lunes, 22 de agosto de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (III)
Por A. Hoese

Antes de adentrarnos en el lenguaje mismo de la Sagrada Liturgia, es necesario comprender quiénes son los actores o sujetos del acto litúrgico.

El sujeto del acto litúrgico es la Iglesia, con Cristo como su Cabeza y Jefe: es por tanto la Iglesia de todos los tiempos y lugares, celestial y terrenal, que se reúne en torno a Cristo -Sumo Sacerdote, Altar y Víctima de propiciación- para ofrecer en el Espíritu Santo el verdadero culto al Padre (SC 9).

Vemos entonces que:

-      El sujeto litúrgico supera ampliamente a la comunidad reunida en una celebración determinada, siendo la Iglesia entera, Cristo Cabeza y su Cuerpo Místico, la comunidad celebrante.

-     El culto se dirige al Padre, por medio de Cristo (Sacerdote, Altar y Víctima) en el Espíritu Santo, con lo cual la característica específica de la oración litúrgica, y que la distingue de cualquier otra forma de oración, es la de ser precisamente una oración de la Trinidad.

-    En la asamblea litúrgica existen diversas funciones o ministerios, que deben ser distinguidos y realizados adecuadamente.

Entre los ministerios o funciones se destaca, en primer lugar, el sacerdote que preside el culto “in persona Christi”, en virtud del Sacramento del Orden Sagrado. La Eucaristía celebrada por los sacerdotes válidamente ordenados es un don «que supera radicalmente la potestad de la asamblea. Por tanto, solamente con precaución se emplearán términos como «comunidad celebrante» o «asamblea celebrante». Por ello “las acciones litúrgicas no son acciones privadas”, ya que la asamblea no es indispensable para la validez de la acción litúrgica, puesto que toda Misa tiene una naturaleza pública y social, que trasciende a la comunidad particular [RS, 42] [IGMR, 19] [SC, 27].

Teniendo en cuenta lo anterior y considerando que el Sacrificio eucarístico no se debe considerar como «concelebración» del sacerdote al mismo tiempo que del pueblo presente, la Iglesia se hace visible en torno de Cristo por medio de la asamblea. Por ello, “siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” [SC, 27].

Esta índole jerárquica y a la vez comunitaria de la acción litúrgica constituye a la asamblea litúrgica con diversas funciones o ministerios, que deben ser distinguidos y realizados adecuadamente [SaC, 28].

martes, 16 de agosto de 2016

El Lenguaje de la Liturgia (II)
Por A. Hoese

Vimos que la Sagrada Liturgia es un don de Dios al Hombre: es el modo que el hombre tiene de glorificar a Dios según su voluntad, y el modo en que Dios obra la santificación del hombre.

No es pues la comunidad quien crea la Liturgia, sino al contrario: es la Liturgia la que crea a la comunidad de creyentes. Y para que esto ocurra es necesario que los fieles participen de la acción de Dios o actio divina en el modo en que el mismo Dios ha instituido y a través del fiel cumplimiento de los ritos que la Iglesia ha aprobado, con la debida disposición interior para que esta participación sea fructuosa.

“La mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada” [SC, 64]. “El ars celebrandi (arte de celebrar bien) ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Es igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas” [SC, 40].

La verdadera participación litúrgica supone entonces conocer y comprender los ritos establecidos, y la disposición interior para practicarlos obedientemente, sabiendo que el misterio que se celebra está mucho más allá de nuestra comprensión. Para ello será necesario entender quiénes son los sujetos que participan del culto, y cuál es el lenguaje apropiado para expresar el misterio que se celebra.

“La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación.” [SC, 35]. 

lunes, 8 de agosto de 2016

El Lenguaje en la liturgia (I)
Por A. Hoese

La Liturgia es una realidad que no hacen los hombres, sino que se recibe como don: es necesario reconocer que la Iglesia no se reúne por voluntad humana, sino convocada por Dios en el Espíritu Santo, y responde por la fe a su llamada gratuita (en efecto, ekklesia tiene relación con Klesis, esto es, llamada).

El término “participación” presupone tomar parte de una acción principal, que antecede al que ‘participa’ en la misma. En la Sagrada Liturgia, esta acción principal es la actio divina -acción de Dios- que, a través de la Palabra (el Verbo o Logos) realiza la acción de glorificación perfecta y santifica al hombre en el Espíritu Santo.

Frente a esta participación del hombre en la actio divina, querida por Dios, que manifiesta esta voluntad de cooperación en la Encarnación del Verbo, toda otra acción cultual es secundaria y orientada a esta acción esencial. Por eso, la participación litúrgica tiene como fundamento la participación activa interior y como expresión la participación unánime de la asamblea en los ritos que se realizan mediante distintos elementos: signos, símbolos, gestos, posturas, actitudes, palabras, cantos.

La aprobación de los ritos (del latín rite: bien, correctamente) por la Iglesia garantizan al fiel que los Sacramentos que recibe son verdaderos: junto con la institución de origen divino y la gracia que operan por haber sido escogidos por Dios, el signo exterior dado por los ritos aprobados por la Iglesia es el tercer elemento necesario para la existencia del Sacramento. Finalmente, la disposición interior de quien lo recibe es la condición necesaria -no la causa- para que la gracia de un sacramento válido opere con frutos. La observancia fiel de las normas litúrgicas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón.


La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada Liturgia. Pero la inobservancia de las mismas (sea por ignorancia o por una falsa concepción de la libertad) pone en peligro la verdadera piedad: desvirtúa la imagen del Dios de la Revelación para reemplazarlo por una imagen humana hecha a nuestra medida, oscurece la verdad del misterio y crea desconcierto y tensiones en el pueblo de Dios. De hecho, la sagrada Liturgia está tan estrechamente ligada con los principios doctrinales, que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o desaparezca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi.

jueves, 4 de agosto de 2016

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C.
  
Sabiduría 18, 6-9
Salmo 32
Hebreos 11, 1-2. 8-19.
Lucas 12, 32, 32-48

Parece que en el siglo XXI el terrorismo y algunas ideologías van a producir nuevos mártires cristianos, signo de lo que estoy hablando es el padre Jacques Hamel, asesinado brutalmente por odio a la fe.

Otra cosa que nos preocupa es la violencia que vivimos en nuestro país a raíz de la corrupción omnipresente, lo cual es más evidente cada día más. Lo peor del caso que no hay justicia ni voluntad política para resolver el problema.  

Por supuesto, los más afectados de este misterio de la iniquidad son los pobres, marginados y vulnerables de nuestros pueblos. 

Sin embargo, la liturgia de este domingo es una hermosa catequesis sobre la historia de la salvación (cómo decía el beato Óscar Romero) que nos llena de fe y esperanza que Dios no se olvida de la suerte de los pobres y de la voz de quienes lo buscan (como dice la antífona de entrada). 

En la oración colecta nos dirigimos a Dios como Padre, así como Jesús nos enseñó. Esto nos recuerda la confianza con la que debemos siempre dirigirnos al Señor, lo que se convierte en algo primordial en medio de nuestro diario vivir, porque estamos llamados a dar testimonio de verdaderos hijos de Dios en el mundo, aporte no pequeño que damos para los demás. 

Es precisamente lo que la Iglesia pide este día, que el Señor intensifique ese espíritu de hijos adoptivos, porque la carne es débil y los afanes de la vida puede dar muerte a ese hijo de Dios que llevamos dentro.   

El libro de sabiduría refuerza nuestra  fe y esperanza, porque la lectura nos recuerda que Dios está con los oprimidos y que siempre cumple su Palabra, por lo tanto podemos decir con el Salmo 32: Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti hemos confiado

El beato Óscar Romero decía que ni las revoluciones ni la violencia ni el odio podrán construir un mundo mejor o el reino de Dios:  

 "Dios no camina por allí, sobre charcos de sangre y de torturas. Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor". (07/08/1977).

Vemos en nuestro mundo como el poder político, económico e ideológico aplasta sin piedad y soberbia a los más débiles, pero nuestra fe y esperanza debe ser más fuerte, como lo decía Mons. Romero:  

"Si se ríen de nosotros, como sé que se ríen cruelmente cuando están torturando a nuestros catequistas y a nuestros sacerdotes, «¿Dónde están sus esperanzas?», y creen que es más fuerte el fusil que los golpea y el tacón que los patea, que la esperanza que llevan en su corazón. La esperanza será después de todo eso" (Ibíd). 

El mismo Jesús nos dice unas palabras de aliento: "no temas rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino". Ciertamente el Reino es dado a todos aquellos que con las manos vacías y el corazón dispuesto llegan a Dios para que les de todo, esa es la bienaventuranza de la pobreza, tener el corazón puesto en el Reino de Dios, ese es el tesoro de lo pobres del Señor. 

Igualmente, el Señor nos invita a la perseverancia y a la vigilancia, debemos estar siempre atentos a llevar a cabo la voluntad de Dios, Él nos ha dado mucho para compartirlo con los demás, y al final nos exigirá mucho. 

En la Eucaristía recibimos una prenda de la salvación, y ésta es fuente de gracia que nos confirma en la luz de la verdad que nos hace personas libres para servir a Dios y a su reino.(cómo dice la oración post comunión).

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...