Domingo V del T.O, Ciclo B.
- Job 7, 1-4. 6-7. Me harto de dar vueltas hasta el alba.
- Sal 146. R. Alabad al Señor, que
sana los corazones destrozados.
- 1 Cor 9, 16-19. 22-23. Ay de mí si no anuncio el Evangelio.
- Mc 1, 29-39. Curó a muchos enfermos de diversos
males.
Estamos viviendo
una pandemia que va dejando preocupación y luto por todos lados del Orbe; sin embargo,
no podemos invisibilizar otros sufrimientos que causan otras enfermedades o situaciones
desastrosas que no han desaparecido, allí están presentes. En todo caso, la
verdad es que el hombre es un ser que sufre y muere, a pesar de un sentido o
deseo de vida plena que le hace ver a la enfermedad, el sufrimiento, la vejez y
la muerte como una enorme contradicción.
Este domingo V del
tiempo ordinario es más oportuno que nunca, porque la Palabra de Dios ilumina
la situación del hombre ante la enfermedad y la muerte.
La primera lectura
nos muestra un pasaje del libro de Job. Uno de los sentido de este libro es el
tema de cómo el hombre afronta la fragilidad y la enfermedad de cara a Dios. Igualmente,
su teología está en contra de la doctrina de la retribución que sostiene que
Dios bendice a los justos y castiga a los pecadores. La figura de Job representa
al hombre que es consciente de los inconvenientes y sufrimiento que acarrea una
enfermedad, pero también pone de relieve la fidelidad en medio del sufrimiento
y la muerte. De alguna manera, Job es tipo de Jesucristo, quien vence el pecado
y la muerte a través de la obediencia y la fidelidad.
El evangelio vemos
a Jesús curando a la suegra de Pedro y a otros enfermos. Antes que nada, los
hechos de Jesús son signos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros.
Esto quiere decir que el Señor es cercano a sus criaturas, que es bueno,
amoroso y solidarios con los que sufren y que su presencia es salvación
integral para todos. Ahora bien, los milagros de Jesús no tratan de satisfacer la
curiosidad mágica de los supersticiosos, tampoco significa que la misión de Jesús
es la de ser curandero, sino que ellos llaman a la conversión, la comunión y el
testimonio.
El gran milagro que
Jesús es curarnos de la incredulidad y el pecado, porque la peor enfermedad es
la ausencia de Dios (Benedicto XVI 2009). En efecto, la misión de Jesús es la
salvación del pecado y sus consecuencia, le vemos muchas veces sanando integralmente
a las persona, es decir, de cuerpo y alma. Esta misión de Jesús se prolongada a
través de la historia por la Iglesia, quien va predicando con autoridad,
celebrando el Misterio Pascual y viviendo la caridad en medio de los
sufrimiento y penas de los hombres.
Este a domingo
vayamos a la Santa Eucaristía a postrarnos ante la presencia de Dios adorándolo
y alabando su nombre (Sal 94, 6-7). Él nos espera en el altar para curarnos de
nuestros pecados. Acerquémonos con fe y asumamos también nuestra misión a la luz
de su mirada misericordiosa. Nuestra presencia profética en medio del mundo es
muy importante y necesaria en el mundo, como bautizados estamos llamados por el
mismo Cristo ir a predicar la Buena Nueva (1 Cor 9, 16), porque todos estamos
llamados a entrar en comunión con Dios, ¿pero como van a creer si nadie les
predica el evangelio?
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