lunes, 24 de julio de 2017

El Lenguaje de la Liturgia (IX)
(A. Hoese)

Entre los signos más importantes de la Liturgia tenemos los Sacramentos, que “son signos sensibles y eficaces de la gracia” [CC, 224]. Algunos signos sacramentales provienen del mundo creado (luz, agua, fuego, pan, vino, aceite); otros, de la vida social (lavar, ungir, partir el pan); otros de la historia de la salvación en la Antigua Alianza (los ritos pascuales, los sacrificios, la imposición de manos, las consagraciones). Estos signos, algunos de los cuales son normativos e inmutables, asumidos por Cristo, se convierten en portadores de la acción salvífica y de santificación [CC, 237].

La señal es un tipo de signo que tiene por finalidad cambiar u originar una reacción en quién la percibe. Así, por ejemplo, tenemos las señales de tránsito; o cuando los judíos pedían pruebas de la misión mesiánica de Jesús, le pedían ‘una señal’ (cfr. Mt. 12, 38.39). La Confirmación se realiza con la imposición de manos del ministro ordenado, diciendo al confirmando: “recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”.

El gesto fundamental de la oración del cristiano es, y seguirá siendo, la señal de la cruz. Es una profesión de fe en Cristo Crucificado, expresada corporalmente según las palabras programáticas de San Pablo: ‘Nosotros predicamos a Cristo crucificado…’ (1 Cor, 23ss). Santiguarse es un sí visible y público a Aquél que ha sufrido por nosotros, a Aquél que hizo visible en su cuerpo el amor de Dios llevado hasta el extremo. Es también una profesión de fe en el Dios Trinidad, y con ello recuerdo del Bautismo, cuando usamos además el agua bendita. Es, en definitiva, el rasgo distintivo del cristiano, cuyo origen se remonta al judaísmo (Ez. 9, 4ss) [cfr. EL, Parte IV Cap II].
DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Sabiduría 12, 13. 16-19
Salmo 85
Romanos 8, 26-27
Mateo 13, 24-34

En los últimos años me han impactado el suicidio de dos hombres del mundo del cine y de la música que los tenían todo: familia, dinero y fama. No digo sus nombres por respeto a su memoria y por porque no sería justo sacar ventaja de circunstancias tan trágicas.

En la antífona de entrada de este domingo nos habla del fundamento de nuestra vida: El Señor es el sostén de mi vida. Esto debería ubicarnos en la vida, porque corremos el riesgo de fundar la existencia en lo superfluo: no es el dinero, el placer o el poder lo que dan la felicidad, ya que no son fines sino medios para alcanzar un bien mayor; cuando éstos le quitan el lugar a Dios, entonces comienza la decadencia de la humanidad.

Por otra parte, Estoy seguro de que más de alguna vez han escuchado la pregunta: ¿por qué el mal en el mundo? ¿por qué el mal en la Iglesia? La pregunta es justa, buena y necesaria. Lo errado son las respuestas diversas. Escuchamos de todo: aberraciones blasfemas contra Dios y visiones erradas de la Iglesia.  La Palabra de Dios de este domingo, con la parábola del trigo y la cizaña, nos lo explica todo.

El beato Óscar Romero se hace la pregunta: ¿Por qué entonces hay tanta maldad? Porque los ha corrompido la mala inclinación del corazón humano y necesitan purificación (23/07/1978). Según su pensamiento, todo ser humano tiene la vocación a ser imagen de Dios, por lo tanto, a la bondad y a la santidad: Dios ha sembrado buena semilla en el corazón de cada uno de nosotros. 

Pero… ¿y la cizaña? Jesús nos lo explica: El trigo son ciudadanos del Reino y la cizaña son los seguidores del maligno. Entonces ¿Dios quiere un mundo dividido entre buenos y malos? El beato Óscar responde: Dios ha sembrado bondad. Ningún niño ha nacido malo. Todos hemos sido llamados a la santidad (…) (pero) El hombre dejó que creciera en su corazón la maleza, las malas compañías, las malas inclinaciones, los vicios.

Esta reflexión con respecto al mundo bueno creado por Dios, pero corrompido por el pecado. ¿y el mal en la Iglesia? El beato Óscar nos ayuda a una buena reflexión:

Esta es la parábola del trigo y la cizaña y esto nos debe llevar también queridos hermanos, a comprender el misterio de iniquidad que también se opera en la Iglesia. Que la Iglesia no es la siembra del trigo de Dios. Los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los laicos, los matrimonios, los jóvenes, los colegios católicos, ¿no debían de ser todos ellos santos? Claro que sí. ¿Lo son? Tristemente tenemos que decir no. Entonces, ¿la Iglesia es falsa? Tampoco. Si hay una Iglesia que se quiera gloriar de tener a todos sus miembros santos, no será la Iglesia verdadera, porque Cristo ha dicho que su Iglesia se parece al campo donde fructifica el trigo y la cizaña. Mientras vivimos en esta Iglesia peregrina, tenemos que estar juntos: trigo y cizaña.

La primera lectura nos ayuda a completar el evangelio: en el pecado das lugar al arrepentimiento. En la Iglesia siempre existirá el trigo y la cizaña, no debe extrañarnos los escándalos que provocan los bautizados, tampoco debemos conformarnos: Pero no para perdernos todos en cizaña, sino para que la cizaña se vaya haciendo trigo y cuando llega la hora, todos podamos ser ciudadanos del Reino de Dios y todos podamos fulgurar como soles en el Reino del Padre. Este es el destino de los bautizados según San Juan Crisóstmo. 

Cuando participemos del altar del Señor el Señor nos conceda ser trigo bueno, o sea, pasar de una vida de pecado a una vida nueva en la gracia de Dios. Feliz domingo. 

sábado, 15 de julio de 2017

El Lenguaje de la Liturgia (VIII)
Por A. Hoese

Los ritos de la Liturgia Romana están impregnados de símbolos, signos y señales, los que junto a los gestos y actitudes personales, realizan la obra de salvación mediante la glorificación de Dios y la santificación del hombre.

Un símbolo es una alegoría de una realidad abstracta, que evoca valores y sentimientos. Así, por ejemplo, una bandera es un ‘símbolo patrio’ que remite al concepto de ‘patria’; o una paloma blanca con un ramo de olivo en el pico remite al concepto de ‘paz’.

Entre los principales elementos y símbolos litúrgicos que emplea la Iglesia, encontramos:

·       El agua, que simboliza vida, nuevo nacimiento, Espíritu Santo. Se usa en el Bautismo, en las aspersiones, exequias y en la Eucaristía.

·       La luz, símbolo de la presencia divina y de fiesta, se usa en el Bautismo y en la Vigilia pascual.

·       El fuego, como resurrección de Cristo y Espíritu Santo, se emplea en la Vigilia pascual y en la dedicación del altar.

·       El incienso, como honor y alabanza, se usa en las exequias, procesiones, Eucaristía, culto eucarístico y dedicación del altar.

·       Los perfumes son símbolos de la oración, presencia del Cristo Esposo, se emplean en la dedicación del altar, en la misa crismal y en las crismaciones.

·       El pan y el vino, alimentos y ofrenda, se usan en la Eucaristía.

·       El aceite, simbolizando curación, fortaleza y posesión por el Espíritu, tiene su uso en el óleo catecumenal y en el óleo de los enfermos y Santo Crisma.

·       El cirio simboliza a Cristo resucitado, la luz sin ocaso. Su empleo es propio en la Vigilia pascual, tiempo pascual, Bautismo y exequias.

·       La fuente bautismal, que es la Iglesia y su seno, está dispuesta para el Bautismo.

·       La diversidad de colores en las vestiduras sagradas, que tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente, tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico. [IGMR 345].

·       La ceniza, las campanas, etc.

Un signo es una realidad material, llamado ‘significante’, que se percibe gracias a los sentidos y que remite a una realidad inmaterial llamada ‘significado’. Así, por ejemplo, el signo de la Cruz remite a la Salvación de Cristo mediante su Pasión, Muerte y Resurrección.

Mientras que el símbolo es solo una representación, el signo realiza mediante su percepción sensible el significado que representa. Así, la bandera de una nación es una representación de la Patria, pero no es la Patria en sí; mientras que el signo sensible de trazar la cruz en una bendición, realiza la realidad inmaterial de bendecir.
DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

ISAÍAS  55, 10-11
SALMO 64
ROMANOS 8, 18-23
MATEO 13, 1-23

En nuestra sociedad estamos viviendo una espiritualidad de lo efímero: todo es temporal y frágil. Por esta razón no hay promesas para toda la vida, no hay compromisos permanentes y la lealtad a los principios es algo que ya pasó de moda. Por ejemplo: el alto índices de divorcios (civiles) o de nulidades matrimoniales; o, la falta de fidelidad a la vocación cristiana o especifica; o, el decaimiento de sistemas de evangelización en algunas parroquias. Ya no se diga los altos índices de corrupción en la sociedad civil.

La antífona de entrada de este domingo comienza hablando de la fidelidad, la cual, es una de las características del hombre de Dios. La alianza con el Dios vivo y verdadero siempre exige que el hombre abandone los ídolos y se dedique servir él y su familia al Señor. No hay espacio para lo ídolos. Esta actitud del corazón tiene como finalidad contemplar la gloria de Dios. Recordemos: “La gloria de Dios es que el hombre viva; y, la gloria del hombre es la contemplación de Dios. La fidelidad a Dios tiene que traducirse también en una actitud vivida a todos los niveles de nuestra existencia: responsabilidad y compromisos serán claves en este contexto.

La infidelidad es sinónimo de incoherencia. Es el gran mal de muchos de nosotros los cristianos católicos: tenemos a Cristo en la boca, pero nuestras acciones demuestran que somos presa de la soberbia del pecado. Esa incoherencia es mal testimonio en contra del nombre “cristiano” y hace poco creíble el evangelio, porque nos convertimos en una mentira viviente: lo que algunos llaman una esquizofrenia espiritual.

Pero en la oración colecta de este domingo se nos presenta la Imagen de Dios como esplendor de la verdad. Nos insinúa aquella cita de 1 de Tim 2, 4: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Siempre podemos contar con la luz divina, sobre todo en aquellos momentos en que nos encontramos en la oscuridad del error, el pecado, el sufrimiento y la muerte. Hoy pedimos que esa luz divina aparte de nosotros los hijos de Dios todo aquello que pueda manchar el buen nombre de cristiano.

Hemos escuchado en muchas ocasiones una pregunta: ¿Por qué Dios se queda callado ante el mal del mundo? Aunque la pregunta estaría mejor formulada de la siguiente manera: ¿Por qué el mundo no escucha los gritos de Dios? Efectivamente, Dios ha entrado en dialogo amoroso con el mundo (Verbum Domini 6).  Jesucristo es la gran respuesta al mal del mundo, pero vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11). Las lecturas de este domingo nos hablan de la identidad y misión de la Palabra.

La primera lectura tomada del profeta Isaías nos habla de la fuerza de la Palabra de Dios que cambia la historia: (la Palabra) no volverá a mi sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión. Cuando Dios interviene en la historia de los hombres a través de su palabra, se convierte en historia de salvación. ¿Cómo entender el actuar de Dios en la historia? El deuteroisaías recurre a la imagen de la lluvia o de la nieve: : «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come». La tierra representa los corazones de los hombres, los cuales, son empapados y fecundados con la palabra profética, hasta ver los frutos de salvación dentro de la historia y más allá de ella. Estamos hablando de una Palabra salvadora y liberadora: una palabra de esperanza.

Lo que el profeta Isaías nos plantea es complementado con el evangelio. No quiero dar una explicación de la parábola, ya que el mismo evangelista nos da una visión insuperable. Sin embargo, puedo subrayar que Mateo nos explica como esa Palabra siempre cae en el corazón, pero dependerá que tipo de tierra sea así dará fruto. El evangelio nos invita a preparar la tierra (que es nuestro corazón) para que la Palabra pueda hacer obras maravillosas en nosotros.

Al pasar al altar del Señor, pidamos que nos sea dado el don de la fidelidad para que podamos contemplar la gloria de Dios. Y que el espíritu del resucitado haga fecundo nuestro corazón. Feliz domingo. 

miércoles, 5 de julio de 2017

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Zacarías 9, 9-10
Salmo 144
Romanos 8, 9.11-13
San Mateo 11, 25-30

Oh Dios meditamos tu misericordia en medio de tu templo. Este domingo XIV del tiempo ordinario la Iglesia quiere que pongamos nuestra mirada en la misericordia de Dios. Puede venir a nosotros un eco de año jubilar de la misericordia que acabamos de pasar. Resuena en nuestro interior ese abrazo de ternura del Padre que transforma los corazones. Sólo el amor y la ternura de Dios puede cambiar la vida de los hombres. La misericordia de Dios nos recuerda la importancia de la cultura del encuentro, impulsándonos a compartir esa misericordia con los demás.

Este domingo le pedimos algo al Señor: concede (a todos) la verdadera alegría. Esta alegría que pedimos en la oración colecta hace que nos centremos en la risa pascual, o sea, aquella risa del salmo: al ir iban llorando llevando la semilla, al volver vuelven cantado trayendo su gavilla. No es la alegría pasajera que viene del mundo, sino la alegría que viene de Dios, sabernos salvados y amados y salvador por Dios. La humanidad quiere hallar esa alegría en otros salvadores, pero su tarea es imposible, sólo hay un único Dios vivo y verdadero. Este mundo pasará con todos sus afanases. Pero el Dios de la vida nunca pasará.

La primera lectura está tomada del libro de Zacarías: Alegrate, hija de Sion; canta hija de Jerusalén; mira tu rey viene a ti justo y victorioso.  Vuelve en la primera lectura a salir el tema de la alegría. Podemos ver en el autor de este libro la tristeza de todo un pueblo, oprimido por los problemas de su historia. Y, en medio de esta angustia nace la esperanza de salvación que provoca esa alegría que proviene de una esperanza firme en las manos de Dios. Puede ser que en nuestro país vivamos en situaciones similares, parece que todo está perdido; sin embargo, Dios nos dice: Alegrate, El Salvador, tu rey está por salvarte. Lo que nos toca es dar un salto confiado en las manos de Dios y ponernos a trabajar por el reino de Dios.   

Con el salmo 144 respondemos: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey. Este salmo indica que ese rey del que habla el profeta Zacarias es el mismo Dios. Cuando hablamos de Dios-Rey podemos pensar inmediatamente en el reino de Dios. Lo más importante en la historia es el señorío de Dios. Dios es Señor en la medida que cada uno de nosotros se va humanizando con la presencia de Dios, es decir, cuando llevamos a cabo una salvación integral de la persona. Es de rigor ponernos a trabajar para que ese reino de Dios se expanda por todo el mundo.

Pero esa presencia salvadora del reino de Dios es algo que está reservado para algunos: “te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Si nos fijamos bien, el evangelio llama a Dios “Señor”; Dios como Señor se da a conocer a los sencillos de corazón. Estas palabras deberían hacer temblar a los poderosos y sabios del mundo, porque piensan que ven y son ciegos, piensan que oyen y están sordos. Dios está en lo humilde y en lo pobre. Esta es una invitación a dejarnos sorprender por Dios. Seamos mansos y humildes como Jesucristo.


Al participar del altar, digamos con el salmo 33: Gustad y ved que bueno es el Señor. Somos dichosos si nos acogemos en las manos de Dios. Su misericordia nos da la suficiente confianza en su bondad. Su salvación nos invita llevar esa transformación que proviene de su presencia en todo el mundo. 

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...