San Óscar
Arnulfo Romero nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, un lugar al
norte del departamento de San Miguel, a ciento cincuenta y dos km. de la
capital de San Salvador; hablamos de un pueblo marcado por la historia, la
religiosidad popular y las tareas agrícolas del cultivo del café y la
ganadería, alejado notablemente del bullicio de la capital y de los avatares
sociopolíticos de aquellos años; en fin, un pueblo humilde y pleno de valores
cristianos. Hijo de don Santos Romero, telegrafista del pueblo y de doña
Guadalupe Galdámez de Romero, empleada de correos y ama de casa, fue el segundo
de ocho hermanos.
Fue
bautizado el 11 de mayo de 1919, por el Pbro. Cecilio Morales, en el templo que
estaba junto a la plaza de su pueblo, siendo sus padrinos Lázaro Bernal y
Josefa Gavidia. Este retraso se debe a que sus padres tuvieron que casarse
antes del bautismo: esto implicó recibir instrucción religiosa para el
sacramento del matrimonio; Santos no había hecho ni siquiera su primera
comunión, por lo que tuvo que recibir catequesis para la confesión y la
eucaristía. Al respecto, hay lecturas muy particulares, pero, a pesar de la
opinión de los historiadores, tenemos la certeza, junto a Vitali, que sus
padres fueron quienes le enseñaron amar a Dios, la doctrina y la vida de
piedad, caridad y oración.[1]
En su
infancia tuvo una vida relativamente modesta: los ingresos económicos
familiares provenían del oficio de sus padres y de una finca de su propiedad,
no estamos negando las limitaciones que enfrentó, sino que afirmamos que tenía
lo necesario para vivir. La estrechez económica vino más tarde, debido a
desafortunados negocios de sus padres y a circunstancias particulares; sin
embargo, no fue obstáculo para don Santos el sacar adelante a la familia.[2]
La rutina
de Óscar consistía en asistir diariamente a la escuela y ayudar a sus padres en
el oficio de repartir cartas y telegramas. Además, aprendía el oficio de la
carpintería, junto al maestro Juan Leiva, uno de los carpinteros más famosos de
Ciudad Barrios, lo que deja constancia de que era un niño muy responsable,
trabajador y piadoso, personalidad poco común a los demás niños de su edad. En
este sentido, podemos decir que la providencia permitió que se forjara en él
una base humana y espiritual idónea para responder de manera óptima a la
vocación sacerdotal. No estamos hablando de una leyenda edulcorada, típica en
las historias de los santos, sino de un ambiente familiar y religioso que en
verdad influyó en su personalidad.[3]
Los
familiares y amigos que lo conocieron en su edad infantil lo describen como
tímido y retraído, aspectos inherentes a su personalidad, pues siempre tendió a
la soledad y a alejarse de todo aquello que implicara meterse en problemas,
pero nada fuera de lo normal, tal vez acomplejado por su origen humilde.
Debemos pensar que, siendo sacerdote, vivió en amistad con familias pudientes
del oriente del país, sin dejar de ser amigo de los pobres, situación que
reforzaba esos complejos de inferioridad. Este fenómeno afectivo es común entre
las personas que nacen y se desarrollan en el interior del país, y que por
algún motivo personal o familiar se ven obligados a trasladarse a la ciudad.[4]
PRÓXIMA ENTREGA: SU FORMACIÓN SACERDOTAL
[1] Cf. Brockman, La Palabra queda, 61-64; Mata,
Monseñor Óscar Romero, 16; Vitali,
"La personalidad del padre Romero", 133.
[2] Cf. Morozzo,
Primero Dios, 51-52; Zaida Romero—Tiberio Romero, "De niño era como tristito", 16-17.
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