miércoles, 14 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (V)
Por A. Hoese

La característica específica de la oración litúrgica, que la distingue de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la Trinidad: en el Espíritu, por el Hijo, la asamblea litúrgica se dirige hacia el Padre, y recibe del Padre, por el Hijo, todo don perfecto en el Espíritu Santo. Por ello, las oraciones litúrgicas terminan con la fórmula trinitaria, que se dirigen hacia Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu; o agradecen el don del Espíritu desde el Padre por medio del Hijo.

Inmerso en este lenguaje trinitario, en la Liturgia se realizan una serie de gestos y posturas corporales, actitudes, palabras, cantos, silencios, enmarcados por signos y símbolos que hablan al hombre en su integridad. Estos ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón [RS, 5].

Para alcanzar una actuosa participatio (activa participación), es decir una disposición interior que permita la celebración fructuosa del culto, es necesario considerar los siguientes gestos y actitudes litúrgicas:
  • El silencio, que nos predispone a la atenta percepción de lo que      se hace y se dice en cada rito, y nos posibilita actuar y hablar en forma correcta y en los momentos indicados [SaC, 28; 30];
  • El recogimiento, que es una actitud interior que nos permite estar en paz y concentrados en las acciones sagradas. Es la actitud que permite ‘que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón’ [SaC, 90; RS, 5];
  • Los gestos y posturas corporales;
  • La palabra y el canto;
En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio y el recogimiento, para celebrar fructuosamente la liturgia. Tanto el silencio como el acto de recogimiento no surgen por sí solos, es preciso que sean queridos y ejercitados. [SC, 55] [SS, 13]

Para lograr silencio y recogimiento, es necesario evitar la improvisación, los gestos y actitudes banales o displicentes, la música que nos dispersa y nos aleja del misterio: “Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y lascivas; así como toda conducta secular, conversaciones inútiles, y consiguientemente profanas, paseos, estrépitos y vocerías; para que, precavido esto, parezca y pueda con verdad llamarse casa de oración la casa del Señor.” [CT, Ses. XXII].

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