Ex 16, 2-4. 12-15
Salmo 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54 (R.: 24b)
Efesios 4, 117. 20-24.
Jn 6, 24-35
El hambre y la sed que aparecen en el evangelio de San Juan puede representar las diversas necesidades que todos podemos tener, nos referimos a las aspiraciones más profundas del corazón.
El Salvador y el mundo lloran la injusticia, la violencia, la pobreza y las guerras, mientras que los poderosos anónimos (nunca aparecen como culpables, siéndolo sin duda) se gozan complaciendo sus ambiciones a pesar del dolor y la opresión a los más pobres, no les importa destruir incluso el mundo, casa común. El Beato Oscar Romero decía que el hambre y la sed son los signos de opresión y muerte.
Nos llama la atención: embarcaron y fueron a cafarnaún en busca de Jesús. Iban en busca del Señor, pero con una mirada meramente material, lo dice el mismo Jesús: me buscáis (...) porque comiste pan hasta saciaros. El pan material es necesario pero no suficiente, hace falta una liberación integral de la persona, algo que trascienda los que podemos percibir con los cinco sentidos: trabajad (...) por el alimento que perdura para la vida eterna.
La comunidad de San Juan está discerniendo: ¿que obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Y la respuesta de Jesús es inequívoca: que creáis en el que él ha enviado, es decir, creer en Jesús como Dios quiere que creamos, no según nuestro criterio, como dice San Pablo en la segunda lectura: no andéis como los gentiles , que andan en la vaciedad de sus criterios.
Efectivamente, Jesús es el pan del cielo que suple las necesidades más profundas: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que crea en mí nunca pasará sed. Leamos un trozo de homilía del Beato Oscar Romero:
Por eso, hermanos,
Cristo dice: no basta el pan de la tierra para ser libres, es necesario
descubrir en el pan lo que Dios te quiere dar y de lo cual el pan no es más que
un signo (...) Cristo dijo: «Éste es el
trabajo: que creáis en Aquel que es el único que puede dar la salvación». Nadie
puede construir con fuerzas de la tierra una liberación que llegue hasta la
cumbre de situarlo en comunión con Dios.
Los hombres podrán hacer aquí más fácil el cambio de estructuras, botar
gobiernos, dar de comer, romper rejas, todo eso hay que hacerlo, pero ¡no
basta! Lo que Cristo puede hacer, no lo pueden hacer los hombres todo eso y
elevarlos hasta Dios. El Divino Salvador del Mundo, tal como lo veremos esta
tarde en la imagen tradicional, es una invitación a elevarnos de las
necesidades de la tierra a comprenderlo a él como única solución que baja del
cielo, aprehenderlo por la esperanza, por la oración, por el amor. No para
esperarlo todo de él; hay que trabajar como si todo dependiera de nosotros,
pero hay que esperar de Cristo como si todo dependiera de él. Ése es el
equilibrio del verdadero desarrollo.
Y por eso Cristo termina, pues, su evangelio con esa confesión: «Yo
soy». ¡Él es! Hermanos, ¡qué bella oportunidad nos ofrece el evangelio para
conocer más de cerca al Divino Salvador! (Homilía 5/08/1979).
Creo que podemos hacer nuestras las palabras del evangelio en Mt 6, 33: Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. Esto significa que como pueblo de Dios tenemos que buscar a Jesús sinceramente como Señor, aceptar su Reino y la conversión que exige, buscar esa justicia. Él es el criterio para dirigir el mundo según la voluntad de Dios. Luego vienen las otras liberaciones, que son justas y necesarias, lo que nos pide la Palabra de Dios este domingo es un justo y santo equilibrio, afectivo y efectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario