- Lev 13, 1-2. 44-46: El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.
Sal 31. R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
- 1 Cor 10, 31 — 11, 1: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
- Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio
La vida y la salud
integral son bienes que Dios ha confiado a los hombres. Estos son derechos
inherentes a las personas, que deben ser cuidados por el estado y la sociedad
en general. Debe haber condiciones necesarias para cuidar el cuerpo, la mente y
el espíritu, aunque se debe evitar el culto al cuerpo, la ideología del
descarte o la perversión de buscar la perfección a través de la manipulación
inmoral de la ciencia médica.
La enfermedad y la
muerte aparecen como contradictorias a la existencia humana, porque en el fondo
los hombres aspiramos a la plenitud. La primera lectura nos habla de un triple
sufrimiento de los enfermos de lepra: corporal, porque es una enfermedad muy
grave; moral, porque es discriminado por su familia y amigos; religioso, porque
es declarado impuro y excomulgado. Prácticamente un leproso estaba muerto en
vida. Este drama se repite en nuestros días: la enfermedad acarrea mucho dolor
y sufrimiento que supera lo físico. Pienso en el sistema de salud pública,
destinado para maltratar a los pobres y condenarlos a morir; Igualmente, la
salud y las medicinas tendrían que ser los bienes más baratos del mundo; no
obstante, son los más caros. Estamos frente a un campo inmoral.
En
el evangelio vemos a Jesús que se solidariza con el dolor de un leproso. Si con
la enfermedad había muerto, con la recuperación de su salud resucitó. El pobre
hombre recuperó la dignidad humana que la ley le había quitado. No le importo
al Señor no cumplir la ley, optó por la misericordia: «Si quieres, puedes
limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda
limpio» sin duda es una escena entrañable. A veces se nos olvida el
principio de misericordia, nos convertimos en legalistas, nos gusta manipular
la realidad a nuestra conveniencia, olvidándonos de nuestros hermanos. San
pablo dice: procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia
ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven. Debemos entender que lo
que a Dios le agrada es la misericordia antes que los sacrificios.
La
Palabra de Dios nos enseña que la enfermedad no aleja de Dios, sino que sucede
lo contrario. La teología de la retribución no tiene cabida en el cristianismo,
porque Dios siempre es bueno, no castiga a los malo o bendice a los buenos por
su cualidad moral, Él siempre nos ama a todos de manera igual. El pasaje del
leproso enseña que la enfermedad puede acercarnos a Dios: ¿Qué pasaría si él no
hubiera estado enfermo? ¿habría buscado a Dios? ¿se hubiera encontrado con
Jesús? No más seguro es que no. A veces la enfermedad nos sirve para que
busquemos a Dios, en medio del dolo y sufrimiento podemos lograr una visión
sobrenatural, no puede servir de purificación y de un momento de encuentro con
el Redentor. La enfermedad nos puede santificar.
No
puedo decir lo mismo de la enfermedad espiritual. La peor de todas es el pecado,
tanto como personal como social. El pecado siempre será una ruptura en la
amistad con Dios y con la Iglesia, a quien ofendemos por nuestras faltas. Esa
es la verdadera lepra que necesitamos sanar. Ahora bien, esta salud espiritual
solo la podremos alcanzar en un encuentro vivo con Jesús. Tenemos que imitar al
leproso: debemos acercarnos con fe y humildad a pedir que nos sane. El
evangelio ya nos da la respuesta del Señor: Si quiero, queda sano.
Este
encuentro vivo se da en la Eucaristía. Allí nos encontramos con Jesús.
Acerquémonos pues con esas pertinentes disposiciones interiores para lograr
frutos abundantes de vida eterna,
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