Lectura de este domingo:
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Jer 31, 7-9
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Sal 125
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Heb 5, 1-6
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Mc 10, 46-52
Es curioso que Bartimeo, el personaje
central del evangelio de este domingo no el único al que le falla un sentido
primordial, también los discípulos estaban sordos al clamor de ese mendigo
que pedía compasión. Por eso es importante no ser sordos a la voz de Dios que
se manifiesta en la historia y en los pobres. Nuestro punto de partida siempre
tiene que ser la realidad.
Efectivamente, hay un dato curioso,
pero cierto: en El Salvador un 20% de la población ya no es creyente, se ha
olvidado de Cristo, viven en la total paganidad, cuando hace unos pocos años éramos
la mayoría cristianos, sea católico o protestantes. Esto sin contar que del 40
% que son católicos, sólo el 10% practicantes. A estos les llamamos los alejados
de Dios y de la Iglesia, ya lo señala Aparecida. Cuando pienso en Bartimeo,
podemos decir que son todos ellos, que de alguna manera han perdido la luz de
la fe, estando sumergidos en la oscuridad del pecado y del misterio de la
iniquidad.
Por otra parte, quiero traer a colación
la carava de migrantes hondureños. No sabemos quién los ha organizado para que
decidan irse en esas condiciones, tampoco nos interesa saberlo. Lo que podemos notar
son dos cosas: La situación inhumana en la que estos hermanos se encuentran en
su país, al igual en otros países del istmo centroamericano, empobrecidos históricamente;
el aprovechamientos que los poderosos hacen de la necesidad de los pobres: son
simples piezas de ajedrez en sus guerras políticas y económicas. Pero los
pobres no son parias, decía San óscar Romero.
A pesar del dolor y el sufrimiento, este
domingo nos reunimos en la casa de Dios para alegrarnos en el Señor, el corazón
del hombre sólo haya su reposo cuando busca y encuentra a su redentor. Y a eso
hemos venido a la Santa Misa: Que se alegren los que buscan al Señor. (Salmo
104, 3) Esto revela una verdad sobre el hombre: ha sido creado por y para Dios,
el buscarle está inscrito en la Lev (corazón), lo que pasa es que a veces se le
busca en el lugar equivocado. Hoy estamos invitados a tener una experiencia de
encuentro con Jesucristo, y dejar que el nos colme de su gracia, así podremos
llenarnos de una santa alegría.
Centrémonos
en el Evangelio.
Bartimeo.
¿Quién era? Su propio nombre lo decía: era hijo de Timeo. Esto de alguna manera
describe quien es él: al mencionar que era hijo de alguien, puede indicar que
ese alguien era importante, lo más probable, es decir, que Bartimeo no fue
pobre todo el tiempo, hubo un tiempo que podía ver y era rico, que por alguna razón
perdió la riqueza y la vista. Según la teología de la retribución, este hombre
pasó de la bendición a la maldición, porque la pobreza y la enfermedad eran
signos claro que era injusto, por lo tanto, reprobado por el mismo Dios. O sea,
el que estaba tirado en el suelo mendigando era un maldito pecador. La peor
pobreza que tenía era que había perdido su dignidad, estaba excluido de su
familia, sociedad y religión. Esto explica la actitud de los discípulos: ¿para
que hacerle caso a un maldito?
Los
discípulos. Ellos actual negligentemente, como sordos, no quieren escuchar el
clamor del que sufre. Esto nos hace pensar que no han entrado en la lógica del
Reino. Estaban con Jesús, pero no pensaban cómo él. Actuaban de acuerdo con la
ley, pero no vivían de acuerdo con la misericordia, que es la actitud de Dios.
Ya lo dijo el Papa Francisco: El nombre de Dios es misericordia.
Jesús. El pasa cerca del ciego, no le evade; escucha
y atiende el clamor de Bartimeo; lo manda a llamar, está interesado en el
problema del que sufre; le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Haz que vea
fue la respuesta de Bartimeo. Esto indica que actuó con misericordia y
compasión, así es el Padre. Dios tiene corazón.
A la luz de la
primera lectura y del salmo, Bartimeo representa al Resto de Israel, es decir, a
esa pequeña porción del pueblo de Dios que se mantiene fiel a la alianza, que
vive de la esperanza en las promesas de Dios: “¡El
Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al
resto de Israel!”. El autor del libro de Jeremías está pensando en el Israel
que venia del exilio de Babilonia, que era un pueblo débil, triste y golpeado
por la historia, en esa caravana venían ciegos, cojos, mancos, mudos. Etc. Sin
embargo, el profeta grita: alegraos, gritad de júbilo, porque Dios los ha liberado.
Entonces, al curar al mendigo y ciego,
está cumpliendo esta figura mesiánica y liberadora, Dios se acerca para dar
vida y libertad.
La
vida y libertad que ofrece Dios va en dos direcciones: hay un Reino que Jesucristo
anunció e inauguró en la historia y que sigue creciendo, pero que no tendrá su
plenitud hasta el final de los tiempos. La Iglesia participa de esta misión mesiánica,
está llamada a dar signos concretos de ese Reino:
- No
puede ser sorda a la voz de los pobres y oprimidos por el pecado concreto de
los hombres.
- Debe
tener la humildad de Bartimeo de pedirle al Señor: haz que vea. A esto le llamamos discernimiento. Porque también podemos perder la luz de la fe y ser
ciegos.
- La
Iglesia devuelve la luz de fe a los que están ciegos por el pecado a través de
su propio testimonio y a través de la misión evangelizadora integral.
- La
Iglesia debe estar cerca de los que claman misericordia.
- La
Iglesia debe siempre estar dispuesta a iluminar la realidad histórica del
mundo, no puede vivir de espaldas al mundo.
Que
esta Eucaristía dominical sea de mucho provecho para ti y tu familia, que podamos
ser participes de la mejor liberación que podemos tener, cómo dice el prefacio
Dominical I: Quien, por su Misterio pascual, realizó la obra maravillosa de
llamarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte. al honor de ser estirpe
elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para que,
trasladados de las tinieblas a tu luz admirable, proclamemos ante el mundo tus
maravillas.
Dios
te bendiga.
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