Pbro. Judá García
En
algunas catedrales del mundo sucede un fenómeno curioso en sus presbiterios: o carecen
de elementos y lugares necesarios para una correcta celebración litúrgica o
están sobrecargados de otros que la oscurecen. Hoy quiero hablar de una de
estas carencias: me refiero a una sede en donde un presbítero pueda presidir la
eucaristía para diferenciar la cátedra como el lugar celebrativo propio del Obispo;
mejor se ponen atriles destinados para las moniciones, cuando este elemento
sobrecarga el presbiterio y oscurece la celebración, porque el monitor no es un
ministro ordenado ni instituido que tenga que ver necesariamente con la
celebración de los sacramentos o sacramentales mayores, además resta atención a
los tres puntos focales del presbiterio: la sede, el altar y el ambón.
Pero
sigamos con nuestro punto. La diferencia entre sede y cátedra no es solamente
jurídica o etimológica, sino que es teológica, por tanto, tiene implicaciones
concretas a la hora de celebrar los sacramentos o sacramentales en una
catedral. Recordemos que la liturgia es actio
de una realidad sacramental, no una abstracción. Esta última afirmación
indica que no es los mismo que presida un Obispo o un sacerdote o un diacono o
un laico; dependiendo quien sea, así los signos deben representar la realidad
sacramental del sujeto que preside la celebración litúrgica.
Joseph
Martí y Mario Righetti nos dicen que la catedra (καθεδρα, sedes) es
el nombre distintivo y muy antiguo que se le da al asiento del Obispo, signo
magisterial, judicial y de gobierno de toda la diócesis y que su origen es
apostólico, porque se sabe que los cristianos de los primeros siglos
conservaban celosamente las cátedras usadas por los apóstoles y los primeros Obispos,
las cuales, eran signos de autoridad y magisterio perennes. Esto con el tiempo
se perdió casi por completo, pero el Vaticano II al recuperar la importancia de
la presidencia litúrgica se toma importancia al significado sacramental de la
cátedra y de la sede.[i]
¿Qué significado
teológico tiene la cátedra desde los libros litúrgicos?
El ceremonial de los Obispos (C.E) N° 42 nos
indica tres cualidades o características:
a)
Signo
del magisterio: El Obispo sentado en su cátedra es signo
de Jesús que, viendo a la muchedumbre, sube al monte y se sienta junto a sus
discípulos para tomar la palabra y ponerse a enseñar (Mt 5, 1-2). Entonces la
cátedra se convierte en el lugar pedagógico de la Palabra de Dios, en donde se
ejerce legítimamente el magisterio vivo de la Iglesia y donde nace la theología prima. Ejemplo de lo que
estamos afirmando es la teología patrística, que no nace en un aula
universitaria, sino desde una cátedra revestida de autoridad humana y divina.
Otro ejemplo que podemos
dar son los datos de la arqueología cristiana. Si, los cristianos a partir del
siglo IV en sus basílicas hacían una relación entre los iconos de Jesucristo Pantocrátor (un Cristo hierático,
resucitado y triunfante con los evangelios en la mano y dispuesto a enseñar la
doctrina divina) puesto en lo alto de sus ábsides con los espacios inferiores
del mismo, o sea, con la sede episcopal. Esto nos indica que la cátedra junto a
su Obispo se consideraba como un lugar de presencia de Cristo Señor y Maestro.[ii]
Según
Martimort, el estar sentado en la celebración litúrgica es signo del doctor que
enseña y del jefe que preside y habla a la asamblea. Igualmente, la asamblea al
estar sentada para escuchar la predicación del Obispo significaría disposición
del corazón para dejarse instruir por la misma palabra de Cristo, como lo hizo
María, la hermana de Lázaro, en los relatos evangélicos (Lc 10, 39). Hay que
recordar que en los primeros templos cristianos no existían los asientos para
la asamblea, pero lo que algunos Obispos hacían era sentar a la asamblea en el
suelo mientras él pronunciaba la homilía correspondiente.[iii]
A
este respecto, debemos tomar en cuenta la opinión se Joseph Ratzinger, quien
nos previene de no confundir el “estar sentados” como disposición de escuchar
la Palabra de Dios con el “estar sentado” de algunas corrientes de pensamiento
oriental que dicen que el “sentarse” es el signo de la “flor de loto” y la
mejor forma de meditar. El error es evidente: mientras que la disposición a la
instrucción de Cristo es una apertura a lo trascedente, la meditación de las
corrientes orientales es un repliegue hacia la propia inmanencia.[iv]
Otra
observación que podemos hacer es que el C.E en el N° 142 dice que el Obispo
puede pronunciar la homilía desde la cátedra (que es lo más adecuado
simbólicamente) con báculo y mitra. El báculo es signo de su potestad para
regir al pueblo a él encomendado, esto puede indicar que el Obispo enseña la
doctrina divina con la debida y necesaria autoridad de Cristo y de la Iglesia
(magisterio episcopal) y la mitra es signo del deseo de alcanzar la santidad, o
sea, en su contexto homilético ser el primero tiene que ser el primero en
imitar lo que predica; más de alguno ha dicho que la misma forma triangular de
la mitra es símbolo de la Santísima Trinidad, donde la misma vida cristiana
apunta como meta final.
En
el Pontifical Romano encontramos en el rito de ordenación de los Obispos un
signo que nos ayuda a entender el ministerio de la predicación episcopal:
primero, el Obispo ordenante principal impone sobre la cabeza del elegido el libro
de los Evangelios abierto mientras reza la plegaria de ordenación; segundo,
como rito explicativo el neo Episcopo recibe
en sus manos el libro de los Evangelio con
las siguientes palabras: Recibe el
evangelio, y proclama la Palabra de Dios con deseo de instruir y con toda
paciencia. A partir de esta luz que nos dan los ritos podemos decir que el Obispo
sentado en cátedra es el signo del gran Catequsta de la diócesis, el cual, ha
configurado su mente y su corazón con los valores del reino de Dios y del
evangelio (metanoia); y, cómo decía el beato Óscar Romero, sería un lugar
sacramental en donde el pueblo de Dios se apiña junto a su Obispo y su
presbiterio esperando ser instruido en las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia,
misión principal del ministerio apostólico.
b)
Signo
de la potestad del pastor de la Iglesia: el Obispo junto a su
cátedra es signo de Jesucristo, el buen pastor que apacienta a su grey (Jn 10, 11).
Desde la cátedra el Obispo dialoga con
la grey amada del Señor diciendo: el
Señor esté con ustedes (vosotros); los fieles congregados responden: y con tu espíritu; esta respuesta de la
asamblea se refiere al espíritu que al Obispo le fue infundido en su ordenación
episcopal: el Espíritu de gobierno que el Padre le dio a su amado Hijo
Jesucristo. Esto quiere decir que la liturgia episcopal es el momento en donde
claramente se manifiesta el gran misterio de la Iglesia, o sea, el Pastor que
reúne al pueblo de Dios en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.
También, el Obispo desde
su catedra es signo del buen pastor que cura, alimenta y fortalece a las ovejas
cuando administra desde allí los sacramentos de la Penitencia (C.E N° 624;630),
la Confirmación (C.E N° 457), el Orden (C.E N° 493; 496; 520, f; 523; 570; 589)
o cuando preside desde el mismo lugar algunos sacramentales mayores como lo es
la bendición de un abad o abadesa (C.E
N° 679; 698); o la consagración de vírgenes (C.E N° 723); o la profesión de
religiosos (as) (C.E N° 752; 773; o la institución de lectores y de acólitos
(C.E N° 793). Podemos decir que desde la presidencia litúrgica de los
sacramentos y sacramentales el Obispo es signo del ministerio pastoral de
Jesucristo, o sea, pastor de la Iglesia de Dios. que cuida a todo el rebaño con
la fuerza del Espiritu Santo (Cf. P.R, rito explicativo de la entrega del
báculo al neo Episcopo).
c)
Signo
de unidad de los creyentes: S.C N° 41 nos recuerda que el Obispo
debe ser considerado como el gran sacerdote de la grey del Señor, de quien
deriva y depende, en cierto modo, la vide cristiana de los fieles, por la
liturgia es una acción del Cristo total (cabeza y cuerpo); por esta razón, como
lo dice el C.E N° 18: “en toda comunidad de altar”, congregada “bajo el sagrado
ministerio del Obispo”, se manifiesta “el símbolo de aquella caridad y unidad
del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”. Este signo de unidad
es claro en los siguientes momentos litúrgicos; Primero, cuando el Obispo hace
la eucología correspondiente desde la cátedra, nos referimos a la oración colecta en donde hace la
invitación a la asamblea a orar y luego recoge esas intenciones para elevarlas
al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Pero ¿en qué está el signo de
unidad? En que cuando hace la oración ya
no es la oración de todos y cada uno, sino una sola oración, la de Cristo
presente el Obispo que preside la Eucaristía. También, tenemos la oración post comunión en donde el Obispo ora
para que Dios nos conceda pasar de la lex
celebrandi a lex viviendi.
Segundo, desde la cátedra el obispo bendice a toda la asamblea y les da el
mandato misionero: podéis ir en paz
para que la Iglesia sea el Cuerpo de Cristo que camina en la historia. Y
tercero, desde la cátedra el Obispo y la asamblea profesan el Credo como
respuesta a la Palabra de Dios proclamada y predicada.
Ahora bien,
teológicamente hablando ¿en qué se diferencia la sede de la cátedra?
Los
libros litúrgicos cuando hablan de la sede se refieren al lugar desde donde el
presbítero preside algunos sacramentos, sacramentales y liturgia de las horas,
dando la sensación de que no hay diferencias teológicas con la cátedra. Pero en
realidad no son lo mismo, lo explicamos a continuación.
Históricamente
hablando, los primeros que ocuparon un lugar preferencial en la celebración
litúrgica fueron los apóstoles; luego este lugar evoluciona hasta convertirse
en la cátedra episcopal, la cual, será entendida a modo de otras sedes de
dignidades civiles o judiciales de su tiempo, sin perder de vista que era un
lugar que representaba su misión y autoridad apostólica; de esta manera, el
lugar donde estaba la cátedra del obispo se llegó a considerar la madre
(catedral) de todas las iglesias que estaban en el territorio que se le había
encomendado. Al parecer, hacia el siglo V, en occidente la cátedra se ubica al
centro del ábside del templo, junto a él está el syntronos ( syntronos),
que era una especie de banco en donde los presbíteros se sentaban junto al
obispo.
Pero
con el tiempo la cátedra desapareció, porque el presbítero era el único
ministro de la celebración litúrgica y el ritmo celebrativo no permitía que el
sacerdote se sentara. Sin embargo, el misal de Pío V permitía que, en algunas
celebraciones solemnes, en donde el sacerdote era asistido por otros ministros,
el celebrante se pudiera sentar. En este momento nacen las famosas sede de tres
asientos, en donde se sentaba el presbítero, el diacono y el subdiácono, pero
hemos de aclarar que su significado era funcional (para descansar, no era
teológico; incluso, en algunos lugares esa sede se convirtió en un lugar de
asistencia honorifica, con estilo de un trono principesco para ciertas
dignidades eclesiásticas.
El
Concilio Vaticano II, en S.C 7, al redescubrir la importancia de la presidencia
de la asamblea litúrgica tiene como consecuencia lógica la recuperación de un
espacio sacramental en donde el propio Cristo preside la celebración litúrgica
en la persona del ministro. Esto significará la superación de una concepción
meramente funcional de la sede, dotándole de todo un sentido teológico. La
O.G.M.R 310 dice lo siguiente: La sede
del sacerdote debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de
moderador de la oración. En este sentido, se recomienda que la sede debe
apartarse todo aspecto de trono principesco, estar visible para la asamblea y
ser dotado por una noble sencillez.
En
el C.E 47 al hablar del presbiterio de la catedral se dice lo siguiente: la sede para el presbítero celebrante
prepárese en un lugar diverso. Pues no es una cuestión meramente
administrativa o funcional, sino que la razón es obvia: la sede a la que
nosotros ya estamos acostumbrados a ver es un verdadero espacio sacramental en
donde el presbítero como verdadero sacerdote del Nuevo Testamento es signo de
Cristo Rey, Cabeza y Pastor (In persona
Christi Capitis) que preside al pueblo de Dios en sus celebraciones
litúrgica. Pero el ejercicio de su sacerdocio no es per se, sino en virtud de la comunión y el placet del ministerio apostólico del Obispo; mientras tanto, el
Obispo ejerce el sacerdocio per se en
virtud del ministerio y misión apostólica del que participa plenamente. Por
esta razón, en el mundo de los signos liturgico, se debe poner en claro esa
realidad sacramental inherente a cada ministro que preside una celebración
litúrgica.
¿Cuáles
son las consecuencias prácticas?
1.
La cátedra debe estar en un lugar visible;
debe evitarse cualquier aspecto de trono principesco y debe estar dotado de una
noble sencillez. También, hay que evitar cualquier tipo de baldaquino sobre él
o cualquier tendencia barroca del asiento triple aterciopelado (la sede debe
ser una sola pieza y debe distinguirse de los demás asientos del presbiterio).
2.
Cuando el obispo residencial no está en la
celebración litúrgica, la cátedra debe permanecer vacía, como signo claro de su
ausencia o impedimento. A menos que, quien celebre, sea un obispo diferente y
esté debidamente autorizado.
3.
En la catedral de las diferentes diócesis
debe preparase una sede para que presida las celebraciones litúrgicas un
presbítero, evitándose algún parecido con la cátedra que deberá estar vacía,
pues, no es lítico que un presbiterio se siente en ella, ya que su realidad
sacramental no corresponde con la de un obispo. Ésta puede ser móvil.
[i] Cf. Martí Bonet, Joseph M., Sacra
antiqua, diccionario lustrado de términos del patrimonio artístico y cultural
de la Iglesia, Barcelona 2015, 209;
Righetti, Mario, Historia de la liturgia, Tomo I, Madrid 2013, 204.
[ii]
Cf. Iñiguez Herrero, José Antonio, Arqueología cristiana, Pamplona 2009.156-161.
[iii] Cf.
Martimort, La Iglesia en oración,
Barcelona 1992, 204.
[iv] Cf. Ratzinger, Joseph, IV
La figura litúrgica, en Ratzinger,
J., Obras completas de Joseph
Ratzinger, tomo XI, Teología de la Liturgia, Madrid 2012. 113-115.
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