Santiago de María, 11 de octubre de 2018
Escribo desde lo que fue la casa de San Óscar Romero durante casi tres años.
Hoy en la mañana comenzó en el seminario
donde sirvo como formador un triduo en honor a Monseñor Romero. Todo comenzó
con una misa en acción de gracias por su próxima canonización; al incensar su
imagen se me hizo un nudo en la garganta, recordando lo que él significa en mi
vida.
Durante mi infancia no tuve noticia de este
santo obispo, mi familia era de los que pensaba que él se equivocó en su labor
pastoral, algo que no juzgo oportuno comentar por respeto a mis mayores y a los
seres que tanto amo. Además, no los culpo, eran tiempo de guerra, lo que
significaba que la palabra monseñor Romero estaba prohibida, si el pater
familia quería mantener salvaguardada a su familia; pero la guerra terminó en
1992.
Pero en 1997 entré en un colegio católico en donde se quería mucho a monseñor,
allí lo empecé a conocer. Le tomé un gran aprecio y devoción, me enteré de
inmediato de que era un hombre de Dios, se convirtió en mi corazón de joven en
un héroe, digno de respetar y tener como modelo. Ciertamente, su figura de
pastor me inspiró la vocación, cuando ya tenía claro un proyecto de vida. Si,
por raro que parezca, a los dieciséis años lo tenia claro, sabía que quería en
la vida. Pero, todo cambió cuando lo conocí, fue como un vela que se encendió
para jamás apagarse.
Bueno, el tiempo pasó, llegó el tiempo de
entrar en el seminario. El golpe fue cuando me empecé a dar cuenta que gente de
la misma Iglesia católica no quería a monseñor, no podía comprender como se
podía despreciar y odiar a un hombre tan bueno y santo, no lograba asimilar
como se podía desconfiar de alguien que había dado su vida por fidelidad a la
Iglesia y los pobres. No lograba entender que yo me convertía en peligroso por
ser devoto de Mons. Romero. Los que vivimos esos tiempos en el seminario, nos
encanta recordar que en lugar de echarnos para atrás nos mantuvimos firmes, no
lograron que renegáramos de su legado. Entre cantos, poemas y teatro mantuvimos
vivo el recuerdo de nuestro mártir. En ese mismo contexto, fui de los pocos que
me atreví a escribir sobre él, logrando hacer mi artículo teologico (un símil
al trabajo de graduación), fue cuando abrí un camino de reflexión personal
sobre él de manera mas seria y profunda.
Me recuerdo muy bien, que llegó un momento
en el que el Vaticano ya había revisado todo su pensamiento, concluyendo que
era ortodoxo, pero vino otro proceso extraño para muchos: “un estudio sobre su
ortopraxis”, en palabras sencillas: “haber si en la vida fue coherente con su
pensamiento, queremos comprobar si él no era en realidad un agitador marxista o
un alienado” algo así lo traduje yo. Esas cosas duelen, porque uno se da cuenta
hay dobles intensiones. Pues, llegó el tiempo en el que concluyeron que
efectivamente era coherente, que no había indicios de doble vida. Entonces,
dieron un espacio para ver cuando era conveniente canonizarlo, muchos dijimos:
moriremos sin ver a Romero en los alteres.
En el año 2013 decidí por sugerencia del P.
Gabriel Seguí hacer mi tesina de maestría sobre el pensamiento de Mons. Romero,
aun cuando sentía algo de temor porque no sabía si en la facultad tenía
apertura por el pensamiento latinoamericano, pero él me ayudó para hacerme
camino. Justamente, en el año 2015, un día antes del anuncio de la
beatificación, el decano de la facultad, amigo de Jesús Delgado y de Vincenzo Paglia, me encontró por casualidad en las oficinas
administrativas de la Facultad, y me dijo: te haré una confidencia, beatificarán a Romero, no le digas a nadie, que el anuncio saldrá hasta mañana. En realidad,
uno piensa que lo están troleando, pero viniendo de una persona tan seria y
responsable, pues tuve que creerle. El corazón se me llenó de alegría y gozo,
me parecía soñar, se me hizo un nudo en la garganta: ¡Romero beato! Y así fue,
al día siguiente sale la noticia que llenó de júbilo a todos los que amábamos a
monseñor.
El plan estaba trazado: beatificación,
centenario de nacimiento y canonización. Yo agregaría: llegará a ser Doctor de la Iglesia. (siempre lo he dicho: si dos santos
llegarán a ser doctores de la Iglesia en el siglo XXI esos serán Benedicto XVI
y San Óscar Romero). Gracias a la providencia divina, todo se ha ido dando a su
tiempo, incluso el Milagro de Cecilia ya estaba en ese plan de Dios, y ahora
estamos agradecidos por la canonización. Miles de salvadoreños han ido de
peregrinación a Roma, que bien por los que han logrado ir. En mi caso decidí no
ir, me quede con mis pobres a celebrar la canonización, creo que era una
alternativa si en verdad has entendido el mensaje de Romero. Esta decisión no
me hace mejor que nadie, no me mal entiendas, los que fueron nos representaron
dignamente.
En realidad, fueron tiempos difíciles, pero
necesarios. Claro, esto lo entiendo en retrospectiva, ahora que estoy viendo
las cosas que muchos pensamos no ver. Era necesarios un tiempo discernimiento y
acrisolamiento, porque su vida y pensamiento es oro, necesitaba pasar por el
fuego; además, la canonización ha venido cuando Dios ha querido que viniera,
porque según el calculo de algunos aún no era tiempo, por tanto, estamos
viviendo un kairos en toda la Iglesia. Pero ¿Qué significa para mi la
canonización?
Pues, en primer lugar, que se cumple la
palabra del 92 (91)13-14: El justo
florecerá como una palmera, crecerá como un cedro del Líbano. Este salmo es
una oración o un himno de acción de gracias a Dios, porque no ha permitido que
el malvado triunfe, sino el justo; es una alabanza al Dios fiel. Igualmente,
Monseñor está reflejado en ese hombre que es justo, fiel y misericordioso del
salmo, que, aunque el malvado pareciera que tuviera más poder, su corazón no
tiembla, pues está totalmente abandonado en Dios. Es una muestra que Dios nos
da para demostrarnos que el mal no tiene la última palabra, sino el Dios de la
vida. Esto es un signo de esperanza: otra
Iglesia y otro mundo es posible; él soñó con un mundo humanizado, solidario y
fraterno; él soñó con una Iglesia pobre para los pobres, samaritana, solidaria
con los más desprotegidos y vulnerable de la historia. En fin, su testimonio nos invita a que seamos autores de una historia de la salvación aquí y
ahora.
En segundo lugar, él se convierte en modelo
de cristiano. No podemos reducir a Romero a un camarín, novenas y rezos, eso
sería un reduccionismo peligroso, a él mismo no le gustaría algo así. Lo
importante es que su vida es modélica. Pero… ¿qué podemos imitar de él? Lo primero
es su amor y comunión con Dios, él vivió en permanente encuentro con el Señor,
llenaba toda su existencia. Antes de hablar de Dios, hablaba con Dios. En esta
línea, en su pensamiento la vida interior es decisiva, porque es el lugar teológico
en donde a la luz de su mirada podemos decidir nuestro propio destino. También,
en segundo lugar, podemos imitar su amor por la Iglesia; exactamente, no podía concebir
un Cristo sin Iglesia, era su amada esposa, su pueblo fiel, quien le ayudó a aprender
a ser buen pastor. El corazón de él le pertenecía totalmente a ese pueblo de
Dios, de manera especial a los pobres, a quien tanto sirvió, promovió y
defendió. La comunión de la Iglesia la vivía con signos concretos: comunión con
el Papa, comunión con los obispos y en comunión con sus sacerdotes. Él le
llamaba “comunión jerárquica”, decía que era la única manera de mantenerse en
la verdad. En tercer lugar, su profetismo, ser hombres o mujeres del Espíritu y
de la Palabra, convertirse en aquel faro que ilumina en medio de la oscuridad o
como el beduino que guía en el desierto. De hecho, él nos enseño que el
cristiano es el micrófono de Dios, porque a través de él Dios habla en la
historia, en este sentido, concretamente debemos imitar su parresia, es decir,
la valentía de hablar palabra de Dios sin miedo al mundo. Por último, podemos imitar
su martiria, es decir, su testimonio. Todos estamos llamados a ser mártires,
testigos de Cristo en el mundo.
Quisiera seguir escribiendo, por hoy es
suficiente. Pero en resumidas cuentas: Romero nos invita a asumir el gran reto
de la santidad, porque es la única manera de poder revolucionar el mundo y la Iglesia
de manera histórica, como lo hizo él y lo han hecho todos los santos.
Que bonito articulo, nos hace reflexionar sobre la santidad, ejemplo de la vida de San Romero, hermosas palabras
ResponderEliminarYo pasé por un seminario donde te llamaban la atención por leer algún tipo de literatura relacionada con Mons. Romero. Y hablo de 2002-2007. Y conozco amigos que no fueron ordenados por seguir muy a pecho la línea pastoral de monseñor.
ResponderEliminarEfectivamente, en el seminario de Santa Ana había esa desconfianza de lo que seguiamos la línea de monseñor Romero entre los años 2000 a 2007, aunque era algo moderado. Pero la mayor crisis de persecución la tuvo San José de la Montaña en 1996, con Alfredis Sánchez como rector. De hecho, eso provocó una visita del Vaticano, quienes sugirieron separar las etapas de formación, gracias a ello, en el año 2000 comienza a funcionar la filosofía a nivel nacional en Santa Ana, los propedéuticos en Santa Ana y Santiago de María, y la teología en San Salvador. Pero donde siempre ha existido una desconfianza en esa línea en el seminario de San Vicente. Espero que hoy cambien las cosas.
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