miércoles, 28 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (VII)
Por A. Hoese

Además de los gestos y posturas propios del ministro ordenado que celebra “in persona Christi” (obispo o presbítero) vistos anteriormente, existe una diversidad de gestos y posturas que pertenecen tanto al sacerdote como a la asamblea, aunque en momentos diversos, según la naturaleza del rito: las manos juntas, es señal de humildad y servicio, de respeto y súplica confiada; golpear el pecho es señal de dolor y contrición, durante el acto de contrición en la Confesión, o en diversos momentos de la Misa.

El arrodillarse es un gesto corporal que acompaña la actitud interior de adoración. Doblar ambas rodillas significa ‘doblar nuestra fuerza frente al Dios vivo’, es por tanto también una postura adecuada para la súplica. Encontramos innumerables ejemplos en la Escritura, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento[1], y es para la liturgia cristiana un elemento esencial [cfr. EL, Parte IV, Cap II.6].

Estar de pie es la postura clásica de oración, tal como se muestra repetidamente en el Antiguo y Nuevo Testamento[2] . Es también expresión de disponibilidad y respeto, como en la escucha del Evangelio.

Durante las lecturas, salmo y homilía, la postura de estar sentado indica recogimiento y atención. No es la postura oriental de meditación, en la cual el hombre se mira a sí mismo, sino la de estar atento a Aquel que nos enseña con su Palabra, saliendo a Su encuentro con nuestro corazón y nuestra inteligencia.

La genuflexión es un saludo respetuoso y signo de sumisión y reverencia, que consiste en flectar brevemente la rodilla derecha hasta tocar el suelo, con el torso erguido. Tiene su origen en la Edad Media, en la ceremonia de la corte del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Primero fue una genuflexión del vasallo frente a su señor, luego delante del Obispo y posteriormente frente al Santísimo Sacramento en el Tabernáculo. Actualmente significa adoración y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual. El sacerdote la realiza en la Misa después de la consagración de cada especie y antes de la comunión [IGMR, 274].

La reverencia o inclinación del cuerpo puede ser de dos formas: la inclinación profunda del torso con las manos entrelazadas que se utiliza para venerar el altar (cuando no hay sagrario), o al Cirio Pascual encendido, signo de Cristo resucitado; y la inclinación de cabeza que se hace al nombre de Jesucristo, de la Virgen y del santo en cuyo honor se celebra la Misa, o bien para recibir la bendición final.

La procesión es un gesto que se convierte en rito: en la Misa tenemos la procesión de entrada, de ofrendas y de comunión. Simboliza, principalmente, el carácter peregrinante de la Iglesia. También, a veces, es un signo muy expresivo de fe y devoción, como en la Solemnidad del Corpus Christi; o revive un momento especial de la salvación, como en la procesión del Domingo de Ramos.



[1] Cfr. 1Re 8, 54;  Lc 5,8; Lc 8,41; Jn 11,32; Ap 5,8.14; Ap 19,4.
[2] Cfr. 1 Sm 1,26; Ez 2,1; Neh 8,4.5; Mt 6,5; Mc 11,25; Lc 18,11.

martes, 20 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (VI)
Por A. Hoese

Entre los gestos más importantes encontramos: la señal de la cruz, la imposición de manos, las manos juntas, los brazos extendidos, los ojos elevados hacia el cielo, golpear el pecho, etc. Se pueden señalar como posturas corporales: la postración, el arrodillarse, estar de pie, estar sentado, la genuflexión, la inclinación del cuerpo o reverencia y las procesiones.

Puesto que el hombre ‘participa’, pero ‘no crea’ la liturgia, estos gestos y posturas corporales deben ser considerados en su verdadero significado y utilizados de acuerdo y en concordancia con los momentos indicados, y no según el parecer o sentimiento de quienes participan del culto [cfr. IGMR, 5; 42].

Los gestos y posturas reflejan y ayudan a disponernos interiormente. Esto pasa aún en nuestro hacer social: existen las normas de educación y protocolo para cada circunstancia de la vida. Pero además, el culto es un acto comunitario: las posturas corporales tienen la particularidad de que acentúan -o desdibujan, según la uniformidad- actitudes interiores de la asamblea celebrante. Por eso el Misal pone como ideal esta expresión de unanimidad entre todos los que participan en la celebración: "La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos los participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes" [cfr. GyS; IGMR, 42].

Algunas de las posturas son propias del ministro ordenado, como la postración, que se realiza en la Liturgia del Viernes Santo y en las ordenaciones diaconales, presbiterales y episcopales. La postración es signo de anonadamiento total frente a Dios, de la total incapacidad humana y por tanto de identificación total con la voluntad divina: “cayó con el rostro en tierra y oraba: ‘que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt. 26, 39).

De igual forma, hay gestos que acompañan determinados ritos y que por tanto son propios del sacerdote que celebra in persona Christi: los brazos extendidos y elevados al cielo, durante la colecta, plegaria eucarística, paternoster, prefacio, para expresar los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de lo alto; extender y volver a juntar las manos, simboliza el recoger las intenciones y deseos de todos para ofrecérselos a Dios; la mirada dirigida hacia lo alto, a imitación de Cristo, en la consagración del pan y el vino (cfr. Jn. 11,41.17,1); la imposición de manos, como señal de transmisión o ejercicio de poder, misión y envío, absolución de culpas y bendición.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (V)
Por A. Hoese

La característica específica de la oración litúrgica, que la distingue de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la Trinidad: en el Espíritu, por el Hijo, la asamblea litúrgica se dirige hacia el Padre, y recibe del Padre, por el Hijo, todo don perfecto en el Espíritu Santo. Por ello, las oraciones litúrgicas terminan con la fórmula trinitaria, que se dirigen hacia Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu; o agradecen el don del Espíritu desde el Padre por medio del Hijo.

Inmerso en este lenguaje trinitario, en la Liturgia se realizan una serie de gestos y posturas corporales, actitudes, palabras, cantos, silencios, enmarcados por signos y símbolos que hablan al hombre en su integridad. Estos ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón [RS, 5].

Para alcanzar una actuosa participatio (activa participación), es decir una disposición interior que permita la celebración fructuosa del culto, es necesario considerar los siguientes gestos y actitudes litúrgicas:
  • El silencio, que nos predispone a la atenta percepción de lo que      se hace y se dice en cada rito, y nos posibilita actuar y hablar en forma correcta y en los momentos indicados [SaC, 28; 30];
  • El recogimiento, que es una actitud interior que nos permite estar en paz y concentrados en las acciones sagradas. Es la actitud que permite ‘que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón’ [SaC, 90; RS, 5];
  • Los gestos y posturas corporales;
  • La palabra y el canto;
En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio y el recogimiento, para celebrar fructuosamente la liturgia. Tanto el silencio como el acto de recogimiento no surgen por sí solos, es preciso que sean queridos y ejercitados. [SC, 55] [SS, 13]

Para lograr silencio y recogimiento, es necesario evitar la improvisación, los gestos y actitudes banales o displicentes, la música que nos dispersa y nos aleja del misterio: “Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y lascivas; así como toda conducta secular, conversaciones inútiles, y consiguientemente profanas, paseos, estrépitos y vocerías; para que, precavido esto, parezca y pueda con verdad llamarse casa de oración la casa del Señor.” [CT, Ses. XXII].

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (IV)
Por A. Hoese

La asamblea litúrgica se diferencia, tanto por su función como por su ubicación en el templo, entre aquellos que realizan un cierto ministerio o servicio, y los fieles congregados. Entre los ministros se diferencian los ordenados, los instituidos y los temporales o esporádicos.

Son ministros ordenados el obispo, el presbítero y los diáconos. El primero -como sucesor de los apóstoles- posee la plenitud del Orden, y por lo tanto celebra “in persona Christi” la totalidad de los Sacramentos. El presbítero en comunión con su obispo, recibe de él la potestad para celebrar algunos Sacramentos, principalmente la Eucaristía, también “in persona Christi”. Al diácono le corresponde proclamar el Evangelio y, a veces, predicar la Palabra de Dios; proponer las intenciones en la oración universal; ayudar al sacerdote, preparar el altar y prestar su servicio en la celebración del sacrificio; distribuir la Eucaristía a los fieles, sobre todo bajo la especie del vino, e indicar, de vez en cuando, los gestos y las posturas corporales del pueblo durante las celebraciones litúrgicas. [IGMR, 94]

Son ministros instituidos el acólito y el lector. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar al sacerdote y al diácono. Al él compete principalmente preparar el altar y los vasos sagrados y, si fuere necesario, distribuir a los fieles la Eucaristía, de la cual es ministro extraordinario. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal, y, en ausencia del salmista, proclamar el salmo responsorial [IGMR, 98 y 99].

A diferencia de los ministerios ordenados e instituidos, que solo pueden ser realizados por varones, los ministerios temporales -también llamados funciones- pueden ser realizados indistintamente por varones y mujeres [RS, 47].

A los ministerios temporales corresponden las funciones del salmista, el cantor, el coro el organista y otros músicos. También, en ausencia de acólito y/o lector instituido, se pueden destinar otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir estos ministerios y que estén realmente preparados. Incluso pueden ser destinados para que, como ministros extraordinarios, distribuyan la sagrada Comunión. Existen además otras funciones, como la del sacristán, el comentarista (o guía), los que realizan la colecta y quienes reciben a los fieles en el atrio (edecanes) [IGMR, 105]

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...