El 14 de
mayo de 1931, el Papa Pio XI inició una reforma de los estudios eclesiásticos de
las Facultades de Teología. Illanes opina que el objetivo era asegurar la firmeza
de la doctrina católica y promover la existencia de centros teológicos en donde
se suscitaran la docencia y la investigación, a la altura y rigor que las
universidades civiles. Desde esta perspectiva, las universidades pontificias en
Roma se encargaban de mantener en lo que ellos consideraban una sana doctrina a
los seminaristas potencialmente obispos.[1]
Esta
reforma de Pío XI desde la Deus
Scientiarum puso en acción al Pío Latinoamericano para lograr el nivel que
se le exigía en dicho documento, sus normas fueron aplicadas en la Gregoriana
en el curso 1932-1933, dicho cambió influyó directamente en las nuevas
generaciones de seminaristas que pasaban pos su aulas, tanto a nivel filosófico
como teológico. Este dato nos indica que la formación académica, intelectual y
teológica de Óscar Romero, aunque solida y rigurosa, se llevó a cabo en un ambiente
muy sobrio y libre totalmente de las controversias y novedades teológicas de su
tiempo, todo dentro del estrecho mundo de la ortodoxia católica.[2]
Vera Soto
cita una carta que padre rector Angel Lino
Tomé escribió el 5 de mayo de 1934 a los obispos de la diferentes diócesis que
tenían seminaristas en el colegio, para informales de las nuevas disposiciones
emanadas de las reformas académicas. En ellas podemos vislumbrar el perfil académico
que los alumnos debían tener en su tiempo de formación inicial: en general,
pedían que candidatos tuvieran buena salud para afrontar el clima diverso de
Roma y el ritmo académico que exigían los diversos estudios; tenían que tener
el suficiente dinero para pagar la pensión del seminario y su viaje de regreso;
certificado de notas obtenidas en su país de origen; en específico, cursar
humanidades, filosofía y teología para obtener diversidad de grados académicos.
Respecto a gastos extraordinarios se otorgaban becas a las diócesis más
necesitadas; igualmente, los alumnos ya tenían que traer sus dispensas por lo
que antes de tiempo necesitaban ordenarse.[3]
En
otras palabras, toda la formación académica la confeccionó dentro de una
burbuja intelectual. Los padres jesuitas de la Gregoriana no permitían que las
influencias que provenían de sus hermanos jesuitas franceses tuvieran
repercusiones en sus estudiantes, no había ningún tipo de apertura oficial a
las novedades teológicas; lo que verdaderamente importaba era guardarse de lo
que la Iglesia llamaba las herejías modernistas, como lo mandaba la encíclica Pascendi. También, debemos tomar en
cuenta que él no estuvo interesado en la teología como ciencia. En los ficheros
de su etapa de seminarista están ausentes algunos teólogos influyentes de la
época como lo son Marie-Dominique Chenu o Henri de Lubac; nosotros agregaríamos
a la lista de ausencias a Karl Rahner o Yves Congar; incluso no hay rastros ni
siquiera de los autores del movimiento litúrgico o bíblico de esos años, los
cuales significaban en cierto sentido un pensamiento positivo de reforma
católica.[4]
[1] Cf. Pius PP. XI, Constitutio
Apostolica Deus Scientiarum Dominus,
14 may 1931, AAS 23 (1931) 241-262; Illanes, Historia
de la Teología, 334.
[4] Cf. Pio
X, encíclica Pascendi, ASS
40(1907) 596; Delgado, "La cultura de monseñor Romero",
61-62.
No hay comentarios:
Publicar un comentario