jueves, 17 de agosto de 2017


El beato Óscar Romero y la reforma del año litúrgico del siglo XX (Parte III)

El padre Óscar Romero a la expectativa del Concilio Vaticano II

Reitero, al leer ciertas visiones biográficas sobre el beato Óscar Romero dan la impresión de que lo quieren presentar como un sujeto retraído y aislado en el Concilio de Trento, pero los escritos de su madurez sacerdotal dejan constancia de lo contrario: perteneció a la generación de eclesiásticos que estuvo desde el principio a la expectativa del Concilio Vaticano II, siempre mostrando un espíritu de apertura y de vanguardia:

El jueves de esta semana dejó su Sede episcopal nuestro obispo para emprender, al día siguiente, la ruta aérea hacia el Concilio Ecuménico Vaticano II. La noticia merece los relieves de nota editorial. Porque el viaje de Monseñor Machado a Roma es una de las tres mil líneas de maravillosa convergencia que van siguiendo en estos días tres mil obispos desde todos los horizontes hacia el centro de la cristiandad. Y cada uno de estos tres mil ilustres peregrinos es una viviente profesión de fe en la Suprema Autoridad del Papa, tal como la expresó en dos breves palabras la pluma de San Pablo al decir porqué viajó de Damasco a Jerusalén: VIDERE PETRUM...para ver a Pedro! (Gálatas 1, 18).[i]

El texto es obvio. Él está hablando de la inauguración del Concilio Vaticano II.  Evidentemente, en sus letras podemos notar cierto tono de emoción y triunfalismo, sin duda heredado de su mentalidad romana: su mayor garantía es el Papa, y por esta razón no le tenía miedo a los cambios; al contrario, estaba convencido de que eran necesarios. 

Cómo todos los de su tiempo, seguramente no se esperaba el tipo de resoluciones conciliares que emergerían del Vaticano II, aunque ciertamente no tenía por qué hacerlo, ya que la magnitud de este concilio es inédita en la historia de la Iglesia; además, aquí lo importante es destacar su apertura a las reformas litúrgicas que surgían de él y cómo las miraba con mucha esperanza.  En efecto, en sus escritos hemos descubierto que tenía ansia de cambios renovadores, sin ningún rasgo de ingenuidad, porque sus deseos tenían sólidos fundamentos históricos y teológicos: 

El concilio trata de redescubrir y vigorizar el valor que tiene lo cristiano. Lo auténticamente cristiano que es siempre antiguo y siempre nuevo. La Iglesia quiere rechazar todo orgullo y descubrir toda su riqueza. La Iglesia en el concilio se está examinando a sí misma y al mismo tiempo está viendo a todos los hombres a quienes debe evangelizar y desea convertirse en diálogo. No se trata de cambiar por cambiar, se trata de encontrar lo que quizás se había empeñado. No se trata de novedad, sino que se trata de renovarse para ser fiel.[ii] 

De esta manera, se dirigía a los que tenían miedo a los cambios. Les estaba diciendo que los buenos frutos de las reformas del Concilio Vaticano II dependerían de una visión esencial de una Iglesia que busca la renovación para mantener la fidelidad a Cristo y a la humanidad, sobre todo en la misión de anunciar y actualizar el evangelio, siendo consciente de ser nada más que una medicación, por lo que debe presentarse ante el mundo con una actitud de humildad y servicio. 

El padre Romero irá estudiando todos los documentos del Concilio Vaticano II, teniendo problemas no con sus contenidos, sino con las interpretaciones erróneas que se hacían de ellos y con los abusos que se cometían por parte de muchos sectores de la Iglesia en el Salvador.

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