martes, 20 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (VI)
Por A. Hoese

Entre los gestos más importantes encontramos: la señal de la cruz, la imposición de manos, las manos juntas, los brazos extendidos, los ojos elevados hacia el cielo, golpear el pecho, etc. Se pueden señalar como posturas corporales: la postración, el arrodillarse, estar de pie, estar sentado, la genuflexión, la inclinación del cuerpo o reverencia y las procesiones.

Puesto que el hombre ‘participa’, pero ‘no crea’ la liturgia, estos gestos y posturas corporales deben ser considerados en su verdadero significado y utilizados de acuerdo y en concordancia con los momentos indicados, y no según el parecer o sentimiento de quienes participan del culto [cfr. IGMR, 5; 42].

Los gestos y posturas reflejan y ayudan a disponernos interiormente. Esto pasa aún en nuestro hacer social: existen las normas de educación y protocolo para cada circunstancia de la vida. Pero además, el culto es un acto comunitario: las posturas corporales tienen la particularidad de que acentúan -o desdibujan, según la uniformidad- actitudes interiores de la asamblea celebrante. Por eso el Misal pone como ideal esta expresión de unanimidad entre todos los que participan en la celebración: "La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos los participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes" [cfr. GyS; IGMR, 42].

Algunas de las posturas son propias del ministro ordenado, como la postración, que se realiza en la Liturgia del Viernes Santo y en las ordenaciones diaconales, presbiterales y episcopales. La postración es signo de anonadamiento total frente a Dios, de la total incapacidad humana y por tanto de identificación total con la voluntad divina: “cayó con el rostro en tierra y oraba: ‘que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt. 26, 39).

De igual forma, hay gestos que acompañan determinados ritos y que por tanto son propios del sacerdote que celebra in persona Christi: los brazos extendidos y elevados al cielo, durante la colecta, plegaria eucarística, paternoster, prefacio, para expresar los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de lo alto; extender y volver a juntar las manos, simboliza el recoger las intenciones y deseos de todos para ofrecérselos a Dios; la mirada dirigida hacia lo alto, a imitación de Cristo, en la consagración del pan y el vino (cfr. Jn. 11,41.17,1); la imposición de manos, como señal de transmisión o ejercicio de poder, misión y envío, absolución de culpas y bendición.

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