lunes, 29 de enero de 2018

Potencialidad simbólica y pedagógica de Óleos Santos en la Pastoral Litúrgica de la Parroquia



Pbro. Judá García 

En efecto, en el contexto de la pastoral litúrgica de la parroquia nos enriquecería grandemente considerar el tema de Óleo en cuanto elemento pedagógico y simbólico dentro de la celebración de la liturgia y hacer algunas propuestas celebrativas que nos conduzcan a la participación activa en los Sagrados Misterios. Pero al abordar estos temas debemos tener en cuenta en que estamos en tiempos de una nueva evangelización continental, lo cual, requiere de nosotros un esfuerzo por acercarnos y conocer hondamente la realidad en la que viven los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque ciertos temas que tienen que ver con lo religioso les resulta extraño y ambiguo.

Bastaría con hacernos preguntas como ¿En qué mundo vivimos? ¿Cuáles son las características culturales y sociales de nuestro tiempo? Para anunciar la Buena Nueva de Jesucristo a través de la liturgia demos conocer las condiciones en que se encuentran los receptores de las acciones celebrativas; entonces surge otra pregunta ¿cómo explicar lo que celebramos? La liturgia es una realidad que engloba todo el Misterio Pascual, con ello la creación recibe una transparencia que la hace participar de una dimensión trascendente de la presencia del Dios con nosotros, el Misterio se vuelve cercano, íntimo y acogedor. Sin embargo, podemos estar seguros de que nos enfrentamos con un mundo en donde el hombre se ha situado como en el centro, medio y fin de todo lo que existe, por lo que el Misterio no tiene cabida fácilmente en su mentalidad, mucho menos en su actuar vital.


En este sentido, hemos descubierto que el Óleo que usamos en la liturgia tiene una capacidad simbólica de insospechadas magnitudes: Primero, ha quedado claro que es un elemento que está ligado al hombre de manera intrínseca, o sea, pertenece al ámbito de su entorno natural; Segundo, está revestido de un significado inmediato de belleza y dignidad, condición necesaria para transmitir el referente sacral del Misterio; Tercero, pertenece al conjunto de elementos materiales que tienen un carácter histórico-salvífico, pues, los encontramos entre aquellos signos utilizado en la revelación publica de Dios a la humanidad.

I.                   EL SENTIDO ANTROPOLÓGICO DEL ÓLEO

El óleo o crisma es el ungüento proveniente del árbol del Olivo, elemento agrícola que crece sobre todo en la zona del Mediterráneo; ha tenido múltiples significados religiosos y antropológicos a lo largo de la historia debido a su carácter medicinal, alimenticio e higiénico. El valor que él tiene es vigente hasta nuestros días, tenemos que redescubrir toda su potencialidad de explicar el Misterio de Dios en la vida personal y comunitaria.[1]

Podríamos mencionar algunos ejemplos a lo largo de la historia humana de los diferentes usos del Olivo:

a)      En la antigua Grecia, el premio de los juegos olímpicos era una corona de hojas de olivo.

b)      La hoja del olivo en muchas culturas representa la paz.

c)      El aceite de oliva ha servido para la curación de heridas o para la preparación de las grandes luchas de los circos romanos;

d)      No podríamos dejar de mencionar que el óleo en muchas culturas es un símbolo religioso de consagración de personas u objetos.

Por esta razón en nuestra liturgia el aceite de oliva tiene todas esas connotaciones antropológicas: fortaleza, curación y consagración; por lo que en nuestras celebraciones se toma en cuenta el gran drama humano que estos elementos pueden indicar como contraparte: la esclavitud por el pecado, el dolor de la enfermedad corporal y espiritual, la suciedad moral que puede implicar el estar lejos de Dios y la mundanidad que contamina los corazones humanos.

II.                EL SENTIDO BÍBLICO, TEOLÓGICO, LITÚRGICO Y PASTORAL DEL ÓLEO

1. El Óleo en la Sagrada Escritura

1.1      Antiguo Testamento

La Sagrada Escritura recurre a la palabra hebrea mišḥã o tamrũq para describir el gesto de ungir con un ungüento a base de aceite de oliva con fines higiénicos, cosméticos (Ez. 16, 9; Rut. 3, 3; Cant. 1,3; 4, 10) y medicinales (Is. 1, 6). Del mismo modo, junto al vino y al trigo,[2] es símbolo de la alegría, del honor, de la fiesta y del bienestar (Sal. 45, 8; Is. 61, 3; Qo. 9, 8; Am. 6, 6; Prov. 27, 9), y en una época tardía de la historia de Israel significará elección divina (1 Sam. 9, 16; 16, 3.12 ss.; 2 Re. 9, 3.6).[3]

El signo del óleo en el antiguo testamento está ligado a un cierto derramamiento del espíritu (1 Sam 16, 13), es por eso que cuando a los reyes se les consideraba como los ungidos del Señor (Mesías) era sinónimo de tomárseles como los hombres que poseían el espíritu; O en el caso de los sumos sacerdotes (Ex. 29, 7; Lv. 4, 3.5.16) que los habilitaba para el culto y el servicio religioso; también servía para ungir objetos y lugares que estaban destinados a la liturgia judía (Ex. 29, 36; 40, 9 ss.; Gen. 28, 18; 31, 13). Incluso, algunos de los profetas fueron ungidos con aceite (1 Re 19, 15), aunque no hay datos totalmente ciertos para concluir que estos acontecimientos fueron verdaderamente históricos. Por extensión, la figura del ungido (mesías) es atribuida a grandes personajes que de alguna manera hablaban en nombre del Señor, por ejemplo, Ciro (Is 45, 1) y otros profetas que no recibieron la unción de manera física según el dato bíblico (Sal 105, 15; 1 Cró 16, 22).[4]  

Entonces, la unción en el Antiguo Testamento está ligada intrínsecamente con la idea de consagrar o apartar a una persona, lugar u objeto para el servicio de Dios, pasarlo de la esfera natural - profano a lo sobrenatural - divino, destinarlo totalmente a lo dimensión de lo sagrado. Aunque debemos tomar en cuenta que esta práctica no es original del pueblo de Israel, ya que hay datos antropológicos de otras culturas que usan el aceite de olivo para hacer consagraciones con la intención religiosas que hemos señalado anteriormente. Por supuesto, esto no quiere decir que la actividad litúrgica del pueblo de Israel se deba equiparar a las supersticiones de los pueblos paganos, sino que hay elementos comunes religiosos entre estos grupos étnicos.[5]

1.2       Nuevo Testamento

Ahora bien, en el Nuevo Testamento se utiliza el término griego aleijein  que expresa la acción de ungir el cuerpo con aceite de oliva. Nos damos cuenta de que en el tiempo de Jesús, este el gesto de ungir, significa hospitalidad y alegría (Lc. 7, 46), respeto, veneración y bienestar (Mt 26, 6 ss.); también hay un dato curioso, en donde la unción con aceite de olivo es relacionado con un acontecimiento profético que preveía su muerte y preparaba su cadáver (Lc 7, 38; Jn 12, 3). Evidentemente, para este tiempo estaba muy presente la tradición de la esperanza mesiánica, que de hecho es de una época tardía en la historia de Israel, y ven en la persona de Jesús el cumplimiento de ella, él es el Cristo, es decir, el Ungido del Señor en él se resume todo el poder real, sacerdotal y profético que figuraba en el Antiguo Testamento; en esta línea, aparece el verbo griego criein (crima-crisma) que según los estudiosos significa la donación de la fuerza y el espíritu de Dios para desempeñar una misión específica, y es usado por los hagiógrafos para describir a Jesús como el Mesías (Lc 4, 18; Hch 4, 27; 10 38; Hb 1, 9; 2 Co 1, 21; 1 Jn 2, 20.27).[6]

2. El Sentido Teológico del Óleo

El título de Mesías (ungido) es la expresión más antigua para establecer la identidad de Jesús, proviene eminentemente de las comunidades judeo-cristianas que están muy arraigadas a algunas tradiciones de Israel; incluso, el nuevo testamento se les llama “cristianos”, es decir, seguidores del Mesías. También hemos de notar que San Pablo nunca se refiere a Jesucristo simplemente por el nombre de Jesús, sino que siempre asocia el nombre o la persona de Jesús con el título Cristo. Asimismo, hay evidencia en evangelios que creen que Jesús es el Mesías, el cual, no rechaza que le llamen como tal, aunque es renuente a emplearlo en su ministerio público por sus connotaciones políticas (Mc 8, 2; Mc 14 61-62; Jn 4, 25; Mt 26, 63-64; Hechos 11, 26).

También, el título Mesías se refiere generalmente a la esperanza del resurgimiento de un futuro rey de Israel que representa la dinastía de David, a través del cual, Dios establecería su reinado definitivo de paz y prosperidad (Is 7, 14-19; 9, 5-6; Za 9, 9); aunque debemos afirmar, que la tendencia de pensamiento de muchos judíos moldeaba el acontecimiento mesiánico a una restauración meramente política sobre todo del pueblo de Israel. Sin embargo, los escritos del Nuevo Testamento nos proporcionan otra perspectiva, pues, afirman con frecuencia que Jesucristo es hijo de David en quien se cumple la promesa mesiánica (Rom 1, 2-3; Mc 10, 47-48; Lc 1, 31-33), cuando no hay evidencia histórica de que un judío haya pretendido ser el Mesías en el pasado, pero la figura mesiánica neotestamentaria es distinta a lo que muchos esperaban, ya que el reinado que presenta está vinculado con el sufrimiento, la muerte y la resurrección; efectivamente, los primeros cristianos tienden a identificar el carácter mesiánico de Jesucristo con el siervo doliente de Isaías, escogido por Dios para unir e iluminar a Israel (Is 42, 1-7; Hch 3, 13-14. 18-21; 1 Cor 1, 22.).

Ahora bien, el titulo Mesías no es sinónimo de divinidad, por lo tanto, no es el más adecuado, por sí mismo, para comprender a profundidad la Identidad, Palabra y Misión de Jesús, hace falta la vinculación con los otros títulos Cristológicos del Nuevo Testamento: Señor, Hijo de Dios y Salvador. Solamente de esta manera lograremos abstraer el significado verdadero de su mesianidad, que con seguridad difiere de la mentalidad de los judíos de su tiempo. También, hemos de tomar en cuenta que este título no dice mucho para la mayoría de los cristianos de la Iglesia primitiva, debido a su procedencia del paganismo, por lo cual, están lejos cultural y religiosamente del ámbito judío.

En este contexto, el gesto de la unción iluminado con la Sagrada Escritura adquiere un sentido Cristológico, siendo el punto central el principio de la encarnación.

Ungir es un gesto que nos vincula con el Mesías de Dios, el Verbo hecho carne; la intervención oportuna de Dios en la historia de los hombres ha convertido a algunos frutos de la tierra en signos sensibles que nos otorgan la gracia invisible, de esta manera se nos remite a una dimensión cósmica-histórico-salvífica.

Evidentemente, la Redención toma en cuenta la relación intrínseca e irrenunciable del hombre con los elementos de la tierra y el Espíritu de Dios.  Justamente, el ungir con óleo pertenece al lenguaje corporal que implica palabra, voz, materia y la acción concreta que realizan lo que significan. Hablamos de un camino escogido por el mismo Dios que se revela, caracterizado por lo sensible pero que nos lleva a la esfera de lo divino, al ámbito de la gracia. Esta dinámica está muy marcada en toda la historia de la salvación, la revelación divina se ha realizado entre nosotros a través de hechos y palabras ligadas intrínsecamente entre sí, es la lógica que la Iglesia sigue para la actualización del misterio de salvación en el aquí y en el ahora.[7] 

Asimismo, el óleo pertenece a los símbolos de la Nueva Alianza Mesiánica, junto al agua, al vino y al pan, son signos eficaces que amplían los signos propiamente sacramentales, realizan la consagración del individuo a Jesucristo, dejan la marca de la gracia de manera eficaz en el fiel que recibe los sacramentos que implican el gesto de ungir con aceite de oliva[8].

3. El Sentido Litúrgico del Óleo

El óleo pertenece a los elementos naturales de la creación, que de suyo contienen un valor religioso eficaz y eficiente del culto a Dios y de la santificación de los hombres, aunque hemos de tener en cuenta que su valor litúrgico es debido al misterio de la encarnación, es decir, que su dimensión sobrenatural es en virtud de la misma intervención oportuna de Dios en la historia de la humanidad, el cual, ha dotado a dichos elementos de  la fuerza suficiente para realizar su propia obra salvadora; también debemos considerar, que está acompañado por el arte de la Palabra, de los gestos y de las actitudes, lo cual, multiplica su significado para expresar en el aquí y en el ahora el misterio de Cristo.

3.1 breve reseña histórica de los óleos en la vida de la Iglesia

Ahora bien, todas las tradiciones cristianas reconocen tres tipos de óleos: el óleo de los catecúmenos, el Santo Crisma y el óleo de los enfermos; incluso, en el rito copto se reconoce un cuarto óleo usado para el sacramento del matrimonio[9]. Ya en las colecciones canónicas del siglo III proponen formularios en donde se contienen la bendición del óleo para los enfermos, sobre todo se menciona una oración de Hipólito, que Roma conservará para hacer bendecir el aceite al final de la plegaria eucarística, así como otras tradiciones tanto en oriente como en occidente hasta el Siglo VI[10]. También algunos estudios sostienen que en Roma el jueves Santo hay tres misas: la primera de ellas destinada a reconciliar a los penitentes de la Cuaresma; la segunda era para la consagración de los Óleos; y la tercera, por la tarde, para celebrar la Última Cena del Señor[11].  Al pasar algún tiempo existe una sola Eucaristía para día por la mañana, la  Coena Domini, bendiciendo los óleos en esta única celebración, pero en el año 1955 Papa Pío XII trasladó la celebración de la Coena Domini para la tarde del Jueves Santo, por lo que liberó la mañana de ese mismo día, lo que dio píe para restaurar la misa Crismal, labor que se concluyó en 1970, dotando para este día un carácter eminentemente sacerdotal y destacando la importancia mayor que tienen los Santos Óleos y el Santo Crisma[12].

3.2 El Óleos en la Liturgia 

a) El Santo Crisma:

El Santo Crisma es un signo sensible que representa toda una dimensión cósmica de la historia de la salvación en la liturgia de la Iglesia. El mismo Dios que ha creado los elementos de la tierra, los ha utilizado para ir marcando su paso por la historia de la humanidad; en el caso concreto del aceite de oliva, cobra entre nosotros un sentido sobrenatural de alegría, purificación, gracia, paz y consagración dentro de la obra salvadora de Jesucristo. También, es signo de la fuerza del Espiritu Santo, que en el antiguo testamento consagraba reyes, profetas y sacerdotes, y ahora es para nosotros un signo de la salvación y vida divina para aquellos que reciben el bautismo, porque el que son revestidos de una dignidad real, sacerdotal y profética. El ritual del orden sacerdotal indica que la unción del Santo Crisma tiene un carácter explicativo; en el caso de la ordenación presbiteral, lo que se ungen son las manos, y trata de significar el auxilio que proviene que proviene de Cristo para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio[13].  Ahora bien, en la ordenación episcopal la unción es en la cabeza, y trata de significar el derramamiento que Dios ha hecho sobre el neo-Episcopo con el bálsamo de la unción, a imagen de Aarón en el nuevo testamento, y que la bendición de Dios le acompaña para hacer germinar su vida en frutos abundantes[14].

b) El Óleo de los Catecúmenos:

            El Óleo de los catecúmenos es un signo sensible que representa una dimensión salvífica del cosmos. Tiene un sentido de fortaleza, sabiduría y gracia que auxilia al cristiano en su caminar cristiano para que se esfuercen por cumplir su deber de bautizados y luchar contra el mal, comprendiendo su vida desde el evangelio de Jesucristo, y den a conocer en el mundo su condición de hijos adoptivos y se alegren por la redención que ha sido obrada en ellos

c) El Óleo de los Enfermos:

El Óleo de los enfermos es un signo de la presencia de Dios que consuela a su pueblo en su caminar, sea ante el dolor de la enfermedad o la amenaza de la muerte. Entre nosotros tiene un sentido de la presencia del Espiritu Santo que hace posible la fortaleza y el perdón de los pecados, el consuelo y la fortaleza que proviene de lo alto, significa la divina protección. También, significa la presencia y la santificación de Dios que nos libra de nuestras aflicciones, sufrimientos y enfermedades.

4. Sentido Pastoral de Óleo:

El signo del óleo y el gesto de ungir son dos elementos que pueden enriquecer nuestras celebraciones litúrgicas, tanto como los sacramentos y algunos sacramentales que impliquen estos signos. En primer lugar, debemos cuidar su belleza, que radica en su pureza y en su olor, estos aspectos potencian a que les percibamos como signos de la fortaleza y el vigor que nos comunica el Espíritu Santo y que nos convida a ser en todo lugar el buen olor de Cristo. En segundo lugar, también debemos velar que siempre este signo vaya acompañado de la Palabra de Dios, para iluminar y comprender el acontecimiento salvífico que se está realizando; y por último, el gesto de ungir tiene que ser verdadero, para que haya una auténtica competencia celebrativa del rito que se esté celebrando, que pueda ser asequible a los fieles una experiencia litúrgica que rinda culto a Dios y santifique a su Iglesia. En este sentido, no podemos reducir a la mediocridad un elemento tan sencillo pero eficaz en la liturgia que realicemos en nuestra labor pastoral.

CONCLUSIÓN:

La presencia de los Santos Óleos y del Santo Crisma en la liturgia de la Iglesia es muy antigua en la historia la Iglesia, detrás de ello hay toda una tradición con un profundo contenido bíblico, teológico y litúrgico. Esto nos lleva a pensar que en la práctica sacramentaria son elementos que se deben valorar y cuidar de manera óptima para no deslucir su capacidad simbólica, lo que a la larga nos llevaría a bloquear la transmisión del referente sacro del acto litúrgico que se esté llevando a cabo. Por ejemplo: el presbítero que prescinde de usar el óleo de los catecúmenos en la celebración del bautismo está privando a los fieles el captar la dimensión de fortaleza que proviene de cristo y es transmitida al bautizando. O aquel que administra los sacramentos con un óleo rancio y sin olor está privando a los fieles de que a través de la belleza y del buen olor del crisma puedan captar con las mismas categorías el misterio que se esté celebrando.  

La presencia de los Santo Óleos y del Santo Crisma en la vida sacramental de la Iglesia son un verdadero acontecimiento salvífico, ya que en la materia del óleo la liturgia quiere significar el sello de la Nueva alianza que lo hace un Pueblo sacerdotal, profético y real en el Jesús, el ungido, el Señor. El modo de relacionarnos con el Misterio no sólo tiene que ir en la línea de querer obtener algo benéfico a favor nuestro, sino que también sepamos descubrir y contemplar a través de los signos sensibles el misterio de la salvación de una manera totalmente desinteresada nos conformamos a él, es decir, la gracia que esconde el óleo en cuanto elemento celebrativo no se reduce a la mera comprensión que se tengan de ellos, sino que independiente y objetivamente en sí mismos contienen la fuerza salvadora que proviene de Dios.

La presencia de los Santo Óleos y del Santo Crisma son una autentica oportunidad evangelizadora y catequética, pues ayudan de manera eficaz a profundizar lo esencial de la fe; así como también ayudan a tomar conciencia de la propia identidad y misión eclesial, pero sobre todo a comprometerse con ellas, es decir, si es verdad que estos elementos encierran en sí mismo la fuerza salvadora de Dios, esto no quiere decir que no tengan que cumplir con el cometido de transmitir el referente sacro del Misterio Pascual.



[1] Cf. Rosso, S., “Nuevo Diccionario de Liturgia”, 647
[2] Cf. Ibid., Pág. 648
[3] Cf. Kremer, J., “Diccionario enciclopédico de exegesis y teología bíblica”, 1617-1618.
[4] Cf.  Ibid.
[5] Frazer, J. G., “El Folklore en el Antiguo Testamento”, 314-315
[6] Cf. Kremer, J., “Diccionario enciclopédico de exegesis y teología bíblica”, 1618; Pierre, J. & Dubs, J. “Para leer la biblia”, 74.
[7] Cf. Vagaggini, C., El Sentido Teológico de la Liturgia, 285; Ratzinger, J., “El Espíritu de la Liturgia”, en Joseph RATZINGER, Obras completas de Joseph Ratzinger, tomo XI: Teología de la liturgia, 127; Martimort, A.G., La Iglesia en Oración, 196; Constitución Dogmática “Dei Verbum”.
[8] Cf. Martimort, A.G., “La Iglesia en Oración”, 220.
[9] Cf. Flores, J.J., Los Sacramentales, bendiciones, exorcismos y dedicación de las iglesias, 173.
[10] Cf. Martimort, A.G., “La Iglesia en Oración”, 683
[11] Cf. Aldazabal, J., El Triduo Pascual”, 69.
[12] Cf. Ibid., 72.
[13] Cf. Conferencia Episcopal Española & Pardo, Andrés. “Ritual de los Sacramentos”, 4° edición. BAC. España, 1985. Pág. 207 
[14] Cf. Ibid., 221.

miércoles, 24 de enero de 2018

Diferencia entre cátedra y sede



Pbro. Judá García

En algunas catedrales del mundo sucede un fenómeno curioso en sus presbiterios: o carecen de elementos y lugares necesarios para una correcta celebración litúrgica o están sobrecargados de otros que la oscurecen. Hoy quiero hablar de una de estas carencias: me refiero a una sede en donde un presbítero pueda presidir la eucaristía para diferenciar la cátedra como el lugar celebrativo propio del Obispo; mejor se ponen atriles destinados para las moniciones, cuando este elemento sobrecarga el presbiterio y oscurece la celebración, porque el monitor no es un ministro ordenado ni instituido que tenga que ver necesariamente con la celebración de los sacramentos o sacramentales mayores, además resta atención a los tres puntos focales del presbiterio: la sede, el altar y el ambón.

Pero sigamos con nuestro punto. La diferencia entre sede y cátedra no es solamente jurídica o etimológica, sino que es teológica, por tanto, tiene implicaciones concretas a la hora de celebrar los sacramentos o sacramentales en una catedral. Recordemos que la liturgia es actio de una realidad sacramental, no una abstracción. Esta última afirmación indica que no es los mismo que presida un Obispo o un sacerdote o un diacono o un laico; dependiendo quien sea, así los signos deben representar la realidad sacramental del sujeto que preside la celebración litúrgica.

Joseph Martí y Mario Righetti nos dicen que la catedra (καθεδρα, sedes) es el nombre distintivo y muy antiguo que se le da al asiento del Obispo, signo magisterial, judicial y de gobierno de toda la diócesis y que su origen es apostólico, porque se sabe que los cristianos de los primeros siglos conservaban celosamente las cátedras usadas por los apóstoles y los primeros Obispos, las cuales, eran signos de autoridad y magisterio perennes. Esto con el tiempo se perdió casi por completo, pero el Vaticano II al recuperar la importancia de la presidencia litúrgica se toma importancia al significado sacramental de la cátedra y de la sede.[i]

¿Qué significado teológico tiene la cátedra desde los libros litúrgicos?

 El ceremonial de los Obispos (C.E) N° 42 nos indica tres cualidades o características:

a)                Signo del magisterio: El Obispo sentado en su cátedra es signo de Jesús que, viendo a la muchedumbre, sube al monte y se sienta junto a sus discípulos para tomar la palabra y ponerse a enseñar (Mt 5, 1-2). Entonces la cátedra se convierte en el lugar pedagógico de la Palabra de Dios, en donde se ejerce legítimamente el magisterio vivo de la Iglesia y donde nace la theología prima. Ejemplo de lo que estamos afirmando es la teología patrística, que no nace en un aula universitaria, sino desde una cátedra revestida de autoridad humana y divina.

Otro ejemplo que podemos dar son los datos de la arqueología cristiana. Si, los cristianos a partir del siglo IV en sus basílicas hacían una relación entre los iconos de Jesucristo Pantocrátor (un Cristo hierático, resucitado y triunfante con los evangelios en la mano y dispuesto a enseñar la doctrina divina) puesto en lo alto de sus ábsides con los espacios inferiores del mismo, o sea, con la sede episcopal. Esto nos indica que la cátedra junto a su Obispo se consideraba como un lugar de presencia de Cristo Señor y Maestro.[ii]

Según Martimort, el estar sentado en la celebración litúrgica es signo del doctor que enseña y del jefe que preside y habla a la asamblea. Igualmente, la asamblea al estar sentada para escuchar la predicación del Obispo significaría disposición del corazón para dejarse instruir por la misma palabra de Cristo, como lo hizo María, la hermana de Lázaro, en los relatos evangélicos (Lc 10, 39). Hay que recordar que en los primeros templos cristianos no existían los asientos para la asamblea, pero lo que algunos Obispos hacían era sentar a la asamblea en el suelo mientras él pronunciaba la homilía correspondiente.[iii]

A este respecto, debemos tomar en cuenta la opinión se Joseph Ratzinger, quien nos previene de no confundir el “estar sentados” como disposición de escuchar la Palabra de Dios con el “estar sentado” de algunas corrientes de pensamiento oriental que dicen que el “sentarse” es el signo de la “flor de loto” y la mejor forma de meditar. El error es evidente: mientras que la disposición a la instrucción de Cristo es una apertura a lo trascedente, la meditación de las corrientes orientales es un repliegue hacia la propia inmanencia.[iv]

Otra observación que podemos hacer es que el C.E en el N° 142 dice que el Obispo puede pronunciar la homilía desde la cátedra (que es lo más adecuado simbólicamente) con báculo y mitra. El báculo es signo de su potestad para regir al pueblo a él encomendado, esto puede indicar que el Obispo enseña la doctrina divina con la debida y necesaria autoridad de Cristo y de la Iglesia (magisterio episcopal) y la mitra es signo del deseo de alcanzar la santidad, o sea, en su contexto homilético ser el primero tiene que ser el primero en imitar lo que predica; más de alguno ha dicho que la misma forma triangular de la mitra es símbolo de la Santísima Trinidad, donde la misma vida cristiana apunta como meta final.

En el Pontifical Romano encontramos en el rito de ordenación de los Obispos un signo que nos ayuda a entender el ministerio de la predicación episcopal: primero, el Obispo ordenante principal impone sobre la cabeza del elegido el libro de los Evangelios abierto mientras reza la plegaria de ordenación; segundo, como rito explicativo el neo Episcopo  recibe en sus manos el libro de los  Evangelio con las siguientes palabras: Recibe el evangelio, y proclama la Palabra de Dios con deseo de instruir y con toda paciencia. A partir de esta luz que nos dan los ritos podemos decir que el Obispo sentado en cátedra es el signo del gran Catequsta de la diócesis, el cual, ha configurado su mente y su corazón con los valores del reino de Dios y del evangelio (metanoia); y, cómo decía el beato Óscar Romero, sería un lugar sacramental en donde el pueblo de Dios se apiña junto a su Obispo y su presbiterio esperando ser instruido en las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia, misión principal del ministerio apostólico.  

b)               Signo de la potestad del pastor de la Iglesia: el Obispo junto a su cátedra es signo de Jesucristo, el buen pastor que apacienta a su grey (Jn 10, 11).  Desde la cátedra el Obispo dialoga con la grey amada del Señor diciendo: el Señor esté con ustedes (vosotros); los fieles congregados responden: y con tu espíritu; esta respuesta de la asamblea se refiere al espíritu que al Obispo le fue infundido en su ordenación episcopal: el Espíritu de gobierno que el Padre le dio a su amado Hijo Jesucristo. Esto quiere decir que la liturgia episcopal es el momento en donde claramente se manifiesta el gran misterio de la Iglesia, o sea, el Pastor que reúne al pueblo de Dios en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

También, el Obispo desde su catedra es signo del buen pastor que cura, alimenta y fortalece a las ovejas cuando administra desde allí los sacramentos de la Penitencia (C.E N° 624;630), la Confirmación (C.E N° 457), el Orden (C.E N° 493; 496; 520, f; 523; 570; 589) o cuando preside desde el mismo lugar algunos sacramentales mayores como lo es la bendición de un abad  o abadesa (C.E N° 679; 698); o la consagración de vírgenes (C.E N° 723); o la profesión de religiosos (as) (C.E N° 752; 773; o la institución de lectores y de acólitos (C.E N° 793). Podemos decir que desde la presidencia litúrgica de los sacramentos y sacramentales el Obispo es signo del ministerio pastoral de Jesucristo, o sea, pastor de la Iglesia de Dios. que cuida a todo el rebaño con la fuerza del Espiritu Santo (Cf. P.R, rito explicativo de la entrega del báculo al neo Episcopo).

c)                 Signo de unidad de los creyentes: S.C N° 41 nos recuerda que el Obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de la grey del Señor, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vide cristiana de los fieles, por la liturgia es una acción del Cristo total (cabeza y cuerpo); por esta razón, como lo dice el C.E N° 18: “en toda comunidad de altar”, congregada “bajo el sagrado ministerio del Obispo”, se manifiesta “el símbolo de aquella caridad y unidad del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”. Este signo de unidad es claro en los siguientes momentos litúrgicos; Primero, cuando el Obispo hace la eucología correspondiente desde la cátedra, nos referimos a la oración colecta en donde hace la invitación a la asamblea a orar y luego recoge esas intenciones para elevarlas al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Pero ¿en qué está el signo de unidad?  En que cuando hace la oración ya no es la oración de todos y cada uno, sino una sola oración, la de Cristo presente el Obispo que preside la Eucaristía. También, tenemos la oración post comunión en donde el Obispo ora para que Dios nos conceda pasar de la lex celebrandi a lex viviendi. Segundo, desde la cátedra el obispo bendice a toda la asamblea y les da el mandato misionero: podéis ir en paz para que la Iglesia sea el Cuerpo de Cristo que camina en la historia. Y tercero, desde la cátedra el Obispo y la asamblea profesan el Credo como respuesta a la Palabra de Dios proclamada y predicada.

Ahora bien, teológicamente hablando ¿en qué se diferencia la sede de la cátedra?

Los libros litúrgicos cuando hablan de la sede se refieren al lugar desde donde el presbítero preside algunos sacramentos, sacramentales y liturgia de las horas, dando la sensación de que no hay diferencias teológicas con la cátedra. Pero en realidad no son lo mismo, lo explicamos a continuación.

Históricamente hablando, los primeros que ocuparon un lugar preferencial en la celebración litúrgica fueron los apóstoles; luego este lugar evoluciona hasta convertirse en la cátedra episcopal, la cual, será entendida a modo de otras sedes de dignidades civiles o judiciales de su tiempo, sin perder de vista que era un lugar que representaba su misión y autoridad apostólica; de esta manera, el lugar donde estaba la cátedra del obispo se llegó a considerar la madre (catedral) de todas las iglesias que estaban en el territorio que se le había encomendado. Al parecer, hacia el siglo V, en occidente la cátedra se ubica al centro del ábside del templo, junto a él está el syntronos ( syntronos), que era una especie de banco en donde los presbíteros se sentaban junto al obispo.

Pero con el tiempo la cátedra desapareció, porque el presbítero era el único ministro de la celebración litúrgica y el ritmo celebrativo no permitía que el sacerdote se sentara. Sin embargo, el misal de Pío V permitía que, en algunas celebraciones solemnes, en donde el sacerdote era asistido por otros ministros, el celebrante se pudiera sentar. En este momento nacen las famosas sede de tres asientos, en donde se sentaba el presbítero, el diacono y el subdiácono, pero hemos de aclarar que su significado era funcional (para descansar, no era teológico; incluso, en algunos lugares esa sede se convirtió en un lugar de asistencia honorifica, con estilo de un trono principesco para ciertas dignidades eclesiásticas.

El Concilio Vaticano II, en S.C 7, al redescubrir la importancia de la presidencia de la asamblea litúrgica tiene como consecuencia lógica la recuperación de un espacio sacramental en donde el propio Cristo preside la celebración litúrgica en la persona del ministro. Esto significará la superación de una concepción meramente funcional de la sede, dotándole de todo un sentido teológico. La O.G.M.R 310 dice lo siguiente: La sede del sacerdote debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración. En este sentido, se recomienda que la sede debe apartarse todo aspecto de trono principesco, estar visible para la asamblea y ser dotado por una noble sencillez.

En el C.E 47 al hablar del presbiterio de la catedral se dice lo siguiente: la sede para el presbítero celebrante prepárese en un lugar diverso. Pues no es una cuestión meramente administrativa o funcional, sino que la razón es obvia: la sede a la que nosotros ya estamos acostumbrados a ver es un verdadero espacio sacramental en donde el presbítero como verdadero sacerdote del Nuevo Testamento es signo de Cristo Rey, Cabeza y Pastor (In persona Christi Capitis) que preside al pueblo de Dios en sus celebraciones litúrgica. Pero el ejercicio de su sacerdocio no es per se, sino en virtud de la comunión y el placet del ministerio apostólico del Obispo; mientras tanto, el Obispo ejerce el sacerdocio per se en virtud del ministerio y misión apostólica del que participa plenamente. Por esta razón, en el mundo de los signos liturgico, se debe poner en claro esa realidad sacramental inherente a cada ministro que preside una celebración litúrgica.

¿Cuáles son las consecuencias prácticas?

1.     La cátedra debe estar en un lugar visible; debe evitarse cualquier aspecto de trono principesco y debe estar dotado de una noble sencillez. También, hay que evitar cualquier tipo de baldaquino sobre él o cualquier tendencia barroca del asiento triple aterciopelado (la sede debe ser una sola pieza y debe distinguirse de los demás asientos del presbiterio).

2.     Cuando el obispo residencial no está en la celebración litúrgica, la cátedra debe permanecer vacía, como signo claro de su ausencia o impedimento. A menos que, quien celebre, sea un obispo diferente y esté debidamente autorizado.

3.     En la catedral de las diferentes diócesis debe preparase una sede para que presida las celebraciones litúrgicas un presbítero, evitándose algún parecido con la cátedra que deberá estar vacía, pues, no es lítico que un presbiterio se siente en ella, ya que su realidad sacramental no corresponde con la de un obispo. Ésta puede ser móvil.


[i] Cf. Martí Bonet, Joseph M., Sacra antiqua, diccionario lustrado de términos del patrimonio artístico y cultural de la Iglesia, Barcelona 2015, 209; Righetti, Mario, Historia de la liturgia, Tomo I, Madrid 2013, 204.
[ii] Cf. Iñiguez Herrero, José Antonio, Arqueología cristiana, Pamplona 2009.156-161.
[iii] Cf. Martimort, La Iglesia en oración, Barcelona 1992, 204.
[iv] Cf. Ratzinger, Joseph, IV La figura litúrgica, en Ratzinger, J., Obras completas de Joseph Ratzinger, tomo XI, Teología de la Liturgia, Madrid 2012. 113-115.

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

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