DOMINGO XIV DEL TIEMPO
ORDINARIO, CICLO A
Eclesiástico 27,
33-28, 9
Romanos 14, 7-9
Mateo 18, 21-35
En la antífona de entrada
con Sirácides pedimos al Señor un don tan preciado: Señor, da la paz a los que
esperan en ti. Cuando
los domingos en la Eucaristía glorificamos a Dios expresamos ese deseo de paz: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra
paz a los hombres. En efecto, al igual que la vida, la paz es un don de
Dios. La palabra hebrea “shalom” (paz), de hecho, es intraducible. Pero
podríamos decir que significa plenitud y armonía entre las relaciones
Dios-hombre y hombre-hombre. Una paz como la máxima aspiración humana y
realizada en su plenitud por el orden establecido por Dios.
La primera lectura plantea el grave problema de la del odio y la venganza
como fruto de las pasiones humanas y del hombre pecador. La reflexión
sapiencial que se hace parece para nosotros como algo actual: los pueblos de la
tierra están regidos por el odio, el rencor y la venganza. No hace falta buscar
mucho para comprobar esta afirmación; basta que escuchemos los tambores de
guerra que los poderosos del mundo hacen todos los días. Lastimosamente detrás de
todo ese lógico mundano hay detrás grandes intereses económicos, inspirado por
el espíritu de Satanás. Pero eso que vemos en grande, lo vivimos en lo cotidiano
y ordinario de la vida. La mayoría de gente lo que más les agobia en su vida
interior son los resentimientos, hay una epidemia de esta enfermedad
espiritual. En el fondo, el odio y la violencia rompen el sueño más querido por
Dios: el amor y la concordia.
La propuesta de solución que el Señor nos da este domingo es el perdón. El
evangelio nos propone como modelo de perdón y reconciliación al mismo Dios. En
la parábola evangélica el Padre se muestra como alguien generoso en cuanto da
el perdón. En contraposición está el siervo mezquino que no tiene compasión de
su hermano. Éste nos representa a nosotros, los seres humanos. En el fondo,
Dios se pone de ejemplo para que nosotros lo imitemos. Recordemos que con la perícopa
de hoy terminamos el discurso eclesiológico de San Mateo, por lo tanto, la última
característica de los discípulos de Jesús: los que saben perdonar siempre a su
hermano.
La verdad es que no podemos ser ilusos en pensar que el perdón es algo fácil,
pero tampoco podemos ser pesimistas en afirmar que es imposible. El perdón es
la lógica de Dios para sanar las cadenas de amargura que hay en nuestros corazones.
Pero también, el camino para la verdadera concordia entre los hombres. Cuando
Dios propone el perdón cómo verdadero camino de humanidad, no niega el derecho
que tenemos a saber la verdad y que se nos haga justicia. Al contrario, éstas
son la base para un verdadero perdón sanador.
Cuando vayamos a comulgar, pidamos al Señor, que sea su gracia la guie nuestras
vidas por estos caminos de perdón y reconciliación, que no nos dejemos dominar
por un sentimentalismo mal orientado. Que lleguemos a ser pertenencia total de
Dios, cómo dice San Pablo en la segunda lectura. Dios te bendiga.
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