DOMINGO
23° DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo A
Ezequiel
33,7-9
Sal
94,1-2.6-7.8-9
Romanos 13,8-10
Mateo 18,15-20
La
gente tiene un dicho: yo a la Iglesia voy por Dios. Tienen razón: uno va a la
Iglesia porque Dios lo ha llamado a formar parte de su pueblo. Pero, ese
argumento se dice para ignorar que hay imperfecciones
o pecados en los miembros de la parroquia, hasta cierta manera inaceptables;
como que Jesús nos hubiera prometido una comunidad humanamente inmaculada. La
palabra de Dios de este domingo nos devuelve el norte como comunidad
parroquial, o sea, nos dice por dónde va la cosa.
Lo
que nos debe quedar claro que el mal siempre nos acompañará, ya el Señor nos decía
hace unos domingos: el trigo y la cizaña
crecen juntas. Ahora bien, la pregunta es ¿debemos ignorar el mal que vemos
en los hermanos o en la sociedad? La respuesta es contundente: NO. Tres cosas
nos explica la Palabra de hoy: primero, que la Iglesia es una comunidad profética;
segundo, que el mal es un camino de perdición; y, tercero, que Dios quiere que
todos los hombres se salven, no quiere la muerte del pecador.
Iglesia cómo comunidad
profética:
“A ti hijo de Adán, te he puesto de
atalaya en la casa de Israel”. El texto de Ezequiel que leemos este domingo
está en el contexto del asedio de los babilonios y su próxima destrucción.
Israel está meditando responsabilidades, la imagen del centinela describe mejor
la misión del profeta: es quien ve el camino del mal y advierte al pecador para
que enderece su camino. Esta es la misión profética de la Iglesia en el mundo de
hoy: mira el mal que hay dentro y fuera de ella misma y advierte que es un
camino que lleva a la perdición. Si la Iglesia se queda callada comete un grave
pecado de omisión. Por esto, cuando la Iglesia denuncia el pecado no se está
metiendo en política, sino está tratando que los seres humanos no terminen excluidos
del Reino de Dios.
El mal como camino de perdición: Cuando hablo de mal me refiero al pecado personal y social.
Las lecturas son claras: existe el mal y el pecado como realidad. Obviamente,
el malvado se pierde por su culpa, eh allí el pecado personal. Decía el beato
Óscar Romero: no hay un pecador igual, cada quien es consciente de sus propias
sinvergüenzadas. Pero, el profeta tiene una co-responsabilidad con el pecador:
le tiene que advertir; de lo contrario, si se pierde, el profeta es
responsable. Por eso la Iglesia no se puede quedar callada ante el pecado y la
injusticia, aunque esto traiga graves consecuencias. Pero en el fondo se quiere
salvar al pecador.
Dios quiere que el pecador se salve: El salmo 118 de la antífona de entrada lo ratifica: Señor, tú eres justo, tus mandamientos son
rectos. Trata con misericordia a tu siervo. Él no nos ha destinado
para la muerte y la destrucción, sino para la vida y la salvación. Odia el
pecado, pero no al pecador. Esto hace que también nosotros seamos
co-responsables con todos los hermanos. Nos salvamos en racimo, en pueblo, de
manera colectiva. Esto va en contra de los individualismos y egoísmos. La próxima
vez no digamos que a la Iglesia sólo vamos por Dios, también vamos para
salvarnos juntos como Pueblo de Dios.
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