Al comenzar mi reflexión rezo un “yo
confieso”, porque no se trata de señalar o juzgar a alguien en concreto, sino
leer los signos de los tiempos, pues, la Iglesia como Cuerpo de Cristo en la
historia debe estar en continuo discernimiento, inspirada y guiada por el
Espíritu Santo.
En lo personal, creo que el Papa
Francisco al canonizar a Monseñor Romero tiene claro un mensaje para toda la
Iglesia, tanto clero y laicos: una Iglesia pobre para los pobres.
En esta línea me llama la
atención fuertemente dos noticias que han impactado al mundo católico en menos
de una semana: la expulsión del estado clerical de un cardenal muy poderoso de
USA y la absolución de la pena de suspensión que tenía el p. Ernesto Cardenal. Pero ¿qué relación pueden tener estos dos clérigos?
podría decir alguno. Bueno, en primer lugar son contemporáneos, pero están ubicados geográfica e ideológicamente en
dos extremos irreconciliables: uno estuvo en medio de la superficialidad, la
opulencia y el poderío; el otro en medio de la miseria, la injusticia y la opresión; uno a favor de una Iglesia sociedad
perfecta, jerárquica y piramidal, en donde los primeros son los clérigos y en
donde los laicos sólo están para rezar, obedecer y pagar; el otro a favor de
una Iglesia que tenía que despojarse de todo formalismo y volcarse a la inmensa
mayoría de empobrecidos; uno premiado y promovido por la Iglesia; el otro
castigado por 35 años.
En Mc 8, 15 Jesús advierte que
tengamos cuidado con la levadura de los fariseos y de la de Herodes, esto se
refiere a la hipocresía, falsedad y superficialidad.
Aplicando esa lectura a este
caso, pienso en lo siguiente: El tiempo nos ha demostrado que una Iglesia que
vive en la opulencia y el poderío ´puede llevar fácilmente a la corrupción, que
no es lo mismo que la condición de pecador que tenemos cada quien, sino la
actitud de defender y mantener de manera permanente situaciones pecaminosas, donde no hay nunca
conversión, al contrario, sólo apariencias de bondad y santidad; que lo que hay
que cuidar es el corazón (lev en hebreo), es decir, la interioridad, de allí
sale todo lo bueno o lo malo del hombre. En este sentido, el problema no radica per se en las riquezas, sino en la ambición e idolatría al dinero y al poder, si eso es así, no importante donde nos movamos, si en medio de la riqueza y pobreza, terminamos perdidos y podridos.
El tiempo nos demostró que uno vivía de la
apariencia, pero en realidad abusó de muchas maneras de los más débiles y
vulnerables; mientras el otro, se mantuvo firme en sus ideas, pero también en
sus convicciones religiosas y de fe. Al final, la Iglesia ha hecho justicia,
uno ha sido expulsado y el otro absuelto, o sea ha sido restituido de sus funciones
sacerdotales. Pero el mensaje va para nosotros clérigos: cuidado con las
ambición, cuidado con abusar de los más débiles;
debemos tener un corazón marcado por la pobreza evangélica, o sea, una
interioridad siempre en discernimiento y disponibilidad para cumplir con la
voluntad de Dios. Asimismo, fomentar una Iglesia pobre para los pobres. Lo que
debe marcar nuestra vida sacerdotal es la caridad pastoral.
¡MEA CULPA, MEA CULPA, MEA MAXIMA
CULPA!