sábado, 15 de julio de 2017

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

ISAÍAS  55, 10-11
SALMO 64
ROMANOS 8, 18-23
MATEO 13, 1-23

En nuestra sociedad estamos viviendo una espiritualidad de lo efímero: todo es temporal y frágil. Por esta razón no hay promesas para toda la vida, no hay compromisos permanentes y la lealtad a los principios es algo que ya pasó de moda. Por ejemplo: el alto índices de divorcios (civiles) o de nulidades matrimoniales; o, la falta de fidelidad a la vocación cristiana o especifica; o, el decaimiento de sistemas de evangelización en algunas parroquias. Ya no se diga los altos índices de corrupción en la sociedad civil.

La antífona de entrada de este domingo comienza hablando de la fidelidad, la cual, es una de las características del hombre de Dios. La alianza con el Dios vivo y verdadero siempre exige que el hombre abandone los ídolos y se dedique servir él y su familia al Señor. No hay espacio para lo ídolos. Esta actitud del corazón tiene como finalidad contemplar la gloria de Dios. Recordemos: “La gloria de Dios es que el hombre viva; y, la gloria del hombre es la contemplación de Dios. La fidelidad a Dios tiene que traducirse también en una actitud vivida a todos los niveles de nuestra existencia: responsabilidad y compromisos serán claves en este contexto.

La infidelidad es sinónimo de incoherencia. Es el gran mal de muchos de nosotros los cristianos católicos: tenemos a Cristo en la boca, pero nuestras acciones demuestran que somos presa de la soberbia del pecado. Esa incoherencia es mal testimonio en contra del nombre “cristiano” y hace poco creíble el evangelio, porque nos convertimos en una mentira viviente: lo que algunos llaman una esquizofrenia espiritual.

Pero en la oración colecta de este domingo se nos presenta la Imagen de Dios como esplendor de la verdad. Nos insinúa aquella cita de 1 de Tim 2, 4: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Siempre podemos contar con la luz divina, sobre todo en aquellos momentos en que nos encontramos en la oscuridad del error, el pecado, el sufrimiento y la muerte. Hoy pedimos que esa luz divina aparte de nosotros los hijos de Dios todo aquello que pueda manchar el buen nombre de cristiano.

Hemos escuchado en muchas ocasiones una pregunta: ¿Por qué Dios se queda callado ante el mal del mundo? Aunque la pregunta estaría mejor formulada de la siguiente manera: ¿Por qué el mundo no escucha los gritos de Dios? Efectivamente, Dios ha entrado en dialogo amoroso con el mundo (Verbum Domini 6).  Jesucristo es la gran respuesta al mal del mundo, pero vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11). Las lecturas de este domingo nos hablan de la identidad y misión de la Palabra.

La primera lectura tomada del profeta Isaías nos habla de la fuerza de la Palabra de Dios que cambia la historia: (la Palabra) no volverá a mi sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión. Cuando Dios interviene en la historia de los hombres a través de su palabra, se convierte en historia de salvación. ¿Cómo entender el actuar de Dios en la historia? El deuteroisaías recurre a la imagen de la lluvia o de la nieve: : «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come». La tierra representa los corazones de los hombres, los cuales, son empapados y fecundados con la palabra profética, hasta ver los frutos de salvación dentro de la historia y más allá de ella. Estamos hablando de una Palabra salvadora y liberadora: una palabra de esperanza.

Lo que el profeta Isaías nos plantea es complementado con el evangelio. No quiero dar una explicación de la parábola, ya que el mismo evangelista nos da una visión insuperable. Sin embargo, puedo subrayar que Mateo nos explica como esa Palabra siempre cae en el corazón, pero dependerá que tipo de tierra sea así dará fruto. El evangelio nos invita a preparar la tierra (que es nuestro corazón) para que la Palabra pueda hacer obras maravillosas en nosotros.

Al pasar al altar del Señor, pidamos que nos sea dado el don de la fidelidad para que podamos contemplar la gloria de Dios. Y que el espíritu del resucitado haga fecundo nuestro corazón. Feliz domingo. 

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