miércoles, 28 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (VII)
Por A. Hoese

Además de los gestos y posturas propios del ministro ordenado que celebra “in persona Christi” (obispo o presbítero) vistos anteriormente, existe una diversidad de gestos y posturas que pertenecen tanto al sacerdote como a la asamblea, aunque en momentos diversos, según la naturaleza del rito: las manos juntas, es señal de humildad y servicio, de respeto y súplica confiada; golpear el pecho es señal de dolor y contrición, durante el acto de contrición en la Confesión, o en diversos momentos de la Misa.

El arrodillarse es un gesto corporal que acompaña la actitud interior de adoración. Doblar ambas rodillas significa ‘doblar nuestra fuerza frente al Dios vivo’, es por tanto también una postura adecuada para la súplica. Encontramos innumerables ejemplos en la Escritura, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento[1], y es para la liturgia cristiana un elemento esencial [cfr. EL, Parte IV, Cap II.6].

Estar de pie es la postura clásica de oración, tal como se muestra repetidamente en el Antiguo y Nuevo Testamento[2] . Es también expresión de disponibilidad y respeto, como en la escucha del Evangelio.

Durante las lecturas, salmo y homilía, la postura de estar sentado indica recogimiento y atención. No es la postura oriental de meditación, en la cual el hombre se mira a sí mismo, sino la de estar atento a Aquel que nos enseña con su Palabra, saliendo a Su encuentro con nuestro corazón y nuestra inteligencia.

La genuflexión es un saludo respetuoso y signo de sumisión y reverencia, que consiste en flectar brevemente la rodilla derecha hasta tocar el suelo, con el torso erguido. Tiene su origen en la Edad Media, en la ceremonia de la corte del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Primero fue una genuflexión del vasallo frente a su señor, luego delante del Obispo y posteriormente frente al Santísimo Sacramento en el Tabernáculo. Actualmente significa adoración y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual. El sacerdote la realiza en la Misa después de la consagración de cada especie y antes de la comunión [IGMR, 274].

La reverencia o inclinación del cuerpo puede ser de dos formas: la inclinación profunda del torso con las manos entrelazadas que se utiliza para venerar el altar (cuando no hay sagrario), o al Cirio Pascual encendido, signo de Cristo resucitado; y la inclinación de cabeza que se hace al nombre de Jesucristo, de la Virgen y del santo en cuyo honor se celebra la Misa, o bien para recibir la bendición final.

La procesión es un gesto que se convierte en rito: en la Misa tenemos la procesión de entrada, de ofrendas y de comunión. Simboliza, principalmente, el carácter peregrinante de la Iglesia. También, a veces, es un signo muy expresivo de fe y devoción, como en la Solemnidad del Corpus Christi; o revive un momento especial de la salvación, como en la procesión del Domingo de Ramos.



[1] Cfr. 1Re 8, 54;  Lc 5,8; Lc 8,41; Jn 11,32; Ap 5,8.14; Ap 19,4.
[2] Cfr. 1 Sm 1,26; Ez 2,1; Neh 8,4.5; Mt 6,5; Mc 11,25; Lc 18,11.

martes, 20 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (VI)
Por A. Hoese

Entre los gestos más importantes encontramos: la señal de la cruz, la imposición de manos, las manos juntas, los brazos extendidos, los ojos elevados hacia el cielo, golpear el pecho, etc. Se pueden señalar como posturas corporales: la postración, el arrodillarse, estar de pie, estar sentado, la genuflexión, la inclinación del cuerpo o reverencia y las procesiones.

Puesto que el hombre ‘participa’, pero ‘no crea’ la liturgia, estos gestos y posturas corporales deben ser considerados en su verdadero significado y utilizados de acuerdo y en concordancia con los momentos indicados, y no según el parecer o sentimiento de quienes participan del culto [cfr. IGMR, 5; 42].

Los gestos y posturas reflejan y ayudan a disponernos interiormente. Esto pasa aún en nuestro hacer social: existen las normas de educación y protocolo para cada circunstancia de la vida. Pero además, el culto es un acto comunitario: las posturas corporales tienen la particularidad de que acentúan -o desdibujan, según la uniformidad- actitudes interiores de la asamblea celebrante. Por eso el Misal pone como ideal esta expresión de unanimidad entre todos los que participan en la celebración: "La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos los participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes" [cfr. GyS; IGMR, 42].

Algunas de las posturas son propias del ministro ordenado, como la postración, que se realiza en la Liturgia del Viernes Santo y en las ordenaciones diaconales, presbiterales y episcopales. La postración es signo de anonadamiento total frente a Dios, de la total incapacidad humana y por tanto de identificación total con la voluntad divina: “cayó con el rostro en tierra y oraba: ‘que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt. 26, 39).

De igual forma, hay gestos que acompañan determinados ritos y que por tanto son propios del sacerdote que celebra in persona Christi: los brazos extendidos y elevados al cielo, durante la colecta, plegaria eucarística, paternoster, prefacio, para expresar los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de lo alto; extender y volver a juntar las manos, simboliza el recoger las intenciones y deseos de todos para ofrecérselos a Dios; la mirada dirigida hacia lo alto, a imitación de Cristo, en la consagración del pan y el vino (cfr. Jn. 11,41.17,1); la imposición de manos, como señal de transmisión o ejercicio de poder, misión y envío, absolución de culpas y bendición.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (V)
Por A. Hoese

La característica específica de la oración litúrgica, que la distingue de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la Trinidad: en el Espíritu, por el Hijo, la asamblea litúrgica se dirige hacia el Padre, y recibe del Padre, por el Hijo, todo don perfecto en el Espíritu Santo. Por ello, las oraciones litúrgicas terminan con la fórmula trinitaria, que se dirigen hacia Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu; o agradecen el don del Espíritu desde el Padre por medio del Hijo.

Inmerso en este lenguaje trinitario, en la Liturgia se realizan una serie de gestos y posturas corporales, actitudes, palabras, cantos, silencios, enmarcados por signos y símbolos que hablan al hombre en su integridad. Estos ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón [RS, 5].

Para alcanzar una actuosa participatio (activa participación), es decir una disposición interior que permita la celebración fructuosa del culto, es necesario considerar los siguientes gestos y actitudes litúrgicas:
  • El silencio, que nos predispone a la atenta percepción de lo que      se hace y se dice en cada rito, y nos posibilita actuar y hablar en forma correcta y en los momentos indicados [SaC, 28; 30];
  • El recogimiento, que es una actitud interior que nos permite estar en paz y concentrados en las acciones sagradas. Es la actitud que permite ‘que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón’ [SaC, 90; RS, 5];
  • Los gestos y posturas corporales;
  • La palabra y el canto;
En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio y el recogimiento, para celebrar fructuosamente la liturgia. Tanto el silencio como el acto de recogimiento no surgen por sí solos, es preciso que sean queridos y ejercitados. [SC, 55] [SS, 13]

Para lograr silencio y recogimiento, es necesario evitar la improvisación, los gestos y actitudes banales o displicentes, la música que nos dispersa y nos aleja del misterio: “Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y lascivas; así como toda conducta secular, conversaciones inútiles, y consiguientemente profanas, paseos, estrépitos y vocerías; para que, precavido esto, parezca y pueda con verdad llamarse casa de oración la casa del Señor.” [CT, Ses. XXII].

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (IV)
Por A. Hoese

La asamblea litúrgica se diferencia, tanto por su función como por su ubicación en el templo, entre aquellos que realizan un cierto ministerio o servicio, y los fieles congregados. Entre los ministros se diferencian los ordenados, los instituidos y los temporales o esporádicos.

Son ministros ordenados el obispo, el presbítero y los diáconos. El primero -como sucesor de los apóstoles- posee la plenitud del Orden, y por lo tanto celebra “in persona Christi” la totalidad de los Sacramentos. El presbítero en comunión con su obispo, recibe de él la potestad para celebrar algunos Sacramentos, principalmente la Eucaristía, también “in persona Christi”. Al diácono le corresponde proclamar el Evangelio y, a veces, predicar la Palabra de Dios; proponer las intenciones en la oración universal; ayudar al sacerdote, preparar el altar y prestar su servicio en la celebración del sacrificio; distribuir la Eucaristía a los fieles, sobre todo bajo la especie del vino, e indicar, de vez en cuando, los gestos y las posturas corporales del pueblo durante las celebraciones litúrgicas. [IGMR, 94]

Son ministros instituidos el acólito y el lector. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar al sacerdote y al diácono. Al él compete principalmente preparar el altar y los vasos sagrados y, si fuere necesario, distribuir a los fieles la Eucaristía, de la cual es ministro extraordinario. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal, y, en ausencia del salmista, proclamar el salmo responsorial [IGMR, 98 y 99].

A diferencia de los ministerios ordenados e instituidos, que solo pueden ser realizados por varones, los ministerios temporales -también llamados funciones- pueden ser realizados indistintamente por varones y mujeres [RS, 47].

A los ministerios temporales corresponden las funciones del salmista, el cantor, el coro el organista y otros músicos. También, en ausencia de acólito y/o lector instituido, se pueden destinar otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir estos ministerios y que estén realmente preparados. Incluso pueden ser destinados para que, como ministros extraordinarios, distribuyan la sagrada Comunión. Existen además otras funciones, como la del sacristán, el comentarista (o guía), los que realizan la colecta y quienes reciben a los fieles en el atrio (edecanes) [IGMR, 105]

lunes, 22 de agosto de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (III)
Por A. Hoese

Antes de adentrarnos en el lenguaje mismo de la Sagrada Liturgia, es necesario comprender quiénes son los actores o sujetos del acto litúrgico.

El sujeto del acto litúrgico es la Iglesia, con Cristo como su Cabeza y Jefe: es por tanto la Iglesia de todos los tiempos y lugares, celestial y terrenal, que se reúne en torno a Cristo -Sumo Sacerdote, Altar y Víctima de propiciación- para ofrecer en el Espíritu Santo el verdadero culto al Padre (SC 9).

Vemos entonces que:

-      El sujeto litúrgico supera ampliamente a la comunidad reunida en una celebración determinada, siendo la Iglesia entera, Cristo Cabeza y su Cuerpo Místico, la comunidad celebrante.

-     El culto se dirige al Padre, por medio de Cristo (Sacerdote, Altar y Víctima) en el Espíritu Santo, con lo cual la característica específica de la oración litúrgica, y que la distingue de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la Trinidad.

-    En la asamblea litúrgica existen diversas funciones o ministerios, que deben ser distinguidos y realizados adecuadamente.

Entre los ministerios o funciones se destaca, en primer lugar, el sacerdote que preside el culto “in persona Christi”, en virtud del Sacramento del Orden Sagrado. La Eucaristía celebrada por los sacerdotes válidamente ordenados es un don «que supera radicalmente la potestad de la asamblea. Por tanto, solamente con precaución se emplearán términos como «comunidad celebrante» o «asamblea celebrante». Por ello “las acciones litúrgicas no son acciones privadas”, ya que la asamblea no es indispensable para la validez de la acción litúrgica, puesto que toda Misa tiene una naturaleza pública y social, que trasciende a la comunidad particular [RS, 42] [IGMR, 19] [SC, 27].

Teniendo en cuenta lo anterior y considerando que el Sacrificio eucarístico no se debe considerar como «concelebración» del sacerdote al mismo tiempo que del pueblo presente, la Iglesia se hace visible en torno de Cristo por medio de la asamblea. Por ello, “siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” [SC, 27].

Esta índole jerárquica y a la vez comunitaria de la acción litúrgica constituye a la asamblea litúrgica con diversas funciones o ministerios, que deben ser distinguidos y realizados adecuadamente [SaC, 28].

martes, 16 de agosto de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (II)
Por A. Hoese

Vimos que la Sagrada Liturgia es un don de Dios al Hombre: es el modo que el hombre tiene de glorificar a Dios según su voluntad, y el modo en que Dios obra la santificación del hombre.

No es pues la comunidad quien crea la Liturgia, sino al contrario: es la Liturgia la que crea a la comunidad de creyentes. Y para que esto ocurra es necesario que los fieles participen de la acción de Dios o actio divina en el modo en que el mismo Dios ha instituido y a través del fiel cumplimiento de los ritos que la Iglesia ha aprobado, con la debida disposición interior para que esta participación sea fructuosa.

“La mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada” [SC, 64]. “El ars celebrandi (arte de celebrar bien) ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Es igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas” [SC, 40].

La verdadera participación litúrgica supone entonces conocer y comprender los ritos establecidos, y la disposición interior para practicarlos obedientemente, sabiendo que el misterio que se celebra está mucho más allá de nuestra comprensión. Para ello será necesario entender quiénes son los sujetos que participan del culto, y cuál es el lenguaje apropiado para expresar el misterio que se celebra.

“La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación.” [SC, 35]. 

lunes, 8 de agosto de 2016

El Lenguaje en la liturgia (I)
Por A. Hoese

La Liturgia es una realidad que no hacen los hombres, sino que se recibe como don: es necesario reconocer que la Iglesia no se reúne por voluntad humana, sino convocada por Dios en el Espíritu Santo, y responde por la fe a su llamada gratuita (en efecto, ekklesia tiene relación con Klesis, esto es, llamada).

El término “participación” presupone tomar parte de una acción principal, que antecede al que ‘participa’ en la misma. En la Sagrada Liturgia, esta acción principal es la actio divina -acción de Dios- que, a través de la Palabra (el Verbo o Logos) realiza la acción de glorificación perfecta y santifica al hombre en el Espíritu Santo.

Frente a esta participación del hombre en la actio divina, querida por Dios, que manifiesta esta voluntad de cooperación en la Encarnación del Verbo, toda otra acción cultual es secundaria y orientada a esta acción esencial. Por eso, la participación litúrgica tiene como fundamento la participación activa interior y como expresión la participación unánime de la asamblea en los ritos que se realizan mediante distintos elementos: signos, símbolos, gestos, posturas, actitudes, palabras, cantos.

La aprobación de los ritos (del latín rite: bien, correctamente) por la Iglesia garantizan al fiel que los Sacramentos que recibe son verdaderos: junto con la institución de origen divino y la gracia que operan por haber sido escogidos por Dios, el signo exterior dado por los ritos aprobados por la Iglesia es el tercer elemento necesario para la existencia del Sacramento. Finalmente, la disposición interior de quien lo recibe es la condición necesaria -no la causa- para que la gracia de un sacramento válido opere con frutos. La observancia fiel de las normas litúrgicas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón.


La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada Liturgia. Pero la inobservancia de las mismas (sea por ignorancia o por una falsa concepción de la libertad) pone en peligro la verdadera piedad: desvirtúa la imagen del Dios de la Revelación para reemplazarlo por una imagen humana hecha a nuestra medida, oscurece la verdad del misterio y crea desconcierto y tensiones en el pueblo de Dios. De hecho, la sagrada Liturgia está tan estrechamente ligada con los principios doctrinales, que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o desaparezca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi.

jueves, 4 de agosto de 2016

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C.
  
Sabiduría 18, 6-9
Salmo 32
Hebreos 11, 1-2. 8-19.
Lucas 12, 32, 32-48

Parece que en el siglo XXI el terrorismo y algunas ideologías van a producir nuevos mártires cristianos, signo de lo que estoy hablando es el padre Jacques Hamel, asesinado brutalmente por odio a la fe.

Otra cosa que nos preocupa es la violencia que vivimos en nuestro país a raíz de la corrupción omnipresente, lo cual es más evidente cada día más. Lo peor del caso que no hay justicia ni voluntad política para resolver el problema.  

Por supuesto, los más afectados de este misterio de la iniquidad son los pobres, marginados y vulnerables de nuestros pueblos. 

Sin embargo, la liturgia de este domingo es una hermosa catequesis sobre la historia de la salvación (cómo decía el beato Óscar Romero) que nos llena de fe y esperanza que Dios no se olvida de la suerte de los pobres y de la voz de quienes lo buscan (como dice la antífona de entrada). 

En la oración colecta nos dirigimos a Dios como Padre, así como Jesús nos enseñó. Esto nos recuerda la confianza con la que debemos siempre dirigirnos al Señor, lo que se convierte en algo primordial en medio de nuestro diario vivir, porque estamos llamados a dar testimonio de verdaderos hijos de Dios en el mundo, aporte no pequeño que damos para los demás. 

Es precisamente lo que la Iglesia pide este día, que el Señor intensifique ese espíritu de hijos adoptivos, porque la carne es débil y los afanes de la vida puede dar muerte a ese hijo de Dios que llevamos dentro.   

El libro de sabiduría refuerza nuestra  fe y esperanza, porque la lectura nos recuerda que Dios está con los oprimidos y que siempre cumple su Palabra, por lo tanto podemos decir con el Salmo 32: Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti hemos confiado

El beato Óscar Romero decía que ni las revoluciones ni la violencia ni el odio podrán construir un mundo mejor o el reino de Dios:  

 "Dios no camina por allí, sobre charcos de sangre y de torturas. Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor". (07/08/1977).

Vemos en nuestro mundo como el poder político, económico e ideológico aplasta sin piedad y soberbia a los más débiles, pero nuestra fe y esperanza debe ser más fuerte, como lo decía Mons. Romero:  

"Si se ríen de nosotros, como sé que se ríen cruelmente cuando están torturando a nuestros catequistas y a nuestros sacerdotes, «¿Dónde están sus esperanzas?», y creen que es más fuerte el fusil que los golpea y el tacón que los patea, que la esperanza que llevan en su corazón. La esperanza será después de todo eso" (Ibíd). 

El mismo Jesús nos dice unas palabras de aliento: "no temas rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino". Ciertamente el Reino es dado a todos aquellos que con las manos vacías y el corazón dispuesto llegan a Dios para que les de todo, esa es la bienaventuranza de la pobreza, tener el corazón puesto en el Reino de Dios, ese es el tesoro de lo pobres del Señor. 

Igualmente, el Señor nos invita a la perseverancia y a la vigilancia, debemos estar siempre atentos a llevar a cabo la voluntad de Dios, Él nos ha dado mucho para compartirlo con los demás, y al final nos exigirá mucho. 

En la Eucaristía recibimos una prenda de la salvación, y ésta es fuente de gracia que nos confirma en la luz de la verdad que nos hace personas libres para servir a Dios y a su reino.(cómo dice la oración post comunión).

martes, 8 de marzo de 2016

¿Por qué la liturgia es fuente de autoridad teológica? 

¿El día de hoy, qué dudas o doctrinas equivocadas podría refutar la liturgia?

¿Cómo podría contribuir en la actualidad la celebración de los misterios en la reflexión teológica contextual? 


La Liturgia como fuente de autoridad teológica

Sin lugar a dudas, es comprensible que en la antigüedad cristiana se recurra a la liturgia como fuente de argumentación teológica contra las dudas o negaciones en torno a un punto de la enseñanza de la Iglesia. En rigor, los Padres han considerado la liturgia como autoridad para resolver dudas eventuales de los creyentes y refutar algunas doctrinas equivocadas. La autoridad de la liturgia es tal que se impone la obligación de la observancia de los ritos, fórmulas y usos, como expresión de comunión en la misma fe.

Significativas en este sentido son las tempranas controversias antignósticas de las que son testigos Ignacio de Antioquía o Ireneo de Lyon que invocan la fe eucarística de la Iglesia para refutar la corriente docetista que negaba realidad a la humanidad de Cristo. O la respuesta de Tertuliano a los gnósticos, que no admiten la resurrección de la carne, frente a los cuales encuentra argumentos para su exposición no sólo en la celebración eucarística, sino en todo el rito de la iniciación cristiana. Los ejemplos se podrían multiplicar. Interesa, sin embargo, destacar que el recurso a la liturgia en esas controversias explica en qué sentido los misterios celebrados pueden ser presentados como autoridad. Si la discusión no se centra exclusivamente en la interpretación de ciertos pasajes bíblicos es porque los Padres tienen conciencia de haber recibido, también mediante la liturgia una tradición que deben conservar y transmitir a las siguientes generaciones. 

La autoridad de la liturgia en la reflexión teológica estriba, en efecto, en formar parte de la tradición viva de la Iglesia. Por ello, la Palabra de Dios no se lee ni se interpreta aisladamente, como quien hace un análisis de textos, sino ello se lleva a cabo en el ámbito litúrgico-celebrativo de la Iglesia.


miércoles, 24 de febrero de 2016

¿De qué manera está presente Cristo en la Liturgia?

¿Por qué ninguna acción de la Iglesia iguala a la Liturgia?

SC nº 7:
Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt., 18,20). Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno.

Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.

miércoles, 27 de enero de 2016

3º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

Lecturas: 

Jer 1,4-5.17-19

1º Cor 12, 31—13, 13

Lc 4, 21-30

Estimado hermanos retomamos este blog después de un tiempo necesario de descanso, espero  seguir escribiendo domingo a domingo, hasta que Dios me lo permita.

La liturgia de este domingo nos recuerda la importancia de la acción de gracias y la alabanza en la vida del cristiano, esto nos lo sugiere la antífona de  entrada con el Salmo 105: Sálvanos, Señor Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles; daremos gracias  a tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria.  Precisamente, hoy nos reunimos para dar gracias por la vida y la redención del Misterio Pascual que se hace presente en la Santa Misa; sin embargo, todo acontecimiento y toda necesidad de nuestra vida cotidiana también se pueden convertir en una acción de gracias y en un canto de alabanza al Señor que sale a nuestro encuentro para salvarnos.

En efecto, la acción de gracias y la alabanza son dos formas de orar en donde reconocemos a Dios como Señor, no tanto por lo que hace, porque Dios no es siervo de nadie, ni actúa según nuestro capricho, sino por lo que Él es. Pero, podríamos hacernos una pregunta: ¿por qué hacerlo? La respuesta está en la misma oración de la Iglesia: Damos gracias, le alabamos y bendecimos al Señor por es justo y necesario, porque es deber nuestro hacerlo, porque Él es el único Dios vivo y verdadero que existe de siempre y vive para siempre (Plegaria Eucarística IV); además, debe quedar claro que Dios no necesita de nuestras alabanzas, ni nuestras bendiciones los enriquecen; al contrario, Él nos inspira y hace suyas nuestros agradecimientos y alabanzas para nuestra propia salvación en Cristo (Prefacio común IV).

También, la liturgia de hoy nos propone que en nuestra oración le pidamos al Señor el mandamiento más importante: amarlo de todo corazón y amar al prójimo como consecuencia lógica. Esta petición nos recuerda lo necesario de cuidar lo esencial de la Palabra de Dios: el amor. En la segunda lectura, lo tiene muy claro San Pablo cuando escribe a los Corintios: En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor. Esto quiere decir, que estamos llamados a comprometernos con el amor, de manera radical, es la única manera de transformar el mundo.

Igualmente, este domingo pedimos que la Eucaristía nos haga crecer en la fe verdadera, esto quiere decir que podamos dar una respuesta generosa a la propuesta de salvación que Dios nos hace. Para este propósito, la primera lectura y el evangelio nos hablan de la vocación, identidad y misión del profeta, figura que se cumple plenamente en Jesucristo: él mismo es la Palabra y el portador del Espíritu de Dios por excelencia. Ahora bien, tal vez podríamos destacar la actitud de quien se topa una profeta, nos referimos a una admiración superficial inicial que poco a poco pasa al desprecio total, es destino de todo profeta que porta la verdad. A lo mejor podríamos cuestionarnos: ¿Cuál es mi actitud ante Jesús que domingo a domingo me dirige su Palabra? ¿Asimilo gozosamente la verdad que proviene de Dios o la  rechazo rotundamente porque contradice mi estilo de vida o mis convicciones?

Cuando nos acerquemos al altar nos encontremos verdaderamente con el Señor, y le debemos una respuesta generosa de amor, lo que debería traducirse en una vida de misericordia, justicia y fidelidad.





DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...