miércoles, 17 de febrero de 2021

Domingo VI del T.O. Ciclo B: La enfermedad no nos aleja de Dios, al contrario, nos acerca

 - Lev 13, 1-2. 44-46: El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

 Sal 31. R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

- 1 Cor 10, 31 — 11, 1: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.

- Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio


La vida y la salud integral son bienes que Dios ha confiado a los hombres. Estos son derechos inherentes a las personas, que deben ser cuidados por el estado y la sociedad en general. Debe haber condiciones necesarias para cuidar el cuerpo, la mente y el espíritu, aunque se debe evitar el culto al cuerpo, la ideología del descarte o la perversión de buscar la perfección a través de la manipulación inmoral de la ciencia médica.

La enfermedad y la muerte aparecen como contradictorias a la existencia humana, porque en el fondo los hombres aspiramos a la plenitud. La primera lectura nos habla de un triple sufrimiento de los enfermos de lepra: corporal, porque es una enfermedad muy grave; moral, porque es discriminado por su familia y amigos; religioso, porque es declarado impuro y excomulgado. Prácticamente un leproso estaba muerto en vida. Este drama se repite en nuestros días: la enfermedad acarrea mucho dolor y sufrimiento que supera lo físico. Pienso en el sistema de salud pública, destinado para maltratar a los pobres y condenarlos a morir; Igualmente, la salud y las medicinas tendrían que ser los bienes más baratos del mundo; no obstante, son los más caros. Estamos frente a un campo inmoral.

En el evangelio vemos a Jesús que se solidariza con el dolor de un leproso. Si con la enfermedad había muerto, con la recuperación de su salud resucitó. El pobre hombre recuperó la dignidad humana que la ley le había quitado. No le importo al Señor no cumplir la ley, optó por la misericordia: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio» sin duda es una escena entrañable. A veces se nos olvida el principio de misericordia, nos convertimos en legalistas, nos gusta manipular la realidad a nuestra conveniencia, olvidándonos de nuestros hermanos. San pablo dice: procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven. Debemos entender que lo que a Dios le agrada es la misericordia antes que los sacrificios.

 

La Palabra de Dios nos enseña que la enfermedad no aleja de Dios, sino que sucede lo contrario. La teología de la retribución no tiene cabida en el cristianismo, porque Dios siempre es bueno, no castiga a los malo o bendice a los buenos por su cualidad moral, Él siempre nos ama a todos de manera igual. El pasaje del leproso enseña que la enfermedad puede acercarnos a Dios: ¿Qué pasaría si él no hubiera estado enfermo? ¿habría buscado a Dios? ¿se hubiera encontrado con Jesús? No más seguro es que no. A veces la enfermedad nos sirve para que busquemos a Dios, en medio del dolo y sufrimiento podemos lograr una visión sobrenatural, no puede servir de purificación y de un momento de encuentro con el Redentor. La enfermedad nos puede santificar.

 

No puedo decir lo mismo de la enfermedad espiritual. La peor de todas es el pecado, tanto como personal como social. El pecado siempre será una ruptura en la amistad con Dios y con la Iglesia, a quien ofendemos por nuestras faltas. Esa es la verdadera lepra que necesitamos sanar. Ahora bien, esta salud espiritual solo la podremos alcanzar en un encuentro vivo con Jesús. Tenemos que imitar al leproso: debemos acercarnos con fe y humildad a pedir que nos sane. El evangelio ya nos da la respuesta del Señor: Si quiero, queda sano.

 

Este encuentro vivo se da en la Eucaristía. Allí nos encontramos con Jesús. Acerquémonos pues con esas pertinentes disposiciones interiores para lograr frutos abundantes de vida eterna,

 

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