lunes, 8 de agosto de 2016

El Lenguaje en la liturgia (I)
Por A. Hoese

La Liturgia es una realidad que no hacen los hombres, sino que se recibe como don: es necesario reconocer que la Iglesia no se reúne por voluntad humana, sino convocada por Dios en el Espíritu Santo, y responde por la fe a su llamada gratuita (en efecto, ekklesia tiene relación con Klesis, esto es, llamada).

El término “participación” presupone tomar parte de una acción principal, que antecede al que ‘participa’ en la misma. En la Sagrada Liturgia, esta acción principal es la actio divina -acción de Dios- que, a través de la Palabra (el Verbo o Logos) realiza la acción de glorificación perfecta y santifica al hombre en el Espíritu Santo.

Frente a esta participación del hombre en la actio divina, querida por Dios, que manifiesta esta voluntad de cooperación en la Encarnación del Verbo, toda otra acción cultual es secundaria y orientada a esta acción esencial. Por eso, la participación litúrgica tiene como fundamento la participación activa interior y como expresión la participación unánime de la asamblea en los ritos que se realizan mediante distintos elementos: signos, símbolos, gestos, posturas, actitudes, palabras, cantos.

La aprobación de los ritos (del latín rite: bien, correctamente) por la Iglesia garantizan al fiel que los Sacramentos que recibe son verdaderos: junto con la institución de origen divino y la gracia que operan por haber sido escogidos por Dios, el signo exterior dado por los ritos aprobados por la Iglesia es el tercer elemento necesario para la existencia del Sacramento. Finalmente, la disposición interior de quien lo recibe es la condición necesaria -no la causa- para que la gracia de un sacramento válido opere con frutos. La observancia fiel de las normas litúrgicas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón.


La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada Liturgia. Pero la inobservancia de las mismas (sea por ignorancia o por una falsa concepción de la libertad) pone en peligro la verdadera piedad: desvirtúa la imagen del Dios de la Revelación para reemplazarlo por una imagen humana hecha a nuestra medida, oscurece la verdad del misterio y crea desconcierto y tensiones en el pueblo de Dios. De hecho, la sagrada Liturgia está tan estrechamente ligada con los principios doctrinales, que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o desaparezca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi.

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