El Lenguaje de la Liturgia (II)
Por A. Hoese
Vimos que la Sagrada Liturgia es un don de Dios al Hombre: es el modo
que el hombre tiene de glorificar a Dios según su voluntad, y el modo en que
Dios obra la santificación del hombre.
No es pues la comunidad quien crea la Liturgia, sino al contrario: es la
Liturgia la que crea a la comunidad de creyentes. Y para que esto ocurra es
necesario que los fieles participen de la acción de Dios o actio divina en
el modo en que el mismo Dios ha instituido y a través del fiel cumplimiento de
los ritos que la Iglesia ha aprobado, con la debida disposición interior para
que esta participación sea fructuosa.
“La mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma
bien celebrada” [SC, 64]. “El ars celebrandi (arte de celebrar
bien) ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas
exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del
rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Es
igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas
por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo,
colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su
naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser
humano. La sencillez de los
gestos y la sobriedad de los
signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen
más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas” [SC, 40].
La verdadera participación litúrgica supone entonces conocer y comprender los
ritos establecidos, y la disposición interior para
practicarlos obedientemente, sabiendo que el misterio que se celebra está mucho
más allá de nuestra comprensión. Para ello será necesario entender quiénes
son los sujetos que participan del culto, y cuál es el lenguaje
apropiado para expresar el misterio que se celebra.
“La belleza de la liturgia es parte de este misterio;
es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse
del Cielo sobre la tierra. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo
de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un
atributo de Dios mismo y de su revelación.” [SC, 35].
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