domingo, 29 de marzo de 2020

Oración den tiempos de Covid 19 (cuarentena): Celebración de la Palabra en familia, V Domingo de cuaresma


ORAR EN FAMILIA EN TIEMPOS DE CUARENTENA

SUBSIDIO LITÚRGICO A CARGO DE LA VICARIA EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA DIÓCESIS DE ZACATECOLUCA

Convencido que la familia es Iglesia Doméstica, elaboramos el presente documento para aquellas familias que desean orar y honrar el domingo haciendo una celebración de la Palabra.

Dicha celebración puede ser presidida para el padre o la madre, en su defecto un miembro responsable del grupo familiar.

El esquema que presentamos puede ser adaptado a las posibilidades de cada uno.

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN FAMILIA, V DOMINGO DE CUARESMA
 CICLO A.

RITOS INICIALES

Reunida la familia, el ministro (laico) dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:

Amén.

El ministro laico dice:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros.

Todos responden:

Amén.

Monición:

Ya sólo faltan dos semanas para la Pascua y todas las lecturas bíblicas de este domingo hablan de la resurrección. Pero no de la resurrección de Jesús, que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra resurrección, a la que aspiramos y que precisamente Cristo nos ha donado, al resucitar de entre los muertos. En efecto, la muerte representa para nosotros como un muro que nos impide ver más allá; y sin embargo nuestro corazón se proyecta más allá de este muro y, aunque no podemos conocer lo que oculta, sin embargo, lo pensamos, lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad. (…) Pero hay otra muerte, que costó a Cristo la lucha más dura, incluso el precio de la cruz: se trata de la muerte espiritual, el pecado, que amenaza con arruinar la existencia del hombre. Cristo murió para vencer esta muerte, y su resurrección no es el regreso a la vida precedente, sino la apertura de una nueva realidad, una "nueva tierra", finalmente unida de nuevo con el cielo de Dios (Benedicto XVI 10 de abril de 2011).


ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTO:

SEÑOR MÍO JESUCRISTO

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.

ORACIÓN

Oremos Juntos con el Sal 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8

R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

V. Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

V. Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

V. Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.

R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

V. Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

MOMENTO DE LA PALABRA:

EVANGELIO (forma breve) Jn 11, 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

Yo soy la resurrección y la vida

 Lectura del santo Evangelio según san Juan.

R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

R. Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN:
PAPA FRANCISCO}
SANTA MISA, HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Plaza de los Mártires (Carpi), V Domingo de Cuaresma, 2 de abril de 2017

Las Lecturas de hoy nos hablan del Dios de la vida, que vence a la muerte. Detengámonos, en particular, en el último de los signos milagrosos que Jesús hace antes de su Pascua, en el sepulcro de su amigo Lázaro.

Allí todo parece terminado: la tumba está cerrada con una gran piedra; alrededor hay solo llanto y desolación. También Jesús está conmovido por el misterio dramático de la pérdida de una persona querida: “Se conmovió profundamente” y estaba “muy turbado” (Jn 11, 33). Después “estalló en llanto” (v. 35) y fue al sepulcro, dice el Evangelio, “conmoviéndose nuevamente” (v. 38). Este es el corazón de Dios: lejano del mal pero cercano a quien sufre; no hace desaparecer el mal mágicamente, sino que con-padece el sufrimiento, lo hace propio y lo transforma habitándolo.

Notamos, sin embargo que, en medio de la desolación general por la muerte de Lázaro, Jesús no se deja llevar por el desánimo. Aun sufriendo Él mismo, pide que se crea firmemente; no se encierra en el llanto, sino que, conmovido se pone en camino hacia el sepulcro. No se deja capturar del ambiente emotivo resignado que lo circunda, sino que reza con confianza y dice: “Padre, te doy gracias” (v. 41). Así, en el misterio del sufrimiento, frente al cual el pensamiento y el progreso se aplastan como moscas en los cristales, Jesús nos da ejemplo de cómo comportarnos: no huye del sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero no se deja aprisionar por el pesimismo.

En torno al sepulcro se lleva así un gran encuentro-desencuentro. Por una parte está la gran desilusión, la precariedad de nuestra vida mortal que, atravesada por la angustia de la muerte, experimenta a menudo la derrota, una oscuridad interior que parece insuperable. Nuestra alma, creada para la vida, sufre sintiendo que su sed eterna de bien es oprimida por un mal antiguo y oscuro. Por una parte, la derrota del sepulcro. Pero por la otra, está la esperanza que vence la muerte y el mal y que tiene un nombre; la esperanza se llama: Jesús. Él no trae un poco de bienestar o algún remedio para alargar la vida, sino que proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá” (v. 25). Por esto dice: “quitad la piedra”(v. 39) y grita a Lázaro con voz fuerte: “Sal” (v. 43).

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros estamos invitados a decidir de qué parte estar. Se puede estar de la parte del sepulcro o se puede estar de la parte de Jesús. Hay quienes se dejan encerrar por la tristeza y quienes se abren a la esperanza. Hay quienes se quedan atrapados en las ruinas de la vida, y quienes, como vosotros, con la ayuda de Dios, reconstruyen con paciente esperanza.

Frente a los grandes porqués de la vida tenemos dos caminos: quedarnos mirando melancólicamente los sepulcros de ayer y de hoy, o acercar a Jesús a nuestros sepulcros. Sí, porque cada uno de nosotros ya tiene un pequeño sepulcro, alguna zona un poco muerta dentro del corazón: una herida, un mal sufrido o realizado, un rencor que no da tregua, un remordimiento que regresa constantemente, un pecado que no se consigue superar. Identifiquemos hoy estos nuestros pequeños sepulcros que tenemos dentro e invitemos allí a Jesús. Es extraño, pero a menudo preferimos estar solos en las grutas oscuras que llevamos dentro, en vez de invitar a Jesús; estamos tentados de buscarnos siempre a nosotros mismos, rumiando y hundiéndonos en la angustia, lamiéndonos las heridas, en lugar de ir a Él, que nos dice: "Venid a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo os aliviaré." (Mt 11:28). No nos dejemos aprisionar por la tentación de quedarnos solos y desesperanzados quejándonos de lo que nos sucede; no cedamos a la lógica inútil del miedo que no lleva a ninguna parte, repitiendo resignados que todo está mal y nada es como antes. Esta es la atmósfera del sepulcro; el Señor, en cambio, quiere abrir el camino de la vida, el del encuentro con Él, de la confianza en Él, de la resurrección del corazón. El camino del "Levántate", ¡levántate, sal!, esto es lo que nos dice el Señor, y Él está a nuestro lado para hacerlo.

Escuchamos, pues, dirigidas a cada uno de nosotros, las palabras de Jesús a Lázaro: "¡Sal!"; sal del atasco de la tristeza sin esperanza; desata las vendas de miedo que obstruyen el camino; los lazos de las debilidades y de las inquietudes que te bloquean; repite que Dios desata los nudos. Siguiendo a Jesús aprendemos a no atar nuestras vidas en torno a los problemas que se enredan: siempre habrá problemas, siempre, y, cuando resolvemos uno, siempre, llega otro. Podemos, sin embargo, encontrar una nueva estabilidad, y esta estabilidad es precisamente Jesús, esta estabilidad se llama Jesús, que es la resurrección y la vida: con él la alegría habita en el corazón, renace la esperanza, el dolor se transforma en paz, el temor, en confianza, la prueba, en ofrenda de amor. Y aunque los pesos no faltarán, siempre estará su mano que levanta, su Palabra que alienta y nos dice a todos, a cada uno de nosotros:
"¡Sal! ¡Ven a mí! ". Nos dice a todos: no tengáis miedo.
También a nosotros, hoy como entonces, Jesús nos dice: "Quítate la piedra". Por muy pesado que sea el pasado, grande el pecado, fuerte la vergüenza, nunca bloqueemos el ingreso del Señor. Quitemos ante El la piedra que le impide entrar: este es el tiempo favorable para remover nuestro pecado, nuestro apego a las vanidades del mundo, el orgullo que nos bloquea el alma. Tantas enemistades entre nosotros, en las familias, tantas cosas... y este es el tiempo favorable para remover todas estas cosas.
Visitados y liberados por Jesús, pidamos la gracia de ser testigos de vida en este mundo que tiene sed de ello, testigos que suscitan y resucitan la esperanza de Dios en los corazones cansados ​​y abrumados por la tristeza. Nuestro anuncio es la alegría del Señor viviente, que aún hoy dice, como a Ezequiel: "Yo voy a abrir vuestras tumbas, os haré salir de ellas, y os haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel" (Ez 37,12

PRECES:

Queridos hermanos, al implorar la bendición del Señor sobre nuestra familia, tengamos presente que la unión familiar sólo puede mantenerse y crecer cuando tiene por autor al mismo Señor. Invoquémoslo, pues, diciendo:

R. Santifícanos, Señor.

Señor Jesucristo, por quien todo edificio se va levantando, por la fuerza del Espíritu Santo, hasta formar un templo consagrado, — haz que estos servidores tuyos se reúnan en tu Nombre y que su vida tenga en ti su sólido fundamento. R.

Tú que, viviendo con María y José, santificaste la vida familiar, — enseña a todos los que viven en esta casa a ayudarse mutuamente, para establecer y consolidar su vida de hogar. R.

Tú que, por los sacramentos de la iniciación cristiana, hiciste que los miembros de la familia humana entraran a formar parte de la familia espiritual, — haz que estos servidores tuyos cumplan fielmente su misión en la Iglesia. R.

 Tú que quisiste que la Iglesia naciente se reuniera en el cenáculo con María, tu Madre, — haz que esta Iglesia doméstica aprenda de la Virgen María a guardar en su corazón tus palabras, a dedicarse a la oración y a compartir su vida y sus bienes con los demás. R.

Tú que has sido enviado para salvar al mundo, — haz que toda la raza humana se vea libre de los peligros de la guerra, la peste y el pecado. R.

Terminadas las preces, el ministro, según las circunstancias, invita a todos los presentes a cantar o rezar la oración del Señor, con las siguientes palabras u otras semejantes:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

Todos
Padre nuestro...

COMUNIÓN ESPIRITUAL

En este momento nos uniremos a Cristo de manera espiritual. Diciendo:
Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
ORACIÓN DE BENDICIÓN

El padre o madre de familia con las manos juntas, dice la oración de bendición:

Oh, Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de la Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición ' sobre esta familia, reunida en tu Nombre, para que quienes en ella viven unidos por el amor se mantengan fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, se ayuden mutuamente, contribuyan a las necesidades de todos y den testimonio de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

O bien:

Te bendecimos, Señor, porque tu Hijo, al hacerse hombre, compartió la vida de familia y conoció sus preocupaciones y alegrías. Te suplicamos ahora, Señor, en favor de esta familia: guárdala y protégela, para que, fortalecida con tu gracia, goce de prosperidad, viva en concordia y, como Iglesia doméstica, sea en el mundo testigo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

CONCLUSIÓN DEL RITO

El padre o madre de familia concluye el rito, diciendo:

Jesús, el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca siempre con vuestra familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir.

Todos responden:

Amén.

Es aconsejable terminar la celebración con este canto u otro adecuado

HOY, SEÑOR, TE DAMOS GRACIAS
Hoy, Señor, te damos gracias,
por la vida, la tierra y el sol.
Hoy, Señor, queremos cantar
las grandezas de tu amor.
1. Gracias, Padre, mi vida es tu vida,
tus manos amasan mi barro,
mi alma es tu aliento divino,
tu sonrisa en mis ojos está.
2. Gracias, Padre, Tú guías mis pasos,
Tú eres la luz y el camino,
conduces a ti mi destino
como llevas los ríos al mar.
3. Gracias, Padre, me hiciste a tu imagen,
y quieres que siga tu ejemplo
brindando mi amor al hermano,
construyendo un mundo de paz.



miércoles, 18 de marzo de 2020

ORACIÓN EN TIEMPOS DE COVID 19 (CUARENTENA)


ORAR EN FAMILIA EN TIEMPOS DE CUARENTENA

SUBSIDIO LITÚRGICO A CARGO DE LA VICARÍA EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA DIÓCESIS DE ZACATECOLUCA (EN EL SALVADOR, C.A)

Convencido que la familia es Iglesia Doméstica, elaboramos el presente documento para aquellas familias que desean orar y honrar el domingo haciendo una celebración de la Palabra.

Dicha celebración puede ser presidida para el padre o la madre, en su defecto un miembro responsable del grupo familiar.

El esquema que presentamos puede ser adaptado a las posibilidades de cada uno.

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN FAMILIA, IV DOMINGO DE CUARESMA, 
CICLO A.

RITOS INICIALES

Reunida la familia, el ministro (laico) dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:

Amén.

El ministro laico dice:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros.

Todos responden:

Amén.

Monición:

Al ciego curado Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. En efecto, en el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por su propio egoísmo.

Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios. Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que la Biblia llama el "gran pecado" (cf. Sal 19, 14): el orgullo. Que nos ayude en esto María santísima, la cual, al engendrar a Cristo en la carne, dio al mundo la verdadera luz. (Benedicto XVI, 02 de marzo de 2008)

Oremos Juntos con el Sal 127 (128), 1-2. 4-6a (R.: la)

R. Dichoso el que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos. R.

MOMENTO DE LA PALABRA:

 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Unos decían: «El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
El respondía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de Los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
« ¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó:
« ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN:

Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 3 de abril de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo especial de gracia, durante el cual podemos experimentar el don de la bondad del Señor para con nosotros. La liturgia de este domingo, denominado "Laetare", nos invita a alegrarnos, a regocijarnos, como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística: "Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos" (cf. Is 66, 10-11). ¿Cuál es la razón profunda de esta alegría? Nos lo dice el Evangelio de hoy, en el cual Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige al que había sido ciego constituye el culmen de la narración: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" (Jn 9, 35). Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: "Creo, Señor" (Jn 9, 38). Conviene destacar cómo una persona sencilla y sincera, de modo gradual, recorre un camino de fe: en un primer momento encuentra a Jesús como un "hombre" entre los demás; luego lo considera un "profeta"; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama "Señor". En contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías. La multitud, en cambio, se detiene a discutir sobre lo acontecido y permanece distante e indiferente. A los propios padres del ciego los vence el miedo del juicio de los demás.
Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos "ciegos", pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), porque en él "resplandece el conocimiento de la gloria de Dios" (2Co 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización. En estos días que nos preparan para la Pascua revivamos en nosotros el don recibido en el Bautismo, aquella llama que a veces corre peligro de apagarse. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.
A la Virgen María, Madre de la Iglesia, encomendamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo.

PRECES:

Invoquemos a Cristo, el Señor, Palabra eterna del Padre, que, mientras convivió con los hombres, quiso vivir en familia y colmarla de bendiciones, y pidámosle que proteja a esta familia, diciendo:

R. Guarda en tu paz nuestra familia, Señor.

Tú que consagraste la vida doméstica, viviendo bajo la autoridad de María y José, — santifica esta familia con tu presencia. R.

Tú que estuviste siempre atento a las cosas de tu Padre, — haz que Dios sea honrado y glorificado en todas las familias. R.

Tú que hiciste de tu santa familia un modelo admirable de oración, de amor y de cumplimiento de la voluntad del Padre, — santifica esta familia con tu gracia y cólmala de tus dones. R.

Tú que amaste a tus parientes y fuiste amado por ellos, — afianza a todas las familias en el amor y la concordia. R.

Tú que en Cana de Galilea alegraste los comienzos de una familia, al hacer tu primer signo, convirtiendo el agua en vino, — alivia los sufrimientos y preocupaciones de esta familia y conviértelos en alegría. R.

Tú que, velando por la unidad de la familia, dijiste: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», — guarda a estos esposos siempre unidos con el vínculo indestructible de tu amor. R.

Terminadas las preces, el ministro, según las circunstancias, invita a todos los presentes a cantar o rezar la oración del Señor, con las siguientes palabras u otras semejantes:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

Todos

Padre nuestro...

ORACIÓN DE BENDICIÓN

El padre o madre de familia con las manos juntas, dice la oración de bendición:

Oh, Dios, creador y misericordioso restaurador de tu pueblo, que quisiste que la familia, constituida por la alianza nupcial, fuera signo de Cristo y de la Iglesia, derrama la abundancia de tu bendición ' sobre esta familia, reunida en tu Nombre, para que quienes en ella viven unidos por el amor se mantengan fervientes en el espíritu y asiduos en la oración, se ayuden mutuamente, contribuyan a las necesidades de todos y den testimonio de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

O bien:

Te bendecimos, Señor, porque tu Hijo, al hacerse hombre, compartió la vida de familia y conoció sus preocupaciones y alegrías. Te suplicamos ahora, Señor, en favor de esta familia: guárdala y protégela, para que, fortalecida con tu gracia, goce de prosperidad, viva en concordia y, como Iglesia doméstica, sea en el mundo testigo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

CONCLUSIÓN DEL RITO

El padre o madre de familia concluye el rito, diciendo:

Jesús, el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca siempre con vuestra familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir.

Todos responden:

Amén.

Es aconsejable terminar la celebración con un canto adecuado


domingo, 1 de marzo de 2020

Cuaresma no es una rectificación de conducta, sino un tiempo para renovar nuestro bautismo.


I Domingo de Cuaresma, Ciclo A.

Una de las grandes tentaciones que tenemos hoy en día es la esperanza en las falsas promesas mesiánicas del mundo: el pan, la vanidad y la idolatría.

El Pan representa todo lo lícito que alguien puede tener, pero que en un momento determinado puede sustituir a lo que es verdaderamente importante: la Palabra de Dios. Pensemos que en nuestros días ya no se respeta el domingo, las fiestas de guardar o la semana santa, pues se ocupa para explotar a trabajador y obtener más ganancia. También, cuando no somo capaces de ser fieles a nuestro principio cristianos, los traicionamos fácilmente; por ejemplo, el político cristiano que está a favor del aborto o el que apoya leyes injustas.

La vanidad representa el poder de un mesianismo facilista, el cual es fanático de la soberbia, el engaño, la astucia y la manipulación. Esta tentación es fans de los espectáculos, lo suntuoso y los aplausos, contradiciendo de esta manera el camino de la humildad, la sencillez y el sacrificio del Señor. No, ellos prefieren tentar a Dios, ponerlo a prueba, creer que se puede manipular a Dios. Pensemos en los políticos que viven de la imagen, del engaño y el espectáculo, lo que les importa son los votos, el poder, pero sobre todo la vanidad, la adulación y el culto de si mismo. No les importa el pueblo, lo redimen, al contrario lo traicionan. Ya no se diga un tipo de catolicismo mesiánico, que también vive de la vanidad, el aplauso, del espectáculo, lo que hacen es quitar a Cristo del centro, poniéndose ellos mismos.

La idolatría representa la tentación de sustituir a Dios por dioses. Aquí entran lo que ávidos de poder y de dinero dejan de adora al verdadero Dios y se postran ante lo ídolos del mundo.  Pensemos en los que hacen pacto con el diablo, los que idolatran a los partidos políticos, o el dinero. Los que por el propio bienestar pueden hacer lo que sea. Por eso el mundo está así en la oscuridad, porque ha abandonado al verdadero Dios y se ha postrado ante los ídolos del mundo.

Ahora bien, no se trata de ver las tentaciones ajenas, sino de ver mis propias tentaciones. Precisamente para eso nos sirve la cuaresma.

Todos somos participes del primer Adán, tenemos una naturaleza herida que nos inclina al pecado, es decir, a dar una respuesta equivocada a Dios. Queremos buscar la felicidad, pero en desobediencia a Dios, al margen de su voluntad. Este tiempo es propicio para hacer un examen de conciencia, reconociendo cuánto hemos pecado, rechazado a Dios, cuantas veces le hemos traicionado.

Pero estamos llamado a poner nuestro ojos en el segundo Adán, es decir, en Cristo. En verdad hay que saber que en este tiempo hay una relación sacramental de la cuaresma de Jesús con nuestra cuaresma. La cuaresma es un tiempo sacramental, porque los cristianos de una manera u otra participamos verdaderamente de la cuaresma de Jesús: tomamos parte de sus sufrimientos, ayunos, oraciones y sacrificios. El prefacio para este domingo hace un enlace perfecto: «El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal. Esto quiere decir que nuestra cuaresma cobre sentido si supera la sola tradición, es decir, si cobra sentido si somos nosotros mismo lo que hacemos presente hoy la cuaresma de Jesús en medio de un mundo materialista.

Si, estamos llamados también a vencer las tentaciones materialistas, vanidades e idolatrías en las que podemos estar envueltos. La formula ya la dio Jesús: la obediencia y el poder del amor hasta el extremo. Esto implica tener como primero la Palabra de Dios en nuestra vida, como criterio supremo; vencer la vanidad con la humildad y la sencillez, los caminos de Dios son discretos y silenciosos; y optar por la fidelidad a Dios, teniendo un corazón que le adora y le alba en espíritu y en verdad. Todo esto implica renuncia a los ídolos y al propio egoísmo.

Monseñor Romero decía:

De esa queremos salvar a la Iglesia auténtica, que no haga consistir su prestigio en ser aplaudida, en ser apoyada por los triunfos fáciles. Queremos un cristianismo que de veras se apoye como el de Cristo, en la palabra de Dios; que no traicione por más que le ofrezcan ventajas, la verdad de la palabra divina; que sepa apoyar su propia hambre, su propia debilidad, su propio ocultamiento; no lo considere como un fracaso, como estar esperando días mejores. Ya los tenemos esos días, son los que se apoyan en Cristo en la medida en que hacemos nuestra fe consistir en la palabra de Dios, y nuestro poder no en hacer milagros ni en apoyarnos en triunfalismos y espectacularidad, sino en el sencillo cumplimiento del deber, en la fe sencilla a la palabra de Dios. ¡Esa es la redención que Cristo nos ofrece!

Con todo, la cuaresma no es una rectificación de costumbres solamente, pues no se trata de un pelagianismo que trata de poner sus esperanzas en los esfuerzos meramente humanos, sino  que es un tiempo en donde los sacramentos pascuales se reciben y se renuevan en el pueblo cristiano, de esa manera se hace presente y efectiva nuestra solidaridad con Cristo, como dice san Pablo, se hace viva la salvación en cada uno de nosotros. Por lo tanto, hermano, que esta cuaresma puedas renovar tu bautismo y te encamines hacia la santidad que Dios quiere en tu vida. 

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...