jueves, 25 de octubre de 2018

Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo B.


Lectura de este domingo: 

·        Jer 31, 7-9
·        Sal 125 
·        Heb 5, 1-6
·        Mc 10, 46-52

Es curioso que Bartimeo, el personaje central del evangelio de este domingo no el único al que le falla un sentido primordial, también los discípulos estaban sordos al clamor de ese mendigo que pedía compasión. Por eso es importante no ser sordos a la voz de Dios que se manifiesta en la historia y en los pobres. Nuestro punto de partida siempre tiene que ser la realidad.

Efectivamente, hay un dato curioso, pero cierto: en El Salvador un 20% de la población ya no es creyente, se ha olvidado de Cristo, viven en la total paganidad, cuando hace unos pocos años éramos la mayoría cristianos, sea católico o protestantes. Esto sin contar que del 40 % que son católicos, sólo el 10% practicantes. A estos les llamamos los alejados de Dios y de la Iglesia, ya lo señala Aparecida. Cuando pienso en Bartimeo, podemos decir que son todos ellos, que de alguna manera han perdido la luz de la fe, estando sumergidos en la oscuridad del pecado y del misterio de la iniquidad.

Por otra parte, quiero traer a colación la carava de migrantes hondureños. No sabemos quién los ha organizado para que decidan irse en esas condiciones, tampoco nos interesa saberlo. Lo que podemos notar son dos cosas: La situación inhumana en la que estos hermanos se encuentran en su país, al igual en otros países del istmo centroamericano, empobrecidos históricamente; el aprovechamientos que los poderosos hacen de la necesidad de los pobres: son simples piezas de ajedrez en sus guerras políticas y económicas. Pero los pobres no son parias, decía San óscar Romero.   

A pesar del dolor y el sufrimiento, este domingo nos reunimos en la casa de Dios para alegrarnos en el Señor, el corazón del hombre sólo haya su reposo cuando busca y encuentra a su redentor. Y a eso hemos venido a la Santa Misa: Que se alegren los que buscan al Señor. (Salmo 104, 3) Esto revela una verdad sobre el hombre: ha sido creado por y para Dios, el buscarle está inscrito en la Lev (corazón), lo que pasa es que a veces se le busca en el lugar equivocado. Hoy estamos invitados a tener una experiencia de encuentro con Jesucristo, y dejar que el nos colme de su gracia, así podremos llenarnos de una santa alegría.

Centrémonos en el Evangelio.

Bartimeo. ¿Quién era? Su propio nombre lo decía: era hijo de Timeo. Esto de alguna manera describe quien es él: al mencionar que era hijo de alguien, puede indicar que ese alguien era importante, lo más probable, es decir, que Bartimeo no fue pobre todo el tiempo, hubo un tiempo que podía ver y era rico, que por alguna razón perdió la riqueza y la vista. Según la teología de la retribución, este hombre pasó de la bendición a la maldición, porque la pobreza y la enfermedad eran signos claro que era injusto, por lo tanto, reprobado por el mismo Dios. O sea, el que estaba tirado en el suelo mendigando era un maldito pecador. La peor pobreza que tenía era que había perdido su dignidad, estaba excluido de su familia, sociedad y religión. Esto explica la actitud de los discípulos: ¿para que hacerle caso a un maldito?

Los discípulos. Ellos actual negligentemente, como sordos, no quieren escuchar el clamor del que sufre. Esto nos hace pensar que no han entrado en la lógica del Reino. Estaban con Jesús, pero no pensaban cómo él. Actuaban de acuerdo con la ley, pero no vivían de acuerdo con la misericordia, que es la actitud de Dios. Ya lo dijo el Papa Francisco: El nombre de Dios es misericordia.

Jesús.  El pasa cerca del ciego, no le evade; escucha y atiende el clamor de Bartimeo; lo manda a llamar, está interesado en el problema del que sufre; le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Haz que vea fue la respuesta de Bartimeo. Esto indica que actuó con misericordia y compasión, así es el Padre. Dios tiene corazón.

A la luz de la primera lectura y del salmo, Bartimeo representa al Resto de Israel, es decir, a esa pequeña porción del pueblo de Dios que se mantiene fiel a la alianza, que vive de la esperanza en las promesas de Dios: “¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!”. El autor del libro de Jeremías está pensando en el Israel que venia del exilio de Babilonia, que era un pueblo débil, triste y golpeado por la historia, en esa caravana venían ciegos, cojos, mancos, mudos. Etc. Sin embargo, el profeta grita: alegraos, gritad de júbilo, porque Dios los ha liberado.  Entonces, al curar al mendigo y ciego, está cumpliendo esta figura mesiánica y liberadora, Dios se acerca para dar vida y libertad.

La vida y libertad que ofrece Dios va en dos direcciones: hay un Reino que Jesucristo anunció e inauguró en la historia y que sigue creciendo, pero que no tendrá su plenitud hasta el final de los tiempos. La Iglesia participa de esta misión mesiánica, está llamada a dar signos concretos de ese Reino:

 -   No puede ser sorda a la voz de los pobres y oprimidos por el pecado concreto de los hombres.

-  Debe tener la humildad de Bartimeo de pedirle al Señor: haz que vea. A esto le llamamos discernimiento. Porque también podemos perder la luz de la fe y ser ciegos.

-   La Iglesia devuelve la luz de fe a los que están ciegos por el pecado a través de su propio testimonio y a través de la misión evangelizadora integral.

-    La Iglesia debe estar cerca de los que claman misericordia.

 La Iglesia debe siempre estar dispuesta a iluminar la realidad histórica del mundo, no puede vivir de espaldas al mundo.  


Que esta Eucaristía dominical sea de mucho provecho para ti y tu familia, que podamos ser participes de la mejor liberación que podemos tener, cómo dice el prefacio Dominical I: Quien, por su Misterio pascual, realizó la obra maravillosa de llamarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte. al honor de ser estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para que, trasladados de las tinieblas a tu luz admirable, proclamemos ante el mundo tus maravillas.

Dios te bendiga.

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