sábado, 19 de junio de 2021

Dios siempre está presente.

Job 38,1. 8-11:         Aquí se romperá la arrogancia de tus olas.

Sal 106:                   ¡Dad gracias Señor, porque es eterna su misericordia!

2 Cor 5, 14-17:        Ha comenzado lo nuevo

Mc 4, 35-41:         ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!

En la liturgia el atardecer significa adentrarse a los Misterios de la tarde. Hablo del sufrimiento y la muerte de Cristo en la Cruz. Según las Escrituras el Señor pasó tres horas en el suplicio. Los signos fueron la oscuridad, el temblor y el velo del templo partido en dos. Este periodo representa la mayor crisis que el Hijo de Dios pasó como hombre. También las diferentes crisis de la humanidad y de cada una de las personas. Sin embargo, Dios está presente. 

Dios siempre está presente. La primera lectura nos expone la presencia de Dios en medio de la crisis de Job, quien había tratado de quejarse culpando a Dios de su desgracia. No obstante el Señor le habló desde la tormenta...demostrando su poder y grandeza, queriendo suscitar la confianza del afligido Job. Ciertamente, el desenlace de la historia será el abandono total desde la fe y la recompensa abundante: Dios le concedió el doble de todo lo que había perdido.  A la par, el evangelio nos muestra a los Apóstoles en medio de una tormenta que los hace que se pongan en crisis: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? pero Jesús se puso de pie e increpó la tormenta y los cuestionó: ¿por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? parece obvia la razón del miedo de los discípulos, pero en la lógica de Dios el miedo es contrario al don de la fe, la cual no habían logrado aún, sino hasta el día de Pentecostés, cuando ello comenzarán a ser testigos del resucitado.  En ambos casos, lo central es la indiscutible presencia de Dios en medio de la vida y la necesaria fe para echar adelante la vida. 

Todos tenemos crisis en la vida. En Job y en Jesús podemos ver reflejado todos los sufrimientos posibles: enfermedades, vejez, sufrimientos inimaginables y muerte. Etc. Ellos son prototipo del hombre doliente. A su vez, en sus vida podemos encontrar elementos esenciales: la presencia de Dios en medio de nuestra vida, sea que halla paz o tormenta (crisis), no podemos cuestionar a Dios, no tenemos derecho a echarle la culpa. La fe es necesaria para que advirtamos su presencia y demos un paso de abandono total en sus manos. Recordemos que después de la tormenta viene la paz; después de la cruz, la resurrección. No olvidemos que la figura que representa a Dios este domingo es la que encontramos en la antífona de entrada:  ¡Dios es nuestro pastor! él nuestra fuerza, apoyo y salvación en medios de las crisis existenciales de nuestra vida. Así, nunca los serán el poder, el tener y el placer, propuestas vanas que nos ofrece el mundo. 

Debemos ser agradecido siempre. El ciclo de Israel se hace presente constantemente en nuestra vida. Olvidamos la alianza constantemente, nos olvidamos de Dios en tiempos buenos. En este sentido, el Salmo nos invita a ser agradecidos en todo momento:  ¡Dad gracias Señor, porque es eterna su misericordia!. También san Pablo nos recuerda el Misterio de la Redención, por lo que nos invita a ya no vivir para nosotros mismo, sino para Cristo. Estos es precisamente lo que debemos procurar siempre en nuestra vida. Las redenciones mundanas no existen, la salvación nunca vendrá del mundo de la economía o de la política. 

Ahora, la presencia de Cristo la reconocemos de manera regia en la Eucaristía. Allí Él cumple su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Acudamos a él con fe y dejémonos inundar por el solido fundamento de su amor. 

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