miércoles, 18 de marzo de 2020

ORACIÓN EN TIEMPOS DE COVID 19 (CUARENTENA)


ORAR EN FAMILIA EN TIEMPOS DE CUARENTENA

SUBSIDIO LITÚRGICO A CARGO DE LA VICARÍA EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA DIÓCESIS DE ZACATECOLUCA (EN EL SALVADOR, C.A)

Convencido que la familia es Iglesia Doméstica, elaboramos el presente documento para aquellas familias que desean orar y honrar el domingo haciendo una celebración de la Palabra.

Dicha celebración puede ser presidida para el padre o la madre, en su defecto un miembro responsable del grupo familiar.

El esquema que presentamos puede ser adaptado a las posibilidades de cada uno.

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN FAMILIA, IV DOMINGO DE CUARESMA, 
CICLO A.

RITOS INICIALES

Reunida la familia, el ministro (laico) dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:

Amén.

El ministro laico dice:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros.

Todos responden:

Amén.

Monición:

Al ciego curado Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. En efecto, en el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por su propio egoísmo.

Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios. Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que la Biblia llama el "gran pecado" (cf. Sal 19, 14): el orgullo. Que nos ayude en esto María santísima, la cual, al engendrar a Cristo en la carne, dio al mundo la verdadera luz. (Benedicto XVI, 02 de marzo de 2008)

Oremos Juntos con el Sal 127 (128), 1-2. 4-6a (R.: la)

R. Dichoso el que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos. R.

MOMENTO DE LA PALABRA:

 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Unos decían: «El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
El respondía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de Los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
« ¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó:
« ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN:

Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 3 de abril de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo especial de gracia, durante el cual podemos experimentar el don de la bondad del Señor para con nosotros. La liturgia de este domingo, denominado "Laetare", nos invita a alegrarnos, a regocijarnos, como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística: "Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos" (cf. Is 66, 10-11). ¿Cuál es la razón profunda de esta alegría? Nos lo dice el Evangelio de hoy, en el cual Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige al que había sido ciego constituye el culmen de la narración: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" (Jn 9, 35). Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: "Creo, Señor" (Jn 9, 38). Conviene destacar cómo una persona sencilla y sincera, de modo gradual, recorre un camino de fe: en un primer momento encuentra a Jesús como un "hombre" entre los demás; luego lo considera un "profeta"; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama "Señor". En contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías. La multitud, en cambio, se detiene a discutir sobre lo acontecido y permanece distante e indiferente. A los propios padres del ciego los vence el miedo del juicio de los demás.
Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos "ciegos", pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), porque en él "resplandece el conocimiento de la gloria de Dios" (2Co 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización. En estos días que nos preparan para la Pascua revivamos en nosotros el don recibido en el Bautismo, aquella llama que a veces corre peligro de apagarse. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.
A la Virgen María, Madre de la Iglesia, encomendamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo.

PRECES:

Invoquemos a Cristo, el Señor, Palabra eterna del Padre, que, mientras convivió con los hombres, quiso vivir en familia y colmarla de bendiciones, y pidámosle que proteja a esta familia, diciendo:

R. Guarda en tu paz nuestra familia, Señor.

Tú que consagraste la vida doméstica, viviendo bajo la autoridad de María y José, — santifica esta familia con tu presencia. R.

Tú que estuviste siempre atento a las cosas de tu Padre, — haz que Dios sea honrado y glorificado en todas las familias. R.

Tú que hiciste de tu santa familia un modelo admirable de oración, de amor y de cumplimiento de la voluntad del Padre, — santifica esta familia con tu gracia y cólmala de tus dones. R.

Tú que amaste a tus parientes y fuiste amado por ellos, — afianza a todas las familias en el amor y la concordia. R.

Tú que en Cana de Galilea alegraste los comienzos de una familia, al hacer tu primer signo, convirtiendo el agua en vino, — alivia los sufrimientos y preocupaciones de esta familia y conviértelos en alegría. R.

Tú que, velando por la unidad de la familia, dijiste: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», — guarda a estos esposos siempre unidos con el vínculo indestructible de tu amor. R.

Terminadas las preces, el ministro, según las circunstancias, invita a todos los presentes a cantar o rezar la oración del Señor, con las siguientes palabras u otras semejantes:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

Todos

Padre nuestro...

ORACIÓN DE BENDICIÓN

El padre o madre de familia con las manos juntas, dice la oración de bendición:

Oh, Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de la Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición ' sobre esta familia, reunida en tu Nombre, para que quienes en ella viven unidos por el amor se mantengan fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, se ayuden mutuamente, contribuyan a las necesidades de todos y den testimonio de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

O bien:

Te bendecimos, Señor, porque tu Hijo, al hacerse hombre, compartió la vida de familia y conoció sus preocupaciones y alegrías. Te suplicamos ahora, Señor, en favor de esta familia: guárdala y protégela, para que, fortalecida con tu gracia, goce de prosperidad, viva en concordia y, como Iglesia doméstica, sea en el mundo testigo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

CONCLUSIÓN DEL RITO

El padre o madre de familia concluye el rito, diciendo:

Jesús, el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca siempre con vuestra familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir.

Todos responden:

Amén.

Es aconsejable terminar la celebración con un canto adecuado


No hay comentarios:

Publicar un comentario

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...