miércoles, 7 de noviembre de 2018

San Óscar Romero y la romanización del clero latinoamericano en el siglo XX



Después de su paso por el seminario menor, en 1937 ingresó al seminario central San José de la Montaña, conducido por lo padre Jesuitas. La estancia en San Salvador fue fugaz, apenas duró seis escasos meses, porque fue elegido por su obispo para continuar su formación sacerdotal y sus estudios eclesiásticos en la Ciudad Eterna, lo que implicó para él grandes retos humanos y espirituales ante un nuevo mundo por conocer.  

Una vez en Roma, su residencia y centro de formación sacerdotal fue el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano y los estudios académicos los realizó en la Pontificia Universidad Gregoriana, todo ello desde 1937 a 1942. Estos lugares, igualmente encargados a los Jesuitas, estaban destinados para recibir a los estudiantes latinoamericanos de habla castellana y portuguesa, la idea era formar sacerdotes de manera integral para una renovación moral y espiritual desde la romanidad.

Estos centros donde se formó nos indican que él tomó parte de aquella preocupación de Pío IX, quien fundó el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano, el 21 de noviembre de 1858, con el objetivo de ayudar a las diócesis de América Latina que estaban pasando una coyuntura política y eclesial muy difícil, debido al nacimiento de los nuevos Estados independientes y todo lo que ello implicaba, es decir, se tenía que confeccionar un replanteamiento total de la relación Iglesia-estado.[1]

A nivel eclesial, si queremos entender el alcance de su formación sacerdotal, basta recordar que el Colegio Pío Latinoamericano y CPAL influyeron positivamente para que el Conventus Episcoporum fuera una realidad en el América Latina, porque a partir de estas experiencias los obispos del continente manifestaron a la Santa Sede el deseo de seguir reuniéndose para analizar la realidad contextual y dar una respuesta pastoral oportuna a los desafíos; no hubo otro Concilio Plenario, pero sí nacieron el CELAM y PCPAL.

A nivel sociopolítico, estamos de acuerdo con Roberto Morozzo, quien opina que Pío IX inició una reconfiguración de toda la Iglesia latinoamericana desde una romanización del clero. Si, entre el CPAL y el Vaticano II se intentó superar la decadencia que había dejado los siglos de régimen hispano, es decir, lo que se pretendía desde la Santa Sede era que se asumiera un matiz más universal que periférico; se pretendía distinguir la separación Iglesia-estado, pues la política tenía su propia misión, al igual la religión, pero tenía que ser posible la sana convivencia y la armoniosa relación.[2]

En este sentido, esta romanización marcará su personalidad de manera indeleble, tanto es así que "Roma" será, a partir de entonces, una de sus más importantes fuentes a nivel intelectual y espiritual en todo su vida y pensamiento, desde su juventud sacerdotal hasta su madurez episcopal, dato que podemos verificar cuando hacemos un paciente recorrido por todos sus escritos y homilías. Todo su proceder pastoral se lo encomendaba al Papa y al magisterio de la Iglesia en general, allí siempre radicarían sus criterios.[3]



[1] Cf. Ruiz, Pontificia Comisión Para América Latina. 50 años, www.celam.org/documentacion/214.doc (08/08/2018); Piccardo, “Historia del Concilio Plenario Latinoamericano", 417.
[2] Cf. Morozzo, Primero Dios, 56.
[3] Cf. Giovagnoli, "Romero y Roma", 65.  

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