modelo de perdón y reconciliación al mismo Dios. En la parábola evangélica el Padre se muestra como alguien generoso en cuanto da el perdón. En contraposición está el siervo mezquino que no tiene compasión de su hermano. Éste nos representa a nosotros, los seres humanos. En el fondo, Dios se pone de ejemplo para que nosotros lo imitemos. Recordemos que con la perícopa de hoy terminamos el discurso eclesiológico de San Mateo, por lo tanto, la última característica de los discípulos de Jesús: los que saben perdonar siempre a su hermano.

La verdad es que no podemos ser ilusos en pensar que el perdón es algo fácil, pero tampoco podemos ser pesimistas en afirmar que es imposible. El perdón es la lógica de Dios para sanar las cadenas de amargura que hay en nuestros corazones. Pero también, el camino para la verdadera concordia entre los hombres. Cuando Dios propone el perdón cómo verdadero camino de humanidad, no niega el derecho que tenemos a saber la verdad y que se nos haga justicia. Al contrario, éstas son la base para un verdadero perdón sanador.

Cuando vayamos a comulgar, pidamos al Señor, que sea su gracia la guie nuestras vidas por estos caminos de perdón y reconciliación, que no nos dejemos dominar por un sentimentalismo mal orientado. Que lleguemos a ser pertenencia total de Dios, cómo dice San Pablo en la segunda lectura. Dios te bendiga.

viernes, 8 de septiembre de 2017

DOMINGO 23° DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo A



Ezequiel 33,7-9
Sal 94,1-2.6-7.8-9
Romanos 13,8-10
Mateo 18,15-20

La gente tiene un dicho: yo a la Iglesia voy por Dios. Tienen razón: uno va a la Iglesia porque Dios lo ha llamado a formar parte de su pueblo. Pero, ese argumento se dice para ignorar que hay imperfecciones o pecados en los miembros de la parroquia, hasta cierta manera inaceptables; como que Jesús nos hubiera prometido una comunidad humanamente inmaculada. La palabra de Dios de este domingo nos devuelve el norte como comunidad parroquial, o sea, nos dice por dónde va la cosa.

Lo que nos debe quedar claro que el mal siempre nos acompañará, ya el Señor nos decía hace unos domingos: el trigo y la cizaña crecen juntas. Ahora bien, la pregunta es ¿debemos ignorar el mal que vemos en los hermanos o en la sociedad? La respuesta es contundente: NO. Tres cosas nos explica la Palabra de hoy: primero, que la Iglesia es una comunidad profética; segundo, que el mal es un camino de perdición; y, tercero, que Dios quiere que todos los hombres se salven, no quiere la muerte del pecador.

Iglesia cómo comunidad profética: “A ti hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel”. El texto de Ezequiel que leemos este domingo está en el contexto del asedio de los babilonios y su próxima destrucción. Israel está meditando responsabilidades, la imagen del centinela describe mejor la misión del profeta: es quien ve el camino del mal y advierte al pecador para que enderece su camino. Esta es la misión profética de la Iglesia en el mundo de hoy: mira el mal que hay dentro y fuera de ella misma y advierte que es un camino que lleva a la perdición. Si la Iglesia se queda callada comete un grave pecado de omisión. Por esto, cuando la Iglesia denuncia el pecado no se está metiendo en política, sino está tratando que los seres humanos no terminen excluidos del Reino de Dios.

El mal como camino de perdición: Cuando hablo de mal me refiero al pecado personal y social. Las lecturas son claras: existe el mal y el pecado como realidad. Obviamente, el malvado se pierde por su culpa, eh allí el pecado personal. Decía el beato Óscar Romero: no hay un pecador igual, cada quien es consciente de sus propias sinvergüenzadas. Pero, el profeta tiene una co-responsabilidad con el pecador: le tiene que advertir; de lo contrario, si se pierde, el profeta es responsable. Por eso la Iglesia no se puede quedar callada ante el pecado y la injusticia, aunque esto traiga graves consecuencias. Pero en el fondo se quiere salvar al pecador.

Dios quiere que el pecador se salve: El salmo 118 de la antífona de entrada lo ratifica: Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo. Él no nos ha destinado para la muerte y la destrucción, sino para la vida y la salvación. Odia el pecado, pero no al pecador. Esto hace que también nosotros seamos co-responsables con todos los hermanos. Nos salvamos en racimo, en pueblo, de manera colectiva. Esto va en contra de los individualismos y egoísmos. La próxima vez no digamos que a la Iglesia sólo vamos por Dios, también vamos para salvarnos juntos como Pueblo de Dios.

martes, 22 de agosto de 2017

El beato Óscar Romero y la reforma del año liturgico del siglo XX (Parte V)

Pero comprende que el trabajo renovador de la liturgia es un beneficio espiritual para toda la Iglesia, porque la riqueza de sus celebraciones se mostrará más clara para todo el pueblo de Dios, es decir, se estaba permitiendo que todos los fieles pudieran acceder al Misterio de Cristo y de la Iglesia que están detrás del momento celebrativo: está apostando por una visión más comunitaria de la liturgia. 

En otras palabras, está convencido de que todos los fieles no son simples espectadores, sino protagonistas de la celebración litúrgica, porque la liturgia no es un conjunto de ceremonias ininteligibles, sino una realidad teológica y ascética en donde toda la Iglesia deberá participar de manera activa. Así lo decía en un artículo que publicó el 18 de enero de 1962: 

Uno puede asistir a la misa y permanecer mudo como una piedra, o cruzarse de brazos como quien asiste a una obra de teatro chino donde no se comprende nada. Pero un cristiano verdadero no puede asistir a la misa de esta manera. No venimos a la misa para seguir el desarrollo de un espectáculo interesante, donde tenemos que estar presentes y tratar de comprender algo. Para nosotros bautizados el asistir a la misa es un PARTICIPAR y un tomar parte con todo nuestro ser al Misterio de Cristo presente entre nosotros. […]  Si uno exige en la misa movimientos colectivos no de un mero capricho sino para orientar la oración conforme a las fases diversas de la acción, en una participación activa y comunitaria.[1]

Cuando habla de la participación activa, podemos notar algo especial: que en su pensamiento hace acto de presencia todo el magisterio litúrgico, y también que se manifiesta su sintonía con el espíritu de una pastoral litúrgica que desea llevar a los fieles a una participación consciente, activa y fructuosa de la liturgia, deseos que reivindicará SC meses después. Lo importante es que tengamos en cuenta que era una de sus convicciones perennes, es decir, no era una visión que había adquirido de la noche a la mañana, sino que es fruto de un largo proceso de reflexión, similar a muchos autores del movimiento litúrgico de su tiempo. 

Esto es evidencia que el padre Romero consideraba que valía la pena recuperar el sentido teológico y comunitario de la celebración litúrgica, aunque eso signifique renunciar a aspectos accidentales, no pocas veces sobrevalorados, llevando a que se oscureciera los más esencial e importante de la liturgia: su verdad, belleza, nobleza, sencillez y brevedad. Su mejor ejemplo de sacrificio era Pablo VI: 

El Domingo recién pasado el Papa antes de ir a celebrar su primera misa en italiano, hizo esta oportuna declaración: el latín significa para la Iglesia un idioma hermoso y noble, sin embargo "ha sacrificado la tradición de siglos y la unidad de su idioma" en un esfuerzo por llegar a todos para procurarles su renovación espiritual. Lo esencial, lo primero, la renovación espiritual. Lo accidental por más querido que sea es secundario y no hay que aferrarse a ello con detrimento de lo esencial.[2]

A la luz de lo que hemos expuesto hasta ahora, nos parece claro que hizo muchos esfuerzos por comprender el espíritu del Vaticano II y que se abrió a los cambios sustanciales de la reforma litúrgica, pues sabía diferenciar entre lo que es de institución divina y lo que es de derecho humano. Es decir, tiene presente el criterio de lo inmutable y lo mutable en la liturgia; además, tiene en cuenta que una de las finalidades ineludibles de la liturgia es el bien y la renovación espiritual de los fieles. 

Por ejemplo, esperaba con ansias todas las reformas de SC, le hacía ilusión tener en sus manos los nuevos libros litúrgicos que entonces todavía se estaban confeccionando. Asimismo, valoraba con firmeza la posibilidad de hacer una celebración de la Palabra por parte de un diácono o un agente de pastoral debidamente preparado, y otros aspectos similares.[3]

Cabe agregar que su valoración sobre la reforma litúrgica se basaba en sólidos conocimientos de historia y de teología de la liturgia, lo que le hacían consciente de lo que se estaba recuperando era el resplandor de la liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, pero adaptados al mundo actual: 

El moderno movimiento de la Iglesia pretende redescubrir " de acuerdo con las circunstancias de nuestra época la índole primitiva de la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del Misterio Pascual " (Conc. Vaticano. Constitut. Litúrgica). La "índole primitiva" de la semana santa es triunfal. Prevalece la idea de la pascua y la resurrección como meta de la cruz y la pasión. Fue la concepción medieval la que puso una índole penitencial a la cuaresma y dio aspecto lúgubre a la semana santa. La Iglesia quiere hoy volver a aquella índole triunfal.[4]

A estas palabras, las llamaríamos hoy "hermenéutica de la continuidad", porque es una visión de la reforma donde la conservación de la tradición litúrgica no entra en conflicto con la adaptación de la liturgia con el mundo actual, sino que hay una verdadera y legitima continuidad a la altura de los signos de los tiempos. 

El lenguaje de sus artículos tiene ciertamente un tono apologético: no alcanza el nivel de una disertación teológica de las grandes universidades pontificias, pero nos parece importante que esto se dijera en el ámbito de la pastoral y que se insistiera en el sentido teológico de la liturgia. Era una manera de llevar a feliz término las intenciones auténticas de los grandes autores del movimiento litúrgico, que seguramente no querían que su pensamiento se quedara en un aula académica, sino que llegara a beneficiar a todos los fieles.

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...