martes, 13 de noviembre de 2018

La formación intelectual en el seminario de san Óscar Romero


El 14 de mayo de 1931, el Papa Pio XI inició una reforma de los estudios eclesiásticos de las Facultades de Teología. Illanes opina que el objetivo era asegurar la firmeza de la doctrina católica y promover la existencia de centros teológicos en donde se suscitaran la docencia y la investigación, a la altura y rigor que las universidades civiles. Desde esta perspectiva, las universidades pontificias en Roma se encargaban de mantener en lo que ellos consideraban una sana doctrina a los seminaristas potencialmente obispos.[1]

Esta reforma de Pío XI desde la Deus Scientiarum puso en acción al Pío Latinoamericano para lograr el nivel que se le exigía en dicho documento, sus normas fueron aplicadas en la Gregoriana en el curso 1932-1933, dicho cambió influyó directamente en las nuevas generaciones de seminaristas que pasaban pos su aulas, tanto a nivel filosófico como teológico. Este dato nos indica que la formación académica, intelectual y teológica de Óscar Romero, aunque solida y rigurosa, se llevó a cabo en un ambiente muy sobrio y libre totalmente de las controversias y novedades teológicas de su tiempo, todo dentro del estrecho mundo de la ortodoxia católica.[2]

Vera Soto cita una carta que padre rector Angel Lino Tomé escribió el 5 de mayo de 1934 a los obispos de la diferentes diócesis que tenían seminaristas en el colegio, para informales de las nuevas disposiciones emanadas de las reformas académicas. En ellas podemos vislumbrar el perfil académico que los alumnos debían tener en su tiempo de formación inicial: en general, pedían que candidatos tuvieran buena salud para afrontar el clima diverso de Roma y el ritmo académico que exigían los diversos estudios; tenían que tener el suficiente dinero para pagar la pensión del seminario y su viaje de regreso; certificado de notas obtenidas en su país de origen; en específico, cursar humanidades, filosofía y teología para obtener diversidad de grados académicos. Respecto a gastos extraordinarios se otorgaban becas a las diócesis más necesitadas; igualmente, los alumnos ya tenían que traer sus dispensas por lo que antes de tiempo necesitaban ordenarse.[3]

En otras palabras, toda la formación académica la confeccionó dentro de una burbuja intelectual. Los padres jesuitas de la Gregoriana no permitían que las influencias que provenían de sus hermanos jesuitas franceses tuvieran repercusiones en sus estudiantes, no había ningún tipo de apertura oficial a las novedades teológicas; lo que verdaderamente importaba era guardarse de lo que la Iglesia llamaba las herejías modernistas, como lo mandaba la encíclica Pascendi.  También, debemos tomar en cuenta que él no estuvo interesado en la teología como ciencia. En los ficheros de su etapa de seminarista están ausentes algunos teólogos influyentes de la época como lo son Marie-Dominique Chenu o Henri de Lubac; nosotros agregaríamos a la lista de ausencias a Karl Rahner o Yves Congar; incluso no hay rastros ni siquiera de los autores del movimiento litúrgico o bíblico de esos años, los cuales significaban en cierto sentido un pensamiento positivo de reforma católica.[4]


[1] Cf. Pius PP. XI, Constitutio Apostolica Deus Scientiarum Dominus, 14 may 1931, AAS 23 (1931) 241-262; Illanes, Historia de la Teología, 334.
[3] Cf. Ibid.
[4] Cf. Pio X, encíclica Pascendi, ASS 40(1907) 596; Delgado, "La cultura de monseñor Romero", 61-62.  

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