miércoles, 24 de enero de 2018

Diferencia entre cátedra y sede



Pbro. Judá García

En algunas catedrales del mundo sucede un fenómeno curioso en sus presbiterios: o carecen de elementos y lugares necesarios para una correcta celebración litúrgica o están sobrecargados de otros que la oscurecen. Hoy quiero hablar de una de estas carencias: me refiero a una sede en donde un presbítero pueda presidir la eucaristía para diferenciar la cátedra como el lugar celebrativo propio del Obispo; mejor se ponen atriles destinados para las moniciones, cuando este elemento sobrecarga el presbiterio y oscurece la celebración, porque el monitor no es un ministro ordenado ni instituido que tenga que ver necesariamente con la celebración de los sacramentos o sacramentales mayores, además resta atención a los tres puntos focales del presbiterio: la sede, el altar y el ambón.

Pero sigamos con nuestro punto. La diferencia entre sede y cátedra no es solamente jurídica o etimológica, sino que es teológica, por tanto, tiene implicaciones concretas a la hora de celebrar los sacramentos o sacramentales en una catedral. Recordemos que la liturgia es actio de una realidad sacramental, no una abstracción. Esta última afirmación indica que no es los mismo que presida un Obispo o un sacerdote o un diacono o un laico; dependiendo quien sea, así los signos deben representar la realidad sacramental del sujeto que preside la celebración litúrgica.

Joseph Martí y Mario Righetti nos dicen que la catedra (καθεδρα, sedes) es el nombre distintivo y muy antiguo que se le da al asiento del Obispo, signo magisterial, judicial y de gobierno de toda la diócesis y que su origen es apostólico, porque se sabe que los cristianos de los primeros siglos conservaban celosamente las cátedras usadas por los apóstoles y los primeros Obispos, las cuales, eran signos de autoridad y magisterio perennes. Esto con el tiempo se perdió casi por completo, pero el Vaticano II al recuperar la importancia de la presidencia litúrgica se toma importancia al significado sacramental de la cátedra y de la sede.[i]

¿Qué significado teológico tiene la cátedra desde los libros litúrgicos?

 El ceremonial de los Obispos (C.E) N° 42 nos indica tres cualidades o características:

a)                Signo del magisterio: El Obispo sentado en su cátedra es signo de Jesús que, viendo a la muchedumbre, sube al monte y se sienta junto a sus discípulos para tomar la palabra y ponerse a enseñar (Mt 5, 1-2). Entonces la cátedra se convierte en el lugar pedagógico de la Palabra de Dios, en donde se ejerce legítimamente el magisterio vivo de la Iglesia y donde nace la theología prima. Ejemplo de lo que estamos afirmando es la teología patrística, que no nace en un aula universitaria, sino desde una cátedra revestida de autoridad humana y divina.

Otro ejemplo que podemos dar son los datos de la arqueología cristiana. Si, los cristianos a partir del siglo IV en sus basílicas hacían una relación entre los iconos de Jesucristo Pantocrátor (un Cristo hierático, resucitado y triunfante con los evangelios en la mano y dispuesto a enseñar la doctrina divina) puesto en lo alto de sus ábsides con los espacios inferiores del mismo, o sea, con la sede episcopal. Esto nos indica que la cátedra junto a su Obispo se consideraba como un lugar de presencia de Cristo Señor y Maestro.[ii]

Según Martimort, el estar sentado en la celebración litúrgica es signo del doctor que enseña y del jefe que preside y habla a la asamblea. Igualmente, la asamblea al estar sentada para escuchar la predicación del Obispo significaría disposición del corazón para dejarse instruir por la misma palabra de Cristo, como lo hizo María, la hermana de Lázaro, en los relatos evangélicos (Lc 10, 39). Hay que recordar que en los primeros templos cristianos no existían los asientos para la asamblea, pero lo que algunos Obispos hacían era sentar a la asamblea en el suelo mientras él pronunciaba la homilía correspondiente.[iii]

A este respecto, debemos tomar en cuenta la opinión se Joseph Ratzinger, quien nos previene de no confundir el “estar sentados” como disposición de escuchar la Palabra de Dios con el “estar sentado” de algunas corrientes de pensamiento oriental que dicen que el “sentarse” es el signo de la “flor de loto” y la mejor forma de meditar. El error es evidente: mientras que la disposición a la instrucción de Cristo es una apertura a lo trascedente, la meditación de las corrientes orientales es un repliegue hacia la propia inmanencia.[iv]

Otra observación que podemos hacer es que el C.E en el N° 142 dice que el Obispo puede pronunciar la homilía desde la cátedra (que es lo más adecuado simbólicamente) con báculo y mitra. El báculo es signo de su potestad para regir al pueblo a él encomendado, esto puede indicar que el Obispo enseña la doctrina divina con la debida y necesaria autoridad de Cristo y de la Iglesia (magisterio episcopal) y la mitra es signo del deseo de alcanzar la santidad, o sea, en su contexto homilético ser el primero tiene que ser el primero en imitar lo que predica; más de alguno ha dicho que la misma forma triangular de la mitra es símbolo de la Santísima Trinidad, donde la misma vida cristiana apunta como meta final.

En el Pontifical Romano encontramos en el rito de ordenación de los Obispos un signo que nos ayuda a entender el ministerio de la predicación episcopal: primero, el Obispo ordenante principal impone sobre la cabeza del elegido el libro de los Evangelios abierto mientras reza la plegaria de ordenación; segundo, como rito explicativo el neo Episcopo  recibe en sus manos el libro de los  Evangelio con las siguientes palabras: Recibe el evangelio, y proclama la Palabra de Dios con deseo de instruir y con toda paciencia. A partir de esta luz que nos dan los ritos podemos decir que el Obispo sentado en cátedra es el signo del gran Catequsta de la diócesis, el cual, ha configurado su mente y su corazón con los valores del reino de Dios y del evangelio (metanoia); y, cómo decía el beato Óscar Romero, sería un lugar sacramental en donde el pueblo de Dios se apiña junto a su Obispo y su presbiterio esperando ser instruido en las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia, misión principal del ministerio apostólico.  

b)               Signo de la potestad del pastor de la Iglesia: el Obispo junto a su cátedra es signo de Jesucristo, el buen pastor que apacienta a su grey (Jn 10, 11).  Desde la cátedra el Obispo dialoga con la grey amada del Señor diciendo: el Señor esté con ustedes (vosotros); los fieles congregados responden: y con tu espíritu; esta respuesta de la asamblea se refiere al espíritu que al Obispo le fue infundido en su ordenación episcopal: el Espíritu de gobierno que el Padre le dio a su amado Hijo Jesucristo. Esto quiere decir que la liturgia episcopal es el momento en donde claramente se manifiesta el gran misterio de la Iglesia, o sea, el Pastor que reúne al pueblo de Dios en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

También, el Obispo desde su catedra es signo del buen pastor que cura, alimenta y fortalece a las ovejas cuando administra desde allí los sacramentos de la Penitencia (C.E N° 624;630), la Confirmación (C.E N° 457), el Orden (C.E N° 493; 496; 520, f; 523; 570; 589) o cuando preside desde el mismo lugar algunos sacramentales mayores como lo es la bendición de un abad  o abadesa (C.E N° 679; 698); o la consagración de vírgenes (C.E N° 723); o la profesión de religiosos (as) (C.E N° 752; 773; o la institución de lectores y de acólitos (C.E N° 793). Podemos decir que desde la presidencia litúrgica de los sacramentos y sacramentales el Obispo es signo del ministerio pastoral de Jesucristo, o sea, pastor de la Iglesia de Dios. que cuida a todo el rebaño con la fuerza del Espiritu Santo (Cf. P.R, rito explicativo de la entrega del báculo al neo Episcopo).

c)                 Signo de unidad de los creyentes: S.C N° 41 nos recuerda que el Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de la grey del Señor, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vide cristiana de los fieles, por la liturgia es una acción del Cristo total (cabeza y cuerpo); por esta razón, como lo dice el C.E N° 18: “en toda comunidad de altar”, congregada “bajo el sagrado ministerio del Obispo”, se manifiesta “el símbolo de aquella caridad y unidad del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”. Este signo de unidad es claro en los siguientes momentos litúrgicos; Primero, cuando el Obispo hace la eucología correspondiente desde la cátedra, nos referimos a la oración colecta en donde hace la invitación a la asamblea a orar y luego recoge esas intenciones para elevarlas al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Pero ¿en qué está el signo de unidad?  En que cuando hace la oración ya no es la oración de todos y cada uno, sino una sola oración, la de Cristo presente el Obispo que preside la Eucaristía. También, tenemos la oración post comunión en donde el Obispo ora para que Dios nos conceda pasar de la lex celebrandi a lex viviendi. Segundo, desde la cátedra el obispo bendice a toda la asamblea y les da el mandato misionero: podéis ir en paz para que la Iglesia sea el Cuerpo de Cristo que camina en la historia. Y tercero, desde la cátedra el Obispo y la asamblea profesan el Credo como respuesta a la Palabra de Dios proclamada y predicada.

Ahora bien, teológicamente hablando ¿en qué se diferencia la sede de la cátedra?

Los libros litúrgicos cuando hablan de la sede se refieren al lugar desde donde el presbítero preside algunos sacramentos, sacramentales y liturgia de las horas, dando la sensación de que no hay diferencias teológicas con la cátedra. Pero en realidad no son lo mismo, lo explicamos a continuación.

Históricamente hablando, los primeros que ocuparon un lugar preferencial en la celebración litúrgica fueron los apóstoles; luego este lugar evoluciona hasta convertirse en la cátedra episcopal, la cual, será entendida a modo de otras sedes de dignidades civiles o judiciales de su tiempo, sin perder de vista que era un lugar que representaba su misión y autoridad apostólica; de esta manera, el lugar donde estaba la cátedra del obispo se llegó a considerar la madre (catedral) de todas las iglesias que estaban en el territorio que se le había encomendado. Al parecer, hacia el siglo V, en occidente la cátedra se ubica al centro del ábside del templo, junto a él está el syntronos ( syntronos), que era una especie de banco en donde los presbíteros se sentaban junto al obispo.

Pero con el tiempo la cátedra desapareció, porque el presbítero era el único ministro de la celebración litúrgica y el ritmo celebrativo no permitía que el sacerdote se sentara. Sin embargo, el misal de Pío V permitía que, en algunas celebraciones solemnes, en donde el sacerdote era asistido por otros ministros, el celebrante se pudiera sentar. En este momento nacen las famosas sede de tres asientos, en donde se sentaba el presbítero, el diacono y el subdiácono, pero hemos de aclarar que su significado era funcional (para descansar, no era teológico; incluso, en algunos lugares esa sede se convirtió en un lugar de asistencia honorifica, con estilo de un trono principesco para ciertas dignidades eclesiásticas.

El Concilio Vaticano II, en S.C 7, al redescubrir la importancia de la presidencia de la asamblea litúrgica tiene como consecuencia lógica la recuperación de un espacio sacramental en donde el propio Cristo preside la celebración litúrgica en la persona del ministro. Esto significará la superación de una concepción meramente funcional de la sede, dotándole de todo un sentido teológico. La O.G.M.R 310 dice lo siguiente: La sede del sacerdote debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración. En este sentido, se recomienda que la sede debe apartarse todo aspecto de trono principesco, estar visible para la asamblea y ser dotado por una noble sencillez.

En el C.E 47 al hablar del presbiterio de la catedral se dice lo siguiente: la sede para el presbítero celebrante prepárese en un lugar diverso. Pues no es una cuestión meramente administrativa o funcional, sino que la razón es obvia: la sede a la que nosotros ya estamos acostumbrados a ver es un verdadero espacio sacramental en donde el presbítero como verdadero sacerdote del Nuevo Testamento es signo de Cristo Rey, Cabeza y Pastor (In persona Christi Capitis) que preside al pueblo de Dios en sus celebraciones litúrgica. Pero el ejercicio de su sacerdocio no es per se, sino en virtud de la comunión y el placet del ministerio apostólico del Obispo; mientras tanto, el Obispo ejerce el sacerdocio per se en virtud del ministerio y misión apostólica del que participa plenamente. Por esta razón, en el mundo de los signos liturgico, se debe poner en claro esa realidad sacramental inherente a cada ministro que preside una celebración litúrgica.

¿Cuáles son las consecuencias prácticas?

1.     La cátedra debe estar en un lugar visible; debe evitarse cualquier aspecto de trono principesco y debe estar dotado de una noble sencillez. También, hay que evitar cualquier tipo de baldaquino sobre él o cualquier tendencia barroca del asiento triple aterciopelado (la sede debe ser una sola pieza y debe distinguirse de los demás asientos del presbiterio).

2.     Cuando el obispo residencial no está en la celebración litúrgica, la cátedra debe permanecer vacía, como signo claro de su ausencia o impedimento. A menos que, quien celebre, sea un obispo diferente y esté debidamente autorizado.

3.     En la catedral de las diferentes diócesis debe preparase una sede para que presida las celebraciones litúrgicas un presbítero, evitándose algún parecido con la cátedra que deberá estar vacía, pues, no es lítico que un presbiterio se siente en ella, ya que su realidad sacramental no corresponde con la de un obispo. Ésta puede ser móvil.


[i] Cf. Martí Bonet, Joseph M., Sacra antiqua, diccionario lustrado de términos del patrimonio artístico y cultural de la Iglesia, Barcelona 2015, 209; Righetti, Mario, Historia de la liturgia, Tomo I, Madrid 2013, 204.
[ii] Cf. Iñiguez Herrero, José Antonio, Arqueología cristiana, Pamplona 2009.156-161.
[iii] Cf. Martimort, La Iglesia en oración, Barcelona 1992, 204.
[iv] Cf. Ratzinger, Joseph, IV La figura litúrgica, en Ratzinger, J., Obras completas de Joseph Ratzinger, tomo XI, Teología de la Liturgia, Madrid 2012. 113-115.

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