El Lenguaje de la Liturgia (IX)
(A. Hoese)
Entre los signos más importantes de la Liturgia tenemos los Sacramentos, que “son signos sensibles y eficaces de la
gracia” [CC, 224]. Algunos signos sacramentales provienen del mundo creado
(luz, agua, fuego, pan, vino, aceite); otros, de la vida social (lavar, ungir,
partir el pan); otros de la historia de la salvación en la Antigua Alianza
(los ritos pascuales, los sacrificios, la imposición de manos, las
consagraciones). Estos signos, algunos de los cuales son normativos e
inmutables, asumidos por Cristo, se convierten en portadores de la acción salvífica y de santificación [CC, 237].
La señal es un tipo de signo
que tiene por finalidad cambiar u originar una reacción en quién la percibe.
Así, por ejemplo, tenemos las señales de tránsito; o cuando los judíos pedían
pruebas de la misión mesiánica de Jesús, le pedían ‘una señal’ (cfr. Mt. 12,
38.39). La Confirmación se realiza con la imposición de manos del ministro
ordenado, diciendo al confirmando: “recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”.
El gesto fundamental de la oración del cristiano es, y seguirá siendo,
la señal de la cruz. Es una profesión de fe en Cristo Crucificado,
expresada corporalmente según las palabras programáticas de San Pablo:
‘Nosotros predicamos a Cristo crucificado…’ (1 Cor, 23ss). Santiguarse es un sí
visible y público a Aquél que ha sufrido por nosotros, a Aquél que hizo visible
en su cuerpo el amor de Dios llevado hasta el extremo. Es también una profesión
de fe en el Dios Trinidad, y con ello recuerdo del Bautismo, cuando usamos
además el agua bendita. Es, en definitiva, el rasgo distintivo del cristiano,
cuyo origen se remonta al judaísmo (Ez. 9, 4ss) [cfr. EL, Parte IV Cap II].