miércoles, 15 de febrero de 2017

DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Lev 19, 1-2. 17-18. 
Sal 102
1° Cor 3, 16-23
Mt 5, 38-48

Recuerdo que cuando era un niño solía relacionar la santidad con las imágenes de santos muy europeos: blancos, barba, ojos de colores y vestimentas extrañas. Todo ello dejaba por sentado que la santidad era para ese tipo de personas que se habían dedicado a ser sacerdotes, monjas o misioneros, además de ser europeos. Lo que me sorprendió fue que un día veía la película de un santo que tenía mi mismo color de piel, vivió en mi mismo continente y que fue pobre como yo lo era: este hombre se llamaba San Martín de Porres; entonces entendí que la santidad a lo mejor era una posibilidad para mi. 

La liturgia de este domingo nos recuerdan la esencial vocación de los cristianos: la santidad  y la perfección como camino que parte de la experiencia de encuentro que podamos tener de Dios, de lo contrario, sólo sería una pesada carga impuesta por la ley del más fuerte.

En este sentido, la antífona de entrada pone en sintonía nuestro corazón con la misericordia y la salvación del Señor: Él viene a nosotros este domingo para darnos vida e invitarnos a la santidad. Esto quiere decir que su tarjeta de presentación no es una pura teoría o códice legal; al contrario, viene y me da su amor y su auxilio, esta actitud divina es lo único que hace creíble a Dios, como dijo Hans Urs Von Balthasar: sólo el amor es digno de fe. 

Es por eso que la Iglesia en su oración pide al Padre que después de meditar sus misterios nos conceda decir y hacer lo que a Él le agrada. Esto es la santidad que parte de la contemplación, no de una imposición exterior a la persona humana. Esto nos llama a descubrir el paso de Dios en la vida personal y comunitaria, no caminamos solos, Dios va con nosotros. 

En la primera lectura se nos hace una invitación explicita: "Sean Santos, porque yo, el Señor, soy santo". El código de santidad del libro de levítico nos confirma que la fe y la obediencia es el  camino de santidad con el que respondemos a la Santidad de Dios. Pero encontramos un matiz: la santidad no se demuestra sólo obedeciendo a Dios, sino amando al prójimo. Esta coordenada se vuelven contracultural, porque es un valor antagónico a los cánones del mundo que nos invitan a la búsqueda desenfrenada del bienestar personal, no importando por quien tengamos que pasar. 

No hay duda que es fácil odiar, vengarse y guardar rencor, lo que nos hace no-hermanos de los demás, en lugar de ser verdaderos hermanos que buscan el bien del otro sobre cualquier cosa. Jesús es mejor ejemplo de lo que estamos diciendo: su fama al final de su vida terrena fue "pasó haciendo el bien". La figura del hombre santo del Levítico se cumple perfectamente en Jesús, y debe cumplirse ahora en nosotros. 

En el evangelio resuena la primera lectura: "Sean perfectos, como su Padre es perfecto". Si leemos con atención toda la perícopa evangélica la perfección está en el amor. El amor es lo que nos lleva a dar un "plus" en nuestra vida, no debemos acomodarnos con lo básico de la ley, sino que Jesús nos propone un estilo muy diferente: el amor como camino de santidad. El amor que Jesús nos propone indica unos valores más radicales que la propia ley mosaica: se trata de vencer el mal con la fuerza del amo y del bien. 

San Pablo nos exhorta a ser sabios de verdad y cuidar el bien de la Iglesia sobre todas las cosas, recordándonos que somos templos de Dios y que en nosotros habita el Espíritu Santo. El Apóstol aporta a nuestra reflexión algunos pistas más en nuestro camino de santidad: primero, la santidad no es obra del hombre, sino de Dios; segundo, la santidad consiste en respetar la obra del Espíritu  Santo, que somos nosotros mismos en nuestra condición de redimidos; y por último no hay que "hacer" sino dejarse hacer por el Espíritu de Dios. 

Queridos hermanos, acudamos al altar del Señor con deseos de llenarnos del Espíritu de Jesús, que podamos celebrar la Eucaristía con la debida reverencia y que ella sea para nosotros fuente de santidad y salvación.      


No hay comentarios:

Publicar un comentario

DIRECTORIO HOMILÉTICO: Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica. Ciclo C. Cuarto domingo de Adviento.

96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, ...