El Lenguaje de la Liturgia (V)
Por A. Hoese
La característica específica de la oración litúrgica, que la distingue
de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la
Trinidad: en el Espíritu, por el Hijo, la asamblea litúrgica se dirige hacia el
Padre, y recibe del Padre, por el Hijo, todo don perfecto en el Espíritu Santo.
Por ello, las oraciones litúrgicas terminan con la fórmula trinitaria, que se
dirigen hacia Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu; o agradecen el don del
Espíritu desde el Padre por medio del Hijo.
Inmerso en este lenguaje trinitario, en la Liturgia se realizan una
serie de gestos y posturas corporales, actitudes, palabras, cantos, silencios,
enmarcados por signos y símbolos que hablan al hombre en su integridad. Estos
ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los
sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando
nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón [RS, 5].
Para alcanzar una actuosa participatio (activa
participación), es decir una disposición interior que permita la celebración
fructuosa del culto, es necesario considerar los siguientes gestos y actitudes
litúrgicas:
- El silencio,
que nos predispone a la atenta percepción de lo que se
hace y se dice en cada rito, y nos posibilita actuar y hablar en forma
correcta y en los momentos indicados [SaC, 28; 30];
- El recogimiento,
que es una actitud interior que nos permite estar en paz y concentrados en
las acciones sagradas. Es la actitud que permite ‘que concuerden la mente
y la voz, las acciones externas y la intención del corazón’ [SaC, 90; RS,
5];
- Los gestos y posturas
corporales;
- La palabra y
el canto;
En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo
aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio
y el recogimiento, para celebrar fructuosamente la liturgia. Tanto el
silencio como el acto de recogimiento no surgen por sí solos, es preciso que
sean queridos y ejercitados. [SC, 55] [SS, 13]
Para lograr silencio y recogimiento, es necesario evitar la
improvisación, los gestos y actitudes banales o displicentes, la música que nos
dispersa y nos aleja del misterio: “Aparten también de sus iglesias aquellas
músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y
lascivas; así como toda conducta secular, conversaciones inútiles, y
consiguientemente profanas, paseos, estrépitos y vocerías; para que, precavido
esto, parezca y pueda con verdad llamarse casa de oración la casa del Señor.”
[CT, Ses. XXII].
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