martes, 22 de agosto de 2017

El beato Óscar Romero y la reforma del año liturgico del siglo XX (Parte V)

Pero comprende que el trabajo renovador de la liturgia es un beneficio espiritual para toda la Iglesia, porque la riqueza de sus celebraciones se mostrará más clara para todo el pueblo de Dios, es decir, se estaba permitiendo que todos los fieles pudieran acceder al Misterio de Cristo y de la Iglesia que están detrás del momento celebrativo: está apostando por una visión más comunitaria de la liturgia. 

En otras palabras, está convencido de que todos los fieles no son simples espectadores, sino protagonistas de la celebración litúrgica, porque la liturgia no es un conjunto de ceremonias ininteligibles, sino una realidad teológica y ascética en donde toda la Iglesia deberá participar de manera activa. Así lo decía en un artículo que publicó el 18 de enero de 1962: 

Uno puede asistir a la misa y permanecer mudo como una piedra, o cruzarse de brazos como quien asiste a una obra de teatro chino donde no se comprende nada. Pero un cristiano verdadero no puede asistir a la misa de esta manera. No venimos a la misa para seguir el desarrollo de un espectáculo interesante, donde tenemos que estar presentes y tratar de comprender algo. Para nosotros bautizados el asistir a la misa es un PARTICIPAR y un tomar parte con todo nuestro ser al Misterio de Cristo presente entre nosotros. […]  Si uno exige en la misa movimientos colectivos no de un mero capricho sino para orientar la oración conforme a las fases diversas de la acción, en una participación activa y comunitaria.[1]

Cuando habla de la participación activa, podemos notar algo especial: que en su pensamiento hace acto de presencia todo el magisterio litúrgico, y también que se manifiesta su sintonía con el espíritu de una pastoral litúrgica que desea llevar a los fieles a una participación consciente, activa y fructuosa de la liturgia, deseos que reivindicará SC meses después. Lo importante es que tengamos en cuenta que era una de sus convicciones perennes, es decir, no era una visión que había adquirido de la noche a la mañana, sino que es fruto de un largo proceso de reflexión, similar a muchos autores del movimiento litúrgico de su tiempo. 

Esto es evidencia que el padre Romero consideraba que valía la pena recuperar el sentido teológico y comunitario de la celebración litúrgica, aunque eso signifique renunciar a aspectos accidentales, no pocas veces sobrevalorados, llevando a que se oscureciera los más esencial e importante de la liturgia: su verdad, belleza, nobleza, sencillez y brevedad. Su mejor ejemplo de sacrificio era Pablo VI: 

El Domingo recién pasado el Papa antes de ir a celebrar su primera misa en italiano, hizo esta oportuna declaración: el latín significa para la Iglesia un idioma hermoso y noble, sin embargo "ha sacrificado la tradición de siglos y la unidad de su idioma" en un esfuerzo por llegar a todos para procurarles su renovación espiritual. Lo esencial, lo primero, la renovación espiritual. Lo accidental por más querido que sea es secundario y no hay que aferrarse a ello con detrimento de lo esencial.[2]

A la luz de lo que hemos expuesto hasta ahora, nos parece claro que hizo muchos esfuerzos por comprender el espíritu del Vaticano II y que se abrió a los cambios sustanciales de la reforma litúrgica, pues sabía diferenciar entre lo que es de institución divina y lo que es de derecho humano. Es decir, tiene presente el criterio de lo inmutable y lo mutable en la liturgia; además, tiene en cuenta que una de las finalidades ineludibles de la liturgia es el bien y la renovación espiritual de los fieles. 

Por ejemplo, esperaba con ansias todas las reformas de SC, le hacía ilusión tener en sus manos los nuevos libros litúrgicos que entonces todavía se estaban confeccionando. Asimismo, valoraba con firmeza la posibilidad de hacer una celebración de la Palabra por parte de un diácono o un agente de pastoral debidamente preparado, y otros aspectos similares.[3]

Cabe agregar que su valoración sobre la reforma litúrgica se basaba en sólidos conocimientos de historia y de teología de la liturgia, lo que le hacían consciente de lo que se estaba recuperando era el resplandor de la liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, pero adaptados al mundo actual: 

El moderno movimiento de la Iglesia pretende redescubrir " de acuerdo con las circunstancias de nuestra época la índole primitiva de la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del Misterio Pascual " (Conc. Vaticano. Constitut. Litúrgica). La "índole primitiva" de la semana santa es triunfal. Prevalece la idea de la pascua y la resurrección como meta de la cruz y la pasión. Fue la concepción medieval la que puso una índole penitencial a la cuaresma y dio aspecto lúgubre a la semana santa. La Iglesia quiere hoy volver a aquella índole triunfal.[4]

A estas palabras, las llamaríamos hoy "hermenéutica de la continuidad", porque es una visión de la reforma donde la conservación de la tradición litúrgica no entra en conflicto con la adaptación de la liturgia con el mundo actual, sino que hay una verdadera y legitima continuidad a la altura de los signos de los tiempos. 

El lenguaje de sus artículos tiene ciertamente un tono apologético: no alcanza el nivel de una disertación teológica de las grandes universidades pontificias, pero nos parece importante que esto se dijera en el ámbito de la pastoral y que se insistiera en el sentido teológico de la liturgia. Era una manera de llevar a feliz término las intenciones auténticas de los grandes autores del movimiento litúrgico, que seguramente no querían que su pensamiento se quedara en un aula académica, sino que llegara a beneficiar a todos los fieles.

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