Pbro. Judá García
En efecto, en el contexto de la pastoral litúrgica de la parroquia nos enriquecería grandemente considerar el tema de Óleo en cuanto elemento pedagógico y simbólico dentro de la celebración de la liturgia y hacer algunas propuestas celebrativas que nos conduzcan a la participación activa en los Sagrados Misterios. Pero al abordar estos temas debemos tener en cuenta en que estamos en tiempos de una nueva evangelización continental, lo cual, requiere de nosotros un esfuerzo por acercarnos y conocer hondamente la realidad en la que viven los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque ciertos temas que tienen que ver con lo religioso les resulta extraño y ambiguo.
Bastaría con hacernos
preguntas como ¿En qué mundo vivimos? ¿Cuáles son las características
culturales y sociales de nuestro tiempo? Para anunciar la Buena Nueva de
Jesucristo a través de la liturgia demos conocer las condiciones en que se
encuentran los receptores de las acciones celebrativas; entonces surge otra
pregunta ¿cómo explicar lo que celebramos? La liturgia es una realidad que
engloba todo el Misterio Pascual, con ello la creación recibe una transparencia
que la hace participar de una dimensión trascendente de la presencia del Dios
con nosotros, el Misterio se vuelve cercano, íntimo y acogedor. Sin
embargo, podemos estar seguros de
que nos enfrentamos con un mundo en donde
el hombre se ha situado como en el centro, medio y fin de todo lo que existe,
por lo que el Misterio no tiene cabida fácilmente en su mentalidad, mucho menos
en su actuar vital.
En este sentido, hemos descubierto que el Óleo que
usamos en la liturgia tiene una capacidad simbólica de insospechadas magnitudes:
Primero, ha quedado claro que es un elemento que está ligado al hombre de
manera intrínseca, o sea, pertenece al ámbito de su entorno natural; Segundo,
está revestido de un significado inmediato de belleza y dignidad, condición
necesaria para transmitir el referente sacral del Misterio; Tercero, pertenece
al conjunto de elementos materiales que tienen un carácter histórico-salvífico,
pues, los encontramos entre aquellos signos utilizado en la revelación publica
de Dios a la humanidad.
I.
EL SENTIDO ANTROPOLÓGICO DEL ÓLEO
El
óleo o crisma es el ungüento proveniente del árbol del Olivo, elemento agrícola
que crece sobre todo en la zona del Mediterráneo; ha tenido múltiples
significados religiosos y antropológicos a lo largo de la historia debido a su
carácter medicinal, alimenticio e higiénico. El valor que él tiene es vigente
hasta nuestros días, tenemos que redescubrir toda su potencialidad de explicar
el Misterio de Dios en la vida personal y comunitaria.[1]
Podríamos
mencionar algunos ejemplos a lo largo de la historia humana de los diferentes
usos del Olivo:
a)
En
la antigua Grecia, el premio de los juegos olímpicos era una corona de hojas de
olivo.
b)
La
hoja del olivo en muchas culturas representa la paz.
c)
El
aceite de oliva ha servido para la curación de heridas o para la preparación de
las grandes luchas de los circos romanos;
d)
No
podríamos dejar de mencionar que el óleo en muchas culturas es un símbolo
religioso de consagración de personas u objetos.
Por
esta razón en nuestra liturgia el aceite de oliva tiene todas esas
connotaciones antropológicas: fortaleza, curación y consagración; por lo que en
nuestras celebraciones se toma en cuenta el gran drama humano que estos
elementos pueden indicar como contraparte: la esclavitud por el pecado, el
dolor de la enfermedad corporal y espiritual, la suciedad moral que puede
implicar el estar lejos de Dios y la mundanidad que contamina los corazones
humanos.
II.
EL SENTIDO BÍBLICO, TEOLÓGICO, LITÚRGICO Y PASTORAL DEL ÓLEO
1.
El Óleo en la Sagrada Escritura
1.1 Antiguo Testamento
La Sagrada
Escritura recurre a la palabra hebrea mišḥã o tamrũq para describir el gesto de ungir con un ungüento a base de aceite
de oliva con fines higiénicos, cosméticos (Ez. 16, 9; Rut. 3, 3; Cant. 1,3; 4,
10) y medicinales (Is. 1, 6). Del mismo modo, junto al vino y al trigo,[2] es símbolo de la alegría,
del honor, de la fiesta y del bienestar (Sal. 45, 8; Is. 61, 3; Qo. 9, 8; Am.
6, 6; Prov. 27, 9), y en una época tardía de la historia de Israel significará
elección divina (1 Sam. 9, 16; 16, 3.12 ss.; 2 Re. 9, 3.6).[3]
El signo del óleo
en el antiguo testamento está ligado a un cierto derramamiento del espíritu (1
Sam 16, 13), es por eso que cuando a los reyes se les consideraba como los ungidos
del Señor (Mesías) era sinónimo de tomárseles como los hombres que poseían el
espíritu; O en el caso de los sumos sacerdotes (Ex. 29, 7; Lv. 4, 3.5.16) que
los habilitaba para el culto y el servicio religioso; también servía para ungir
objetos y lugares que estaban destinados a la liturgia judía (Ex. 29, 36; 40, 9
ss.; Gen. 28, 18; 31, 13). Incluso,
algunos de los profetas fueron ungidos con aceite (1 Re 19, 15), aunque no hay
datos totalmente ciertos para concluir que estos acontecimientos fueron verdaderamente
históricos. Por extensión, la figura del ungido (mesías) es atribuida a grandes
personajes que de alguna manera hablaban en nombre del Señor, por ejemplo, Ciro
(Is 45, 1) y otros profetas que no recibieron la unción de manera física según
el dato bíblico (Sal 105, 15; 1 Cró 16, 22).[4]
Entonces, la
unción en el Antiguo Testamento está ligada intrínsecamente con la idea de
consagrar o apartar a una persona, lugar u objeto para el servicio de Dios,
pasarlo de la esfera natural - profano a lo sobrenatural - divino, destinarlo
totalmente a lo dimensión de lo sagrado. Aunque debemos tomar en cuenta que
esta práctica no es original del pueblo de Israel, ya que hay datos
antropológicos de otras culturas que usan el aceite de olivo para hacer consagraciones
con la intención religiosas que hemos señalado anteriormente. Por supuesto,
esto no quiere decir que la actividad litúrgica del pueblo de Israel se deba
equiparar a las supersticiones de los pueblos paganos, sino que hay elementos
comunes religiosos entre estos grupos étnicos.[5]
1.2
Nuevo Testamento
Ahora bien, en el Nuevo Testamento se
utiliza el término griego aleijein
que expresa la acción de ungir el cuerpo con
aceite de oliva. Nos damos cuenta de que en el tiempo de Jesús, este el gesto
de ungir, significa hospitalidad y alegría (Lc. 7, 46), respeto, veneración y
bienestar (Mt 26, 6 ss.); también hay un dato curioso, en donde la unción con
aceite de olivo es relacionado con un acontecimiento profético que preveía su
muerte y preparaba su cadáver (Lc 7, 38; Jn 12, 3). Evidentemente, para este
tiempo estaba muy presente la tradición de la esperanza mesiánica, que de hecho
es de una época tardía en la historia de Israel, y ven en la persona de Jesús
el cumplimiento de ella, él es el Cristo, es decir, el Ungido del Señor en él
se resume todo el poder real, sacerdotal y profético que figuraba en el Antiguo
Testamento; en esta línea, aparece el verbo griego criein
(crima-crisma)
que según los estudiosos significa la donación de la fuerza y el espíritu de
Dios para desempeñar una misión específica, y es usado por los hagiógrafos para
describir a Jesús como el Mesías (Lc 4, 18; Hch 4, 27; 10 38; Hb 1, 9; 2 Co 1,
21; 1 Jn 2, 20.27).[6]
2.
El Sentido Teológico del Óleo
El
título de Mesías (ungido) es la expresión más antigua para establecer la
identidad de Jesús, proviene eminentemente de las comunidades judeo-cristianas
que están muy arraigadas a algunas tradiciones de Israel; incluso, el nuevo
testamento se les llama “cristianos”, es decir, seguidores del Mesías. También
hemos de notar que San Pablo nunca se refiere a Jesucristo simplemente por el
nombre de Jesús, sino que siempre asocia el nombre o la persona de Jesús con el
título Cristo. Asimismo, hay evidencia en evangelios que creen que Jesús es el
Mesías, el cual, no rechaza que le llamen como tal, aunque es renuente a
emplearlo en su ministerio público por sus connotaciones políticas (Mc 8, 2; Mc
14 61-62; Jn 4, 25; Mt 26, 63-64; Hechos 11, 26).
También,
el título Mesías se refiere generalmente a la esperanza del resurgimiento de un
futuro rey de Israel que representa la dinastía de David, a través del cual,
Dios establecería su reinado definitivo de paz y prosperidad (Is 7, 14-19; 9,
5-6; Za 9, 9); aunque debemos afirmar, que la tendencia de pensamiento de
muchos judíos moldeaba el acontecimiento mesiánico a una restauración meramente
política sobre todo del pueblo de Israel. Sin embargo, los escritos del Nuevo
Testamento nos proporcionan otra perspectiva, pues, afirman con frecuencia que
Jesucristo es hijo de David en quien se cumple la promesa mesiánica (Rom 1,
2-3; Mc 10, 47-48; Lc 1, 31-33), cuando no hay evidencia histórica de que un
judío haya pretendido ser el Mesías en el pasado, pero la figura mesiánica neotestamentaria
es distinta a lo que muchos esperaban, ya que el reinado que presenta está
vinculado con el sufrimiento, la muerte y la resurrección; efectivamente, los
primeros cristianos tienden a identificar el carácter mesiánico de Jesucristo
con el siervo doliente de Isaías, escogido por Dios para unir e iluminar a
Israel (Is 42, 1-7; Hch 3, 13-14. 18-21;
1 Cor 1, 22.).
Ahora
bien, el titulo Mesías no es sinónimo de divinidad, por lo tanto, no es el más
adecuado, por sí mismo, para comprender a profundidad la Identidad, Palabra y
Misión de Jesús, hace falta la vinculación con los otros títulos Cristológicos
del Nuevo Testamento: Señor, Hijo de Dios y Salvador. Solamente de esta manera
lograremos abstraer el significado verdadero de su mesianidad, que con
seguridad difiere de la mentalidad de los judíos de su tiempo. También, hemos
de tomar en cuenta que este título no dice mucho para la mayoría de los
cristianos de la Iglesia primitiva, debido a su procedencia del paganismo, por
lo cual, están lejos cultural y religiosamente del ámbito judío.
En
este contexto, el gesto de la unción iluminado con la Sagrada Escritura adquiere
un sentido Cristológico, siendo el punto central el principio de la
encarnación.
Ungir
es un gesto que nos vincula con el Mesías de Dios, el Verbo hecho carne; la
intervención oportuna de Dios en la historia de los hombres ha convertido a
algunos frutos de la tierra en signos sensibles que nos otorgan la gracia
invisible, de esta manera se nos remite a una dimensión
cósmica-histórico-salvífica.
Evidentemente,
la Redención toma en cuenta la relación intrínseca e irrenunciable del hombre
con los elementos de la tierra y el Espíritu de Dios. Justamente, el ungir con óleo pertenece al
lenguaje corporal que implica palabra, voz, materia y la acción concreta que
realizan lo que significan. Hablamos de un camino escogido por el mismo Dios
que se revela, caracterizado por lo sensible pero que nos lleva a la esfera de
lo divino, al ámbito de la gracia. Esta dinámica está muy marcada en toda la
historia de la salvación, la revelación divina se ha realizado entre nosotros a
través de hechos y palabras ligadas intrínsecamente entre sí, es la lógica que
la Iglesia sigue para la actualización del misterio de salvación en el aquí y
en el ahora.[7]
Asimismo,
el óleo pertenece a los símbolos de la Nueva Alianza Mesiánica, junto al agua,
al vino y al pan, son signos eficaces que amplían los signos propiamente
sacramentales, realizan la consagración del individuo a Jesucristo, dejan la
marca de la gracia de manera eficaz en el fiel que recibe los sacramentos que
implican el gesto de ungir con aceite de oliva[8].
3.
El Sentido Litúrgico del Óleo
El
óleo pertenece a los elementos naturales de la creación, que de suyo contienen
un valor religioso eficaz y eficiente del culto a Dios y de la santificación de
los hombres, aunque hemos de tener en cuenta que su valor litúrgico es debido
al misterio de la encarnación, es decir, que su dimensión sobrenatural es en
virtud de la misma intervención oportuna de Dios en la historia de la
humanidad, el cual, ha dotado a dichos elementos de la fuerza suficiente para realizar su propia
obra salvadora; también debemos considerar, que está acompañado por el arte de
la Palabra, de los gestos y de las actitudes, lo cual, multiplica su
significado para expresar en el aquí y en el ahora el misterio de Cristo.
3.1
breve reseña histórica de los óleos en la vida de la Iglesia
Ahora
bien, todas las tradiciones cristianas reconocen tres tipos de óleos: el óleo
de los catecúmenos, el Santo Crisma y el óleo de los enfermos; incluso, en el
rito copto se reconoce un cuarto óleo usado para el sacramento del matrimonio[9]. Ya en las colecciones canónicas del siglo III
proponen formularios en donde se contienen la bendición del óleo para los
enfermos, sobre todo se menciona una oración de Hipólito, que Roma conservará para hacer bendecir el aceite al
final de la plegaria eucarística, así como otras tradiciones tanto en oriente
como en occidente hasta el Siglo VI[10]. También algunos estudios
sostienen que en Roma el jueves Santo hay tres misas: la primera de ellas
destinada a reconciliar a los penitentes de la Cuaresma; la segunda era para la
consagración de los Óleos; y la tercera, por la tarde, para celebrar la Última
Cena del Señor[11]. Al pasar algún tiempo existe una sola
Eucaristía para día por la mañana, la Coena Domini, bendiciendo los óleos en
esta única celebración, pero en el año 1955 Papa Pío XII trasladó la
celebración de la Coena Domini para
la tarde del Jueves Santo, por lo que liberó la mañana de ese mismo día, lo que
dio píe para restaurar la misa Crismal, labor que se concluyó en 1970, dotando
para este día un carácter eminentemente sacerdotal y destacando la importancia
mayor que tienen los Santos Óleos y el Santo Crisma[12].
3.2
El Óleos en la Liturgia
a)
El Santo Crisma:
El Santo Crisma es un signo sensible que
representa toda una dimensión cósmica de la historia de la salvación en la
liturgia de la Iglesia. El mismo Dios que ha creado los elementos de la tierra,
los ha utilizado para ir marcando su paso por la historia de la humanidad; en
el caso concreto del aceite de oliva, cobra entre nosotros un sentido
sobrenatural de alegría, purificación, gracia, paz y consagración dentro de la
obra salvadora de Jesucristo. También, es signo de la fuerza del Espiritu
Santo, que en el antiguo testamento consagraba reyes, profetas y sacerdotes, y
ahora es para nosotros un signo de la salvación y vida divina para aquellos que
reciben el bautismo, porque el que son revestidos de una dignidad real,
sacerdotal y profética. El ritual del orden sacerdotal indica que la unción del
Santo Crisma tiene un carácter explicativo; en el caso de la ordenación
presbiteral, lo que se ungen son las manos, y trata de significar el auxilio
que proviene que proviene de Cristo para santificar al pueblo cristiano y para
ofrecer a Dios el sacrificio[13]. Ahora bien, en la ordenación episcopal la
unción es en la cabeza, y trata de significar el derramamiento que Dios ha
hecho sobre el neo-Episcopo con el bálsamo de la unción, a imagen de Aarón en
el nuevo testamento, y que la bendición de Dios le acompaña para hacer germinar
su vida en frutos abundantes[14].
b)
El Óleo de los Catecúmenos:
El Óleo de los catecúmenos es un
signo sensible que representa una dimensión salvífica del cosmos. Tiene un
sentido de fortaleza, sabiduría y gracia que auxilia al cristiano en su caminar
cristiano para que se esfuercen por cumplir su deber de bautizados y luchar
contra el mal, comprendiendo su vida desde el evangelio de Jesucristo, y den a
conocer en el mundo su condición de hijos adoptivos y se alegren por la
redención que ha sido obrada en ellos
c)
El Óleo de los Enfermos:
El Óleo de los enfermos es un signo de la
presencia de Dios que consuela a su pueblo en su caminar, sea ante el dolor de
la enfermedad o la amenaza de la muerte. Entre nosotros tiene un sentido de la
presencia del Espiritu Santo que hace posible la fortaleza y el perdón de los
pecados, el consuelo y la fortaleza que proviene de lo alto, significa la
divina protección. También, significa la presencia y la santificación de Dios
que nos libra de nuestras aflicciones, sufrimientos y enfermedades.
4.
Sentido Pastoral de Óleo:
El signo del óleo y el gesto de ungir son
dos elementos que pueden enriquecer nuestras celebraciones litúrgicas, tanto
como los sacramentos y algunos sacramentales que impliquen estos signos. En
primer lugar, debemos cuidar su belleza, que radica en su pureza y en su olor,
estos aspectos potencian a que les percibamos como signos de la fortaleza y el
vigor que nos comunica el Espíritu Santo y que nos convida a ser en todo lugar
el buen olor de Cristo. En segundo lugar, también debemos velar que siempre
este signo vaya acompañado de la Palabra de Dios, para iluminar y comprender el
acontecimiento salvífico que se está realizando; y por último, el gesto de
ungir tiene que ser verdadero, para que haya una auténtica competencia
celebrativa del rito que se esté celebrando, que pueda ser asequible a los
fieles una experiencia litúrgica que rinda culto a Dios y santifique a su
Iglesia. En este sentido, no podemos reducir a la mediocridad un elemento tan
sencillo pero eficaz en la liturgia que realicemos en nuestra labor pastoral.
CONCLUSIÓN:
La
presencia de los Santos Óleos y del Santo Crisma en la liturgia de la Iglesia
es muy antigua en la historia la Iglesia, detrás de ello hay toda una tradición
con un profundo contenido bíblico, teológico y litúrgico. Esto nos lleva a
pensar que en la práctica sacramentaria son elementos que se deben valorar y
cuidar de manera óptima para no deslucir su capacidad simbólica, lo que a la
larga nos llevaría a bloquear la transmisión del referente sacro del acto
litúrgico que se esté llevando a cabo. Por ejemplo: el presbítero que prescinde
de usar el óleo de los catecúmenos en la celebración del bautismo está privando
a los fieles el captar la dimensión de fortaleza que proviene de cristo y es
transmitida al bautizando. O aquel que administra los sacramentos con un óleo
rancio y sin olor está privando a los fieles de que a través de la belleza y
del buen olor del crisma puedan captar con las mismas categorías el misterio
que se esté celebrando.
La
presencia de los Santo Óleos y del Santo Crisma en la vida sacramental de la
Iglesia son un verdadero acontecimiento salvífico, ya que en la materia del
óleo la liturgia quiere significar el sello de la Nueva alianza que lo hace un
Pueblo sacerdotal, profético y real en el Jesús, el ungido, el Señor. El modo
de relacionarnos con el Misterio no sólo tiene que ir en la línea de querer
obtener algo benéfico a favor nuestro, sino que también sepamos descubrir y
contemplar a través de los signos sensibles el misterio de la salvación de una
manera totalmente desinteresada nos conformamos a él, es decir, la gracia que
esconde el óleo en cuanto elemento celebrativo no se reduce a la mera
comprensión que se tengan de ellos, sino que independiente y objetivamente en
sí mismos contienen la fuerza salvadora que proviene de Dios.
La
presencia de los Santo Óleos y del Santo Crisma son una autentica oportunidad
evangelizadora y catequética, pues ayudan de manera eficaz a profundizar lo
esencial de la fe; así como también ayudan a tomar conciencia de la propia
identidad y misión eclesial, pero sobre todo a comprometerse con ellas, es
decir, si es verdad que estos elementos encierran en sí mismo la fuerza
salvadora de Dios, esto no quiere decir que no tengan que cumplir con el
cometido de transmitir el referente sacro del Misterio Pascual.
[1] Cf. Rosso, S., “Nuevo Diccionario de Liturgia”, 647
[2] Cf. Ibid., Pág. 648
[3] Cf. Kremer, J., “Diccionario enciclopédico de exegesis y
teología bíblica”, 1617-1618.
[4] Cf. Ibid.
[5] Frazer,
J. G., “El Folklore en el Antiguo Testamento”, 314-315
[6] Cf. Kremer, J., “Diccionario enciclopédico de exegesis y teología
bíblica”, 1618; Pierre, J. & Dubs, J.
“Para leer la biblia”, 74.
[7] Cf. Vagaggini, C., El
Sentido Teológico de la Liturgia, 285; Ratzinger,
J., “El Espíritu de la Liturgia”, en Joseph
RATZINGER, Obras completas de
Joseph Ratzinger, tomo XI: Teología de la liturgia, 127; Martimort, A.G., La Iglesia en Oración, 196; Constitución Dogmática “Dei Verbum”.
[9] Cf. Flores, J.J., Los
Sacramentales, bendiciones, exorcismos y dedicación de las iglesias, 173.
[10] Cf. Martimort, A.G., “La Iglesia en Oración”, 683
[11] Cf. Aldazabal, J., El
Triduo Pascual”, 69.
[13] Cf. Conferencia Episcopal Española & Pardo, Andrés. “Ritual
de los Sacramentos”, 4° edición. BAC. España, 1985. Pág. 207
[14] Cf. Ibid., 221.
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