I Domingo
de Cuaresma, Ciclo A.
Una
de las grandes tentaciones que tenemos hoy en día es la esperanza en las falsas
promesas mesiánicas del mundo: el pan, la vanidad y la idolatría.
El
Pan representa todo lo lícito que alguien puede tener, pero que en un momento
determinado puede sustituir a lo que es verdaderamente importante: la Palabra
de Dios. Pensemos que en nuestros días ya no se respeta el domingo, las fiestas
de guardar o la semana santa, pues se ocupa para explotar a trabajador y
obtener más ganancia. También, cuando no somo capaces de ser fieles a nuestro
principio cristianos, los traicionamos fácilmente; por ejemplo, el político cristiano
que está a favor del aborto o el que apoya leyes injustas.
La
vanidad representa el poder de un mesianismo facilista, el cual es fanático de
la soberbia, el engaño, la astucia y la manipulación. Esta tentación es fans de
los espectáculos, lo suntuoso y los aplausos, contradiciendo de esta manera el camino
de la humildad, la sencillez y el sacrificio del Señor. No, ellos prefieren
tentar a Dios, ponerlo a prueba, creer que se puede manipular a Dios. Pensemos
en los políticos que viven de la imagen, del engaño y el espectáculo, lo que
les importa son los votos, el poder, pero sobre todo la vanidad, la adulación y
el culto de si mismo. No les importa el pueblo, lo redimen, al contrario lo
traicionan. Ya no se diga un tipo de catolicismo mesiánico, que también vive de
la vanidad, el aplauso, del espectáculo, lo que hacen es quitar a Cristo del
centro, poniéndose ellos mismos.
La
idolatría representa la tentación de sustituir a Dios por dioses. Aquí entran
lo que ávidos de poder y de dinero dejan de adora al verdadero Dios y se
postran ante lo ídolos del mundo. Pensemos
en los que hacen pacto con el diablo, los que idolatran a los partidos políticos,
o el dinero. Los que por el propio bienestar pueden hacer lo que sea. Por eso
el mundo está así en la oscuridad, porque ha abandonado al verdadero Dios y se
ha postrado ante los ídolos del mundo.
Ahora
bien, no se trata de ver las tentaciones ajenas, sino de ver mis propias tentaciones.
Precisamente para eso nos sirve la cuaresma.
Todos
somos participes del primer Adán, tenemos una naturaleza herida que nos inclina
al pecado, es decir, a dar una respuesta equivocada a Dios. Queremos buscar la
felicidad, pero en desobediencia a Dios, al margen de su voluntad. Este tiempo es
propicio para hacer un examen de conciencia, reconociendo cuánto hemos pecado,
rechazado a Dios, cuantas veces le hemos traicionado.
Pero
estamos llamado a poner nuestro ojos en el segundo Adán, es decir, en Cristo.
En verdad hay que saber que en este tiempo hay una relación sacramental
de la cuaresma de Jesús con nuestra cuaresma. La cuaresma es un tiempo
sacramental, porque los cristianos de una manera u otra participamos
verdaderamente de la cuaresma de Jesús: tomamos parte de sus sufrimientos,
ayunos, oraciones y sacrificios. El prefacio para este domingo hace un enlace perfecto:
«El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento,
inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal. Esto
quiere decir que nuestra cuaresma cobre sentido si supera la sola tradición, es
decir, si cobra sentido si somos nosotros mismo lo que hacemos presente hoy la
cuaresma de Jesús en medio de un mundo materialista.
Si, estamos llamados también
a vencer las tentaciones materialistas, vanidades e idolatrías en las que
podemos estar envueltos. La formula ya la dio Jesús: la obediencia y el poder
del amor hasta el extremo. Esto implica tener como primero la Palabra de Dios
en nuestra vida, como criterio supremo; vencer la vanidad con la humildad y la
sencillez, los caminos de Dios son discretos y silenciosos; y optar por la
fidelidad a Dios, teniendo un corazón que le adora y le alba en espíritu y en
verdad. Todo esto implica renuncia a los ídolos y al propio egoísmo.
Monseñor Romero decía:
De esa queremos salvar a la Iglesia auténtica, que
no haga consistir su prestigio en ser aplaudida, en ser apoyada por los
triunfos fáciles. Queremos un cristianismo que de veras se apoye como el de
Cristo, en la palabra de Dios; que no traicione por más que le ofrezcan
ventajas, la verdad de la palabra divina; que sepa apoyar su propia hambre, su
propia debilidad, su propio ocultamiento; no lo considere como un fracaso, como
estar esperando días mejores. Ya los tenemos esos días, son los que se apoyan
en Cristo en la medida en que hacemos nuestra fe consistir en la palabra de
Dios, y nuestro poder no en hacer milagros ni en apoyarnos en triunfalismos y
espectacularidad, sino en el sencillo cumplimiento del deber, en la fe sencilla
a la palabra de Dios. ¡Esa es la redención que Cristo nos ofrece!
Con todo, la cuaresma no es una rectificación de
costumbres solamente, pues no se trata de un pelagianismo que trata de poner sus esperanzas en los esfuerzos meramente humanos, sino que es un tiempo en donde los sacramentos pascuales se reciben y se
renuevan en el pueblo cristiano, de esa manera se hace presente y efectiva nuestra solidaridad con Cristo, como
dice san Pablo, se hace viva la salvación en cada uno de nosotros. Por lo tanto, hermano, que esta cuaresma puedas renovar tu bautismo y te encamines hacia la santidad que Dios quiere en tu vida.
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