DOMINGO
XV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
ISAÍAS 55, 10-11
SALMO
64
ROMANOS
8, 18-23
MATEO
13, 1-23
En
nuestra sociedad estamos viviendo una espiritualidad de lo efímero: todo es temporal
y frágil. Por esta razón no hay promesas para toda la vida, no hay compromisos
permanentes y la lealtad a los principios es algo que ya pasó de moda. Por
ejemplo: el alto índices de divorcios (civiles) o de nulidades matrimoniales;
o, la falta de fidelidad a la vocación cristiana o especifica; o, el decaimiento
de sistemas de evangelización en algunas parroquias. Ya no se diga los altos índices
de corrupción en la sociedad civil.
La
antífona de entrada de este domingo comienza hablando de la fidelidad, la cual,
es una de las características del hombre de Dios. La alianza con el Dios vivo y
verdadero siempre exige que el hombre abandone los ídolos y se dedique servir
él y su familia al Señor. No hay espacio para lo ídolos. Esta actitud del
corazón tiene como finalidad contemplar la gloria de Dios. Recordemos: “La
gloria de Dios es que el hombre viva; y, la gloria del hombre es la
contemplación de Dios. La fidelidad a Dios tiene que traducirse también en una
actitud vivida a todos los niveles de nuestra existencia: responsabilidad y
compromisos serán claves en este contexto.
La
infidelidad es sinónimo de incoherencia. Es el gran mal de muchos de nosotros los
cristianos católicos: tenemos a Cristo en la boca, pero nuestras acciones
demuestran que somos presa de la soberbia del pecado. Esa incoherencia es mal
testimonio en contra del nombre “cristiano” y hace poco creíble el evangelio,
porque nos convertimos en una mentira viviente: lo que algunos llaman una esquizofrenia
espiritual.
Pero
en la oración colecta de este domingo se nos presenta la Imagen de Dios como
esplendor de la verdad. Nos insinúa aquella cita de 1 de Tim 2, 4: “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Siempre podemos contar con la luz divina, sobre todo en aquellos momentos en
que nos encontramos en la oscuridad del error, el pecado, el sufrimiento y la
muerte. Hoy pedimos que esa luz divina aparte de nosotros los hijos de Dios
todo aquello que pueda manchar el buen nombre de cristiano.
Hemos
escuchado en muchas ocasiones una pregunta: ¿Por qué Dios se queda callado ante
el mal del mundo? Aunque la pregunta estaría mejor formulada de la siguiente
manera: ¿Por qué el mundo no escucha los gritos de Dios? Efectivamente, Dios ha
entrado en dialogo amoroso con el mundo (Verbum Domini 6). Jesucristo es la gran respuesta al mal del
mundo, pero vino a los suyos, y los suyos
no lo recibieron (Jn 1, 11). Las lecturas de este domingo nos
hablan de la identidad y misión de la Palabra.
La
primera lectura tomada del profeta Isaías nos habla de la fuerza de la Palabra de Dios que cambia la historia: (la Palabra) no volverá a mi sin resultado, sino que hará
mi voluntad y cumplirá su misión. Cuando Dios interviene en la historia de
los hombres a través de su palabra, se convierte en historia de salvación. ¿Cómo
entender el actuar de Dios en la historia? El deuteroisaías recurre a la imagen
de la lluvia o de la nieve: : «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá
sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para
que dé semilla al sembrador y pan al que come». La tierra representa los corazones de los
hombres, los cuales, son empapados y fecundados con la palabra profética, hasta ver los frutos de salvación dentro de la
historia y más allá de ella. Estamos hablando de una Palabra salvadora y
liberadora: una palabra de esperanza.
Lo que el profeta Isaías nos plantea es
complementado con el evangelio. No quiero dar una explicación de la parábola,
ya que el mismo evangelista nos da una visión insuperable. Sin embargo, puedo
subrayar que Mateo nos explica como esa Palabra siempre cae en el corazón, pero
dependerá que tipo de tierra sea así dará fruto. El evangelio nos invita a preparar
la tierra (que es nuestro corazón) para que la Palabra pueda hacer obras
maravillosas en nosotros.
Al pasar al altar del Señor, pidamos que nos sea
dado el don de la fidelidad para que podamos contemplar la gloria de Dios. Y que
el espíritu del resucitado haga fecundo nuestro corazón. Feliz domingo.
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