ORAR
EN FAMILIA EN TIEMPOS DE CUARENTENA
SUBSIDIO LITÚRGICO A CARGO DE LA VICARIA EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA DIÓCESIS DE
ZACATECOLUCA
Convencido que la familia es Iglesia Doméstica, elaboramos el
presente documento para aquellas familias que desean orar y honrar el domingo
haciendo una celebración de la Palabra.
Dicha celebración puede ser presidida para el padre o la madre, en
su defecto un miembro responsable del grupo familiar.
El esquema que presentamos puede ser adaptado a las posibilidades de
cada uno.
CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN FAMILIA, V DOMINGO DE CUARESMA
CICLO
A.
RITOS
INICIALES
Reunida la familia, el ministro (laico) dice:
En
el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden:
Amén.
El ministro laico dice:
La
gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros.
Todos responden:
Amén.
Monición:
Ya sólo faltan dos semanas para la Pascua y todas las lecturas bíblicas de este domingo hablan de la resurrección. Pero no de la resurrección de Jesús, que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra resurrección, a la que aspiramos y que precisamente Cristo nos ha donado, al resucitar de entre los muertos. En efecto, la muerte representa para nosotros como un muro que nos impide ver más allá; y sin embargo nuestro corazón se proyecta más allá de este muro y, aunque no podemos conocer lo que oculta, sin embargo, lo pensamos, lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad. (…) Pero hay otra muerte, que costó a Cristo la lucha más dura, incluso el precio de la cruz: se trata de la muerte espiritual, el pecado, que amenaza con arruinar la existencia del hombre. Cristo murió para vencer esta muerte, y su resurrección no es el regreso a la vida precedente, sino la apertura de una nueva realidad, una "nueva tierra", finalmente unida de nuevo con el cielo de Dios (Benedicto XVI 10 de abril de 2011).
ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTO:
SEÑOR MÍO JESUCRISTO
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre
verdadero, Creador,
Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre
todas las cosas, me
pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las
penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia propongo
firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere
impuesta.
Amén.
ORACIÓN
Oremos Juntos con el Sal 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
R. Del
Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
V. Desde lo hondo
a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
R. Del
Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
V. Si llevas
cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
R. Del
Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
V. Mi alma espera
en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
R. Del
Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
V. Porque del
Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
MOMENTO
DE LA PALABRA:
EVANGELIO (forma
breve) Jn 11, 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45
Yo
soy la resurrección y la vida
╬ Lectura del santo Evangelio según
san Juan.
R. Gloria
a ti, Señor.
En aquel tiempo, las hermanas
de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del
Señor.
R. Gloria
a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN:
PAPA FRANCISCO}
SANTA MISA, HOMILÍA DEL SANTO
PADRE
Plaza de los Mártires (Carpi), V
Domingo de Cuaresma, 2 de abril de 2017
Las Lecturas de hoy nos hablan del Dios de la vida, que vence a la muerte. Detengámonos, en particular, en el último de los signos milagrosos que Jesús hace antes de su Pascua, en el sepulcro de su amigo Lázaro.
Allí todo parece terminado: la tumba está cerrada con una gran piedra; alrededor hay solo llanto y desolación. También Jesús está conmovido por el misterio dramático de la pérdida de una persona querida: “Se conmovió profundamente” y estaba “muy turbado” (Jn 11, 33). Después “estalló en llanto” (v. 35) y fue al sepulcro, dice el Evangelio, “conmoviéndose nuevamente” (v. 38). Este es el corazón de Dios: lejano del mal pero cercano a quien sufre; no hace desaparecer el mal mágicamente, sino que con-padece el sufrimiento, lo hace propio y lo transforma habitándolo.
Notamos, sin embargo que, en medio de la desolación general por la muerte de Lázaro, Jesús no se deja llevar por el desánimo. Aun sufriendo Él mismo, pide que se crea firmemente; no se encierra en el llanto, sino que, conmovido se pone en camino hacia el sepulcro. No se deja capturar del ambiente emotivo resignado que lo circunda, sino que reza con confianza y dice: “Padre, te doy gracias” (v. 41). Así, en el misterio del sufrimiento, frente al cual el pensamiento y el progreso se aplastan como moscas en los cristales, Jesús nos da ejemplo de cómo comportarnos: no huye del sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero no se deja aprisionar por el pesimismo.
En torno al sepulcro se lleva así un gran encuentro-desencuentro. Por una parte está la gran desilusión, la precariedad de nuestra vida mortal que, atravesada por la angustia de la muerte, experimenta a menudo la derrota, una oscuridad interior que parece insuperable. Nuestra alma, creada para la vida, sufre sintiendo que su sed eterna de bien es oprimida por un mal antiguo y oscuro. Por una parte, la derrota del sepulcro. Pero por la otra, está la esperanza que vence la muerte y el mal y que tiene un nombre; la esperanza se llama: Jesús. Él no trae un poco de bienestar o algún remedio para alargar la vida, sino que proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá” (v. 25). Por esto dice: “quitad la piedra”(v. 39) y grita a Lázaro con voz fuerte: “Sal” (v. 43).
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros estamos invitados a decidir de qué parte estar. Se puede estar de la parte del sepulcro o se puede estar de la parte de Jesús. Hay quienes se dejan encerrar por la tristeza y quienes se abren a la esperanza. Hay quienes se quedan atrapados en las ruinas de la vida, y quienes, como vosotros, con la ayuda de Dios, reconstruyen con paciente esperanza.
Frente a los grandes porqués de la vida tenemos dos caminos: quedarnos mirando melancólicamente los sepulcros de ayer y de hoy, o acercar a Jesús a nuestros sepulcros. Sí, porque cada uno de nosotros ya tiene un pequeño sepulcro, alguna zona un poco muerta dentro del corazón: una herida, un mal sufrido o realizado, un rencor que no da tregua, un remordimiento que regresa constantemente, un pecado que no se consigue superar. Identifiquemos hoy estos nuestros pequeños sepulcros que tenemos dentro e invitemos allí a Jesús. Es extraño, pero a menudo preferimos estar solos en las grutas oscuras que llevamos dentro, en vez de invitar a Jesús; estamos tentados de buscarnos siempre a nosotros mismos, rumiando y hundiéndonos en la angustia, lamiéndonos las heridas, en lugar de ir a Él, que nos dice: "Venid a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo os aliviaré." (Mt 11:28). No nos dejemos aprisionar por la tentación de quedarnos solos y desesperanzados quejándonos de lo que nos sucede; no cedamos a la lógica inútil del miedo que no lleva a ninguna parte, repitiendo resignados que todo está mal y nada es como antes. Esta es la atmósfera del sepulcro; el Señor, en cambio, quiere abrir el camino de la vida, el del encuentro con Él, de la confianza en Él, de la resurrección del corazón. El camino del "Levántate", ¡levántate, sal!, esto es lo que nos dice el Señor, y Él está a nuestro lado para hacerlo.
Escuchamos, pues, dirigidas a cada uno de nosotros, las palabras de Jesús a Lázaro: "¡Sal!"; sal del atasco de la tristeza sin esperanza; desata las vendas de miedo que obstruyen el camino; los lazos de las debilidades y de las inquietudes que te bloquean; repite que Dios desata los nudos. Siguiendo a Jesús aprendemos a no atar nuestras vidas en torno a los problemas que se enredan: siempre habrá problemas, siempre, y, cuando resolvemos uno, siempre, llega otro. Podemos, sin embargo, encontrar una nueva estabilidad, y esta estabilidad es precisamente Jesús, esta estabilidad se llama Jesús, que es la resurrección y la vida: con él la alegría habita en el corazón, renace la esperanza, el dolor se transforma en paz, el temor, en confianza, la prueba, en ofrenda de amor. Y aunque los pesos no faltarán, siempre estará su mano que levanta, su Palabra que alienta y nos dice a todos, a cada uno de nosotros:
"¡Sal!
¡Ven a mí! ". Nos dice a todos: no tengáis miedo.
También
a nosotros, hoy como entonces, Jesús nos dice: "Quítate la piedra".
Por muy pesado que sea el pasado, grande el pecado, fuerte la vergüenza, nunca
bloqueemos el ingreso del Señor. Quitemos ante El la piedra que le impide
entrar: este es el tiempo favorable para remover nuestro pecado, nuestro apego
a las vanidades del mundo, el orgullo que nos bloquea el alma. Tantas
enemistades entre nosotros, en las familias, tantas cosas... y este es el
tiempo favorable para remover todas estas cosas.
Visitados
y liberados por Jesús, pidamos la gracia de ser testigos de vida en este mundo
que tiene sed de ello, testigos que suscitan y resucitan la esperanza de Dios
en los corazones cansados y abrumados por la tristeza. Nuestro anuncio es la
alegría del Señor viviente, que aún hoy dice, como a Ezequiel: "Yo voy a
abrir vuestras tumbas, os haré salir de ellas, y os haré volver, pueblo mío, a
la tierra de Israel" (Ez 37,12
PRECES:
Queridos
hermanos, al implorar la bendición del Señor sobre nuestra familia, tengamos
presente que la unión familiar sólo puede mantenerse y crecer cuando tiene por
autor al mismo Señor. Invoquémoslo, pues, diciendo:
R.
Santifícanos, Señor.
Señor
Jesucristo, por quien todo edificio se va levantando, por la fuerza del
Espíritu Santo, hasta formar un templo consagrado, — haz que estos servidores
tuyos se reúnan en tu Nombre y que su vida tenga en ti su sólido fundamento. R.
Tú
que, viviendo con María y José, santificaste la vida familiar, — enseña a todos
los que viven en esta casa a ayudarse mutuamente, para establecer y consolidar
su vida de hogar. R.
Tú
que, por los sacramentos de la iniciación cristiana, hiciste que los miembros
de la familia humana entraran a formar parte de la familia espiritual, — haz
que estos servidores tuyos cumplan fielmente su misión en la Iglesia. R.
Tú que quisiste que la Iglesia naciente se
reuniera en el cenáculo con María, tu Madre, — haz que esta Iglesia doméstica
aprenda de la Virgen María a guardar en su corazón tus palabras, a dedicarse a
la oración y a compartir su vida y sus bienes con los demás. R.
Tú
que has sido enviado para salvar al mundo, — haz que toda la raza humana se vea
libre de los peligros de la guerra, la peste y el pecado. R.
Terminadas las preces, el ministro, según las circunstancias, invita
a todos los presentes a cantar o rezar la oración del Señor, con las siguientes
palabras u otras semejantes:
Fieles
a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos
a decir:
Todos
Padre
nuestro...
COMUNIÓN
ESPIRITUAL
En
este momento nos uniremos a Cristo de manera espiritual. Diciendo:
Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
ORACIÓN
DE BENDICIÓN
El padre o madre de familia con las manos juntas, dice la oración de
bendición:
Oh,
Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la
familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de la
Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición ' sobre esta familia, reunida en
tu Nombre, para que quienes en ella viven unidos por el amor se mantengan
fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, se ayuden mutuamente,
contribuyan a las necesidades de todos y den testimonio de la fe. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
R.
Amén.
O bien:
Te
bendecimos, Señor, porque tu Hijo, al hacerse hombre, compartió la vida de
familia y conoció sus preocupaciones y alegrías. Te suplicamos ahora, Señor, en
favor de esta familia: guárdala y protégela, para que, fortalecida con tu
gracia, goce de prosperidad, viva en concordia y, como Iglesia doméstica, sea
en el mundo testigo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R.
Amén.
CONCLUSIÓN
DEL RITO
El padre o madre de familia concluye el rito, diciendo:
Jesús,
el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca siempre con vuestra
familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un mismo pensar y un
mismo sentir.
Todos
responden:
Amén.
Es
aconsejable terminar la celebración con este canto u otro adecuado
HOY, SEÑOR,
TE DAMOS GRACIAS
Hoy, Señor, te damos
gracias,
por la vida, la tierra y el sol.
Hoy, Señor, queremos cantar
las grandezas de tu amor.
por la vida, la tierra y el sol.
Hoy, Señor, queremos cantar
las grandezas de tu amor.
1. Gracias, Padre, mi
vida es tu vida,
tus manos amasan mi barro,
mi alma es tu aliento divino,
tu sonrisa en mis ojos está.
tus manos amasan mi barro,
mi alma es tu aliento divino,
tu sonrisa en mis ojos está.
2. Gracias, Padre, Tú
guías mis pasos,
Tú eres la luz y el camino,
conduces a ti mi destino
como llevas los ríos al mar.
Tú eres la luz y el camino,
conduces a ti mi destino
como llevas los ríos al mar.
3. Gracias, Padre, me
hiciste a tu imagen,
y quieres que siga tu ejemplo
brindando mi amor al hermano,
construyendo un mundo de paz.
y quieres que siga tu ejemplo
brindando mi amor al hermano,
construyendo un mundo de paz.