miércoles, 24 de octubre de 2018

PINCELADAS ROMERIANAS: LA INFANCIA


San Óscar Arnulfo Romero nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, un lugar al norte del departamento de San Miguel, a ciento cincuenta y dos km. de la capital de San Salvador; hablamos de un pueblo marcado por la historia, la religiosidad popular y las tareas agrícolas del cultivo del café y la ganadería, alejado notablemente del bullicio de la capital y de los avatares sociopolíticos de aquellos años; en fin, un pueblo humilde y pleno de valores cristianos. Hijo de don Santos Romero, telegrafista del pueblo y de doña Guadalupe Galdámez de Romero, empleada de correos y ama de casa, fue el segundo de ocho hermanos.

Fue bautizado el 11 de mayo de 1919, por el Pbro. Cecilio Morales, en el templo que estaba junto a la plaza de su pueblo, siendo sus padrinos Lázaro Bernal y Josefa Gavidia. Este retraso se debe a que sus padres tuvieron que casarse antes del bautismo: esto implicó recibir instrucción religiosa para el sacramento del matrimonio; Santos no había hecho ni siquiera su primera comunión, por lo que tuvo que recibir catequesis para la confesión y la eucaristía. Al respecto, hay lecturas muy particulares, pero, a pesar de la opinión de los historiadores, tenemos la certeza, junto a Vitali, que sus padres fueron quienes le enseñaron amar a Dios, la doctrina y la vida de piedad, caridad y oración.[1]

En su infancia tuvo una vida relativamente modesta: los ingresos económicos familiares provenían del oficio de sus padres y de una finca de su propiedad, no estamos negando las limitaciones que enfrentó, sino que afirmamos que tenía lo necesario para vivir. La estrechez económica vino más tarde, debido a desafortunados negocios de sus padres y a circunstancias particulares; sin embargo, no fue obstáculo para don Santos el sacar adelante a la familia.[2]

La rutina de Óscar consistía en asistir diariamente a la escuela y ayudar a sus padres en el oficio de repartir cartas y telegramas. Además, aprendía el oficio de la carpintería, junto al maestro Juan Leiva, uno de los carpinteros más famosos de Ciudad Barrios, lo que deja constancia de que era un niño muy responsable, trabajador y piadoso, personalidad poco común a los demás niños de su edad. En este sentido, podemos decir que la providencia permitió que se forjara en él una base humana y espiritual idónea para responder de manera óptima a la vocación sacerdotal. No estamos hablando de una leyenda edulcorada, típica en las historias de los santos, sino de un ambiente familiar y religioso que en verdad influyó en su personalidad.[3]

Los familiares y amigos que lo conocieron en su edad infantil lo describen como tímido y retraído, aspectos inherentes a su personalidad, pues siempre tendió a la soledad y a alejarse de todo aquello que implicara meterse en problemas, pero nada fuera de lo normal, tal vez acomplejado por su origen humilde. Debemos pensar que, siendo sacerdote, vivió en amistad con familias pudientes del oriente del país, sin dejar de ser amigo de los pobres, situación que reforzaba esos complejos de inferioridad. Este fenómeno afectivo es común entre las personas que nacen y se desarrollan en el interior del país, y que por algún motivo personal o familiar se ven obligados a trasladarse a la ciudad.[4]

PRÓXIMA ENTREGA: SU FORMACIÓN SACERDOTAL




[1] Cf. Brockman, La Palabra queda, 61-64; Mata, Monseñor Óscar Romero, 16; Vitali, "La personalidad del padre Romero", 133.
[2] Cf. Morozzo, Primero Dios, 51-52; Zaida Romero—Tiberio Romero, "De niño era como tristito", 16-17.
[3] Cf. Ibid.
[4] Cf. Carranza, "Un pequeño inquisidor", 35-36; Vitali, "La personalidad del padre Romero", 134.

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