miércoles, 27 de enero de 2016

3º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

Lecturas: 

Jer 1,4-5.17-19

1º Cor 12, 31—13, 13

Lc 4, 21-30

Estimado hermanos retomamos este blog después de un tiempo necesario de descanso, espero  seguir escribiendo domingo a domingo, hasta que Dios me lo permita.

La liturgia de este domingo nos recuerda la importancia de la acción de gracias y la alabanza en la vida del cristiano, esto nos lo sugiere la antífona de  entrada con el Salmo 105: Sálvanos, Señor Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles; daremos gracias  a tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria.  Precisamente, hoy nos reunimos para dar gracias por la vida y la redención del Misterio Pascual que se hace presente en la Santa Misa; sin embargo, todo acontecimiento y toda necesidad de nuestra vida cotidiana también se pueden convertir en una acción de gracias y en un canto de alabanza al Señor que sale a nuestro encuentro para salvarnos.

En efecto, la acción de gracias y la alabanza son dos formas de orar en donde reconocemos a Dios como Señor, no tanto por lo que hace, porque Dios no es siervo de nadie, ni actúa según nuestro capricho, sino por lo que Él es. Pero, podríamos hacernos una pregunta: ¿por qué hacerlo? La respuesta está en la misma oración de la Iglesia: Damos gracias, le alabamos y bendecimos al Señor por es justo y necesario, porque es deber nuestro hacerlo, porque Él es el único Dios vivo y verdadero que existe de siempre y vive para siempre (Plegaria Eucarística IV); además, debe quedar claro que Dios no necesita de nuestras alabanzas, ni nuestras bendiciones los enriquecen; al contrario, Él nos inspira y hace suyas nuestros agradecimientos y alabanzas para nuestra propia salvación en Cristo (Prefacio común IV).

También, la liturgia de hoy nos propone que en nuestra oración le pidamos al Señor el mandamiento más importante: amarlo de todo corazón y amar al prójimo como consecuencia lógica. Esta petición nos recuerda lo necesario de cuidar lo esencial de la Palabra de Dios: el amor. En la segunda lectura, lo tiene muy claro San Pablo cuando escribe a los Corintios: En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor. Esto quiere decir, que estamos llamados a comprometernos con el amor, de manera radical, es la única manera de transformar el mundo.

Igualmente, este domingo pedimos que la Eucaristía nos haga crecer en la fe verdadera, esto quiere decir que podamos dar una respuesta generosa a la propuesta de salvación que Dios nos hace. Para este propósito, la primera lectura y el evangelio nos hablan de la vocación, identidad y misión del profeta, figura que se cumple plenamente en Jesucristo: él mismo es la Palabra y el portador del Espíritu de Dios por excelencia. Ahora bien, tal vez podríamos destacar la actitud de quien se topa una profeta, nos referimos a una admiración superficial inicial que poco a poco pasa al desprecio total, es destino de todo profeta que porta la verdad. A lo mejor podríamos cuestionarnos: ¿Cuál es mi actitud ante Jesús que domingo a domingo me dirige su Palabra? ¿Asimilo gozosamente la verdad que proviene de Dios o la  rechazo rotundamente porque contradice mi estilo de vida o mis convicciones?

Cuando nos acerquemos al altar nos encontremos verdaderamente con el Señor, y le debemos una respuesta generosa de amor, lo que debería traducirse en una vida de misericordia, justicia y fidelidad.





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